El sueño eterno de los "Niños del Llullaillaco"

Son las momias halladas en Salta mejor conservadas del mundo.

19 NOV 2011 - 20:55 | Actualizado

Por Jorge Aquino

¿Cuántos misterios guardan los Andes? ¿Qué ciudades perdidas o leyendas estarán aún esperando ser descubiertas? Sus altas cumbres fascinaron a cualquiera que tuvo la suerte de conocerlas, pero ese encanto no es nuevo, ya en el pasado, los pueblos originarios hacían culto y reverencias a sus nevados picos. El sol, para muchas culturas antiguas, era el dios supremo, el hacedor de lo bueno y lo malo que les pasaba, y sus imponentes macizos eran la forma más fácil de llegar a él.

Los incas entendían que Inti (el dios Sol) era una deidad protectora pero también podía ser vengativa si no se realizaban sacrificios en su honor. Y tal sacrificio merecía lo mejor y los incas lo entendieron así. Había que asegurar buenas cosechas y traer prosperidad al imperio, temas muy serios para andar con pequeñeses. La elección ya se había hecho: tres niños serian muertos en la cumbre de un volcán, donde reposarían en su sueño eterno, con la esperanza de apaciguar a Inti y llenar de bonanzas a su pueblo.

Una leyenda había nacido, la de los "Niños de Llullaillaco".

Descubrimiento histórico

El 16 de marzo de 1999, un equipo encabezado por la antropóloga argentina María Constanza Ceruti y el alemán Johan Reinhard realizó en la cumbre del volcán Llullaillaco el más importante descubrimiento en la historia de la arqueología de alta montaña. La expedición contó con el auspicio del Gobierno de la Provincia de Salta y la financiación de la National Geographic Society. Las investigaciones demandaron aproximadamente un mes, con una permanencia ininterrumpida de dos semanas en la cima del volcán, sufriendo temperaturas de hasta 30 grados bajo cero.

En las excavaciones se recuperaron los cuerpos de tres individuos sacrificados en excelente estado de conservación, con todos sus órganos internos intactos, sangre en sus corazones y pulmones, y la apariencia externa de personas dormidas. Consideradas las momias mejor preservadas conocidas hasta la fecha, estaban enterradas a un metro y medio de profundidad y pertenecen a un niño de siete años, una niña de seis y una adolescente de quince. Las momias, ricamente ataviadas, calzaban ojotas de cuero, tenían collares y pendientes de caracoles provenientes del océano Pacífico, y cada una tenía una "chuspa", es decir una pequeña bolsa tejida que contenía maíz, charqui, papas deshidratadas y hojas de coca. Junto a los cuerpos se hallaron, a modo de ofrendas, más de cien estatuillas de oro y plata de no más de 20 centímetros, ataviadas con miniaturas textiles y tocados de plumas tropicales. También había piezas de alfarería y madera que contenían comida protegida en paquetitos de tela de alpaca.

La única momia que presentaba daños era la de la niña de seis años, que había sido lastimada en su costado izquierdo durante una tormenta eléctrica, por lo que los expedicionarios decidieron bautizarla "La Niña del Rayo". Ella muestra sólo la parte izquierda de su rostro, porque el resto del cuerpo está cubierto por un tejido de lana de llama y sobre la cabeza tiene un "mascaipacha", una chapa de oro oxidada de no más de diez centímetros con forma de hongo.

Los estudios médicos han permitido comprobar que la Doncella del Llullaillaco, la joven de 15 años, padecía una enfermedad bronquial y que, al igual que las otras momias, no tuvo una muerte ocasionada por factores traumáticos. Los estudios de ADN indican que entre los niños no hay relación de parentesco. Basándose en los rastros de coca en los cabellos, los investigadores consideran posible que los niños consumieran hojas de esta planta durante meses como parte de los preparativos ceremoniales, para luego ser enterrados drogados, pero aún vivos.

Sacrificio a los dioses

Según los investigadores que estudiaron las piezas, los "Niños del Llullaillaco" fueron los protagonistas de la máxima ofrenda realizada por los Incas a sus dioses en una ceremonia denominada "Capacocha" (una fiesta tradicional del imperio).

Elegidos por su perfección física y por su condición política y social, los niños fueron conducidos hace más de 500 años a la cima del volcán -en lo que es la tumba inca a mayor altura encontrada-, el "punto más cercano al Sol", para convertirse en dioses vigilantes y protectores de las comunidades bajo el imperio incaico.

"La Niña del Rayo", de un poco más de 6 años, estaba sentada con las piernas flexionadas, las manos semi-abiertas apoyadas sobre los muslos y su rostro en alto mirando hacia el oeste-suroeste.

"La Doncella", estaba sentada con las piernas cruzadas, sus brazos apoyados sobre el vientre y su rostro mirando en dirección opuesta a la "Niña del Rayo".

Su rostro fue pintado con un pigmento rojo y arriba de la boca se observan pequeños fragmentos de hojas de coca.

Según los investigadores, posiblemente esta joven haya sido una "aclla" o "virgen del Sol" educada en la "Casa de las Escogidas" o "aclla huasi", un lugar de privilegio para las mujeres que iban a ser sacrificadas a los Dioses en los tiempos incaicos.

"El Niño", de 7 años, estaba sentado sobre una túnica gris con las piernas flexionadas y su rostro -en dirección al este- apoyado sobre las rodillas.

Como todos los hombres de la elite incaica, llevaba cabello corto y un adorno de plumas blancas.

Está vestido con una prenda de color rojo; tiene en sus pies mocasines de cuero con apliques de lana marrón, con tobilleras de piel de animal, y en su muñeca derecha lleva puesto un brazalete de plata.

El rito

La momificación de los tres niños de Llullaillaco se produjo en la temporada de verano, entre 1480, fecha en la que el imperio incaico se extendió sobre el noroeste argentino, y 1532, cuando la región cayó bajo el dominio español. Luego de tres años de investigación los científicos reconstruyeron cómo había ocurrido el ritual.

En su carácter de huacas o lugares sagrados, las montañas andinas cumplían un papel destacado en los contenidos de las creencias religiosas prehispánicas. Siglos atrás fueron elegidas por los Incas como centros de peregrinación y escenarios ceremoniales en los que se conmemoraba la muerte de un emperador y la sucesión al trono de su heredero. Dichos ritos recibían el nombre de Capacocha, y se ejecutaban simultáneamente en toda la extensión del Incario, desde el norte de Ecuador hasta el centro de Chile y noroeste de Argentina. En una primera etapa los participantes convergían en Cuzco, y luego las comitivas sacerdotales conducían las ofrendas, en solemne procesión, atravesando miles de kilómetros hasta las montañas sagradas situadas en los confines del imperio.

El momento culminante de las ceremonias comprendía el depósito de ofrendas suntuarias y la ejecución de sacrificios humanos en las cumbres de los nevados y volcanes más importantes. La ejecución se hacía mediante estrangulación, asfixia, golpes en el cráneo o entierro de las víctimas vivas en estado de inconsciencia. Los niños y doncellas destinadas al sacrificio eran elegidos entre los hijos de los jefes locales y su muerte era considerada un gran honor, puesto que colocaba a las víctimas en una privilegiada posición de embajadoras de su comunidad en el mundo de los dioses y los ancestros.

Durante la primera etapa convergían hacia el Cuzco las víctimas sacrificables (unos 2.000 niños, según estimaron los cronistas de la época) que tomaban contacto con el Inca en Coricancha (templo de oro). Muchos eran sacrificados allí. Otro grupo de niños vivía hasta la segunda etapa: la redistribución de las ofrendas hacia los confines del territorio dominado donde serían sacrificados.

Este es el caso de las momias halladas en Salta. Constanza Ceruti, la arqueóloga que participó del hallazgo y la investigación, consideró que fueron sacrificados durante la misma ceremonia, ocurrida hace 500 años.

Partieron a pie desde el Cuzco. Debían caminar formando una línea lo más recta posible hasta el volcán Llullaillaco. Se estima que tardaron varios meses hasta llegar y que avanzaban unos 10 o 15 km por día. Los niños formaron parte del cortejo, ya que, como imponía el ritual, no podían ser llevados en andas.

Gran cantidad de pobladores acompañó la caravana hasta el tambo, situado a dos horas de la base del volcán.

Tras ascender tres o cuatro días llegaron a la cumbre. El portezuelo -a 6.500 metros de altura- fue uno de los últimos campamentos. Desde que comenzó la peregrinación los niños eran conscientes de que iban a ser sacrificados.

Los sacerdotes incas pasaron la noche antes del sacrificio en la "choza doble", única construcción dentro del santuario, con función logística. La consagración de las víctimas a Inti (Dios Sol), Illapa (Dios del Rayo) y Viracocha (El Creador) debía hacerse antes del amanecer.

Los rastros encontrados dicen que, antes del sacrificio, los sacerdotes encendieron una gran fogata. Seguramente también realizaron cánticos y danzas. Los niños consumieron hojas de coca y chicha hasta que quedaron adormecidos por el efecto del alcohol, el frío y la altura.

Un grupo de trabajo aprestó los últimos detalles para el sacrificio. Las radiografías que se realizaron a los niños no evidencian traumatismo craneano, por lo que se descartó que se haya usado un golpe. Tampoco hay evidencia de estrangulamiento. Los investigadores creen que fueron momificados en estado de asfixia parcial o bien que se hallaban inconscientes por efecto de la chicha, la coca, el frío y la altura. El niño vestía túnica roja. Antes de enterrarlo, cabeza arriba en una tumba de un metro de diámetro y 1,70 metro de profundidad, fue envuelto en una manta incaica que actuó como fardo funerario. Su cuerpo se momificó en posición fetal forzada: le ataron las piernas y el tronco con cuerdas, los brazos cayendo a los lados del cuerpo y la cabeza entre las piernas.

La Doncella fue colocada en una tumba en dirección Norte, peinada con trenzas pequeñas y con un vestido color café con una faja en la cintura. Quedó eternizada casi sentada, con el torso flexionado, con las piernas cruzadas y las manos juntas, "como si estuviera a punto de incorporarse", describieron los científicos. La cubrieron con un manto color arena, en el hombro izquierdo le pusieron una túnica y sobre la cabeza, un tocado de plumas blancas.

La Niña del Rayo fue colocada en una tumba que miraba hacia el Este. Ya enterrada, recibió la descarga de un rayo que afectó a algunos objetos de su ajuar, le causó quemaduras y pérdida de tejidos en el cuello, hombro y tórax izquierdo.

Las tumbas recibieron los cuerpos, luego fueron rellenadas con sedimento de granulometría fina y cerradas mediante muros de piedra ligeramente abovedados, formando el techo de la cámara.

El paso siguiente fue el rellenado de la plataforma delimitada por los muros de contención y el emparejamiento de la superficie. Así quedaron selladas durante 500 años las tumbas de los Niños de Llullaillaco. Hoy estas magníficas momias incas descansan en el Museo de Antropología de Salta y por qué no pensar que Inti, el dios Sol, en agradecimiento, les concedió vida eterna.#

19 NOV 2011 - 20:55

Por Jorge Aquino

¿Cuántos misterios guardan los Andes? ¿Qué ciudades perdidas o leyendas estarán aún esperando ser descubiertas? Sus altas cumbres fascinaron a cualquiera que tuvo la suerte de conocerlas, pero ese encanto no es nuevo, ya en el pasado, los pueblos originarios hacían culto y reverencias a sus nevados picos. El sol, para muchas culturas antiguas, era el dios supremo, el hacedor de lo bueno y lo malo que les pasaba, y sus imponentes macizos eran la forma más fácil de llegar a él.

Los incas entendían que Inti (el dios Sol) era una deidad protectora pero también podía ser vengativa si no se realizaban sacrificios en su honor. Y tal sacrificio merecía lo mejor y los incas lo entendieron así. Había que asegurar buenas cosechas y traer prosperidad al imperio, temas muy serios para andar con pequeñeses. La elección ya se había hecho: tres niños serian muertos en la cumbre de un volcán, donde reposarían en su sueño eterno, con la esperanza de apaciguar a Inti y llenar de bonanzas a su pueblo.

Una leyenda había nacido, la de los "Niños de Llullaillaco".

Descubrimiento histórico

El 16 de marzo de 1999, un equipo encabezado por la antropóloga argentina María Constanza Ceruti y el alemán Johan Reinhard realizó en la cumbre del volcán Llullaillaco el más importante descubrimiento en la historia de la arqueología de alta montaña. La expedición contó con el auspicio del Gobierno de la Provincia de Salta y la financiación de la National Geographic Society. Las investigaciones demandaron aproximadamente un mes, con una permanencia ininterrumpida de dos semanas en la cima del volcán, sufriendo temperaturas de hasta 30 grados bajo cero.

En las excavaciones se recuperaron los cuerpos de tres individuos sacrificados en excelente estado de conservación, con todos sus órganos internos intactos, sangre en sus corazones y pulmones, y la apariencia externa de personas dormidas. Consideradas las momias mejor preservadas conocidas hasta la fecha, estaban enterradas a un metro y medio de profundidad y pertenecen a un niño de siete años, una niña de seis y una adolescente de quince. Las momias, ricamente ataviadas, calzaban ojotas de cuero, tenían collares y pendientes de caracoles provenientes del océano Pacífico, y cada una tenía una "chuspa", es decir una pequeña bolsa tejida que contenía maíz, charqui, papas deshidratadas y hojas de coca. Junto a los cuerpos se hallaron, a modo de ofrendas, más de cien estatuillas de oro y plata de no más de 20 centímetros, ataviadas con miniaturas textiles y tocados de plumas tropicales. También había piezas de alfarería y madera que contenían comida protegida en paquetitos de tela de alpaca.

La única momia que presentaba daños era la de la niña de seis años, que había sido lastimada en su costado izquierdo durante una tormenta eléctrica, por lo que los expedicionarios decidieron bautizarla "La Niña del Rayo". Ella muestra sólo la parte izquierda de su rostro, porque el resto del cuerpo está cubierto por un tejido de lana de llama y sobre la cabeza tiene un "mascaipacha", una chapa de oro oxidada de no más de diez centímetros con forma de hongo.

Los estudios médicos han permitido comprobar que la Doncella del Llullaillaco, la joven de 15 años, padecía una enfermedad bronquial y que, al igual que las otras momias, no tuvo una muerte ocasionada por factores traumáticos. Los estudios de ADN indican que entre los niños no hay relación de parentesco. Basándose en los rastros de coca en los cabellos, los investigadores consideran posible que los niños consumieran hojas de esta planta durante meses como parte de los preparativos ceremoniales, para luego ser enterrados drogados, pero aún vivos.

Sacrificio a los dioses

Según los investigadores que estudiaron las piezas, los "Niños del Llullaillaco" fueron los protagonistas de la máxima ofrenda realizada por los Incas a sus dioses en una ceremonia denominada "Capacocha" (una fiesta tradicional del imperio).

Elegidos por su perfección física y por su condición política y social, los niños fueron conducidos hace más de 500 años a la cima del volcán -en lo que es la tumba inca a mayor altura encontrada-, el "punto más cercano al Sol", para convertirse en dioses vigilantes y protectores de las comunidades bajo el imperio incaico.

"La Niña del Rayo", de un poco más de 6 años, estaba sentada con las piernas flexionadas, las manos semi-abiertas apoyadas sobre los muslos y su rostro en alto mirando hacia el oeste-suroeste.

"La Doncella", estaba sentada con las piernas cruzadas, sus brazos apoyados sobre el vientre y su rostro mirando en dirección opuesta a la "Niña del Rayo".

Su rostro fue pintado con un pigmento rojo y arriba de la boca se observan pequeños fragmentos de hojas de coca.

Según los investigadores, posiblemente esta joven haya sido una "aclla" o "virgen del Sol" educada en la "Casa de las Escogidas" o "aclla huasi", un lugar de privilegio para las mujeres que iban a ser sacrificadas a los Dioses en los tiempos incaicos.

"El Niño", de 7 años, estaba sentado sobre una túnica gris con las piernas flexionadas y su rostro -en dirección al este- apoyado sobre las rodillas.

Como todos los hombres de la elite incaica, llevaba cabello corto y un adorno de plumas blancas.

Está vestido con una prenda de color rojo; tiene en sus pies mocasines de cuero con apliques de lana marrón, con tobilleras de piel de animal, y en su muñeca derecha lleva puesto un brazalete de plata.

El rito

La momificación de los tres niños de Llullaillaco se produjo en la temporada de verano, entre 1480, fecha en la que el imperio incaico se extendió sobre el noroeste argentino, y 1532, cuando la región cayó bajo el dominio español. Luego de tres años de investigación los científicos reconstruyeron cómo había ocurrido el ritual.

En su carácter de huacas o lugares sagrados, las montañas andinas cumplían un papel destacado en los contenidos de las creencias religiosas prehispánicas. Siglos atrás fueron elegidas por los Incas como centros de peregrinación y escenarios ceremoniales en los que se conmemoraba la muerte de un emperador y la sucesión al trono de su heredero. Dichos ritos recibían el nombre de Capacocha, y se ejecutaban simultáneamente en toda la extensión del Incario, desde el norte de Ecuador hasta el centro de Chile y noroeste de Argentina. En una primera etapa los participantes convergían en Cuzco, y luego las comitivas sacerdotales conducían las ofrendas, en solemne procesión, atravesando miles de kilómetros hasta las montañas sagradas situadas en los confines del imperio.

El momento culminante de las ceremonias comprendía el depósito de ofrendas suntuarias y la ejecución de sacrificios humanos en las cumbres de los nevados y volcanes más importantes. La ejecución se hacía mediante estrangulación, asfixia, golpes en el cráneo o entierro de las víctimas vivas en estado de inconsciencia. Los niños y doncellas destinadas al sacrificio eran elegidos entre los hijos de los jefes locales y su muerte era considerada un gran honor, puesto que colocaba a las víctimas en una privilegiada posición de embajadoras de su comunidad en el mundo de los dioses y los ancestros.

Durante la primera etapa convergían hacia el Cuzco las víctimas sacrificables (unos 2.000 niños, según estimaron los cronistas de la época) que tomaban contacto con el Inca en Coricancha (templo de oro). Muchos eran sacrificados allí. Otro grupo de niños vivía hasta la segunda etapa: la redistribución de las ofrendas hacia los confines del territorio dominado donde serían sacrificados.

Este es el caso de las momias halladas en Salta. Constanza Ceruti, la arqueóloga que participó del hallazgo y la investigación, consideró que fueron sacrificados durante la misma ceremonia, ocurrida hace 500 años.

Partieron a pie desde el Cuzco. Debían caminar formando una línea lo más recta posible hasta el volcán Llullaillaco. Se estima que tardaron varios meses hasta llegar y que avanzaban unos 10 o 15 km por día. Los niños formaron parte del cortejo, ya que, como imponía el ritual, no podían ser llevados en andas.

Gran cantidad de pobladores acompañó la caravana hasta el tambo, situado a dos horas de la base del volcán.

Tras ascender tres o cuatro días llegaron a la cumbre. El portezuelo -a 6.500 metros de altura- fue uno de los últimos campamentos. Desde que comenzó la peregrinación los niños eran conscientes de que iban a ser sacrificados.

Los sacerdotes incas pasaron la noche antes del sacrificio en la "choza doble", única construcción dentro del santuario, con función logística. La consagración de las víctimas a Inti (Dios Sol), Illapa (Dios del Rayo) y Viracocha (El Creador) debía hacerse antes del amanecer.

Los rastros encontrados dicen que, antes del sacrificio, los sacerdotes encendieron una gran fogata. Seguramente también realizaron cánticos y danzas. Los niños consumieron hojas de coca y chicha hasta que quedaron adormecidos por el efecto del alcohol, el frío y la altura.

Un grupo de trabajo aprestó los últimos detalles para el sacrificio. Las radiografías que se realizaron a los niños no evidencian traumatismo craneano, por lo que se descartó que se haya usado un golpe. Tampoco hay evidencia de estrangulamiento. Los investigadores creen que fueron momificados en estado de asfixia parcial o bien que se hallaban inconscientes por efecto de la chicha, la coca, el frío y la altura. El niño vestía túnica roja. Antes de enterrarlo, cabeza arriba en una tumba de un metro de diámetro y 1,70 metro de profundidad, fue envuelto en una manta incaica que actuó como fardo funerario. Su cuerpo se momificó en posición fetal forzada: le ataron las piernas y el tronco con cuerdas, los brazos cayendo a los lados del cuerpo y la cabeza entre las piernas.

La Doncella fue colocada en una tumba en dirección Norte, peinada con trenzas pequeñas y con un vestido color café con una faja en la cintura. Quedó eternizada casi sentada, con el torso flexionado, con las piernas cruzadas y las manos juntas, "como si estuviera a punto de incorporarse", describieron los científicos. La cubrieron con un manto color arena, en el hombro izquierdo le pusieron una túnica y sobre la cabeza, un tocado de plumas blancas.

La Niña del Rayo fue colocada en una tumba que miraba hacia el Este. Ya enterrada, recibió la descarga de un rayo que afectó a algunos objetos de su ajuar, le causó quemaduras y pérdida de tejidos en el cuello, hombro y tórax izquierdo.

Las tumbas recibieron los cuerpos, luego fueron rellenadas con sedimento de granulometría fina y cerradas mediante muros de piedra ligeramente abovedados, formando el techo de la cámara.

El paso siguiente fue el rellenado de la plataforma delimitada por los muros de contención y el emparejamiento de la superficie. Así quedaron selladas durante 500 años las tumbas de los Niños de Llullaillaco. Hoy estas magníficas momias incas descansan en el Museo de Antropología de Salta y por qué no pensar que Inti, el dios Sol, en agradecimiento, les concedió vida eterna.#