Marianela Gallardo: el arte de reivindicar a la mujer

Tras las huellas de la artista patagónica que rompió los paradigmas europeos, fue portada de periódicos y expuso sus obras en Menorca, en los mismos espacios donde alguna vez lo hicieron Picasso, Miró y Barceló. Un recorrido por su vida bohemia y su transición a España, que catapultó su carrera.

01 AGO 2021 - 19:47 | Actualizado

Por Martín Tacón / Redacción Jornada

Mujeres sensuales y eróticas. Manos grandes y cuerpos desnudos llenos de libertad. Realismo mágico y la cadenciosa fuerza de las figuras. De la Patagonia al mundo, Marianela Gallardo es el paradigma de la artista exitosa que alcanza los cielos al cabo de un largo proceso evolutivo de la madurez, la técnica, la disciplina y el sacrificio. Nació en Rawson en 1975, tan lejos de los sueños y tan cerca de lo imposible, pero la convicción de sus pasiones le abrió caminos impensados que le permitieron romper con todos los estándares.

Pinta desde los 6 años. Por entonces dibujaba en un cuaderno de hojas lisas que le regalaron. “Para mí eso era un tesoro, lo llevaba a todos lados y dibujaba rostros”, dice. Sus padres la llevaban a cursos de cine-teatro, manualidades, esculturas y telares. Fue Raúl Colinecul quien la introdujo al dibujo académico y tuvo sus primeras experiencias con el estilo realista.

“Dibujaba los pupitres, pintaba muralitos y a mis amigas le dibujaba las cartas para sus novios”, cuenta. En la adolescencia sus padres vislumbraron un futuro incierto, pero ella siempre supo su destino. “Me agarró una rebeldía total contra la sociedad y contra todo. Mis papás me dijeron que tenía que hacer algo de mi vida porque así iba a la perdición. Me mandaron a estudiar”.

Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón de Buenos Aires. “Ahí me encontré con almas muy parecidas a la mía. Pasé seis hermosos años y me recibí de profesora de pintura y escultura”.

Durante sus estudios conoció el arte europeo y español con Goya, Picasso, Miró y Velázquez. “A medida que iba mamando de esta cultura, a mí me crecían las ganas de conocerla. Se me fue haciendo la idea como una gota de agua que crece lenta pero constante durante cinco años. Cuando termine de estudiar me voy a España, pensaba”.

Bohemia y realismo mágico

Con perseverancia y un dinero ahorrado, viajó a España para cambiar su vida. “En Barcelona alquilaba una habitación chiquitita y ahí me puse a dibujar. Con la soledad tenía mucho tiempo y eso me influyó”, dice. Joven, maleable y de estilo aún imperfecto, se nutrió de lo que vivía: exposiciones, pintores extranjeros, recorridas de museo. Como un escultor que se esculpe a sí mismo, un día dijo basta, y se dedicó a estudiar su interior. “Fue como cerrar la ostra para crear la perla”, dice. “Ese egoísmo me dura hasta el día de hoy. Me gusta escucharme a mí y así salió mi estilo”.

Bajo el influjo de sus referentes, hizo de sí misma un cóctel de Miguel Angel y Goya. Del arte latinoamericano tomó las manos grandes y los cuerpos monumentales del muralismo mexicano. Se inspiró en Toulouse-Lautrec y Frida Kahlo. “Me nutrí de ellos y saqué mi propio estilo”.

Se rebuscó la vida y trabajó de lo que pudo. Empezó como mesera, pero no escondió sus dotes artísticos: tocó el arte español y se introdujo en la vida cultural desde el día uno. Hizo su primera exposición en un bar y participó en festivales de arte.

Dos años después de pisar suelo europeo, mientras pintaba en cajas de pizza que pedía en las imprentas, fue seleccionada para el Festival Fringe, que se hacía en China. “El Gobierno chino me seleccionó, me pagó el pasaje y fui a presentar una performance. Fueron los primeros mil euros que recibí y me temblaba la mano”.

“Mi carrera estuvo marcada siempre por un realismo mágico. Es la magia que le pongo a la vida”. Llegó a Menorca para trabajar de camarera en temporada. “Sufría mucho”, dice. “Pensé: si yo trabajo 8 horas para alguien y gano este dinero, si invierto esas 8 horas en trabajar para mí, me va a ir bien”. Se dedicó a sí misma, trabajando con disciplina de oro. “Pintaba como si alguien me fuera a pagar a fin de mes, y a un artista nadie le paga a fin de mes”. Hizo de su casa un museo: la puerta de su taller estaba siempre abierta para que la gente pudiera entrar y ver su arte.

Sus rasgos interiores

Marianela destila personalidad. Su estilo es figurativo y expresionista. Sus pinturas reivindican a la mujer en planos eróticos y sensuales. Predominan las figuras femeninas en una relación simbiótica con la naturaleza, lo que define su realismo mágico. Sus técnicas son cambiantes: plumín, acrílicos, tinta china, claroscuros. A veces vuelca yerba mate sobre los lienzos. Varía las figuras y los sentidos escultóricos, corpóreos, macizos.

Se deja guiar por el inconsciente y las emociones. En algunas pinturas aplica la técnica del ‘arrepentimiento’, que consiste en cambios de dirección o idea que permiten ver el boceto debajo de las formas definidas y da movimiento y estructura a la obra. “Tengo composiciones personales, en ese ámbito me comparo a un músico que es compositor, no intérprete”.

Su rasgo distintivo son los pies y las manos grandes, las figuras que abarcan el cuadro y acentúan la sensación de gigantismo. “Si bien la pintura parece alocada y caótica, en realidad está contenida por una parte académica”, dice. “En mis obras se ven movimientos, jerarquía de ritmos y valores. Son obras que están vivas”.

Durante el proceso creativo, es común ver a Marianela revolcada junto al lienzo, manchada de pintura, involucrada, viviendo la obra como si fuera una parte de ella misma. “La pintura para mí nunca fue ponerme un delantal y tener un pincel. La vivo con el cuerpo, con el alma y la psiquis. La pintura envuelve mis emociones y mi cuerpo, me gusta poner música y llorar de felicidad o tristeza”.

Su arte por el mundo

Menorca es una ventana al mundo. Su nombre comenzó a figurar en las potadas de los periódicos locales. Sus pinturas estuvieron colgadas en las mismas paredes que tiempo atrás expusieron a Joan Miró, Pablo Picasso y Miquel Barceló. Hoy es parte de los círculos culturales y se codea con los referentes menorquinos.

“Aquí somos pocos los que llegamos a vivir del arte y hay mucha competencia desleal”. La sociedad europea es tan localista, que estos privilegios están casi vedados a los extranjeros. Sobre todo, a las mujeres. “Las mujeres siempre quedamos relegadas”, dice. “Las pintoras están saliendo a la luz ahora porque tenemos una oportunidad en la historia”.

El trabajo y la disciplina le permitieron acariciar el anhelado cielo de todo artista: vivir del arte. Autora prolífica, vende reproducciones seriadas de sus obras, y a día de hoy tanto sus pinturas como su nombre le dan la vuelta al mundo.#

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01 AGO 2021 - 19:47

Por Martín Tacón / Redacción Jornada

Mujeres sensuales y eróticas. Manos grandes y cuerpos desnudos llenos de libertad. Realismo mágico y la cadenciosa fuerza de las figuras. De la Patagonia al mundo, Marianela Gallardo es el paradigma de la artista exitosa que alcanza los cielos al cabo de un largo proceso evolutivo de la madurez, la técnica, la disciplina y el sacrificio. Nació en Rawson en 1975, tan lejos de los sueños y tan cerca de lo imposible, pero la convicción de sus pasiones le abrió caminos impensados que le permitieron romper con todos los estándares.

Pinta desde los 6 años. Por entonces dibujaba en un cuaderno de hojas lisas que le regalaron. “Para mí eso era un tesoro, lo llevaba a todos lados y dibujaba rostros”, dice. Sus padres la llevaban a cursos de cine-teatro, manualidades, esculturas y telares. Fue Raúl Colinecul quien la introdujo al dibujo académico y tuvo sus primeras experiencias con el estilo realista.

“Dibujaba los pupitres, pintaba muralitos y a mis amigas le dibujaba las cartas para sus novios”, cuenta. En la adolescencia sus padres vislumbraron un futuro incierto, pero ella siempre supo su destino. “Me agarró una rebeldía total contra la sociedad y contra todo. Mis papás me dijeron que tenía que hacer algo de mi vida porque así iba a la perdición. Me mandaron a estudiar”.

Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón de Buenos Aires. “Ahí me encontré con almas muy parecidas a la mía. Pasé seis hermosos años y me recibí de profesora de pintura y escultura”.

Durante sus estudios conoció el arte europeo y español con Goya, Picasso, Miró y Velázquez. “A medida que iba mamando de esta cultura, a mí me crecían las ganas de conocerla. Se me fue haciendo la idea como una gota de agua que crece lenta pero constante durante cinco años. Cuando termine de estudiar me voy a España, pensaba”.

Bohemia y realismo mágico

Con perseverancia y un dinero ahorrado, viajó a España para cambiar su vida. “En Barcelona alquilaba una habitación chiquitita y ahí me puse a dibujar. Con la soledad tenía mucho tiempo y eso me influyó”, dice. Joven, maleable y de estilo aún imperfecto, se nutrió de lo que vivía: exposiciones, pintores extranjeros, recorridas de museo. Como un escultor que se esculpe a sí mismo, un día dijo basta, y se dedicó a estudiar su interior. “Fue como cerrar la ostra para crear la perla”, dice. “Ese egoísmo me dura hasta el día de hoy. Me gusta escucharme a mí y así salió mi estilo”.

Bajo el influjo de sus referentes, hizo de sí misma un cóctel de Miguel Angel y Goya. Del arte latinoamericano tomó las manos grandes y los cuerpos monumentales del muralismo mexicano. Se inspiró en Toulouse-Lautrec y Frida Kahlo. “Me nutrí de ellos y saqué mi propio estilo”.

Se rebuscó la vida y trabajó de lo que pudo. Empezó como mesera, pero no escondió sus dotes artísticos: tocó el arte español y se introdujo en la vida cultural desde el día uno. Hizo su primera exposición en un bar y participó en festivales de arte.

Dos años después de pisar suelo europeo, mientras pintaba en cajas de pizza que pedía en las imprentas, fue seleccionada para el Festival Fringe, que se hacía en China. “El Gobierno chino me seleccionó, me pagó el pasaje y fui a presentar una performance. Fueron los primeros mil euros que recibí y me temblaba la mano”.

“Mi carrera estuvo marcada siempre por un realismo mágico. Es la magia que le pongo a la vida”. Llegó a Menorca para trabajar de camarera en temporada. “Sufría mucho”, dice. “Pensé: si yo trabajo 8 horas para alguien y gano este dinero, si invierto esas 8 horas en trabajar para mí, me va a ir bien”. Se dedicó a sí misma, trabajando con disciplina de oro. “Pintaba como si alguien me fuera a pagar a fin de mes, y a un artista nadie le paga a fin de mes”. Hizo de su casa un museo: la puerta de su taller estaba siempre abierta para que la gente pudiera entrar y ver su arte.

Sus rasgos interiores

Marianela destila personalidad. Su estilo es figurativo y expresionista. Sus pinturas reivindican a la mujer en planos eróticos y sensuales. Predominan las figuras femeninas en una relación simbiótica con la naturaleza, lo que define su realismo mágico. Sus técnicas son cambiantes: plumín, acrílicos, tinta china, claroscuros. A veces vuelca yerba mate sobre los lienzos. Varía las figuras y los sentidos escultóricos, corpóreos, macizos.

Se deja guiar por el inconsciente y las emociones. En algunas pinturas aplica la técnica del ‘arrepentimiento’, que consiste en cambios de dirección o idea que permiten ver el boceto debajo de las formas definidas y da movimiento y estructura a la obra. “Tengo composiciones personales, en ese ámbito me comparo a un músico que es compositor, no intérprete”.

Su rasgo distintivo son los pies y las manos grandes, las figuras que abarcan el cuadro y acentúan la sensación de gigantismo. “Si bien la pintura parece alocada y caótica, en realidad está contenida por una parte académica”, dice. “En mis obras se ven movimientos, jerarquía de ritmos y valores. Son obras que están vivas”.

Durante el proceso creativo, es común ver a Marianela revolcada junto al lienzo, manchada de pintura, involucrada, viviendo la obra como si fuera una parte de ella misma. “La pintura para mí nunca fue ponerme un delantal y tener un pincel. La vivo con el cuerpo, con el alma y la psiquis. La pintura envuelve mis emociones y mi cuerpo, me gusta poner música y llorar de felicidad o tristeza”.

Su arte por el mundo

Menorca es una ventana al mundo. Su nombre comenzó a figurar en las potadas de los periódicos locales. Sus pinturas estuvieron colgadas en las mismas paredes que tiempo atrás expusieron a Joan Miró, Pablo Picasso y Miquel Barceló. Hoy es parte de los círculos culturales y se codea con los referentes menorquinos.

“Aquí somos pocos los que llegamos a vivir del arte y hay mucha competencia desleal”. La sociedad europea es tan localista, que estos privilegios están casi vedados a los extranjeros. Sobre todo, a las mujeres. “Las mujeres siempre quedamos relegadas”, dice. “Las pintoras están saliendo a la luz ahora porque tenemos una oportunidad en la historia”.

El trabajo y la disciplina le permitieron acariciar el anhelado cielo de todo artista: vivir del arte. Autora prolífica, vende reproducciones seriadas de sus obras, y a día de hoy tanto sus pinturas como su nombre le dan la vuelta al mundo.#


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