Por Maru Ortiz/Cadena Tiempo
Román Ignacio Cura es de familia chubutense, pero nació en Buenos Aires por decisión de sus padres. De muy pequeño vivió en Camarones y recuerda su infancia entre Rawson y Comodoro Rivadavia. La adolescencia la transitó en Trelew. Aquel chico nacido el 15 de diciembre de 1973, siempre fue fanático del fútbol y de pintar. De herencias italianas y árabes. De perfil bajo y alto vuelo artístico.
“Por cuestiones laborales a mi papá lo derivaban todo el tiempo. Viví también en Lago Puelo y recuerdo el impacto que generó en mí el maestro de pintura que tuve a los 8 años. Con él aprendí mucho y sin dudas fue la base de mi carrera. Mi primera exposición fue a los 15 años en Trelew, a raíz de una invitación que me llegó de la colectividad árabe”, recuerda de sus primeros pasos y trazos en la mañana Por El Aire.
El estudio en Córdoba fue complicado al comienzo. Le costó adaptarse al ritmo de la gran ciudad pero con el paso del tiempo lo supo disfrutar. Tuve su espacio en galerías importantes, pero en la calle pasaban y pasan cosas distintas que siempre captaron su atención y talento.
“Es educativo hacer obra pública, allí se enseña también. El arte es inagotable. Hacer una obra es una vivencia”, repasa con la experiencia de quien ya anduvo al aire libre. Van 6 meses del trabajo escultórico que junto a Sofía Esparza lleva a cabo en inmediaciones de la Terminal de Ómnibus. Contó que muchos artistas van a participar de lo que será la inauguración.
Es lector y es analista. Observador y pensador en la realidad que lo rodea. Hay una crítica de arte que a Román le gusta que leer y que habla del “poder del arte”. Y sí, el arte tiene poder. Su obra tiene poder.
“Una obra en un baldío hace una plaza. Es emocionante. Yo estaba más acostumbrado a hacer murales, pero un espacio público es una oportunidad única. El espacio frente a la Terminal nos fue cedido por la Municipalidad y los auspiciantes son privados. Trabajar con libertad es fantástico”, valora.
“Cuando veo mis cuadros más viejos veo cierta línea que los conecta. En el arte público aprendí mucho. Al aprender técnicas, uno se desestructura. Los desarrollos de la sociedad son tan creativos que siempre hay temas que abordar. Pienso seguir intercalando cuadros y obra pública”.
Se asume totalmente enamorado de Sofía. “Siento admiración profunda, es una artista muy talentosa”, se enorgullece al destacar.
Papá de Salvador, Badí y Coral. Los sabores traspasan generaciones y a Román le gusta hacer comida árabe. Escucha música en vivo y pinta en silencio. Futbol y boxeo para la recreación. “Mi gimnasia es cargar los elementos y materiales de los murales, las latas, escaleras, los andamios; ese es mi ejercicio”. Si pienso en viajar me gustaría conocer ruinas. “Si hay reliquias, me re gusta”.
“Todo lo que tiene mi vida tiene que ver con el arte. El arte me ha dado experiencias. De joven le dí prioridad a hacerme famoso y me alejé de mi hijo más grande. Me costó volver. Pero todo es aprendizajes. A veces cuando se es joven se pierde y descuida a la familia. En ese momento uno no lo ve, no lo analiza. Errores de la juventud… Pero después hay que arreglarlos, y así es la pintura. Es un diálogo, como con la vida. No es el error, sino cómo se soluciona”.
Por Maru Ortiz/Cadena Tiempo
Román Ignacio Cura es de familia chubutense, pero nació en Buenos Aires por decisión de sus padres. De muy pequeño vivió en Camarones y recuerda su infancia entre Rawson y Comodoro Rivadavia. La adolescencia la transitó en Trelew. Aquel chico nacido el 15 de diciembre de 1973, siempre fue fanático del fútbol y de pintar. De herencias italianas y árabes. De perfil bajo y alto vuelo artístico.
“Por cuestiones laborales a mi papá lo derivaban todo el tiempo. Viví también en Lago Puelo y recuerdo el impacto que generó en mí el maestro de pintura que tuve a los 8 años. Con él aprendí mucho y sin dudas fue la base de mi carrera. Mi primera exposición fue a los 15 años en Trelew, a raíz de una invitación que me llegó de la colectividad árabe”, recuerda de sus primeros pasos y trazos en la mañana Por El Aire.
El estudio en Córdoba fue complicado al comienzo. Le costó adaptarse al ritmo de la gran ciudad pero con el paso del tiempo lo supo disfrutar. Tuve su espacio en galerías importantes, pero en la calle pasaban y pasan cosas distintas que siempre captaron su atención y talento.
“Es educativo hacer obra pública, allí se enseña también. El arte es inagotable. Hacer una obra es una vivencia”, repasa con la experiencia de quien ya anduvo al aire libre. Van 6 meses del trabajo escultórico que junto a Sofía Esparza lleva a cabo en inmediaciones de la Terminal de Ómnibus. Contó que muchos artistas van a participar de lo que será la inauguración.
Es lector y es analista. Observador y pensador en la realidad que lo rodea. Hay una crítica de arte que a Román le gusta que leer y que habla del “poder del arte”. Y sí, el arte tiene poder. Su obra tiene poder.
“Una obra en un baldío hace una plaza. Es emocionante. Yo estaba más acostumbrado a hacer murales, pero un espacio público es una oportunidad única. El espacio frente a la Terminal nos fue cedido por la Municipalidad y los auspiciantes son privados. Trabajar con libertad es fantástico”, valora.
“Cuando veo mis cuadros más viejos veo cierta línea que los conecta. En el arte público aprendí mucho. Al aprender técnicas, uno se desestructura. Los desarrollos de la sociedad son tan creativos que siempre hay temas que abordar. Pienso seguir intercalando cuadros y obra pública”.
Se asume totalmente enamorado de Sofía. “Siento admiración profunda, es una artista muy talentosa”, se enorgullece al destacar.
Papá de Salvador, Badí y Coral. Los sabores traspasan generaciones y a Román le gusta hacer comida árabe. Escucha música en vivo y pinta en silencio. Futbol y boxeo para la recreación. “Mi gimnasia es cargar los elementos y materiales de los murales, las latas, escaleras, los andamios; ese es mi ejercicio”. Si pienso en viajar me gustaría conocer ruinas. “Si hay reliquias, me re gusta”.
“Todo lo que tiene mi vida tiene que ver con el arte. El arte me ha dado experiencias. De joven le dí prioridad a hacerme famoso y me alejé de mi hijo más grande. Me costó volver. Pero todo es aprendizajes. A veces cuando se es joven se pierde y descuida a la familia. En ese momento uno no lo ve, no lo analiza. Errores de la juventud… Pero después hay que arreglarlos, y así es la pintura. Es un diálogo, como con la vida. No es el error, sino cómo se soluciona”.