A los doce, Estrada fue diagnosticada con poliomiositis, una enfermedad autoinmune, crónica y degenerativa que le quitó movilidad hasta postrarla en cama. Sin embargo, ello no le impidió continuar con su vida: estudió psicología, escribió poesía y parte de sus memorias en un blog, inspiró un fotolibro, pero sobre todo se convirtió en el rostro de una causa justa.
“Ana partió agradecida con todas las personas que hicieron eco de su voz, que la acompañaron en su lucha y que, de manera incondicional, apoyaron su decisión con amor y empatía (...)El caso de Ana permitió que la justicia peruana reconociera por primera vez en su historia que todos tenemos derecho a morir con dignidad”, dice el comunicado difundido por su abogada Josefina Miró Quesada.
En febrero de 2021, el Estado peruano emitió la sentencia histórica a favor de Estrada que fue ratificada por la Corte Suprema en julio de 2022. Pero fue recién en enero de 2024 que el Seguro Social de Salud culminó el protocolo de muerte asistida, el cual incluía que la paciente pudiese escoger al profesional de su confianza que aplicase la eutanasia. “Nunca me sentí tan dueña de mi vida y mi cuerpo como hoy”, dijo por aquellos días.
En un texto publicado en el portal Salud con Lupa que lleva por título La vida empieza aquí: mi derecho a decidir, Ana Estrada narró los crudos comentarios que recibió en redes sociales por no llevar a cabo la eutanasia de inmediato después de haberla logrado e hizo hincapié en el sentido de su batalla.“La legalización de la eutanasia (en mi caso) no es sinónimo de poner fin a mi vida, sino más bien de tener la seguridad (y la calma por adelantado) de que no sufriré a tal punto que no pueda ni decidir por mí misma. Porque resulta que mi enfermedad no es terminal, no es una condición con fecha de caducidad, sino que yo podría vivir así durante años, confinada en mi propio cuerpo y amordazada por un dolor cada vez más intolerable, más salvaje. Más inhumano (...) Yo no lucho por morir. Lucho por preservar lo más esencial en cualquier ser humano”,escribió.
En 2016, Ana Estrada sufrió un episodio crítico de su enfermedad que la condujo a la sala de cuidados intensivos de un hospital y a estar conectada a un respirador. Fue en ese doloroso momento que comenzó a dar pelea por sus derechos en un país como el Perú donde la eutanasia aún no se ha legalizado. Su partida ha despertado la solidaridad y la empatía de un grueso de ciudadanos. La escritora Victoria Guerrero Peirano, Premio Nacional de Literatura 2020 en la categoría de no ficción, ha dicho: “Se fue una mujer valiente y digna. Tener una muerte digna es una revolución en el Perú donde la muerte es generalmente una estadística fría o un asesinato sin justicia”.
Gianna Camacho, periodista y activista por los derechos humanos de la comunidad LGBTIQ+, también expresó su sentir. “Con lágrimas, pero al mismo tiempo con una sonrisa, ya que Ana Estrada logró algo, por lo que tanto luchó. Nos dimos soporte por aquí ante una sociedad que no entiende que no todo es blanco y negro. Hiciste tanto en vida, que ahora, desde otro plano, seguirás con nosotros. Descansa Ana”.
En el 2019, la Defensoría del Pueblo asumió el caso de Ana Estrada y libró la batalla en los tribunales. La abogada Josefina Miró Quesada, quien la acompañó desde aquel entonces hasta su último suspiro, ha dejado unas tiernas palabras acerca de la complicidad entre ambas.“Ana es libre. Tuvo el control de su vida hasta el último día. Murió con dignidad, en sus propios términos. Y tuve el privilegio de acompañarla en el camino. Un camino hermoso, rodeado de amor. Ya trascendiste para siempre. Estarás en el corazón y mentes de muchísimos. Eres libre para volar los campos, las montañas y el mar”. La discusión sobre el acceso a una muerte digna continúa avanzando en Latinoamérica.
Por Renzo Gómez Vega /El País
A los doce, Estrada fue diagnosticada con poliomiositis, una enfermedad autoinmune, crónica y degenerativa que le quitó movilidad hasta postrarla en cama. Sin embargo, ello no le impidió continuar con su vida: estudió psicología, escribió poesía y parte de sus memorias en un blog, inspiró un fotolibro, pero sobre todo se convirtió en el rostro de una causa justa.
“Ana partió agradecida con todas las personas que hicieron eco de su voz, que la acompañaron en su lucha y que, de manera incondicional, apoyaron su decisión con amor y empatía (...)El caso de Ana permitió que la justicia peruana reconociera por primera vez en su historia que todos tenemos derecho a morir con dignidad”, dice el comunicado difundido por su abogada Josefina Miró Quesada.
En febrero de 2021, el Estado peruano emitió la sentencia histórica a favor de Estrada que fue ratificada por la Corte Suprema en julio de 2022. Pero fue recién en enero de 2024 que el Seguro Social de Salud culminó el protocolo de muerte asistida, el cual incluía que la paciente pudiese escoger al profesional de su confianza que aplicase la eutanasia. “Nunca me sentí tan dueña de mi vida y mi cuerpo como hoy”, dijo por aquellos días.
En un texto publicado en el portal Salud con Lupa que lleva por título La vida empieza aquí: mi derecho a decidir, Ana Estrada narró los crudos comentarios que recibió en redes sociales por no llevar a cabo la eutanasia de inmediato después de haberla logrado e hizo hincapié en el sentido de su batalla.“La legalización de la eutanasia (en mi caso) no es sinónimo de poner fin a mi vida, sino más bien de tener la seguridad (y la calma por adelantado) de que no sufriré a tal punto que no pueda ni decidir por mí misma. Porque resulta que mi enfermedad no es terminal, no es una condición con fecha de caducidad, sino que yo podría vivir así durante años, confinada en mi propio cuerpo y amordazada por un dolor cada vez más intolerable, más salvaje. Más inhumano (...) Yo no lucho por morir. Lucho por preservar lo más esencial en cualquier ser humano”,escribió.
En 2016, Ana Estrada sufrió un episodio crítico de su enfermedad que la condujo a la sala de cuidados intensivos de un hospital y a estar conectada a un respirador. Fue en ese doloroso momento que comenzó a dar pelea por sus derechos en un país como el Perú donde la eutanasia aún no se ha legalizado. Su partida ha despertado la solidaridad y la empatía de un grueso de ciudadanos. La escritora Victoria Guerrero Peirano, Premio Nacional de Literatura 2020 en la categoría de no ficción, ha dicho: “Se fue una mujer valiente y digna. Tener una muerte digna es una revolución en el Perú donde la muerte es generalmente una estadística fría o un asesinato sin justicia”.
Gianna Camacho, periodista y activista por los derechos humanos de la comunidad LGBTIQ+, también expresó su sentir. “Con lágrimas, pero al mismo tiempo con una sonrisa, ya que Ana Estrada logró algo, por lo que tanto luchó. Nos dimos soporte por aquí ante una sociedad que no entiende que no todo es blanco y negro. Hiciste tanto en vida, que ahora, desde otro plano, seguirás con nosotros. Descansa Ana”.
En el 2019, la Defensoría del Pueblo asumió el caso de Ana Estrada y libró la batalla en los tribunales. La abogada Josefina Miró Quesada, quien la acompañó desde aquel entonces hasta su último suspiro, ha dejado unas tiernas palabras acerca de la complicidad entre ambas.“Ana es libre. Tuvo el control de su vida hasta el último día. Murió con dignidad, en sus propios términos. Y tuve el privilegio de acompañarla en el camino. Un camino hermoso, rodeado de amor. Ya trascendiste para siempre. Estarás en el corazón y mentes de muchísimos. Eres libre para volar los campos, las montañas y el mar”. La discusión sobre el acceso a una muerte digna continúa avanzando en Latinoamérica.
Por Renzo Gómez Vega /El País