Respiran Germinal

Este domingo se reconoció a quienes cristalizaron el sueño de un complejo deportivo y futbolístico icónico en Rawson. Carlos Sosa, Oscar Mendía y Gerónimo De Felice fueron aquellos que -desde la CD- inauguraron el estadio de Germinal.

Oscar Mendía, Gerónimo De Felice y Carlos Ramón Sosa, parte de la historia verdiblanca. Foto: Daniel Feldman.
04 MAY 2025 - 17:41 | Actualizado 04 MAY 2025 - 18:44

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

La historia no es un acto que carece de emoción y no tiene lealtad. Muy por el contrario.

Le dijeron que estaban locos, que eran unos ingenuos, que daban risa. Porque purgaban un pecado ajeno: la cordura. Y soñaban despiertos.

En una tarde mustia y desabrida, de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída, nació todo. Como un grano de arena.

Hace 50 años, un 4 de mayo de 1975, nacía “El Fortín”, ese territorio inexpugnable llamado a ser un reducto de sonidos exclusivo que reconoce a propios, más no a ajenos. Algo con olor a bíblico. La cancha de Germinal. El hogar. La casa.

Y allí estuvieron ellos, que habían parido la idea casi dos años atrás, cuando algunos creyeron que era una utopía. Los Pochi, los Carlos, los Oscar, Gerónimo, los Bocha, los Raúl. Que ya no le dijeron que estaban locos; ni tampoco se le rieron tanto cuando vieron que nunca eludieron la existencia con hartas explicaciones, soportando todo.

Con una lealtad invisible y perpetua, las semillas sembradas en ese jardín temprano y regadas con lágrimas, germinaron tejiendo una red invisible que conecta el pasado con el presente; sin perder -nunca- la sonrisa ante la brevedad del desaliento.

Y 50 años después, estuvieron de nuevo. Los que quedan en pie mas no aquellos en el recuerdo imborrable. Allí estuvieron Carlos (Sosa), Oscar (Mendía) y Gerónimo (De Felice). En el medio de “El Fortín”. Ya no tan de tierra. Ya no tan sin tribunas. Más engalanado. Como una extensión de su templo interno.

Absortos como un niño con su primer descubrimiento ante ese reconocimiento fueron la síntesis de la modestia y la grandeza encerrada en una anatomía y espíritu únicos.

Y nos dejaron -en sus capitales años desterrados- un resplandor de fuegos no apagados.

No importó el cansancio, el temor, el azar, la incertidumbre, la victoria, el agobio. Menos la vergüenza, algún que otro respaldo, la extenuación, el dolor, el llanto como la agonía y la gloria, implorando la esperanza. No. Su pasión, con insólita lujuria, fue mucho más. Esa que comandó su corazón sin reparar en tiempos ni en magnitudes de emprendimientos. En un acto de fe que ayuda a recorrer una historia que aún se está escribiendo y que exime cualquier pormenorización de la estadística.

Este domingo, el espacio de voces, calores de cánticos y explosiones, luchando para alcanzar la emoción fue para ellos. Carlos, Oscar, Gerónimo. No fue suya la derrota. No cabe en su equipaje. Al fin y al cabo es sólo un residual anecdotario de este tiempo.

A veces los recuerdos y las fechas no le tienen piedad al calendario que los mete en el presente. Es que estamos hecho de olvido; pero la gloria del pasado no se puede reducir a una línea escrita sometida a las urgencias del ahora.

Es que ese pasado sirve para existir en este presente y proyectar el futuro. Uno en donde hay que defender la alegría como una trinchera, como una certeza, del óxido y la mugre, de la pátina del tiempo y del oportunismo

Es probable que los Carlos, Oscar o Gerónimo no son de soñar mucho y si lo hacen, se olvidan todo. O casi todo y si se acuerdan, cuando abren los ojos, andan con una nostalgia infinita; por esos sueñan despierto estibando épica.

Y brotando sangre.

Es que en ellos la sangre corre, la sangre fluye; pero no es roja…es verde y blanca.

Con una ferocidad pasional, ellos no respiran oxígeno. Respiran otra cosa. Porque conocen la historia por haberla vivido. Si, respiran otra cosa. Respiran Germinal.

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Oscar Mendía, Gerónimo De Felice y Carlos Ramón Sosa, parte de la historia verdiblanca. Foto: Daniel Feldman.
04 MAY 2025 - 17:41

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

La historia no es un acto que carece de emoción y no tiene lealtad. Muy por el contrario.

Le dijeron que estaban locos, que eran unos ingenuos, que daban risa. Porque purgaban un pecado ajeno: la cordura. Y soñaban despiertos.

En una tarde mustia y desabrida, de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída, nació todo. Como un grano de arena.

Hace 50 años, un 4 de mayo de 1975, nacía “El Fortín”, ese territorio inexpugnable llamado a ser un reducto de sonidos exclusivo que reconoce a propios, más no a ajenos. Algo con olor a bíblico. La cancha de Germinal. El hogar. La casa.

Y allí estuvieron ellos, que habían parido la idea casi dos años atrás, cuando algunos creyeron que era una utopía. Los Pochi, los Carlos, los Oscar, Gerónimo, los Bocha, los Raúl. Que ya no le dijeron que estaban locos; ni tampoco se le rieron tanto cuando vieron que nunca eludieron la existencia con hartas explicaciones, soportando todo.

Con una lealtad invisible y perpetua, las semillas sembradas en ese jardín temprano y regadas con lágrimas, germinaron tejiendo una red invisible que conecta el pasado con el presente; sin perder -nunca- la sonrisa ante la brevedad del desaliento.

Y 50 años después, estuvieron de nuevo. Los que quedan en pie mas no aquellos en el recuerdo imborrable. Allí estuvieron Carlos (Sosa), Oscar (Mendía) y Gerónimo (De Felice). En el medio de “El Fortín”. Ya no tan de tierra. Ya no tan sin tribunas. Más engalanado. Como una extensión de su templo interno.

Absortos como un niño con su primer descubrimiento ante ese reconocimiento fueron la síntesis de la modestia y la grandeza encerrada en una anatomía y espíritu únicos.

Y nos dejaron -en sus capitales años desterrados- un resplandor de fuegos no apagados.

No importó el cansancio, el temor, el azar, la incertidumbre, la victoria, el agobio. Menos la vergüenza, algún que otro respaldo, la extenuación, el dolor, el llanto como la agonía y la gloria, implorando la esperanza. No. Su pasión, con insólita lujuria, fue mucho más. Esa que comandó su corazón sin reparar en tiempos ni en magnitudes de emprendimientos. En un acto de fe que ayuda a recorrer una historia que aún se está escribiendo y que exime cualquier pormenorización de la estadística.

Este domingo, el espacio de voces, calores de cánticos y explosiones, luchando para alcanzar la emoción fue para ellos. Carlos, Oscar, Gerónimo. No fue suya la derrota. No cabe en su equipaje. Al fin y al cabo es sólo un residual anecdotario de este tiempo.

A veces los recuerdos y las fechas no le tienen piedad al calendario que los mete en el presente. Es que estamos hecho de olvido; pero la gloria del pasado no se puede reducir a una línea escrita sometida a las urgencias del ahora.

Es que ese pasado sirve para existir en este presente y proyectar el futuro. Uno en donde hay que defender la alegría como una trinchera, como una certeza, del óxido y la mugre, de la pátina del tiempo y del oportunismo

Es probable que los Carlos, Oscar o Gerónimo no son de soñar mucho y si lo hacen, se olvidan todo. O casi todo y si se acuerdan, cuando abren los ojos, andan con una nostalgia infinita; por esos sueñan despierto estibando épica.

Y brotando sangre.

Es que en ellos la sangre corre, la sangre fluye; pero no es roja…es verde y blanca.

Con una ferocidad pasional, ellos no respiran oxígeno. Respiran otra cosa. Porque conocen la historia por haberla vivido. Si, respiran otra cosa. Respiran Germinal.