Jornada, de luto: falleció Carlos Zaro

Compartió la redacción durante casi dos décadas y dejó su recuerdo imborrable como un hombre cultísimo, servicial y generoso.

13 JUN 2012 - 21:42 | Actualizado 24 SEP 2022 - 13:45

Por Raúl Porcel de Peralta

Teníamos esperanzas. Los pronósticos médicos eran muy adversos pero aún conservábamos las esperanzas. El Sumo Hacedor decidió llevárselo consigo seguramente para que no sufriera más de una grave dolencia que lo tenía a mal traer desde hace un tiempo.

Nuestro compañero de trabajo Carlos Zaro falleció el martes último en Buenos Aires en el nosocomio en el que se encontraba internado por una malhadada enfermedad que terminó con sus días.

Decir que Carlos era un hombre de bien sería una simplificación. Era, además, un excelente compañero, servicial, generoso, vale decir con todas las cualidades que hacen catalogar a un hombre como un flor de tipo.

De un andamiaje intelectual portentoso, con una preparación académica soberbia, con una cultura general vastísima, nuestro compañero y amigo era un verdadero libro abierto. Cualquier consulta sobre temas científicos, por ejemplo, lo tenía siempre como destinatario a sabiendas de que tenía la respuesta correcta.

Zaro tenía 64 años de edad. Había nacido en La Plata el 1 de noviembre de 1947.

Trabajaba en Jornada desde 1993, donde había ingresado como corrector. Algunos años después, se sumó al equipo periodístico como coordinador de agencias, tarea que desempeñó hasta la actualidad. Además, era biólogo marino y docente del Centro de Estudios Trelew (CET).

Hincha fanático de Gimnasia y Esgrima La Plata, estaba casado con Elsa, una reconocida odontóloga de Trelew, con la cual tuvo cuatro hijas.

Fatalmente, desde hace unos días su silla está vacía. Y la computadora donde desempeñaba sus tareas está muda. Muda como si estuviese sumándose al dolor general que nos embarga.

Carlitos ya no está y nos parece increíble. Quien esto escribe encuentra la dificultad de que las palabras justas no quieren aparecer aunque quiere encontrar los conceptos para hacerle un merecido homenaje para el compañero que partió por última vez. Tal vez sea sólo un intento en esa dirección y lo que se debería decir se empeña en no aparecer.

Éste es el tipo de notas que nunca quisiéramos redactar. Valga, sí, para darle el último adiós a un ser humano que supo ganarse todo nuestro afecto a fuerza de cordialidad, compañerismo, camaradería y buen trato.

Carlitos ya no está. En ese territorio tan desconocido, para quienes estamos de este lado de la vida, donde se encuentre, Carlitos seguramente sabrá que lo extrañamos y que lo extrañaremos. Por siempre y para siempre. Se enterará que le teníamos un gran aprecio. Porque nunca se lo dijimos en vida, tal vez por negligencia.

Ya no contamos con su compañía y estamos muy consternados por ello. Teníamos esperanzas. El destino, abruptamente, hizo que se transformaran en dolor.

Carlos: sos protagonista de nuestros mejores recuerdos. Te damos, apesadumbrados, el último adiós.#

Cómo le va, compañero

Por Sergio Espinoza

Siempre llegaba a la redacción del diario con su figura de profesor y la alegría de ingresar a un lugar que lo sentía como propio. Saludaba a todos, se sentaba en su escritorio y se ponía a diagramar los cables de las agencias del diario.

Era minucioso con eso y muy pulcro en su tarea de editar toda esa información.

Yo me sentaba frente a él, me levantaba e iba a su encuentro estrechándole la mano con un “cómo le va, compañero”.

Al principio sentía que le incomodaba. Más de una vez me aclaró con un “compañero, pero de trabajo”, con una sonrisa entre cálida y pícara. Pero, de inmediato, nos poníamos a hablar de política, sobre discursos y hechos que tenían que ver con la noticia del día.

Carlos Zaro era de esos compañeros a los que le gustaba integrarse con los demás. Le gustaban los asados que se organizaban en la redacción. En el diario solía compartir una charla sobre su profesión. Como fue corrector siempre estaba dispuesto a sugerir alguna modificación en el texto si es que se lo consultaban. Particularmente era mi consultor de cabecera.

Una vez llegó al diario y me sorprendió con un “Cómo le va, compañero Espinoza”, que me alegró mucho. Desde ese momento nos empezamos a tratar como compañeros. Así, a secas, sin ninguna aclaración mediante.

El “compañero Espinoza” ya salía de su voz con naturalidad y sobrevenía un apretón de manos. Yo, con una sonrisa de oreja a oreja.

La última vez que lo vi llegó al diario después de una larga licencia por una dolencia que lo tenía a mal traer. Entró y se paró en el centro de la redacción como diciéndonos, “volví, acá estoy de nuevo”. Todos lo vimos y nos sorprendimos. “Bienvenido, compañero”, le dije y lo estreché en un abrazo. Así, con esa misma alegría de reencontrarlo, lo hicimos todos. Trató, juro que trató de realizar su tarea diaria, pero no podía, se lo notaba cansado y dolorido.

La última vez que hablé con Zaro fue por celular. Estaba internado en Buenos Aires. Apenas escuché su voz le dije un enérgico “¿hablo con el compañero Carlos Zaro?”. Dudó primero en contestar pero luego afirmó, “sí, sí, quién es”. Cuando supo quién era largó un “Sergito, qué lindo es escucharte. Qué linda sorpresa me diste”. Ahí nos pusimos hablar de cosas poco importantes, hasta que me comenzó a enumerar sensaciones, “qué linda la redacción, cómo están los muchachos, qué lindo momentos pasamos, recuerdo los asados, cómo me gustaría que hagamos uno de nuevo, deciles a los chicos que me llamen, quiero escucharlos a todos, te lo encargo a vos, Sergio, que sé que vas a saber cómo comunicarles esto”.

Tratando de no quebrarme le dije que junto con los compañeros íbamos a hacer un gran asado para cuando regrese. También le prometí que le iba a comunicar su pedido a todos. “Gracias, compañero, gracias”, fue lo último que me dijo.

Gracias a vos Carlitos, y a la vida por haberte conocido.#

13 JUN 2012 - 21:42

Por Raúl Porcel de Peralta

Teníamos esperanzas. Los pronósticos médicos eran muy adversos pero aún conservábamos las esperanzas. El Sumo Hacedor decidió llevárselo consigo seguramente para que no sufriera más de una grave dolencia que lo tenía a mal traer desde hace un tiempo.

Nuestro compañero de trabajo Carlos Zaro falleció el martes último en Buenos Aires en el nosocomio en el que se encontraba internado por una malhadada enfermedad que terminó con sus días.

Decir que Carlos era un hombre de bien sería una simplificación. Era, además, un excelente compañero, servicial, generoso, vale decir con todas las cualidades que hacen catalogar a un hombre como un flor de tipo.

De un andamiaje intelectual portentoso, con una preparación académica soberbia, con una cultura general vastísima, nuestro compañero y amigo era un verdadero libro abierto. Cualquier consulta sobre temas científicos, por ejemplo, lo tenía siempre como destinatario a sabiendas de que tenía la respuesta correcta.

Zaro tenía 64 años de edad. Había nacido en La Plata el 1 de noviembre de 1947.

Trabajaba en Jornada desde 1993, donde había ingresado como corrector. Algunos años después, se sumó al equipo periodístico como coordinador de agencias, tarea que desempeñó hasta la actualidad. Además, era biólogo marino y docente del Centro de Estudios Trelew (CET).

Hincha fanático de Gimnasia y Esgrima La Plata, estaba casado con Elsa, una reconocida odontóloga de Trelew, con la cual tuvo cuatro hijas.

Fatalmente, desde hace unos días su silla está vacía. Y la computadora donde desempeñaba sus tareas está muda. Muda como si estuviese sumándose al dolor general que nos embarga.

Carlitos ya no está y nos parece increíble. Quien esto escribe encuentra la dificultad de que las palabras justas no quieren aparecer aunque quiere encontrar los conceptos para hacerle un merecido homenaje para el compañero que partió por última vez. Tal vez sea sólo un intento en esa dirección y lo que se debería decir se empeña en no aparecer.

Éste es el tipo de notas que nunca quisiéramos redactar. Valga, sí, para darle el último adiós a un ser humano que supo ganarse todo nuestro afecto a fuerza de cordialidad, compañerismo, camaradería y buen trato.

Carlitos ya no está. En ese territorio tan desconocido, para quienes estamos de este lado de la vida, donde se encuentre, Carlitos seguramente sabrá que lo extrañamos y que lo extrañaremos. Por siempre y para siempre. Se enterará que le teníamos un gran aprecio. Porque nunca se lo dijimos en vida, tal vez por negligencia.

Ya no contamos con su compañía y estamos muy consternados por ello. Teníamos esperanzas. El destino, abruptamente, hizo que se transformaran en dolor.

Carlos: sos protagonista de nuestros mejores recuerdos. Te damos, apesadumbrados, el último adiós.#

Cómo le va, compañero

Por Sergio Espinoza

Siempre llegaba a la redacción del diario con su figura de profesor y la alegría de ingresar a un lugar que lo sentía como propio. Saludaba a todos, se sentaba en su escritorio y se ponía a diagramar los cables de las agencias del diario.

Era minucioso con eso y muy pulcro en su tarea de editar toda esa información.

Yo me sentaba frente a él, me levantaba e iba a su encuentro estrechándole la mano con un “cómo le va, compañero”.

Al principio sentía que le incomodaba. Más de una vez me aclaró con un “compañero, pero de trabajo”, con una sonrisa entre cálida y pícara. Pero, de inmediato, nos poníamos a hablar de política, sobre discursos y hechos que tenían que ver con la noticia del día.

Carlos Zaro era de esos compañeros a los que le gustaba integrarse con los demás. Le gustaban los asados que se organizaban en la redacción. En el diario solía compartir una charla sobre su profesión. Como fue corrector siempre estaba dispuesto a sugerir alguna modificación en el texto si es que se lo consultaban. Particularmente era mi consultor de cabecera.

Una vez llegó al diario y me sorprendió con un “Cómo le va, compañero Espinoza”, que me alegró mucho. Desde ese momento nos empezamos a tratar como compañeros. Así, a secas, sin ninguna aclaración mediante.

El “compañero Espinoza” ya salía de su voz con naturalidad y sobrevenía un apretón de manos. Yo, con una sonrisa de oreja a oreja.

La última vez que lo vi llegó al diario después de una larga licencia por una dolencia que lo tenía a mal traer. Entró y se paró en el centro de la redacción como diciéndonos, “volví, acá estoy de nuevo”. Todos lo vimos y nos sorprendimos. “Bienvenido, compañero”, le dije y lo estreché en un abrazo. Así, con esa misma alegría de reencontrarlo, lo hicimos todos. Trató, juro que trató de realizar su tarea diaria, pero no podía, se lo notaba cansado y dolorido.

La última vez que hablé con Zaro fue por celular. Estaba internado en Buenos Aires. Apenas escuché su voz le dije un enérgico “¿hablo con el compañero Carlos Zaro?”. Dudó primero en contestar pero luego afirmó, “sí, sí, quién es”. Cuando supo quién era largó un “Sergito, qué lindo es escucharte. Qué linda sorpresa me diste”. Ahí nos pusimos hablar de cosas poco importantes, hasta que me comenzó a enumerar sensaciones, “qué linda la redacción, cómo están los muchachos, qué lindo momentos pasamos, recuerdo los asados, cómo me gustaría que hagamos uno de nuevo, deciles a los chicos que me llamen, quiero escucharlos a todos, te lo encargo a vos, Sergio, que sé que vas a saber cómo comunicarles esto”.

Tratando de no quebrarme le dije que junto con los compañeros íbamos a hacer un gran asado para cuando regrese. También le prometí que le iba a comunicar su pedido a todos. “Gracias, compañero, gracias”, fue lo último que me dijo.

Gracias a vos Carlitos, y a la vida por haberte conocido.#