A comienzos del siglo XX la “Nouvelle Revue Française” (NRF) era una célebre revista literaria que desde 1908, el año de su fundación, se había convertido en una definitiva plataforma de lanzamiento para nuevos escritores. Su comité de dirección lo formaban André Gide, Jacques Copeau, Jean Schlumberger, André Ruyters, Henri Ghéon y Marcel Drouin. En 1912 Gide propuso crear un sello editorial, “Les Éditions de la NRF”, integrado por el propio Gide, por Jean Schlumberger y Gaston Gallimard, dispuesto a publicar lo mejor de la literatura de esos días.
En septiembre de 1912, recibieron los originales de una novela. Su autor era un hombre de algo más de 40 años, que a los 17 había frecuentado los salones de la alta burguesía parisina; en el de Madame de Caillavet, había conocido a Anatole France y a Alejandro Dumas, hijo. Vincularse con tan célebres escritores ciertamente tuvo que haber ayudado a su vocación literaria, aunque en rigor de verdad, su obra hasta aquel septiembre de 1912 se reducía a un libro publicado en 1896: Los placeres y los días. Se trataba de una recopilación de narraciones breves, de poemas y reflexiones, al más puro estilo decadentista, que podía leerse como una crónica frívola de los salones franceses. La edición de aquel libro había sido financiada por su autor, quien proponía idéntica política para la publicación de esta novela, la primera de un ciclo comenzado nueve años antes.
El comité de lectura de “Les Éditions de la NRF” casi no discutió la novela. Por encima de cualquier juicio se impuso el de André Gide. Fue categórico y no dejó espacio a la discusión, señaló que una novela que muestra “usos inapropiados del lenguaje” y describe “una frente donde se transparentan las vértebras”, bajo ningún concepto debe publicarse, ni siquiera con los gastos de edición a cargo de su autor. Mediante unas pocas líneas que intentaban justificar el acto, “Les Éditions de la NRF” devolvió los originales. La novela ya había sido rechazada por “Le Mercure de France” y por “Fasquelle Éditions”; finalmente, la editorial “Grasset” accedió a publicarla, siempre y cuando el autor se hiciera cargo de todos los gastos de edición. De ese modo, en 1913 apareció Por el camino de Swann, la primera novela de un ciclo de siete que, bajo el nombre de En busca del tiempo perdido, se constituiría en una de las mayores obras del siglo XX. Marcel Proust sufragó los gastos de aquella primera edición.
No bien la novela estuvo en la calle, el comité de lectura de “Les Éditions de la NRF” le sugirió a Gide que, por favor, la leyera con algo más de atención. Gide aceptó esa sugerencia y comprendió de inmediato el disparate que había cometido al rechazarla. En los primeros días de enero de 1914, Proust recibió una carta de Gide donde, entre otras cosas, decía: “Desde hace algunos días no puedo dejar de leer su libro, me deleito con él (…) Haberlo rechazado será el más grave error de «Nouvelle Revue Française», y además (pues tengo la vergüenza de ser en gran medida el responsable de ello) uno de los pesares, de los remordimientos más mortificantes de mi vida (…) Me había hecho de usted una imagen a partir de algunos encuentros en «el mundo», que se remontan a casi veinte años. Para mí, usted seguía siendo aquel que frecuenta las casas de las señoras X y Z, el que escribe en «Le Figaro»… un snob, un mundano aficionado (…) Y ahora no me alcanza con amar este libro, siento que me apasiono por él (…) sólo para aliviar un poco mi pena esta mañana me confieso a usted, suplicándole que sea más indulgente conmigo de lo que yo mismo lo soy”.
Unas horas después, Gide le envió otra carta a Proust, en ella anunciaba que “La «Nouvelle Revue Française» está dispuesta a encargarse de todos los gastos de publicación, y hacer lo imposible para que el primer volumen se una en su colección a los siguientes, apenas se agote la edición actual”.
El 12 de enero de 1914, Gide recibió la respuesta de Proust. “Con frecuencia —decía— sentí que ciertas grandes alegrías llevan implícitas como condición que antes nos hubiésemos vistos privados de una alegría de menor calidad, que merecíamos, y sin cuyo deseo jamás habríamos podido conocer la otra, la más bella. Sin el rechazo, sin los rechazos repetidos de la «Nouvelle Revue Française», no habría recibido su carta (…) la dicha de recibir su carta supera infinitamente la que habría tenido de haber sido publicado por la «Nouvelle Revue Française» (…) Mi querido Gide, soy totalmente sincero cuando le digo que los sentimientos que conservo por usted (fuera de mi profunda admiración) sólo son los del agradecimiento más emocionado”.
¿Esto que sucedió hace casi un siglo podría repetirse en la actualidad? Imaginemos por un instante a Marcel Proust enviando los originales de Por el camino de Swann a un gran pool editorial. Lo hubieran rechazado sin más vueltas, con un valor agregado: Proust no recibiría ninguna carta de Gide. Las grandes editoriales han modificado los comités de lecturas: donde antes había catedráticos, escritores y críticos, hoy hay eficaces expertos en marketing, que aunque poco sepan de literatura mucho saben de cómo vender un producto.#
A comienzos del siglo XX la “Nouvelle Revue Française” (NRF) era una célebre revista literaria que desde 1908, el año de su fundación, se había convertido en una definitiva plataforma de lanzamiento para nuevos escritores. Su comité de dirección lo formaban André Gide, Jacques Copeau, Jean Schlumberger, André Ruyters, Henri Ghéon y Marcel Drouin. En 1912 Gide propuso crear un sello editorial, “Les Éditions de la NRF”, integrado por el propio Gide, por Jean Schlumberger y Gaston Gallimard, dispuesto a publicar lo mejor de la literatura de esos días.
En septiembre de 1912, recibieron los originales de una novela. Su autor era un hombre de algo más de 40 años, que a los 17 había frecuentado los salones de la alta burguesía parisina; en el de Madame de Caillavet, había conocido a Anatole France y a Alejandro Dumas, hijo. Vincularse con tan célebres escritores ciertamente tuvo que haber ayudado a su vocación literaria, aunque en rigor de verdad, su obra hasta aquel septiembre de 1912 se reducía a un libro publicado en 1896: Los placeres y los días. Se trataba de una recopilación de narraciones breves, de poemas y reflexiones, al más puro estilo decadentista, que podía leerse como una crónica frívola de los salones franceses. La edición de aquel libro había sido financiada por su autor, quien proponía idéntica política para la publicación de esta novela, la primera de un ciclo comenzado nueve años antes.
El comité de lectura de “Les Éditions de la NRF” casi no discutió la novela. Por encima de cualquier juicio se impuso el de André Gide. Fue categórico y no dejó espacio a la discusión, señaló que una novela que muestra “usos inapropiados del lenguaje” y describe “una frente donde se transparentan las vértebras”, bajo ningún concepto debe publicarse, ni siquiera con los gastos de edición a cargo de su autor. Mediante unas pocas líneas que intentaban justificar el acto, “Les Éditions de la NRF” devolvió los originales. La novela ya había sido rechazada por “Le Mercure de France” y por “Fasquelle Éditions”; finalmente, la editorial “Grasset” accedió a publicarla, siempre y cuando el autor se hiciera cargo de todos los gastos de edición. De ese modo, en 1913 apareció Por el camino de Swann, la primera novela de un ciclo de siete que, bajo el nombre de En busca del tiempo perdido, se constituiría en una de las mayores obras del siglo XX. Marcel Proust sufragó los gastos de aquella primera edición.
No bien la novela estuvo en la calle, el comité de lectura de “Les Éditions de la NRF” le sugirió a Gide que, por favor, la leyera con algo más de atención. Gide aceptó esa sugerencia y comprendió de inmediato el disparate que había cometido al rechazarla. En los primeros días de enero de 1914, Proust recibió una carta de Gide donde, entre otras cosas, decía: “Desde hace algunos días no puedo dejar de leer su libro, me deleito con él (…) Haberlo rechazado será el más grave error de «Nouvelle Revue Française», y además (pues tengo la vergüenza de ser en gran medida el responsable de ello) uno de los pesares, de los remordimientos más mortificantes de mi vida (…) Me había hecho de usted una imagen a partir de algunos encuentros en «el mundo», que se remontan a casi veinte años. Para mí, usted seguía siendo aquel que frecuenta las casas de las señoras X y Z, el que escribe en «Le Figaro»… un snob, un mundano aficionado (…) Y ahora no me alcanza con amar este libro, siento que me apasiono por él (…) sólo para aliviar un poco mi pena esta mañana me confieso a usted, suplicándole que sea más indulgente conmigo de lo que yo mismo lo soy”.
Unas horas después, Gide le envió otra carta a Proust, en ella anunciaba que “La «Nouvelle Revue Française» está dispuesta a encargarse de todos los gastos de publicación, y hacer lo imposible para que el primer volumen se una en su colección a los siguientes, apenas se agote la edición actual”.
El 12 de enero de 1914, Gide recibió la respuesta de Proust. “Con frecuencia —decía— sentí que ciertas grandes alegrías llevan implícitas como condición que antes nos hubiésemos vistos privados de una alegría de menor calidad, que merecíamos, y sin cuyo deseo jamás habríamos podido conocer la otra, la más bella. Sin el rechazo, sin los rechazos repetidos de la «Nouvelle Revue Française», no habría recibido su carta (…) la dicha de recibir su carta supera infinitamente la que habría tenido de haber sido publicado por la «Nouvelle Revue Française» (…) Mi querido Gide, soy totalmente sincero cuando le digo que los sentimientos que conservo por usted (fuera de mi profunda admiración) sólo son los del agradecimiento más emocionado”.
¿Esto que sucedió hace casi un siglo podría repetirse en la actualidad? Imaginemos por un instante a Marcel Proust enviando los originales de Por el camino de Swann a un gran pool editorial. Lo hubieran rechazado sin más vueltas, con un valor agregado: Proust no recibiría ninguna carta de Gide. Las grandes editoriales han modificado los comités de lecturas: donde antes había catedráticos, escritores y críticos, hoy hay eficaces expertos en marketing, que aunque poco sepan de literatura mucho saben de cómo vender un producto.#