"No vi a Amaya torturado"

Lo dijo el médico de Trelew Luis García en la apertura del juicio que investiga el crimen del abogado y las torturas a Hipólito Solari Yrigoyen.

19 MAR 2013 - 21:56 | Actualizado

Por Rolando Tobarez

El médico de Trelew, Luis Eduardo García, rompió el silencio y ante el tribunal que lo juzga aseguró que no sólo no encubrió las torturas sino que hizo lo posible para aliviar el asma que sufría el abogado radical Mario Abel Amaya. Además reunió información de la salud su correligionario, habló con la familia y recomendó su traslado a un centro de alta complejidad para evitar su muerte.

Estos datos fueron la sorpresa del primer día del juicio por la tortura y muerte de Amaya y las vejaciones en perjuicio de Hipólito Solari Yrigoyen, en la Unidad Penitenciaria 6 de Rawson, en setiembre de 1976. La audiencia duró cerca de tres horas en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson.

El exministro radical también reveló que nunca vio signos de vejámenes en el cuerpo de Amaya ni el tajo profundo en su cabeza que en cambio, varios testigos dijeron haber observado. Más aún: García advirtió que aún si hubiese verificado esta herida u otro rastro de tortura, no lo hubiese denunciado porque era poner la vida de Amaya bajo un riesgo todavía mayor. Al médico lo acusan de haber sabido de la existencia de tormentos y no haberlos denunciado en su carácter de funcionario público, integrante del servicio sanitario.

Ni Osvaldo Fano, exjefe de la U-6, ni Jorge Steding, exguardiacárcel, quisieron declarar. Es la costumbre de los acusados en juicios de lesa humanidad. García prefirió otra cosa y en media hora contó su versión de los hechos.

Afiliado a la Unión Cívica Radical desde los 18 años, García explicó que aceptó el cargo en la U-6 porque faltaban médicos. Todavía gobernaba Isabel Perón. Pero cuando llegó el golpe militar “dudé en seguir o no con la dictadura”.

Consultó con Edgar Rhys, pastor adventista y colega en la U-6, y con Atilio Viglione, dueño del Sanatorio Trelew y futuro gobernador. “Me dijeron que había que quedarse y atender a los presos políticos”. Rhys hasta le advirtió que si dejaba el trabajo “toda la vida me iba a reprochar haber sido un cobarde”.

El 15 de setiembre de 1976 llegó Amaya a la sala de internación. Llevaba más de 12 horas de crisis asmática y ya no respondía a los medicamentos tradicionales. La enfermería del penal era básica pero según García, aún así logró recuperarlo en 48 horas. “Era hipertenso y el asma que tenía no se podía controlar”, explicó.

El médico aseguró que le preguntó al abogado si tenia algo que contarle. “Amaya me dijo que no y yo quería que cualquier información saliera voluntariamente de él porque se sabía lo que pasaba y que había estado desaparecido”.

“No le vi absolutamente nada –añadió-. Ninguna lesión y jamás lo atendí en su celda. La primera vez que lo vi fue en la sala de internación y a simple vista no se le veía nada y tampoco él me contaba nada”.

García se contactó con la familia del abogado preso y les informó de su estado. “Les di la idea de que fuera derivado y hasta Viglione, delante mío, habló con (Raúl) Alfonsín, que estaba preocupado por Amaya, y le dijo que lo atendía un profesional de confianza del partido”. García revisó al preso político durante 6 días seguidos.

Los fiscales Fernando Gélvez y Horacio Arranz escucharon sin preguntar. Sabían que García hablaría pero para ellos no cambia nada. Igual que Sergio Oribones, defensor de Steding. Sólo Fabián Gabalachis, defensor de Fano, evacuó alguna duda. El resto de las preguntas fueron de Nora Monella, presidente del tribunal, y Alejandro Ruggero, juez suplente.

El médico dijo sentir “orgullo” por haber sacado de su crisis asmática al abogado. Y ensayó lo que llamó un “ejercicio imaginario”: ¿qué debió haber hecho si detectaba rastros de tortura? “Como médico no podía exponerlo a posibles represalias, porque yo me iba pero él se quedaba. ¿Tenía que denunciar y poner en peligro la vida del paciente? En un caso así el médico debe incumplir la ley porque se privilegia la vida. Además se habla mucho de esa lesión pero nunca se demostró ni su ubicación exacta ni cómo se produjo”.

García, especialista en afecciones respiratorias, graficó que en 40 años de ejercicio nunca revisó la cabeza de un paciente. “Amaya tenía antecedentes y era candidato a un evento coronario o respiratorio que en el penal no íbamos a poder atender, por la poca complejidad que teníamos. No era un paciente para estar preso ni para estar en la zona”.

Rozando el plano político, explicó que estudió Medicina a los 17 años. “Jamás tuve intenciones de dañar a nadie ni tuve reproches éticos. Una vez fui elegido concejal y tres veces diputado y en los debates legislativos, que son muy duros, nunca nadie me objetó nada”. Según García, hasta hubo conferencias de prensa de presos políticos que lo desvincularon de toda acusación. “En el caso de Amaya nunca vi ninguna lesión ni tuve la sensación de tener nada que denunciar”.

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19 MAR 2013 - 21:56

Por Rolando Tobarez

El médico de Trelew, Luis Eduardo García, rompió el silencio y ante el tribunal que lo juzga aseguró que no sólo no encubrió las torturas sino que hizo lo posible para aliviar el asma que sufría el abogado radical Mario Abel Amaya. Además reunió información de la salud su correligionario, habló con la familia y recomendó su traslado a un centro de alta complejidad para evitar su muerte.

Estos datos fueron la sorpresa del primer día del juicio por la tortura y muerte de Amaya y las vejaciones en perjuicio de Hipólito Solari Yrigoyen, en la Unidad Penitenciaria 6 de Rawson, en setiembre de 1976. La audiencia duró cerca de tres horas en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson.

El exministro radical también reveló que nunca vio signos de vejámenes en el cuerpo de Amaya ni el tajo profundo en su cabeza que en cambio, varios testigos dijeron haber observado. Más aún: García advirtió que aún si hubiese verificado esta herida u otro rastro de tortura, no lo hubiese denunciado porque era poner la vida de Amaya bajo un riesgo todavía mayor. Al médico lo acusan de haber sabido de la existencia de tormentos y no haberlos denunciado en su carácter de funcionario público, integrante del servicio sanitario.

Ni Osvaldo Fano, exjefe de la U-6, ni Jorge Steding, exguardiacárcel, quisieron declarar. Es la costumbre de los acusados en juicios de lesa humanidad. García prefirió otra cosa y en media hora contó su versión de los hechos.

Afiliado a la Unión Cívica Radical desde los 18 años, García explicó que aceptó el cargo en la U-6 porque faltaban médicos. Todavía gobernaba Isabel Perón. Pero cuando llegó el golpe militar “dudé en seguir o no con la dictadura”.

Consultó con Edgar Rhys, pastor adventista y colega en la U-6, y con Atilio Viglione, dueño del Sanatorio Trelew y futuro gobernador. “Me dijeron que había que quedarse y atender a los presos políticos”. Rhys hasta le advirtió que si dejaba el trabajo “toda la vida me iba a reprochar haber sido un cobarde”.

El 15 de setiembre de 1976 llegó Amaya a la sala de internación. Llevaba más de 12 horas de crisis asmática y ya no respondía a los medicamentos tradicionales. La enfermería del penal era básica pero según García, aún así logró recuperarlo en 48 horas. “Era hipertenso y el asma que tenía no se podía controlar”, explicó.

El médico aseguró que le preguntó al abogado si tenia algo que contarle. “Amaya me dijo que no y yo quería que cualquier información saliera voluntariamente de él porque se sabía lo que pasaba y que había estado desaparecido”.

“No le vi absolutamente nada –añadió-. Ninguna lesión y jamás lo atendí en su celda. La primera vez que lo vi fue en la sala de internación y a simple vista no se le veía nada y tampoco él me contaba nada”.

García se contactó con la familia del abogado preso y les informó de su estado. “Les di la idea de que fuera derivado y hasta Viglione, delante mío, habló con (Raúl) Alfonsín, que estaba preocupado por Amaya, y le dijo que lo atendía un profesional de confianza del partido”. García revisó al preso político durante 6 días seguidos.

Los fiscales Fernando Gélvez y Horacio Arranz escucharon sin preguntar. Sabían que García hablaría pero para ellos no cambia nada. Igual que Sergio Oribones, defensor de Steding. Sólo Fabián Gabalachis, defensor de Fano, evacuó alguna duda. El resto de las preguntas fueron de Nora Monella, presidente del tribunal, y Alejandro Ruggero, juez suplente.

El médico dijo sentir “orgullo” por haber sacado de su crisis asmática al abogado. Y ensayó lo que llamó un “ejercicio imaginario”: ¿qué debió haber hecho si detectaba rastros de tortura? “Como médico no podía exponerlo a posibles represalias, porque yo me iba pero él se quedaba. ¿Tenía que denunciar y poner en peligro la vida del paciente? En un caso así el médico debe incumplir la ley porque se privilegia la vida. Además se habla mucho de esa lesión pero nunca se demostró ni su ubicación exacta ni cómo se produjo”.

García, especialista en afecciones respiratorias, graficó que en 40 años de ejercicio nunca revisó la cabeza de un paciente. “Amaya tenía antecedentes y era candidato a un evento coronario o respiratorio que en el penal no íbamos a poder atender, por la poca complejidad que teníamos. No era un paciente para estar preso ni para estar en la zona”.

Rozando el plano político, explicó que estudió Medicina a los 17 años. “Jamás tuve intenciones de dañar a nadie ni tuve reproches éticos. Una vez fui elegido concejal y tres veces diputado y en los debates legislativos, que son muy duros, nunca nadie me objetó nada”. Según García, hasta hubo conferencias de prensa de presos políticos que lo desvincularon de toda acusación. “En el caso de Amaya nunca vi ninguna lesión ni tuve la sensación de tener nada que denunciar”.


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