“Me cae muy mal que gente que lo trató diga que no vio la herida en la cabeza de Mario Amaya”

El médico de Trelew había dicho que en la U-6 de Rawson revisó al abogado asesinado pero que no vio signos de tortura. Solari lo refutó: “En la cárcel nos rapaban y era imposible no ver el corte que tenía”. Dijo que no tuvieron atención médica en el penal y eso fue “el principio de la muerte de Amaya”.

20 MAR 2013 - 22:29 | Actualizado

El dirigente radical Hipólito Solari Yrigoyen desmintió tajante los dichos de su correligionario Luis Eduardo García, quien está acusado de haber encubierto las torturas de Mario Abel Amaya en la Unidad 6 de Rawson. El martes, el médico admitió ante el tribunal que revisó al abogado asesinado pero aseguró que no le detectó golpes ni una profunda herida en la cabeza que varios testigos dicen haber visto.

Pero ayer, el exsenador mencionó el tema al menos 10 veces en su declaración y dijo lo contrario: “Recalco con énfasis que a Amaya lo vi con una herida muy seria en la cabeza y si alguien dijo que no se la vio, no dijo la verdad, porque era larga y bien visible. Nadie podía dejar de verla”.

La frase causó un murmullo general en el recinto del Cine Teatro “José Hernández” de Rawson. Allí se juzgan el caso Amaya y las torturas que sufrió Solari Yrigoyen en setiembre de 1976 en el penal capitalino.

En su doble rol de testigo y víctima de delitos de lesa humanidad, Solari recordó que en la causa “hay muchos testigos, entre ellos Raúl Alfonsín, con quien hemos hablado del tema largo y tendido, que le vieron la herida ya en el ataúd. Era muy grande y era imposible no verla”.

Otro radical que observó la lesión y se lo comentó fue Ricardo Balbín. También el hijo mayor de Solari vio la herida de Amaya. “Hay muchos más testimonios de gente que la vio que los funcionarios que puedan haber dicho que no la vieron”.

Solari añadió otro dato comprometedor para García: explicó que al ingresar al penal, los presos políticos eran rapados y hacía más fácil observar heridas a simple vista. Y deslizó que al contrario de lo dicho por el médico, una denuncia podía complicar al denunciante pero no ponía en riesgo la vida del preso.

Durante 15 días no tuvieron atención sanitaria. “El peluquero fue el único que con nosotros tuvo un trato honorable y no como si fuésemos animales”. Cabe recordar que ante el tribunal que lo juzga en Rawson, el exministro radical había asegurado que no observó marcas de golpes en Amaya y que sólo lo revisó por su asma.

“Me cae muy mal que gente que lo trató diga que no vio la herida”, insistió Solari, que en su relato no nombró al médico imputado. “La madre de Amaya lo visitó cuando lo trasladaron a Devoto pero pasó de largo y no lo reconoció, por lo maltrecho que estaba. Eso se lo contó entre llantos a mi mujer”, reveló el exsenador.

“Los que negaron haber visto la herida no dijeron la verdad y en esto soy categórico. Hubo algunos que lo negaron, entonces que asuman esa responsabilidad. No puedo creer que alguien que lo haya mirado diga que no tenía la herida”.

De tono colorado, el corte estaba del lado izquierdo de la cabeza de Amaya. La herida fue producto de la golpiza de dos días que ambos recibieron cuando llegaron a la Unidad 6 de Rawson desde Bahía Blanca, el 11 de setiembre del ´76. “Era bien visible, tanto que cuando me enteré que algunos dijeron que no la habían visto, para mis adentros pensé ´No dicen la verdad´. Hubo testigos calificados que la vieron aún cuando ya estaba muerto”. Para el dirigente, esa golpiza fue “el principio de la muerte de Amaya”. Hasta Edgar Rhys, uno de los médicos del penal, le confesó a Solari que Amaya estaba “muy mal”.

El testigo calificó al fallecido médico Juan Carlos Saleg como “un hombre del régimen que no cumplió con su deber” y ratificó que el servicio sanitario del penal casi no les dio atención a los presos políticos. Recetaban Valium para cualquier molestia. “Nunca nos preguntaron nada acerca de lo que habíamos pasado antes”. Había visitas pero no revisaciones.

En el ´76 Solari le pidió a su familia que deje de visitarlo porque ni valía la pena. Le escribían pero las cartas no llegaban. La ducha era “tremendamente fría” y las celdas eran una invasión de chinches. A veces los guardias despertaban de madrugada para preguntarle a los gritos a cuánta gente había asesinado. “La sopa que nos daban era un poco de grasa de oveja intomable: nunca fui gordo pero en la cárcel perdí 14 kilos”.

En su testimonio se acordó de otro involucrado que murió antes del inicio del juicio: Carlos Barbot, exjefe militar en el Valle, “un gran represor que hizo desaparecer gente”. En cuanto al papel del único imputado por su causa, el exdirector de la U-6 Osvaldo Fano, Solari advirtió que el director "no podía dejar de tener conocimiento ni podía ignorar lo que sucedía porque era personal bajo sus órdenes”.

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20 MAR 2013 - 22:29

El dirigente radical Hipólito Solari Yrigoyen desmintió tajante los dichos de su correligionario Luis Eduardo García, quien está acusado de haber encubierto las torturas de Mario Abel Amaya en la Unidad 6 de Rawson. El martes, el médico admitió ante el tribunal que revisó al abogado asesinado pero aseguró que no le detectó golpes ni una profunda herida en la cabeza que varios testigos dicen haber visto.

Pero ayer, el exsenador mencionó el tema al menos 10 veces en su declaración y dijo lo contrario: “Recalco con énfasis que a Amaya lo vi con una herida muy seria en la cabeza y si alguien dijo que no se la vio, no dijo la verdad, porque era larga y bien visible. Nadie podía dejar de verla”.

La frase causó un murmullo general en el recinto del Cine Teatro “José Hernández” de Rawson. Allí se juzgan el caso Amaya y las torturas que sufrió Solari Yrigoyen en setiembre de 1976 en el penal capitalino.

En su doble rol de testigo y víctima de delitos de lesa humanidad, Solari recordó que en la causa “hay muchos testigos, entre ellos Raúl Alfonsín, con quien hemos hablado del tema largo y tendido, que le vieron la herida ya en el ataúd. Era muy grande y era imposible no verla”.

Otro radical que observó la lesión y se lo comentó fue Ricardo Balbín. También el hijo mayor de Solari vio la herida de Amaya. “Hay muchos más testimonios de gente que la vio que los funcionarios que puedan haber dicho que no la vieron”.

Solari añadió otro dato comprometedor para García: explicó que al ingresar al penal, los presos políticos eran rapados y hacía más fácil observar heridas a simple vista. Y deslizó que al contrario de lo dicho por el médico, una denuncia podía complicar al denunciante pero no ponía en riesgo la vida del preso.

Durante 15 días no tuvieron atención sanitaria. “El peluquero fue el único que con nosotros tuvo un trato honorable y no como si fuésemos animales”. Cabe recordar que ante el tribunal que lo juzga en Rawson, el exministro radical había asegurado que no observó marcas de golpes en Amaya y que sólo lo revisó por su asma.

“Me cae muy mal que gente que lo trató diga que no vio la herida”, insistió Solari, que en su relato no nombró al médico imputado. “La madre de Amaya lo visitó cuando lo trasladaron a Devoto pero pasó de largo y no lo reconoció, por lo maltrecho que estaba. Eso se lo contó entre llantos a mi mujer”, reveló el exsenador.

“Los que negaron haber visto la herida no dijeron la verdad y en esto soy categórico. Hubo algunos que lo negaron, entonces que asuman esa responsabilidad. No puedo creer que alguien que lo haya mirado diga que no tenía la herida”.

De tono colorado, el corte estaba del lado izquierdo de la cabeza de Amaya. La herida fue producto de la golpiza de dos días que ambos recibieron cuando llegaron a la Unidad 6 de Rawson desde Bahía Blanca, el 11 de setiembre del ´76. “Era bien visible, tanto que cuando me enteré que algunos dijeron que no la habían visto, para mis adentros pensé ´No dicen la verdad´. Hubo testigos calificados que la vieron aún cuando ya estaba muerto”. Para el dirigente, esa golpiza fue “el principio de la muerte de Amaya”. Hasta Edgar Rhys, uno de los médicos del penal, le confesó a Solari que Amaya estaba “muy mal”.

El testigo calificó al fallecido médico Juan Carlos Saleg como “un hombre del régimen que no cumplió con su deber” y ratificó que el servicio sanitario del penal casi no les dio atención a los presos políticos. Recetaban Valium para cualquier molestia. “Nunca nos preguntaron nada acerca de lo que habíamos pasado antes”. Había visitas pero no revisaciones.

En el ´76 Solari le pidió a su familia que deje de visitarlo porque ni valía la pena. Le escribían pero las cartas no llegaban. La ducha era “tremendamente fría” y las celdas eran una invasión de chinches. A veces los guardias despertaban de madrugada para preguntarle a los gritos a cuánta gente había asesinado. “La sopa que nos daban era un poco de grasa de oveja intomable: nunca fui gordo pero en la cárcel perdí 14 kilos”.

En su testimonio se acordó de otro involucrado que murió antes del inicio del juicio: Carlos Barbot, exjefe militar en el Valle, “un gran represor que hizo desaparecer gente”. En cuanto al papel del único imputado por su causa, el exdirector de la U-6 Osvaldo Fano, Solari advirtió que el director "no podía dejar de tener conocimiento ni podía ignorar lo que sucedía porque era personal bajo sus órdenes”.


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