Relato de un náufrago

Andrés Rodríguez quedó encerrado bajo el agua en la cabina de un barco que se hundía. Cayó a un mar helado con campera, pullóver y botas. Se hundió a más de 15 metros y no sabe cuánto tiempo pasó hasta que lo rescataron. A poco más de un año dice: “No quería morir”.

27 ABR 2014 - 20:09 | Actualizado

-¿Sabés qué fue lo más terrible? Que no me quería morir. Que solo, en medio del mar, pensaba que no podía dejar solas a mi hija y a mi nieta. Que tenía que seguir. Pero por otro lado en un momento empecé a sentir calor en el cuerpo. Y como una paz. Pensé que me había llegado la hora, la muerte.

-¿Y cuando te diste cuenta que la vida te había dado otra oportunidad?

-Cuando me acostaron en la cubierta del barco que me rescató y sentí que me pinchaban los langostinos me dije “estoy vivo, la peleé y zafé”.

Todavía se le caen algunas lágrimas cuando recuerda lo que para él fue una pesadilla que puede decirse, todavía le golpea en la cabeza. Andrés “Chorizo” Rodríguez es un marinero de Rawson. Convive con el agua desde los 16 años. Sobrevivió a un naufragio sólo por eso que dijo al principio: no quería morir. Tenía todos sus afectos sobre la tierra y para nada deseaba dejarlos.

Estaba frío y nublado la mañana del 13 de febrero de 2013 cuando junto a otros tres marineros decidieron salir para una de las últimas capturas de langostino de la temporada. Subieron al Neptunia III. A unos 20 kilómetros del Puerto de Rawson otro barco, el Cáliz, hizo una maniobra de pesca muy cerca de ellos y los enganchó. Fue todo muy rápido. Andrés y su compañero Alexis quedaron encerrados en la timonera. Los otros dos, Tota y Maxi, estaban en la cubierta. El Neptunia comenzó a hundirse de costado porque el mar no le dio ninguna tregua. Andrés le dijo a su compañero que salga porque los dos no pasaban por la puerta. Y él quedó encerrado en un pequeño lugar repleto de agua. Empezó a buscar una salida que no estaba en ningún lado.

-No lo podía creer. El barco estaba totalmente inclinado. Me senté en la cocina para esperar que se hunda. En tanto el agua me pegaba por todos lados. Como el barco que nos enganchó seguía arrastrándonos había como una turbulencia adentro que no me dejaba salir. Para colmo yo estaba con botas, pullover, campera. Vestido para trabajar.

-¿Cómo siguió todo?

-Me pude enganchar de la puerta. Aún no puedo creer la sangre fría que tuve en ese momento. Tenía que salir rápido y lo logré. Salí a la superficie y pude respirar. La temperatura era bajísima. Miraba el barco darse vuelta y no lo podía creer. Creí que era una pesadilla. Lo que no imaginé era que recién empezaba.

-¿Lograste sostenerte agarrado del barco?

-No, porque el que lo enganchó no lo largó y comenzó a llevárselo. Quedé solo en el medio del mar. Para colmo la marejada era cortita y no me dejaba ver. Muchas olas y rápidas que me daban en la cara. Lo primero que pensé era que tenía que sacarme la ropa para poder sostenerme. Porque me iba hundiendo y me quedaba sin aire. Perdí el sentido de la orientación. Y me hundía. Por las cosas que sentí me dijeron que al menos estuve a 15 metros de profundidad.

-¿Cómo hiciste para salir a flote con el agua helada y la ropa puesta?

-Ya me había sacado la campera y el pullover. Me quedaban las botas, lo más pesado. Pero me decía a mi mismo “tengo que salir”. Y lo intenté. Parecía que no iba a llegar. Tragué mucha agua y ya casi no podía respirar. Hasta que vi algo de claridad. Llegué a la superficie pero ya a esa altura no sentía las piernas.

-¿Y qué pasó con tus compañeros?

-Ellos estaban a salvo arriba del barco y me gritaban que aguantara. Que iba a salir. Pero las botas fueron un problema y otra vez me hundieron. En ese momento “pasó” un cajón por al lado mío. Lo tomé. Y me mantuve un poco. Fui otra vez para abajo para sacarme las botas. Una me la pude sacar agarrado del cajón. Pero la otra fue más difícil porque tenía el tobillo hinchado. Lo logré hundiéndome de nuevo. Cuando salí a la superficie por supuesto que el cajón no estaba más. Y otra vez me sentí solo en medio del mar.

-¿Sentías en ese momento que podías lograrlo, que podías salvarte?

-En todo momento. Pensaba en mi hija, en mi nieta. “No las voy a dejar”, me decía. Se me aparecía la cara de mi nietita que en ese momento tenía 3 meses. Ya no me respondían las piernas. Y las manos casi tampoco. Me mantuve parado como pude. Pero no daba más y me hundía. Igual la cabeza aún me respondía. No me quería morir. Pero no daba más. Y cuando me hundí de nuevo e intenté volver a la superficie dije “esta es la última vez, se terminó”. Ya ni sabía cuánto tiempo hacía que estaba peleando, perdí sentido de todo.

-¿Fue el momento más duro?

-Creo que sí. Porque de pronto empecé a sentir calor en todo el cuerpo. Y hasta paz. Y me pregunté si esa era la paz de la muerte. Cuando salí y estaba entregado, vi sobre mi cara la proa del barco que venía a rescatarme. Pegado a mi cabeza. Si tardaba un segundo más en subir, me hubiera arrastrado y yo terminaba destrozado por la hélice. Me corrí y me agarré de un cabo que colgaba. Y ¿podés creer? Estaba suelto. Dije no puede ser. Y para colmo no me veía nadie. Hasta que apareció un muchacho y me tiró otra soga. Me agarré con la poca fuerza que me quedaba. Y me subió. Pero ni siquiera podía agarrarme de las barandas porque mis manos estaban totalmente duras.

-Igual ya estabas a un paso de salvarte.

-No tanto. El muchacho me agarró por debajo de mis axilas. Y le dije: no me sueltes porque caigo de nuevo. Y me dijo: “No te preocupes, me caigo con vos pero no te suelto”. Al final pudo subirme y me tiré en la cubierta. Ahí sentí el pinchazo de los langostinos. Miraba al cielo y me decía “estoy vivo”. Para mí fue un milagro, no era mi hora. En el hospital me dijeron “vos no podés estar vivo”. Pero ahí estaba. Con el cuerpo helado pero el corazón caliente.

-¿Y qué pasó con el barco, con el Neptunia III?

-Quedó en el fondo del mar.

-Vos tuviste más suerte.

-Sí. A veces pensaba en mis amigos y compañeros que murieron por el hundimiento de un barco. Y me decía qué pensarían en esos momentos límite. Yo lo viví. Algunos me dicen “nos imaginamos lo que pasaste”. Y yo les digo que no, es imposible imaginarlo. Hay que vivirlo para saber lo que es.

-Una cosa es vivirlo y otra contarlo.

-Sí, pero te digo: menos mal que lo puedo contar.#

La pesadilla continúa

Le quedaron secuelas. Todavía no puede salir de esa pesadilla que casi le cuesta la vida. Por eso, “Chorizo” Rodríguez tiene que acomodar el cuerpo varias veces para poder dormir. Y en algunos casos duerme sentado. Es que los dolores en la cervical que le quedaron como producto de su desgracia no lo dejan tranquilo. Pero para un médico de la ART, “sólo se mojó un poquito”.

-Por eso no me pagaron indemnización, la que sí cobraron mis otros compañeros. Tuve que recibir ayuda psicológica para salir adelante. Me atendieron un año pero como no encontraron daño físico no me cubrieron todas las necesidades.

-¿Volviste a embarcar?

-Si, después de un año.

-¿Y qué sentiste?

-Ya no es lo mismo. Además cuando veo al Cáliz (el barco que los enganchó) siento un escalofrío. Ya no duermo cuando estoy en alta mar. Pensá que yo quedé adentro de un barco lleno de agua y que dio una vuelta de campana. Es difícil superarlo. Pero cuando te pasa una cosa así te das cuenta de quiénes están al lado tuyo. Esto fue muy difícil, me marcó. Todos los días cuando me despierto me acuerdo lo que pasé. Es duro. Espero superarlo con el tiempo. El mar era una aventura para mí. Pero todo cambió. Tanto tiempo pensé en qué habrán sentido mis amigos que se fueron a pique y no volvieron que fui víctima de mi propio pensamiento. Ahora sé lo que sintieron ellos. Por eso me pone mal lo que declararon los marineros del Cáliz. Cambiaron toda la historia. Y ellos no se dan cuenta que también son marineros. Pero ya está. Hay que seguir. Y yo sigo.#

Literatura y pantalla

Las historias de náufragos son más que atrayentes. Aunque sean historias de ficción captan la atención masiva del público. Por eso hay literatura abundante y también una película. Sin duda alguna que el libro más atrapante sobre estas historias lo escribió el genial Gabriel García Márquez. El libro lleva el mismo título que la nota de estas páginas. “Relato de un náufrago” narra las peripecias de un hombre que estuvo diez días a la deriva arriba de una balsa sin comer ni beber. Fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico con la publicidad. Pero luego fue aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Típico del inolvidable Gabo.

En el cine, Tom Hanks interpretó magistralmente al personaje central de la película “El náufrago”. Un avión de correo cayó al mar y sólo un pasajero sobrevivió. Llegó a una isla donde vivió varios años. En ese tiempo creó un personaje entrañable: Wilson. Una pelota desinflada a la que el actor le pintó una cara. Lo puso en la proa de la balsa que armó para salvarse. En una tormenta Wilson se perdió. Esa escena es emocionante. Finalmente el personaje de Hanks se salvó pero volvió a su casa y tuvo un desengaño: quien era su novia se había casado con otro.

27 ABR 2014 - 20:09

-¿Sabés qué fue lo más terrible? Que no me quería morir. Que solo, en medio del mar, pensaba que no podía dejar solas a mi hija y a mi nieta. Que tenía que seguir. Pero por otro lado en un momento empecé a sentir calor en el cuerpo. Y como una paz. Pensé que me había llegado la hora, la muerte.

-¿Y cuando te diste cuenta que la vida te había dado otra oportunidad?

-Cuando me acostaron en la cubierta del barco que me rescató y sentí que me pinchaban los langostinos me dije “estoy vivo, la peleé y zafé”.

Todavía se le caen algunas lágrimas cuando recuerda lo que para él fue una pesadilla que puede decirse, todavía le golpea en la cabeza. Andrés “Chorizo” Rodríguez es un marinero de Rawson. Convive con el agua desde los 16 años. Sobrevivió a un naufragio sólo por eso que dijo al principio: no quería morir. Tenía todos sus afectos sobre la tierra y para nada deseaba dejarlos.

Estaba frío y nublado la mañana del 13 de febrero de 2013 cuando junto a otros tres marineros decidieron salir para una de las últimas capturas de langostino de la temporada. Subieron al Neptunia III. A unos 20 kilómetros del Puerto de Rawson otro barco, el Cáliz, hizo una maniobra de pesca muy cerca de ellos y los enganchó. Fue todo muy rápido. Andrés y su compañero Alexis quedaron encerrados en la timonera. Los otros dos, Tota y Maxi, estaban en la cubierta. El Neptunia comenzó a hundirse de costado porque el mar no le dio ninguna tregua. Andrés le dijo a su compañero que salga porque los dos no pasaban por la puerta. Y él quedó encerrado en un pequeño lugar repleto de agua. Empezó a buscar una salida que no estaba en ningún lado.

-No lo podía creer. El barco estaba totalmente inclinado. Me senté en la cocina para esperar que se hunda. En tanto el agua me pegaba por todos lados. Como el barco que nos enganchó seguía arrastrándonos había como una turbulencia adentro que no me dejaba salir. Para colmo yo estaba con botas, pullover, campera. Vestido para trabajar.

-¿Cómo siguió todo?

-Me pude enganchar de la puerta. Aún no puedo creer la sangre fría que tuve en ese momento. Tenía que salir rápido y lo logré. Salí a la superficie y pude respirar. La temperatura era bajísima. Miraba el barco darse vuelta y no lo podía creer. Creí que era una pesadilla. Lo que no imaginé era que recién empezaba.

-¿Lograste sostenerte agarrado del barco?

-No, porque el que lo enganchó no lo largó y comenzó a llevárselo. Quedé solo en el medio del mar. Para colmo la marejada era cortita y no me dejaba ver. Muchas olas y rápidas que me daban en la cara. Lo primero que pensé era que tenía que sacarme la ropa para poder sostenerme. Porque me iba hundiendo y me quedaba sin aire. Perdí el sentido de la orientación. Y me hundía. Por las cosas que sentí me dijeron que al menos estuve a 15 metros de profundidad.

-¿Cómo hiciste para salir a flote con el agua helada y la ropa puesta?

-Ya me había sacado la campera y el pullover. Me quedaban las botas, lo más pesado. Pero me decía a mi mismo “tengo que salir”. Y lo intenté. Parecía que no iba a llegar. Tragué mucha agua y ya casi no podía respirar. Hasta que vi algo de claridad. Llegué a la superficie pero ya a esa altura no sentía las piernas.

-¿Y qué pasó con tus compañeros?

-Ellos estaban a salvo arriba del barco y me gritaban que aguantara. Que iba a salir. Pero las botas fueron un problema y otra vez me hundieron. En ese momento “pasó” un cajón por al lado mío. Lo tomé. Y me mantuve un poco. Fui otra vez para abajo para sacarme las botas. Una me la pude sacar agarrado del cajón. Pero la otra fue más difícil porque tenía el tobillo hinchado. Lo logré hundiéndome de nuevo. Cuando salí a la superficie por supuesto que el cajón no estaba más. Y otra vez me sentí solo en medio del mar.

-¿Sentías en ese momento que podías lograrlo, que podías salvarte?

-En todo momento. Pensaba en mi hija, en mi nieta. “No las voy a dejar”, me decía. Se me aparecía la cara de mi nietita que en ese momento tenía 3 meses. Ya no me respondían las piernas. Y las manos casi tampoco. Me mantuve parado como pude. Pero no daba más y me hundía. Igual la cabeza aún me respondía. No me quería morir. Pero no daba más. Y cuando me hundí de nuevo e intenté volver a la superficie dije “esta es la última vez, se terminó”. Ya ni sabía cuánto tiempo hacía que estaba peleando, perdí sentido de todo.

-¿Fue el momento más duro?

-Creo que sí. Porque de pronto empecé a sentir calor en todo el cuerpo. Y hasta paz. Y me pregunté si esa era la paz de la muerte. Cuando salí y estaba entregado, vi sobre mi cara la proa del barco que venía a rescatarme. Pegado a mi cabeza. Si tardaba un segundo más en subir, me hubiera arrastrado y yo terminaba destrozado por la hélice. Me corrí y me agarré de un cabo que colgaba. Y ¿podés creer? Estaba suelto. Dije no puede ser. Y para colmo no me veía nadie. Hasta que apareció un muchacho y me tiró otra soga. Me agarré con la poca fuerza que me quedaba. Y me subió. Pero ni siquiera podía agarrarme de las barandas porque mis manos estaban totalmente duras.

-Igual ya estabas a un paso de salvarte.

-No tanto. El muchacho me agarró por debajo de mis axilas. Y le dije: no me sueltes porque caigo de nuevo. Y me dijo: “No te preocupes, me caigo con vos pero no te suelto”. Al final pudo subirme y me tiré en la cubierta. Ahí sentí el pinchazo de los langostinos. Miraba al cielo y me decía “estoy vivo”. Para mí fue un milagro, no era mi hora. En el hospital me dijeron “vos no podés estar vivo”. Pero ahí estaba. Con el cuerpo helado pero el corazón caliente.

-¿Y qué pasó con el barco, con el Neptunia III?

-Quedó en el fondo del mar.

-Vos tuviste más suerte.

-Sí. A veces pensaba en mis amigos y compañeros que murieron por el hundimiento de un barco. Y me decía qué pensarían en esos momentos límite. Yo lo viví. Algunos me dicen “nos imaginamos lo que pasaste”. Y yo les digo que no, es imposible imaginarlo. Hay que vivirlo para saber lo que es.

-Una cosa es vivirlo y otra contarlo.

-Sí, pero te digo: menos mal que lo puedo contar.#

La pesadilla continúa

Le quedaron secuelas. Todavía no puede salir de esa pesadilla que casi le cuesta la vida. Por eso, “Chorizo” Rodríguez tiene que acomodar el cuerpo varias veces para poder dormir. Y en algunos casos duerme sentado. Es que los dolores en la cervical que le quedaron como producto de su desgracia no lo dejan tranquilo. Pero para un médico de la ART, “sólo se mojó un poquito”.

-Por eso no me pagaron indemnización, la que sí cobraron mis otros compañeros. Tuve que recibir ayuda psicológica para salir adelante. Me atendieron un año pero como no encontraron daño físico no me cubrieron todas las necesidades.

-¿Volviste a embarcar?

-Si, después de un año.

-¿Y qué sentiste?

-Ya no es lo mismo. Además cuando veo al Cáliz (el barco que los enganchó) siento un escalofrío. Ya no duermo cuando estoy en alta mar. Pensá que yo quedé adentro de un barco lleno de agua y que dio una vuelta de campana. Es difícil superarlo. Pero cuando te pasa una cosa así te das cuenta de quiénes están al lado tuyo. Esto fue muy difícil, me marcó. Todos los días cuando me despierto me acuerdo lo que pasé. Es duro. Espero superarlo con el tiempo. El mar era una aventura para mí. Pero todo cambió. Tanto tiempo pensé en qué habrán sentido mis amigos que se fueron a pique y no volvieron que fui víctima de mi propio pensamiento. Ahora sé lo que sintieron ellos. Por eso me pone mal lo que declararon los marineros del Cáliz. Cambiaron toda la historia. Y ellos no se dan cuenta que también son marineros. Pero ya está. Hay que seguir. Y yo sigo.#

Literatura y pantalla

Las historias de náufragos son más que atrayentes. Aunque sean historias de ficción captan la atención masiva del público. Por eso hay literatura abundante y también una película. Sin duda alguna que el libro más atrapante sobre estas historias lo escribió el genial Gabriel García Márquez. El libro lleva el mismo título que la nota de estas páginas. “Relato de un náufrago” narra las peripecias de un hombre que estuvo diez días a la deriva arriba de una balsa sin comer ni beber. Fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico con la publicidad. Pero luego fue aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Típico del inolvidable Gabo.

En el cine, Tom Hanks interpretó magistralmente al personaje central de la película “El náufrago”. Un avión de correo cayó al mar y sólo un pasajero sobrevivió. Llegó a una isla donde vivió varios años. En ese tiempo creó un personaje entrañable: Wilson. Una pelota desinflada a la que el actor le pintó una cara. Lo puso en la proa de la balsa que armó para salvarse. En una tormenta Wilson se perdió. Esa escena es emocionante. Finalmente el personaje de Hanks se salvó pero volvió a su casa y tuvo un desengaño: quien era su novia se había casado con otro.