Reconciliarse es tarea difícil

Columna de opinión, por Daniela Patricia Almirón (*).

05 ABR 2015 - 20:51 | Actualizado

La fe es inexplicable, me dirán. Otros, sentirán que es sencillo, porque justamente sienten fe. Creer en el Dios Trinitario católico apostólico romano, o en el Budismo, o Judaísmo, o Evangélico, o no creer, o creer en otros dioses o en varios, o dudar de su existencia será cuestión, aún cuando evidente, de cada individuo. Las creencias religiosas han desatado y desatan, en nombre de cada fe, muertes, guerras y azotes de fuego arrasando con todo a su paso.

Algunos creerán, tendrán su fe, por herencia cultural, crianza, elección. En mi caso personal, la casa familiar es de creencia cristiana católica, sin fanatismo ni fundamentalismo. Mis padres eran personas de fe. Por elección participé de actividades religiosas. Por sentimiento propio y libre, mi fe es la de mi casa, el Dios de la Santísima Trinidad, cristiano católico.

Nos toca por estos días vivir en un mundo, diría, caótico; y del que nos enteramos, minuto a minuto, lo caótico que está. Por estos días de celebración de la Pascua de Resurrección nos invaden la TV con películas, series, documentales acerca de la vida de Jesucristo, de su pasión y muerte.

Nos hablan de la muerte. Palabra que escuchada en los noticiosos acerca de una bomba explotando del otro lado del planeta por un fundamentalismo religioso, o un avión caído en el medio de algún océano, nos pasan como una noticia. Luego, hablar de la muerte no es sencillo, ni similar para cada mortal. Mis vecinos lo forenses conviven con ella. El periodista de guerra, quizás también. El médico sin fronteras la respira.

En la tertulia de amigos, o la mesa de café, hablar de política, religión, o la muerte y si hay vida después o no, puede generar un tsunami comunicacional, con enojos largos de superar.

La Pascua de Resurrección se distingue de la Pascua Judía. Coinciden en que en ambas, por la misma palabra -“Pascua”- que etimológicamente significa “paso, salto”, hay un paso, un salto de un estado a otro. En el primero de la muerte a la vida. En el segundo la liberación del pueblo hebreo, de la esclavitud de Egipto.

Sin duda, liberación y esclavitud están presentes también en la Pascua de Resurrección.

El paso o cambio de un estado de atadura a uno de libertad, y como puente la reconciliación, como idea de enlace.

La palabra reconciliar viene del latín reconciliare, que se forma con el prefijo re- y el verbo conciliar, vinculado al sustantivo concilium (asamblea, reunión, unión). Reconciliar en el origen es hacer volver a alguien a la asamblea, a la unión y al acuerdo con otros. Concilium es un sustantivo formado por el prefijo con – (conjuntamente) y la raíz de un verbo calare, que significaba llamar o convocar, de modo que concilium es algo así como convocatoria conjunta.

Sí, asombroso si se quiere, los mediadores colaboran en que las personas enojadas unas con otras transiten una experiencia de “reconciliación”.

Luego, la reconciliación con uno mismo, con aquello que no nos perdonamos, con aquellas decisiones que, al mirarlas hoy, las vemos equivocadas o erróneas. Eso sí es complicado.

Es un delicado límite, entre ser cómplices de nosotros mismos y un tanto auto condescendientes. Y, por otro lado, poco más rezar sobre granos de maíz u hostigarnos mentalmente con la culpa.

Reconciliarse y perdonarse, para dar un paso hacia adelante, nuevo y distinto, será el primero – opino- para poder ofrecerlo a los demás.

La Pascua, con su tiempo de silencio, lectura y reflexión, puede ayudar con esto.

Esta Semana Santa y Pascua de Resurrección ha coincidido en el Jueves Santo, con una fecha cara y delicada para nosotros los argentinos. El 2 de abril de 1982 se producía el desembarco argentino en nuestras islas Malvinas, reafirmando nuestra soberanía. Viene siempre a mí una imagen: cómo la Directora de mi Escuela primaria en mi pueblo en San Juan, nos llevó a la Plaza, a una cuadra, y en el monumento de la bandera, la izamos. Sé que era de mañana y fresco. No entendía muy bien que sucedía, era una niña, sin sms, whats, ni teléfono móvil con internet. Debió escucharse en la radio la noticia. La televisión que no estaba las 24hs del día, ni en 355 mil canales, mostraba información selectiva y seleccionada.

Mucho para reconciliar tenemos como ciudadanos y pueblo argentino, y treinta y tres años quizás es insuficiente aún.

El Papa Francisco, en enero de este año 2015 en su Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, entre otras ideas, expresa una hipótesis sobre familia, comunicación y perdón que es más certera y concluyente que cualquier otra que pudiese yo expresar, y la comparto aquí: “La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianeidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.”

Ojalá poquito a poco vayamos construyendo eso, un diálogo verdadero que produzca reconciliación como sociedad. Buen pasaje, hacia lo siempre posible, una nueva oportunidad.

Daniela Patricia Almirón

es abogada- mediadora (*)

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05 ABR 2015 - 20:51

La fe es inexplicable, me dirán. Otros, sentirán que es sencillo, porque justamente sienten fe. Creer en el Dios Trinitario católico apostólico romano, o en el Budismo, o Judaísmo, o Evangélico, o no creer, o creer en otros dioses o en varios, o dudar de su existencia será cuestión, aún cuando evidente, de cada individuo. Las creencias religiosas han desatado y desatan, en nombre de cada fe, muertes, guerras y azotes de fuego arrasando con todo a su paso.

Algunos creerán, tendrán su fe, por herencia cultural, crianza, elección. En mi caso personal, la casa familiar es de creencia cristiana católica, sin fanatismo ni fundamentalismo. Mis padres eran personas de fe. Por elección participé de actividades religiosas. Por sentimiento propio y libre, mi fe es la de mi casa, el Dios de la Santísima Trinidad, cristiano católico.

Nos toca por estos días vivir en un mundo, diría, caótico; y del que nos enteramos, minuto a minuto, lo caótico que está. Por estos días de celebración de la Pascua de Resurrección nos invaden la TV con películas, series, documentales acerca de la vida de Jesucristo, de su pasión y muerte.

Nos hablan de la muerte. Palabra que escuchada en los noticiosos acerca de una bomba explotando del otro lado del planeta por un fundamentalismo religioso, o un avión caído en el medio de algún océano, nos pasan como una noticia. Luego, hablar de la muerte no es sencillo, ni similar para cada mortal. Mis vecinos lo forenses conviven con ella. El periodista de guerra, quizás también. El médico sin fronteras la respira.

En la tertulia de amigos, o la mesa de café, hablar de política, religión, o la muerte y si hay vida después o no, puede generar un tsunami comunicacional, con enojos largos de superar.

La Pascua de Resurrección se distingue de la Pascua Judía. Coinciden en que en ambas, por la misma palabra -“Pascua”- que etimológicamente significa “paso, salto”, hay un paso, un salto de un estado a otro. En el primero de la muerte a la vida. En el segundo la liberación del pueblo hebreo, de la esclavitud de Egipto.

Sin duda, liberación y esclavitud están presentes también en la Pascua de Resurrección.

El paso o cambio de un estado de atadura a uno de libertad, y como puente la reconciliación, como idea de enlace.

La palabra reconciliar viene del latín reconciliare, que se forma con el prefijo re- y el verbo conciliar, vinculado al sustantivo concilium (asamblea, reunión, unión). Reconciliar en el origen es hacer volver a alguien a la asamblea, a la unión y al acuerdo con otros. Concilium es un sustantivo formado por el prefijo con – (conjuntamente) y la raíz de un verbo calare, que significaba llamar o convocar, de modo que concilium es algo así como convocatoria conjunta.

Sí, asombroso si se quiere, los mediadores colaboran en que las personas enojadas unas con otras transiten una experiencia de “reconciliación”.

Luego, la reconciliación con uno mismo, con aquello que no nos perdonamos, con aquellas decisiones que, al mirarlas hoy, las vemos equivocadas o erróneas. Eso sí es complicado.

Es un delicado límite, entre ser cómplices de nosotros mismos y un tanto auto condescendientes. Y, por otro lado, poco más rezar sobre granos de maíz u hostigarnos mentalmente con la culpa.

Reconciliarse y perdonarse, para dar un paso hacia adelante, nuevo y distinto, será el primero – opino- para poder ofrecerlo a los demás.

La Pascua, con su tiempo de silencio, lectura y reflexión, puede ayudar con esto.

Esta Semana Santa y Pascua de Resurrección ha coincidido en el Jueves Santo, con una fecha cara y delicada para nosotros los argentinos. El 2 de abril de 1982 se producía el desembarco argentino en nuestras islas Malvinas, reafirmando nuestra soberanía. Viene siempre a mí una imagen: cómo la Directora de mi Escuela primaria en mi pueblo en San Juan, nos llevó a la Plaza, a una cuadra, y en el monumento de la bandera, la izamos. Sé que era de mañana y fresco. No entendía muy bien que sucedía, era una niña, sin sms, whats, ni teléfono móvil con internet. Debió escucharse en la radio la noticia. La televisión que no estaba las 24hs del día, ni en 355 mil canales, mostraba información selectiva y seleccionada.

Mucho para reconciliar tenemos como ciudadanos y pueblo argentino, y treinta y tres años quizás es insuficiente aún.

El Papa Francisco, en enero de este año 2015 en su Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, entre otras ideas, expresa una hipótesis sobre familia, comunicación y perdón que es más certera y concluyente que cualquier otra que pudiese yo expresar, y la comparto aquí: “La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianeidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.”

Ojalá poquito a poco vayamos construyendo eso, un diálogo verdadero que produzca reconciliación como sociedad. Buen pasaje, hacia lo siempre posible, una nueva oportunidad.

Daniela Patricia Almirón

es abogada- mediadora (*)