Por Rolando Tobarez / Twitter: @rtobarez
Que la vistan con zapatos de taco y vestido rojo. Cajón abierto para que el cuerpo luzca. Mucha música para bailar. Pizza para todos. Ruido, risas. Eso quiere Laura Ramos Yusef para su velorio. Es azafata de velorio y única especialista en tanatopraxia y tanatoestética de Chubut: el arte de preparar los cuerpos para el sepelio. En su carrera preparó más de 340.
Llegó de Capital Federal en 1988, con 19 años. Se capacitó como cuidadora de ancianos, discapacitados y enfermos terminales. Le gustaba el ritmo de los abuelos. “Encontré mi veta: estar donde nadie quiere, cuando la gente se intimida, se bloquea o le da vergüenza. Aprendí a atravesar los tabúes”.
La familia volvió a Capital sólo para comprar un remis. Chocaron y quedaron un año varados allí. Necesitaron plata urgente. Alguien le habló de una cochería que pedía azafatas de velorio: servir café a los deudos. No lo hizo pero era buena idea para combinar con su experiencia de cuidadora.
De regreso se ofreció en los servicios de sepelio de las Cooperativas Eléctricas de Rawson, Trelew, Comodoro Rivadavia y Puerto Madryn. Eso acá no va, le decían. Pero el dueño de la Cochería Rondeau apostó por ella. “Lo que él no sabía era que yo no lo había trabajado. Pero era innovador y nuevo, no podía volver atrás. Por primera vez en mi vida hacía algo único”.
Su primera noche tembló. “Debí enfrentarme por primera vez a un ataúd con un cuerpo y una familia con todo el dolor, ¿cómo hacía para entrar? Di vueltas una hora pensando cómo ofrecer, si debía sonreír, el momento oportuno, si ir al familiar más directo y cómo hacer que no se sintieran incómodos y entendieran que era una gentileza que no debían pagar”.
Mil veces calentó el café y preparó agua, té y caramelos. “Hasta que me dije ´Salgo y me mando´. Para la gente fue difícil ver entrar a una mujer con una bandeja que no tenía que ver con el servicio”. Las miradas la perforaron. “Volví y me acovaché. Emoción y locura a la vez”.
Del silencio, aprendió a percibir qué necesitaba la gente y distinguir quién es quién. “En un sepelio hay una emoción herida y tenés que buscar el detalle para que se sienta mejor. Servir es un modo tangible de contención y acompañamiento. Lamentablemente se aprende del dolor ajeno”.
Laura hizo cursos de mucama, servicios y gastronomía. “Si se cae una cuchara no hagas gestos porque se nota más. Dejala y seguí porque si hacés escándalo, se enteran todos”.
Es necesario tener buen oído para escuchar al otro. Hay quien no toma nada por horas. “Pueden enfermarse y hay que evitar un papelón. Debés buscar una estrategia para que te reciba un café. Te sentás para saber qué recuerda de lindo. Diferenciás un llanto de otro. Un ser querido que no llora intriga y quiero saber qué más hacer. Y el que llora mucho incomoda el ambiente y hay que moderar”.
Durante un lapso fue azafata y cuidadora de mayores a la vez. “A las familias les decía ´Visiten y cuiden a su papá porque después lo van a llorar´. Ya veía qué pasaba en los velorios”.
En 2000 Rondeau abrió una sala velatoria en Puerto Madryn. Llegó a la funeraria una invitación a una capacitación de la cochería de Ricardo Péculo, un referente nacional del rubro. Laura se ofreció pero era sólo para dueños. Igual quedó en contacto.
Su día clave fue un servicio en Madryn. Nunca había tocado cuerpos. Lo preparó el dueño con un viejo empleado. Cuando abren la bolsa era un abuelo, aún con el pañal descartable. “Era lo que yo vivía cuidando ancianos. Lo toqué y me sentí en mi mundo”. Los ayudó y lo vistió. “Me vea o no la familia, un cuerpo es una persona que hace minutos tenía vida y hay que respetar y cuidar su pudor e intimidad”. Era una noche de lluvia, truenos y relámpagos. Se cortó la luz. Buscó velas. La familia se fue y quedó sola con el cuerpo. “Me pregunté qué miedo podían tener y qué cosas pasan por la mente de alguien cuando hace horas lo abrazaste y lo besaste”.
También le tocó un veterano de guerra con el 90% de su cuerpo quemado en un accidente domiciliario. “Fue un servicio muy penoso y triste y se tuvo que velar con ataúd cerrado”. Sus padres viajaron desde Tucumán en un Ford Falcon. “Me impactó por ellos, ¿qué más querían que verlo por última vez?”. Pensó cómo hacer para que viajaran tranquilos. “Me dolía que llegarían y no lo podrían ver”. Bien preparado, podía velarse con ataúd abierto y sus padres lograrían viajar tranquilos para despedirse del rostro que conocían.
Este episodio la decidió e hizo el curso de tanatopraxia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Recorrió decenas de velorios de todos los tipos y aprendió la conservación del cuerpo. Usa muchos productos importados y técnicas que no están a la vista. “Hay que usar mucho ingenio porque los cuerpos no siempre quedan en buenas condiciones. Los productos son caros, no los tenés enseguida y hay que buscar la forma con lo que tenés”. Incluye desinfección, conservación y reconstrucción de cadáveres.
La tanatoestética, en cambio, es la preparación y presentación física y estética de rostro y manos, lo más visible. Suelen usarse cosméticos para que parezca en reposo. “Sin eso es un cadáver, con eso es nuestro ser querido”. Laura es la única que se dedica profesionalmente a ambos rubros en Chubut. También estudió Ceremonial y Protocolo en Ritos Funerarios con Ricardo Péculo.
Dice que la Patagonia está en la “prehistoria” en servicios fúnebres. “Las cooperativas hacen el servicio standard y no hay otra opción. Si no hay llanto o descontrol de emociones, parece que a la gente no le dolió y no fue un buen servicio. La realidad es otra. Las personas importantes son las que están vivas y sienten la ausencia. Son las que deben pensar cómo armarse, y van a padecer económica, social y físicamente”.
El café de una azafata es la excusa para llegar a esa familia y aliviar el primer momento de duelo. “¿Cómo me gustaría que me traten? ¿qué busco de un servicio? Servir no es despachar. Si te equivocás en un cumpleaños se puede mejorar. En un sepelio afectás a toda una familia por el resto de sus vidas”.
Hay cuerpos que no quedan bien tras una enfermedad terminal: adelgazan mucho, los rasgos de la cara cambian y son cadavéricos. “A un familiar no me gustaría verlo en el ataúd así. Si es la última imagen quiero verlo lo mejor que pueda. Veía los cuerpos y me lamentaba no haber aprendido antes”.
“Vos te vas a volver loca”, le decían por meterse con la muerte. “Pero no soy esponja, me apego pero sin involucrarme emocionalmente. Sé mis límites y hasta dónde trabajar en cada caso”. Aprendiendo hasta recibió un bebé de 4 años. Su compañero no pudo porque tenía una nena de esa edad. “Pero pensé qué le gustaría ver a sus papás y así trabajo. No puedo ponerme a pensar qué le pasó”.
Una tarde de sábado de 2007 se relajó recorriendo chacras en Dolavon. Conoció a un emprendedor con el plan frustrado de construir una sala de envasados de miel. “Si no funciona lo convertimos en sala velatoria”, propuso Laura. Notó entusiasmo. “Me apenaba tener un conocimiento tan especial, único y especializado pero no los recursos”.
Logró un socio que sabía que en esa zona el servicio era necesario. Serían 5 años sin ganancias hasta generar una cultura distinta. “Acá no hay ofertas ni promociones, sólo que dejar que el tiempo pase y la gente tome confianza y vea quién es quién”.
Nació “Casa del Valle”. Laura armaba servicios personalizados y completaba los trámites. “Nadie sabía qué parte hacía una empresa y qué la familia. Me espantó muchísimo lo que vivieron, el desconocimiento y los estragos emocionales que cuesta mucho reparar”.
Su primer velorio fue dos años y medio después de abrir. “Para celebrar la vida de una persona contame quién era y honremos las cosas buenas porque alivia el duelo”, propone.
Entregaba una hoja en blanco con el título “Mi voluntad”. Escribían un texto íntimo para explicar cómo debía ser el sepelio según cada personalidad. “¿Qué mejor que la persona escriba cómo imagina su funeral? Es lo que tengas ganas y charles en familia”. Nada es loco ni ridículo. “La gente fue muy tradicionalista, le costaba muchísimo pensar diferente”.
Ofreció sándwiches y facturas. La primera vez que puso música usó los parlantes de su computadora a todo volumen: de su oficina debía escucharse en la sala. Su cliente había pedido Resistiré, de Attaque 77. “Era la primera vez que se haría algo tan diferente con un tema ni ceremonial ni religioso”. Laura se paró a los pies de ataúd y explicó el deseo. “Me miraban diciendo ´¿Estás loca?”. Sonó tres veces: primero cantó la familia sola, la segunda la gente entendió y se sumó, y la tercera cerró. Todos se emocionaron.
El hito Melvin
Un hito fue el velorio de Melvin, en el Club Social y Deportivo Dolavon. Su familia pidió su música en modo fiesta. Estuvo repleto de amigos, vecinos y otros músicos. “Una pareja a los pies de su ataúd bailó La Cumparsita e invitó a todos para abrir una hora de baile”.
Como broche, todos quienes habían tocado con Melvin hicieron música juntos. Siguieron en el cementerio. “Sus hijos bailaron entre ellos. La familia entendió el concepto de personalizar el servicio, porque la gente se atrevió, era conocido y nadie diría nada. Se expresó todo lo que era Melvin”.
Un integrante de una agrupación gaucha fue velado con esa ropa y los estribos de su caballo; un joven que trabajaba en la Base Zar Almirante tuvo un cortejo con honores militares y la carroza entró al cementerio con un impresionante toque de queda. “Lamenté no tener un fotógrafo de la empresa que registrara esas cosas”. También le tocó un bebé de 15 días. “No hay que hacer alharaca porque ninguna familia está para eso”.
Se ocupó de un hombre de 70 años que llevaba mucho internado y eso lo demacró rápido. La viuda le dijo: “Dejálo bonito”. Laura le pidió fotos. “Necesito saber cómo era. Si una mujer usaba pelo suelto, no puedo velarla con pelo atado, mojado y tirado atrás porque cambio su aspecto y la idea es que vuelva a ser quien era. Si se maquilló toda su vida no la presentás a cara lavada”.
La viuda se acercaba al ataúd y le daba un ataque de llanto. Laura preguntó si había hecho algo mal. “Para nada, es que lo dejaste tan lindo que me gustaba lo que veía y recordaba cuando éramos novios”, le dijo.
El 9 de julio de 2017 murió Jorge “Chule” Williams. Fue concejal de Dolavon y vivió años postrado. Fue su primer amigo íntimo en la ciudad. Preparó su cuerpo. “Fue un choque de emociones pero era la única que podía hacer lo que el resto jamás podría: estar en el último momento”. Trabajaba y le hablaba al cadáver: “Vos sí querías ser notorio, tenías que morir un día de descanso y querías que te vista”.
Puso música ochentosa, Rolling Stones, fotos y referencias a Deportivo Dolavon. Laura invitó a todos a contar su mejor anécdota con “Chule” para saber quién había sido. Ella empezó. “Él fue muy especial para muchísima gente”. Fue la única vez que rompió su límite ético de no participar. “Emocionó ver que la gente puede expresarse y sólo hay que mostrarles cómo”.
Laura ya mandó a fabricar su ataúd. Está hecho a medida y pidió pintarlo de celeste suave y blanco, con ramas dibujadas. Lo guarda y lo cuida con esmero, como se guarda y se cuida a vivos y muertos.
Definiciones de un buen servicio fúnebre
En 2007 y 2008 Laura Ramos Yusef vivió en Dolavon para escuchar las quejas de los vecinos por sepelios con faltas de respeto o poca delicadeza. Tardó 6 meses en conseguir un edificio para “Casa del Valle”. No la conocían y no le querían alquilar. “Es una localidad con otro ritmo, todo es más tradicional, con gente longeva, y yo seguía con minis y colores muy llamativos y saludaba con beso y abrazo en la calle. Chocaba mucho. Y más cuando se enteraron mi trabajo”.
La Cooperativa tiene unos 1.700 medidores de Dolavon, 28 de Julio y el Dique Florentino Ameghino. Golpeó casi todas esas puertas de familia, hasta en las chacras. Pedía 5 minutos para explicar su servicio. Dejaba un folleto. Algunos entornaron la puerta, otros le invitaron mate, otros escucharon parados e incómodos. Pero nadie la ignoró. “Una familia me dijo: ´Por favor habla rápido y sin detalles porque no nos gusta el tema pero es bueno saberlo´”.
Vivió donde velaba. Varias nochescerró la sala con el cajón dentro. Ordenaba y ventilaba para el regreso de la familia a la mañana. Luego dormía un par de horas.
Preparar un cuerpo demanda de dos horas y media a tres. Menos no se puede. “Se puede improvisar una vez una cosa, no todo un servicio”. Es que el cuerpo puede estar sucio de sangre, fluidos, vendas, cortaduras, o venir de una autopsia y “ahí podés esperar lo peor”.
“El que te pide abrir la sala antes y toda la noche es el que primero llega, se queda dos horas, llora un rato y se va a su casa. Vuelven al otro día antes de cerrar, ¿para qué tanto apuro?”. Hay que hacerlos razonar. “¿Para qué abrir de noche si venís de una internación de un mes con tu familia malcomida y maldormida?, ¿para qué más sufrimiento si son los únicos que estarán?”. Un servicio no puede ser extremadamente largo. El cansancio causa descompensaciones en la sepultura y corta el duelo. “Cuidar al que sigue vivo es prioridad, son los que más me importan”. Para estar satisfecha le basta saber que se sintieron cuidados en la pérdida. “Es mi lugar en el mundo”.
En el cementerio de Dolavon se tiraba tierra al cajón. Pero es ripio y hacía ruido contra la madera. “El hombre tiene memoria auditiva y para quien acaba de perder a alguien le penetra el alma”. Luego usó flores pero el armado con alambre causaba lo mismo. Ahora repartirá pétalos y hojas de rosa seca.
Su primer coche fúnebre fue un Mercedes Benz de 6 metros modelo 87. Entre otros famosos, trasladó los restos de Carlos Menem Jr. Lo compró en Buenos Aires y lo trajo manejando. “Fue una experiencia hermosa por la reacción de las personas”. Pasó muchos controles viales y cuánto más al sur, más tabúes. No se animaban a pedirle que lo abra para revisarlo. “Era terrible, podría haber traído cualquier cosa”. Lo usó hasta que fundió motor.
Hoy vuelve al trabajo
Laura vuelve hoy al trabajo. Es que en mayo “Casa del Valle” había cerrado temporalmente en mayo, tras 9 años y medio. La desgastó la responsabilidad.
“No hay vacaciones porque no sabés cuando la familia te necesitará, de inmediato y con la cabeza descansada”. Llegó a tener 300 socios. El celular prendido las 24 horas. “O parás o es un ACV”, le advirtió su médica.
Desde esta semana su empresa estará disponible en Facebook. Bastará contactarla para asesorarse y contar con sus servicios en esa oficina virtual. Tiene el conocimiento, los cajones, la experiencia y hasta un nuevo coche fúnebre: un Chevrolet Spin adaptado. #
Por Rolando Tobarez / Twitter: @rtobarez
Que la vistan con zapatos de taco y vestido rojo. Cajón abierto para que el cuerpo luzca. Mucha música para bailar. Pizza para todos. Ruido, risas. Eso quiere Laura Ramos Yusef para su velorio. Es azafata de velorio y única especialista en tanatopraxia y tanatoestética de Chubut: el arte de preparar los cuerpos para el sepelio. En su carrera preparó más de 340.
Llegó de Capital Federal en 1988, con 19 años. Se capacitó como cuidadora de ancianos, discapacitados y enfermos terminales. Le gustaba el ritmo de los abuelos. “Encontré mi veta: estar donde nadie quiere, cuando la gente se intimida, se bloquea o le da vergüenza. Aprendí a atravesar los tabúes”.
La familia volvió a Capital sólo para comprar un remis. Chocaron y quedaron un año varados allí. Necesitaron plata urgente. Alguien le habló de una cochería que pedía azafatas de velorio: servir café a los deudos. No lo hizo pero era buena idea para combinar con su experiencia de cuidadora.
De regreso se ofreció en los servicios de sepelio de las Cooperativas Eléctricas de Rawson, Trelew, Comodoro Rivadavia y Puerto Madryn. Eso acá no va, le decían. Pero el dueño de la Cochería Rondeau apostó por ella. “Lo que él no sabía era que yo no lo había trabajado. Pero era innovador y nuevo, no podía volver atrás. Por primera vez en mi vida hacía algo único”.
Su primera noche tembló. “Debí enfrentarme por primera vez a un ataúd con un cuerpo y una familia con todo el dolor, ¿cómo hacía para entrar? Di vueltas una hora pensando cómo ofrecer, si debía sonreír, el momento oportuno, si ir al familiar más directo y cómo hacer que no se sintieran incómodos y entendieran que era una gentileza que no debían pagar”.
Mil veces calentó el café y preparó agua, té y caramelos. “Hasta que me dije ´Salgo y me mando´. Para la gente fue difícil ver entrar a una mujer con una bandeja que no tenía que ver con el servicio”. Las miradas la perforaron. “Volví y me acovaché. Emoción y locura a la vez”.
Del silencio, aprendió a percibir qué necesitaba la gente y distinguir quién es quién. “En un sepelio hay una emoción herida y tenés que buscar el detalle para que se sienta mejor. Servir es un modo tangible de contención y acompañamiento. Lamentablemente se aprende del dolor ajeno”.
Laura hizo cursos de mucama, servicios y gastronomía. “Si se cae una cuchara no hagas gestos porque se nota más. Dejala y seguí porque si hacés escándalo, se enteran todos”.
Es necesario tener buen oído para escuchar al otro. Hay quien no toma nada por horas. “Pueden enfermarse y hay que evitar un papelón. Debés buscar una estrategia para que te reciba un café. Te sentás para saber qué recuerda de lindo. Diferenciás un llanto de otro. Un ser querido que no llora intriga y quiero saber qué más hacer. Y el que llora mucho incomoda el ambiente y hay que moderar”.
Durante un lapso fue azafata y cuidadora de mayores a la vez. “A las familias les decía ´Visiten y cuiden a su papá porque después lo van a llorar´. Ya veía qué pasaba en los velorios”.
En 2000 Rondeau abrió una sala velatoria en Puerto Madryn. Llegó a la funeraria una invitación a una capacitación de la cochería de Ricardo Péculo, un referente nacional del rubro. Laura se ofreció pero era sólo para dueños. Igual quedó en contacto.
Su día clave fue un servicio en Madryn. Nunca había tocado cuerpos. Lo preparó el dueño con un viejo empleado. Cuando abren la bolsa era un abuelo, aún con el pañal descartable. “Era lo que yo vivía cuidando ancianos. Lo toqué y me sentí en mi mundo”. Los ayudó y lo vistió. “Me vea o no la familia, un cuerpo es una persona que hace minutos tenía vida y hay que respetar y cuidar su pudor e intimidad”. Era una noche de lluvia, truenos y relámpagos. Se cortó la luz. Buscó velas. La familia se fue y quedó sola con el cuerpo. “Me pregunté qué miedo podían tener y qué cosas pasan por la mente de alguien cuando hace horas lo abrazaste y lo besaste”.
También le tocó un veterano de guerra con el 90% de su cuerpo quemado en un accidente domiciliario. “Fue un servicio muy penoso y triste y se tuvo que velar con ataúd cerrado”. Sus padres viajaron desde Tucumán en un Ford Falcon. “Me impactó por ellos, ¿qué más querían que verlo por última vez?”. Pensó cómo hacer para que viajaran tranquilos. “Me dolía que llegarían y no lo podrían ver”. Bien preparado, podía velarse con ataúd abierto y sus padres lograrían viajar tranquilos para despedirse del rostro que conocían.
Este episodio la decidió e hizo el curso de tanatopraxia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Recorrió decenas de velorios de todos los tipos y aprendió la conservación del cuerpo. Usa muchos productos importados y técnicas que no están a la vista. “Hay que usar mucho ingenio porque los cuerpos no siempre quedan en buenas condiciones. Los productos son caros, no los tenés enseguida y hay que buscar la forma con lo que tenés”. Incluye desinfección, conservación y reconstrucción de cadáveres.
La tanatoestética, en cambio, es la preparación y presentación física y estética de rostro y manos, lo más visible. Suelen usarse cosméticos para que parezca en reposo. “Sin eso es un cadáver, con eso es nuestro ser querido”. Laura es la única que se dedica profesionalmente a ambos rubros en Chubut. También estudió Ceremonial y Protocolo en Ritos Funerarios con Ricardo Péculo.
Dice que la Patagonia está en la “prehistoria” en servicios fúnebres. “Las cooperativas hacen el servicio standard y no hay otra opción. Si no hay llanto o descontrol de emociones, parece que a la gente no le dolió y no fue un buen servicio. La realidad es otra. Las personas importantes son las que están vivas y sienten la ausencia. Son las que deben pensar cómo armarse, y van a padecer económica, social y físicamente”.
El café de una azafata es la excusa para llegar a esa familia y aliviar el primer momento de duelo. “¿Cómo me gustaría que me traten? ¿qué busco de un servicio? Servir no es despachar. Si te equivocás en un cumpleaños se puede mejorar. En un sepelio afectás a toda una familia por el resto de sus vidas”.
Hay cuerpos que no quedan bien tras una enfermedad terminal: adelgazan mucho, los rasgos de la cara cambian y son cadavéricos. “A un familiar no me gustaría verlo en el ataúd así. Si es la última imagen quiero verlo lo mejor que pueda. Veía los cuerpos y me lamentaba no haber aprendido antes”.
“Vos te vas a volver loca”, le decían por meterse con la muerte. “Pero no soy esponja, me apego pero sin involucrarme emocionalmente. Sé mis límites y hasta dónde trabajar en cada caso”. Aprendiendo hasta recibió un bebé de 4 años. Su compañero no pudo porque tenía una nena de esa edad. “Pero pensé qué le gustaría ver a sus papás y así trabajo. No puedo ponerme a pensar qué le pasó”.
Una tarde de sábado de 2007 se relajó recorriendo chacras en Dolavon. Conoció a un emprendedor con el plan frustrado de construir una sala de envasados de miel. “Si no funciona lo convertimos en sala velatoria”, propuso Laura. Notó entusiasmo. “Me apenaba tener un conocimiento tan especial, único y especializado pero no los recursos”.
Logró un socio que sabía que en esa zona el servicio era necesario. Serían 5 años sin ganancias hasta generar una cultura distinta. “Acá no hay ofertas ni promociones, sólo que dejar que el tiempo pase y la gente tome confianza y vea quién es quién”.
Nació “Casa del Valle”. Laura armaba servicios personalizados y completaba los trámites. “Nadie sabía qué parte hacía una empresa y qué la familia. Me espantó muchísimo lo que vivieron, el desconocimiento y los estragos emocionales que cuesta mucho reparar”.
Su primer velorio fue dos años y medio después de abrir. “Para celebrar la vida de una persona contame quién era y honremos las cosas buenas porque alivia el duelo”, propone.
Entregaba una hoja en blanco con el título “Mi voluntad”. Escribían un texto íntimo para explicar cómo debía ser el sepelio según cada personalidad. “¿Qué mejor que la persona escriba cómo imagina su funeral? Es lo que tengas ganas y charles en familia”. Nada es loco ni ridículo. “La gente fue muy tradicionalista, le costaba muchísimo pensar diferente”.
Ofreció sándwiches y facturas. La primera vez que puso música usó los parlantes de su computadora a todo volumen: de su oficina debía escucharse en la sala. Su cliente había pedido Resistiré, de Attaque 77. “Era la primera vez que se haría algo tan diferente con un tema ni ceremonial ni religioso”. Laura se paró a los pies de ataúd y explicó el deseo. “Me miraban diciendo ´¿Estás loca?”. Sonó tres veces: primero cantó la familia sola, la segunda la gente entendió y se sumó, y la tercera cerró. Todos se emocionaron.
El hito Melvin
Un hito fue el velorio de Melvin, en el Club Social y Deportivo Dolavon. Su familia pidió su música en modo fiesta. Estuvo repleto de amigos, vecinos y otros músicos. “Una pareja a los pies de su ataúd bailó La Cumparsita e invitó a todos para abrir una hora de baile”.
Como broche, todos quienes habían tocado con Melvin hicieron música juntos. Siguieron en el cementerio. “Sus hijos bailaron entre ellos. La familia entendió el concepto de personalizar el servicio, porque la gente se atrevió, era conocido y nadie diría nada. Se expresó todo lo que era Melvin”.
Un integrante de una agrupación gaucha fue velado con esa ropa y los estribos de su caballo; un joven que trabajaba en la Base Zar Almirante tuvo un cortejo con honores militares y la carroza entró al cementerio con un impresionante toque de queda. “Lamenté no tener un fotógrafo de la empresa que registrara esas cosas”. También le tocó un bebé de 15 días. “No hay que hacer alharaca porque ninguna familia está para eso”.
Se ocupó de un hombre de 70 años que llevaba mucho internado y eso lo demacró rápido. La viuda le dijo: “Dejálo bonito”. Laura le pidió fotos. “Necesito saber cómo era. Si una mujer usaba pelo suelto, no puedo velarla con pelo atado, mojado y tirado atrás porque cambio su aspecto y la idea es que vuelva a ser quien era. Si se maquilló toda su vida no la presentás a cara lavada”.
La viuda se acercaba al ataúd y le daba un ataque de llanto. Laura preguntó si había hecho algo mal. “Para nada, es que lo dejaste tan lindo que me gustaba lo que veía y recordaba cuando éramos novios”, le dijo.
El 9 de julio de 2017 murió Jorge “Chule” Williams. Fue concejal de Dolavon y vivió años postrado. Fue su primer amigo íntimo en la ciudad. Preparó su cuerpo. “Fue un choque de emociones pero era la única que podía hacer lo que el resto jamás podría: estar en el último momento”. Trabajaba y le hablaba al cadáver: “Vos sí querías ser notorio, tenías que morir un día de descanso y querías que te vista”.
Puso música ochentosa, Rolling Stones, fotos y referencias a Deportivo Dolavon. Laura invitó a todos a contar su mejor anécdota con “Chule” para saber quién había sido. Ella empezó. “Él fue muy especial para muchísima gente”. Fue la única vez que rompió su límite ético de no participar. “Emocionó ver que la gente puede expresarse y sólo hay que mostrarles cómo”.
Laura ya mandó a fabricar su ataúd. Está hecho a medida y pidió pintarlo de celeste suave y blanco, con ramas dibujadas. Lo guarda y lo cuida con esmero, como se guarda y se cuida a vivos y muertos.
Definiciones de un buen servicio fúnebre
En 2007 y 2008 Laura Ramos Yusef vivió en Dolavon para escuchar las quejas de los vecinos por sepelios con faltas de respeto o poca delicadeza. Tardó 6 meses en conseguir un edificio para “Casa del Valle”. No la conocían y no le querían alquilar. “Es una localidad con otro ritmo, todo es más tradicional, con gente longeva, y yo seguía con minis y colores muy llamativos y saludaba con beso y abrazo en la calle. Chocaba mucho. Y más cuando se enteraron mi trabajo”.
La Cooperativa tiene unos 1.700 medidores de Dolavon, 28 de Julio y el Dique Florentino Ameghino. Golpeó casi todas esas puertas de familia, hasta en las chacras. Pedía 5 minutos para explicar su servicio. Dejaba un folleto. Algunos entornaron la puerta, otros le invitaron mate, otros escucharon parados e incómodos. Pero nadie la ignoró. “Una familia me dijo: ´Por favor habla rápido y sin detalles porque no nos gusta el tema pero es bueno saberlo´”.
Vivió donde velaba. Varias nochescerró la sala con el cajón dentro. Ordenaba y ventilaba para el regreso de la familia a la mañana. Luego dormía un par de horas.
Preparar un cuerpo demanda de dos horas y media a tres. Menos no se puede. “Se puede improvisar una vez una cosa, no todo un servicio”. Es que el cuerpo puede estar sucio de sangre, fluidos, vendas, cortaduras, o venir de una autopsia y “ahí podés esperar lo peor”.
“El que te pide abrir la sala antes y toda la noche es el que primero llega, se queda dos horas, llora un rato y se va a su casa. Vuelven al otro día antes de cerrar, ¿para qué tanto apuro?”. Hay que hacerlos razonar. “¿Para qué abrir de noche si venís de una internación de un mes con tu familia malcomida y maldormida?, ¿para qué más sufrimiento si son los únicos que estarán?”. Un servicio no puede ser extremadamente largo. El cansancio causa descompensaciones en la sepultura y corta el duelo. “Cuidar al que sigue vivo es prioridad, son los que más me importan”. Para estar satisfecha le basta saber que se sintieron cuidados en la pérdida. “Es mi lugar en el mundo”.
En el cementerio de Dolavon se tiraba tierra al cajón. Pero es ripio y hacía ruido contra la madera. “El hombre tiene memoria auditiva y para quien acaba de perder a alguien le penetra el alma”. Luego usó flores pero el armado con alambre causaba lo mismo. Ahora repartirá pétalos y hojas de rosa seca.
Su primer coche fúnebre fue un Mercedes Benz de 6 metros modelo 87. Entre otros famosos, trasladó los restos de Carlos Menem Jr. Lo compró en Buenos Aires y lo trajo manejando. “Fue una experiencia hermosa por la reacción de las personas”. Pasó muchos controles viales y cuánto más al sur, más tabúes. No se animaban a pedirle que lo abra para revisarlo. “Era terrible, podría haber traído cualquier cosa”. Lo usó hasta que fundió motor.
Hoy vuelve al trabajo
Laura vuelve hoy al trabajo. Es que en mayo “Casa del Valle” había cerrado temporalmente en mayo, tras 9 años y medio. La desgastó la responsabilidad.
“No hay vacaciones porque no sabés cuando la familia te necesitará, de inmediato y con la cabeza descansada”. Llegó a tener 300 socios. El celular prendido las 24 horas. “O parás o es un ACV”, le advirtió su médica.
Desde esta semana su empresa estará disponible en Facebook. Bastará contactarla para asesorarse y contar con sus servicios en esa oficina virtual. Tiene el conocimiento, los cajones, la experiencia y hasta un nuevo coche fúnebre: un Chevrolet Spin adaptado. #