Historias Mínimas / CineMundo o la posibilidad de mirar más lejos

Por Sergio Pravaz, especial para Jornada.

01 DIC 2018 - 20:31 | Actualizado

El cine ha sido para mí, y naturalmente lo sigue siendo, un maravilloso vehículo de acceso al conocimiento, además de un modo de diversión, razón por la cual su potencia es aún mayor, ya que se trata de una herramienta capaz de sintetizar dos elementos poderosos en la vida de cualquier persona.

Tanto las películas, como la música y particularmente la literatura, son en mi existencia, los verdaderos pilares de mi formación; en ellos encontré la motivación necesaria, los diversos rasgos de la cultura, grandes dosis de estímulo, la recreación y la importancia del ocio, un modo concreto de expansión de mis sentidos, una forma de ver la vida, y sobre todo, una manera de intervenir activamente en ella.

Esto que describo no sólo me acompaña desde niño sino que continúa moldeando mi propio imaginario a fin de completar mi capital simbólico, que sin la mediación de estas tres insustituibles circunstancias, sería labor imposible.

A partir de esto puedo concluir que mi educación formal fue una entretenida manera de perder el tiempo hasta hallar este cause en el cual me encuentro desde hace tantos años. Un modo de toparme con mi destino, una referencia ineludible, una fragua de arte que ajusta sin cesar cada uno de los mecanismos de mi percepción.

Lo que refiero es una verdad incontrastable, como lo es el nuevo aprendizaje que la vida me propuso a partir de mi asistencia al taller CineMundo. Una ocasión diferente para mirar el cine y la vida, porque a la profusa y novedosa información compartida que tanto ayuda a comprender y nunca agotar mi asombro en relación a procedimientos de trabajo, audacias conceptuales, arrojos ideológicos o posturas estéticas del cine de todas las épocas, existe en el taller una organización temática que hace brillar aún más el método propuesto por la coordinadora Adriana Córsico, ya que afina el disfrute e incorpora en modo natural y progresivo un nuevo tipo de aprendizaje.

‘El molino y la cruz’ de Lech Majeroswki, ‘La infancia de Iván’ de Andréi Tarkovski, ‘Derzu Uzala’ de Akira Kurosawa, ‘Un largo domingo de noviazgo’ de Jean Pierre Jeunet, ‘Niños del paraíso’ de Majid Majidis o ‘Un reino bajo la luna’ de Wes Anderson, son apenas un pellizco de la maravillosa experiencia sensorial y humana que significa participar de CineMundo y sus intensos debates, los que no rehúyen la anécdota personal, la mirada acalorada de la pasión o el humor que todo lo resignifica.

Llevar a cabo esta rutina semanal de los miércoles, que como un intenso noviciado me deposita en el primer piso del Teatro Verdi de la ciudad de Trelew junto a doce mujeres cuyas historias de vida, temperamentos, complicidades y destrezas tanto ayudan a mirar como a comprender, a definir como a disfrutar, me permite asumir que lo colectivo, como siempre sucede en la vida de cualquier persona, es la mejor opción, si entre nuestras pretensiones está presente el noble intercambio de experiencias.

Sin lugar a dudas junto a ellas, es decir, con Ana, Nélida, Ana Mari, Olga Lidia, Doris, Susana, Norma, María Ester, María Cristina, Olga y Sara, siempre bajo la atenta y eficaz mirada de la coordinadora, estoy aprendiendo a mirar, como cuando me arrimo al borde del acantilado antes de llegar a Bajo los huesos, para asombrarme con el mar inmenso y sin límites, y digo: ayudáme a mirar así no me pierdo nada de todo lo que hay para nosotros.

Esa es la experiencia en Cinemundo; así, borroneando la hoja con las primeras impresiones, señalando con urgencia y a ‘cálamo currente’, como dice la voz latina que significa ‘al correr de la pluma’.

Y esto acontece junto a mis doce compañeras, de quienes sería prácticamente imposible prescindir, ya que el aprendizaje de mirar más lejos, en esta etapa, sólo es posible junto a ellas, es decir, nuestra diversidad es lo que finalmente nos completa.

Jacques Derrida tenía razón: “Se aprende lo que es un beso en el cine, antes de aprenderlo en la vida”.

01 DIC 2018 - 20:31

El cine ha sido para mí, y naturalmente lo sigue siendo, un maravilloso vehículo de acceso al conocimiento, además de un modo de diversión, razón por la cual su potencia es aún mayor, ya que se trata de una herramienta capaz de sintetizar dos elementos poderosos en la vida de cualquier persona.

Tanto las películas, como la música y particularmente la literatura, son en mi existencia, los verdaderos pilares de mi formación; en ellos encontré la motivación necesaria, los diversos rasgos de la cultura, grandes dosis de estímulo, la recreación y la importancia del ocio, un modo concreto de expansión de mis sentidos, una forma de ver la vida, y sobre todo, una manera de intervenir activamente en ella.

Esto que describo no sólo me acompaña desde niño sino que continúa moldeando mi propio imaginario a fin de completar mi capital simbólico, que sin la mediación de estas tres insustituibles circunstancias, sería labor imposible.

A partir de esto puedo concluir que mi educación formal fue una entretenida manera de perder el tiempo hasta hallar este cause en el cual me encuentro desde hace tantos años. Un modo de toparme con mi destino, una referencia ineludible, una fragua de arte que ajusta sin cesar cada uno de los mecanismos de mi percepción.

Lo que refiero es una verdad incontrastable, como lo es el nuevo aprendizaje que la vida me propuso a partir de mi asistencia al taller CineMundo. Una ocasión diferente para mirar el cine y la vida, porque a la profusa y novedosa información compartida que tanto ayuda a comprender y nunca agotar mi asombro en relación a procedimientos de trabajo, audacias conceptuales, arrojos ideológicos o posturas estéticas del cine de todas las épocas, existe en el taller una organización temática que hace brillar aún más el método propuesto por la coordinadora Adriana Córsico, ya que afina el disfrute e incorpora en modo natural y progresivo un nuevo tipo de aprendizaje.

‘El molino y la cruz’ de Lech Majeroswki, ‘La infancia de Iván’ de Andréi Tarkovski, ‘Derzu Uzala’ de Akira Kurosawa, ‘Un largo domingo de noviazgo’ de Jean Pierre Jeunet, ‘Niños del paraíso’ de Majid Majidis o ‘Un reino bajo la luna’ de Wes Anderson, son apenas un pellizco de la maravillosa experiencia sensorial y humana que significa participar de CineMundo y sus intensos debates, los que no rehúyen la anécdota personal, la mirada acalorada de la pasión o el humor que todo lo resignifica.

Llevar a cabo esta rutina semanal de los miércoles, que como un intenso noviciado me deposita en el primer piso del Teatro Verdi de la ciudad de Trelew junto a doce mujeres cuyas historias de vida, temperamentos, complicidades y destrezas tanto ayudan a mirar como a comprender, a definir como a disfrutar, me permite asumir que lo colectivo, como siempre sucede en la vida de cualquier persona, es la mejor opción, si entre nuestras pretensiones está presente el noble intercambio de experiencias.

Sin lugar a dudas junto a ellas, es decir, con Ana, Nélida, Ana Mari, Olga Lidia, Doris, Susana, Norma, María Ester, María Cristina, Olga y Sara, siempre bajo la atenta y eficaz mirada de la coordinadora, estoy aprendiendo a mirar, como cuando me arrimo al borde del acantilado antes de llegar a Bajo los huesos, para asombrarme con el mar inmenso y sin límites, y digo: ayudáme a mirar así no me pierdo nada de todo lo que hay para nosotros.

Esa es la experiencia en Cinemundo; así, borroneando la hoja con las primeras impresiones, señalando con urgencia y a ‘cálamo currente’, como dice la voz latina que significa ‘al correr de la pluma’.

Y esto acontece junto a mis doce compañeras, de quienes sería prácticamente imposible prescindir, ya que el aprendizaje de mirar más lejos, en esta etapa, sólo es posible junto a ellas, es decir, nuestra diversidad es lo que finalmente nos completa.

Jacques Derrida tenía razón: “Se aprende lo que es un beso en el cine, antes de aprenderlo en la vida”.