La despedida que no fue

En primera persona, Carmen Acosta, la mujer que viajó 3.000 kilómetros a Formosa y no pudo ver a su madre antes de morir, le contó a Jornada su periplo.

Recuerdo. Carmen Acosta (derecha) en una postal con su madre, cuando nadie imaginaba el final.
17 OCT 2020 - 20:39 | Actualizado

Por Martín Tacón

Estaba a punto de llegar a ver a mi mamá con vida, y no lo logré porque me lo impidieron. Recorrí 3.000 km con la esperanza de verla, ese era mi fin. Hablábamos por teléfono todos los días. Teníamos una rutina de empezar cada mañana con un “buen día”. Cuando se enfermó, pensó que lo podía controlar, que podía estar bien. A medida que empeoraba su pedido era “quiero verte”, “quiero que vengas”, “quiero que estés acá”. Ahí empezó mi odisea. Salí un sábado, no con la idea de ir a enfrentarme con un Gobierno obstinado y desalmado; iba con la idea de ver a mi mamá con vida, que me diera su último mensaje. Tal vez eso me ayudó hasta último momento. Y también decirle “mamita, quédate tranquila que voy a estar bien”.

Hace 13 años salí de Formosa. Mi marido y yo no teníamos trabajo. Sabíamos que no íbamos a progresar. Decidimos vivir en Rawson. Fue al azar, no teníamos a nadie. Mi marido después de Navidad y Año Nuevo se embarcó para conocer y buscar un alquiler. Veíamos por internet cómo era Rawson y cómo era Chubut. “Ese va a ser nuestro lugar”, decíamos. Él se fue primero y al mes me fui yo con mis cinco hijos. Ninguno tenía una profesión. Empecé a estudiar para maestra y él hacía de todo: ayudante de albañil, metalúrgico, electricista, hizo un curso de marinero mercante del cual nunca trabajó. Se quedó en una empresa como metalúrgico. Yo estudiaba por las tardes y por la mañana cuidaba a mis hijos. Cobraba el estacionamiento medido. Cuando recién arrancaba cobraba 50 centavos. Era una locura, pero estábamos juntos como familia.

Ese año, mi mamá como todos los años iba y se quedaba con nosotros. No empezaba un año si no lo empezábamos juntas. Me recibí de maestra y mi marido, de maestro mayor de obras. Ese sacrificio lo vieron mis hijos y nuestros amigos. No lo tuvimos de arriba, lo hicimos sin esperar nada de nadie.

Mis hijos están grandes. El 2020 lo arranqué brindando con mi mamá y deseando un hermoso año. Jamás nos imaginamos una pandemia. Cuando sacamos el pasaje de avión el 7 de marzo, sabíamos que la pandemia se acercaba a Argentina y que el virus estaba en países limítrofes como Brasil y Paraguay. Mi mamá se volvió a Formosa y nos despedimos con la promesa de volver a vernos el 1 de diciembre, como todos los años. En mayo, vino la noticia de que estaba enferma. Pedí autorización a una página de Formosa pidiendo ingreso. Nadie me contestó. En agosto vuelvo a pedir y tampoco respondieron. Con la desesperación, me largué. Mi hija solicitó una autorización comentando el motivo. Mi vida está instalada en Rawson, no quería traer a toda mi familia. Era mi deber y el momento de despedirme de mi mamá.

No iba con la intención de verla muerta. Iba a cuidarla. En el camino empezaron a suceder cosas, el llamado de mi hermana: “Carmen, mamá está mal, los médicos no pudieron regularizar su presión”. Iba con la angustia de que un llamado podía decirme que mi mamá estaba muerta. Era mi desesperación, quería despedirla porque sabía que no iba a volver a verla al año siguiente.

Empecé a transitar todas las provincias. Antes de salir de Chubut hice todos los pedidos: iba con permiso de transitar rutas nacionales y tenía la historia clínica con el pedido del médico. Quería ir segura. Llegué al control del Chaco, me paran y me dicen que no podía continuar porque no tenía autorización de Formosa. Me dijeron que me tenía que volver. No lo dijeron amablemente, fue con autoritarismo. “¿Cómo querés que vuelva y que maneje otros 3.000 km?, necesito ver a mi mamá”. Me propusieron quedarme en Santa Fe, casi como una orden.

Me quedé en Florencia. No sabía qué hacer y lloraba de la desesperación. Solo quería llegar. Sabía que para que mi mamá se vaya tranquila me tenía que ver. En la Comisaría anuncié que me iba a quedar en la estación de servicio y me dijeron que iban a mandar a alguien del hospital para que me haga el hisopado. El gerente de la estación me dijo que conocía familias que lograron a través del obispo de Santa Fe que diez personas ingresen a Formosa. Conocí a unos chicos que llevaban un mes varados en la ruta y vivían dentro de su auto. Esa noche trabajé en un pedido con una foto que empezó a circular por todos lados, donde estamos juntas y pidiendo que por favor me ayuden.

Mi historia se hizo viral. Nunca pensé que iba a tener tanta repercusión en todos los medios. Empezamos a hacer videos contando cómo estábamos y nos llamaban periodistas y canales. Conté mi historia. Manejé todos esos kilómetros sin recibir ayuda de nadie, excepto en Florencia con la gente de Cáritas que traía comida, y el gerente de la estación que nos prestó un lugar para quedarnos.

El miércoles 14 recibí un llamado a las 15 pidiéndome los datos porque iban a abrir carpeta, y a las 19 nos informan que podíamos ingresar a Formosa. Con muchísima alegría emprendimos el viaje. Ahí empezó otra vez la burocracia. Sé que estamos en pandemia, pero pedía un poco de empatía y solidaridad de los gobernantes. Ingresé a la 1 y a la 1.15 estaba en el hotel. Pregunté cuándo me iban a llevar a ver a mi mamá. La policía me contestó que no tenían la orden de llevarme al Sanatorio, solo de llevarme al hotel. Nos pidieron aislarnos en una habitación y no salir. Firmamos un acta de compromiso de que nos quedaríamos ahí. A las 8 me levanté y preparamos unos mates con la alegría de estar en Formosa, sabiendo que estaba a solo diez cuadras de ver a mi mamá.

Envié un mensaje a la Secretaría de Gobierno, pero no me contestaron, como siempre. Es un Gobierno que no es transparente, no da explicaciones. A las 12 me llama mi hermana y me dice que mi mamá había fallecido. Fue muy duro. Sentí que todo lo que había hecho fue en vano, salir a pelear por las redes, a hablar en los medios, en todas las radios y diarios. Sentí que mi voz no había sido escuchada. Entonces empecé a salir otra vez en los medios, no para criticar sino para tomar conciencia, porque no soy un número más, esto le podía pasar a otra familia y es muy doloroso.

Cuando pedí permiso para ir al velorio de ese día, me contestaron a las 19. Entiendo que no se puede hacer un velorio tradicional y que no puede haber mucha gente. Me dijeron que el hisopado había dado negativo. Pregunté cuándo me iban a dejar ver el cuerpo. “Estamos gestionando”, me decían. ¿Cuánto tiempo lleva gestionar? El viernes pude ir a despedirla. Le pedí perdón por no haber llegado a tiempo, consolándome de que la estaba viendo y pensando que se fue sin saber que hice lo imposible para verla.

Empezaron a inventar mentiras. El Gobierno dijo que me ofrecieron gentilmente ir a ver a mi mamá y que me negué verla en el Sanatorio. Es ilógico. Son las mentiras de un Gobierno que no sabe dar la cara y dar explicaciones transparentes. Mi número de ingreso era el 10.760, los chicos que estaban en Florencia tenían el 6.000 y seguían en la ruta varados hace 40 días. Empecé a cuestionarme todo, ¿ es la Argentina que quiero? El pueblo necesita abrir los ojos y ver.

Hoy estoy acá, peleando con un Gobierno que me está ensuciando con absurdos comentarios públicos sin escrúpulos. Necesitamos un cambio de mentalidad y de forma de tratar al otro. El autoritarismo está dividiendo a la gente. La sociedad se está acostumbrando y es tan feo. No ver al prójimo está mal y cada vez es peor. Necesitamos una sociedad unida. Recibí el apoyo de muchísima gente, pero con un Gobierno así es difícil, y al Gobierno lo ponemos nosotros. Deberíamos cambiar eso.

Hace dos días vi en las noticias que salía un avión sanitario llevando a un exgobernador de 78 años a Buenos Aires en un grave estado. Hay que ser político para que pongan algo del pueblo a su disposición. ¿Por qué a un político le permiten todo y a mí no me dan un minuto para ver a mi mamá?

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Por Martín Tacón

Estaba a punto de llegar a ver a mi mamá con vida, y no lo logré porque me lo impidieron. Recorrí 3.000 km con la esperanza de verla, ese era mi fin. Hablábamos por teléfono todos los días. Teníamos una rutina de empezar cada mañana con un “buen día”. Cuando se enfermó, pensó que lo podía controlar, que podía estar bien. A medida que empeoraba su pedido era “quiero verte”, “quiero que vengas”, “quiero que estés acá”. Ahí empezó mi odisea. Salí un sábado, no con la idea de ir a enfrentarme con un Gobierno obstinado y desalmado; iba con la idea de ver a mi mamá con vida, que me diera su último mensaje. Tal vez eso me ayudó hasta último momento. Y también decirle “mamita, quédate tranquila que voy a estar bien”.

Hace 13 años salí de Formosa. Mi marido y yo no teníamos trabajo. Sabíamos que no íbamos a progresar. Decidimos vivir en Rawson. Fue al azar, no teníamos a nadie. Mi marido después de Navidad y Año Nuevo se embarcó para conocer y buscar un alquiler. Veíamos por internet cómo era Rawson y cómo era Chubut. “Ese va a ser nuestro lugar”, decíamos. Él se fue primero y al mes me fui yo con mis cinco hijos. Ninguno tenía una profesión. Empecé a estudiar para maestra y él hacía de todo: ayudante de albañil, metalúrgico, electricista, hizo un curso de marinero mercante del cual nunca trabajó. Se quedó en una empresa como metalúrgico. Yo estudiaba por las tardes y por la mañana cuidaba a mis hijos. Cobraba el estacionamiento medido. Cuando recién arrancaba cobraba 50 centavos. Era una locura, pero estábamos juntos como familia.

Ese año, mi mamá como todos los años iba y se quedaba con nosotros. No empezaba un año si no lo empezábamos juntas. Me recibí de maestra y mi marido, de maestro mayor de obras. Ese sacrificio lo vieron mis hijos y nuestros amigos. No lo tuvimos de arriba, lo hicimos sin esperar nada de nadie.

Mis hijos están grandes. El 2020 lo arranqué brindando con mi mamá y deseando un hermoso año. Jamás nos imaginamos una pandemia. Cuando sacamos el pasaje de avión el 7 de marzo, sabíamos que la pandemia se acercaba a Argentina y que el virus estaba en países limítrofes como Brasil y Paraguay. Mi mamá se volvió a Formosa y nos despedimos con la promesa de volver a vernos el 1 de diciembre, como todos los años. En mayo, vino la noticia de que estaba enferma. Pedí autorización a una página de Formosa pidiendo ingreso. Nadie me contestó. En agosto vuelvo a pedir y tampoco respondieron. Con la desesperación, me largué. Mi hija solicitó una autorización comentando el motivo. Mi vida está instalada en Rawson, no quería traer a toda mi familia. Era mi deber y el momento de despedirme de mi mamá.

No iba con la intención de verla muerta. Iba a cuidarla. En el camino empezaron a suceder cosas, el llamado de mi hermana: “Carmen, mamá está mal, los médicos no pudieron regularizar su presión”. Iba con la angustia de que un llamado podía decirme que mi mamá estaba muerta. Era mi desesperación, quería despedirla porque sabía que no iba a volver a verla al año siguiente.

Empecé a transitar todas las provincias. Antes de salir de Chubut hice todos los pedidos: iba con permiso de transitar rutas nacionales y tenía la historia clínica con el pedido del médico. Quería ir segura. Llegué al control del Chaco, me paran y me dicen que no podía continuar porque no tenía autorización de Formosa. Me dijeron que me tenía que volver. No lo dijeron amablemente, fue con autoritarismo. “¿Cómo querés que vuelva y que maneje otros 3.000 km?, necesito ver a mi mamá”. Me propusieron quedarme en Santa Fe, casi como una orden.

Me quedé en Florencia. No sabía qué hacer y lloraba de la desesperación. Solo quería llegar. Sabía que para que mi mamá se vaya tranquila me tenía que ver. En la Comisaría anuncié que me iba a quedar en la estación de servicio y me dijeron que iban a mandar a alguien del hospital para que me haga el hisopado. El gerente de la estación me dijo que conocía familias que lograron a través del obispo de Santa Fe que diez personas ingresen a Formosa. Conocí a unos chicos que llevaban un mes varados en la ruta y vivían dentro de su auto. Esa noche trabajé en un pedido con una foto que empezó a circular por todos lados, donde estamos juntas y pidiendo que por favor me ayuden.

Mi historia se hizo viral. Nunca pensé que iba a tener tanta repercusión en todos los medios. Empezamos a hacer videos contando cómo estábamos y nos llamaban periodistas y canales. Conté mi historia. Manejé todos esos kilómetros sin recibir ayuda de nadie, excepto en Florencia con la gente de Cáritas que traía comida, y el gerente de la estación que nos prestó un lugar para quedarnos.

El miércoles 14 recibí un llamado a las 15 pidiéndome los datos porque iban a abrir carpeta, y a las 19 nos informan que podíamos ingresar a Formosa. Con muchísima alegría emprendimos el viaje. Ahí empezó otra vez la burocracia. Sé que estamos en pandemia, pero pedía un poco de empatía y solidaridad de los gobernantes. Ingresé a la 1 y a la 1.15 estaba en el hotel. Pregunté cuándo me iban a llevar a ver a mi mamá. La policía me contestó que no tenían la orden de llevarme al Sanatorio, solo de llevarme al hotel. Nos pidieron aislarnos en una habitación y no salir. Firmamos un acta de compromiso de que nos quedaríamos ahí. A las 8 me levanté y preparamos unos mates con la alegría de estar en Formosa, sabiendo que estaba a solo diez cuadras de ver a mi mamá.

Envié un mensaje a la Secretaría de Gobierno, pero no me contestaron, como siempre. Es un Gobierno que no es transparente, no da explicaciones. A las 12 me llama mi hermana y me dice que mi mamá había fallecido. Fue muy duro. Sentí que todo lo que había hecho fue en vano, salir a pelear por las redes, a hablar en los medios, en todas las radios y diarios. Sentí que mi voz no había sido escuchada. Entonces empecé a salir otra vez en los medios, no para criticar sino para tomar conciencia, porque no soy un número más, esto le podía pasar a otra familia y es muy doloroso.

Cuando pedí permiso para ir al velorio de ese día, me contestaron a las 19. Entiendo que no se puede hacer un velorio tradicional y que no puede haber mucha gente. Me dijeron que el hisopado había dado negativo. Pregunté cuándo me iban a dejar ver el cuerpo. “Estamos gestionando”, me decían. ¿Cuánto tiempo lleva gestionar? El viernes pude ir a despedirla. Le pedí perdón por no haber llegado a tiempo, consolándome de que la estaba viendo y pensando que se fue sin saber que hice lo imposible para verla.

Empezaron a inventar mentiras. El Gobierno dijo que me ofrecieron gentilmente ir a ver a mi mamá y que me negué verla en el Sanatorio. Es ilógico. Son las mentiras de un Gobierno que no sabe dar la cara y dar explicaciones transparentes. Mi número de ingreso era el 10.760, los chicos que estaban en Florencia tenían el 6.000 y seguían en la ruta varados hace 40 días. Empecé a cuestionarme todo, ¿ es la Argentina que quiero? El pueblo necesita abrir los ojos y ver.

Hoy estoy acá, peleando con un Gobierno que me está ensuciando con absurdos comentarios públicos sin escrúpulos. Necesitamos un cambio de mentalidad y de forma de tratar al otro. El autoritarismo está dividiendo a la gente. La sociedad se está acostumbrando y es tan feo. No ver al prójimo está mal y cada vez es peor. Necesitamos una sociedad unida. Recibí el apoyo de muchísima gente, pero con un Gobierno así es difícil, y al Gobierno lo ponemos nosotros. Deberíamos cambiar eso.

Hace dos días vi en las noticias que salía un avión sanitario llevando a un exgobernador de 78 años a Buenos Aires en un grave estado. Hay que ser político para que pongan algo del pueblo a su disposición. ¿Por qué a un político le permiten todo y a mí no me dan un minuto para ver a mi mamá?


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