Cenácolo, una comunidad que acompaña a familias de menores víctimas de adicciones

Sanar desde la fe, recuperando los dones. La comunidad Cenácolo funciona en Chubut y deriva casos en el país y el exterior acompañando a los padres que sufren el consumo de sustancias problemáticas en sus hijos. “Sólo deben tener la actitud de querer empezar una vida nueva”, dicen sus líderes.

Escuela de vida. Una postal de integrantes de una iniciativa con un fin noble desde Comodoro Rivadavia y para todo el país.
01 NOV 2020 - 21:15 | Actualizado

Desde la comunidad Cenácolo, que tiene ramificación internacional y una raíz orientada a la sanación desde la fe, se acompaña a las familias y jóvenes con problemas por consumo de alcohol y drogas. “Estas adicciones causan mucho a las familias” resume Ana Di Giuseppe, referente local del movimiento.

“Antes teníamos reuniones en el subsuelo de la Catedral y coloquios con los jóvenes. Ahora el trabajo cambió para este encuentro personal. Hemos logrado mandar a los últimos chicos a Buenos Aires y Catamarca para hacer un camino de recuperación que consideramos es maravilloso”.

Di Giuseppe destacó casos exitosos que inclusive llegaron a Italia y Brasil además de la presencia de once jóvenes en las distintas comunidades que funcionan en el país. “No cuantificamos los casos pero en Comodoro Rivadavia hoy estamos concentrados en los chicos a recuperar ahora. Muchos ya están haciendo su vida normal, salieron de la comunidad y otros se han quedado para devolver esta sanación”.

“Generalmente cuando llegan a nosotros es porque pasaron por todos los centros, psicólogos, psiquiatras; instituciones o esperando un turno para que alguien los atienda. Los padres generalmente acuden a los médicos pero la experiencia nos dice que sin desmerecer esta labor, los jóvenes sienten un vacío muy grande. Desde la Iglesia Católica sólo sabemos que la acción de Dios es la que sana. Hacemos un camino profundo de conversión y la comunidad es una Escuela de vida en la que se recuperan los valores y las cosas que perdieron. Los llamamos, conversamos y eso requiere de un tiempo”.

“Solamente tienen que tener la actitud de querer salir de las drogas y empezar una vida nueva. Los padres llegan desesperados, quieren recuperar rápido a sus hijos y a veces, no es así porque hay que entender cómo es una comunidad y que no hay encierro, ni guardianes en la puerta”.

Desde hace catorce años en la Patagonia, el proceso incluye un trabajo silencioso y sostenido que deriva casos a Buenos Aires y Catamarca. La referente de la Comunidad Cenácolo indicó que los jóvenes se acercan voluntariamente y que la característica del trabajo incluye que no haya custodias, ni seguridad como tampoco intervenciones médicas profesionales.

“Todas las casas viven de la providencia, hay ayuda de los padres, hacemos feria de ropas, cocinamos para vender y nos manejamos con pequeñas ayudas. No es una comunidad terapéutica. No hay siquiatras ni medicación. Decimos que es una escuela de vida con una planificación diaria”.

En cuanto a la rutina de quienes asisten a estos espacios comunitarios, Di Giuseppe explicó: “Empiezan rezando un rosario, desayunan, y tienen distintas actividades que incluyen animales; huerta, limpieza, el pan y hacen de todo. Es una escuela de vida; levantan una pared, ladrillo a ladrillo. Aprenden ahí cosas que cualquier adicto no hace. Cuando hay una adicción son perezosos y no quieren hacer nada, cambian el día por la noche y no son dueños ni siquiera de su voluntad. Cuando limpian su cabeza, su cuerpo y su corazón de la droga empiezan a aparecen todos sus dones y las cosas bellas que Dios ha puesto en cada uno. Ahí descubren todo lo que pueden hacer. Que pueden cantar, bailar, dibujar, sembrar y tantas otras cosas”.

“La droga destruye familias –dice Di Giuseppe- y nadie sabe qué hacer en estos casos. Cada Diócesis conoce de nuestra existencia; nos conectamos de muchas maneras, nos acercamos a los jóvenes, los conocemos y nos interiorizamos de su situación. Aún en tiempo de pandemia el trabajo no se detiene”.

La referente de Cenácolo plantea que la única voluntad presente es la de cambiar la vida.

“Hay un chico que acompaña durante un tiempo al recién llegado, lo acompaña y lo guía; le enseña el día a día inclusive cuando esté mal o le llegue el momento de la abstinencia porque eso también tiene que pasar. El acompañante le servirá un té, caminarán juntos y soportará todas las inclemencias por el hecho de ya haber transitado este proceso. Ahí se encuentra la amistad verdadera, no la del bolsillo o la de quien mira cuánto se puede pagar o cuánta droga comparte”.

En cuanto a las adicciones más frecuentes al margen del alcohol y el consumo de sustancias, Di Giuseppe agregó: “Sumaría a los juegos y al uso de la computadora y todo lo relacionado con las redes. Hay trastornos en el caso de las chicas con la alimentación, la bulimia y la anorexia”.

Y celebró la apertura de un espacio específico para las mujeres dentro de la Comunidad con la llegada de misioneras. “Esta era una gran necesidad, por suerte la hemos podido inaugurar”.

“Queremos decirle –finalizó- a los padres que tengan esperanza, que no se cansen, ni tiren la toalla. Tienen que ser perverantes; hablarles a los hijos en los momentos adecuados. Les damos ánimo y le decimos que se puede. Hemos visto que hay misiones que trabajan en todo el mundo. Escuchando a los chicos, vemos los milagros y como Dios hace tantas maravillas, recuperándolos”.

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Escuela de vida. Una postal de integrantes de una iniciativa con un fin noble desde Comodoro Rivadavia y para todo el país.
01 NOV 2020 - 21:15

Desde la comunidad Cenácolo, que tiene ramificación internacional y una raíz orientada a la sanación desde la fe, se acompaña a las familias y jóvenes con problemas por consumo de alcohol y drogas. “Estas adicciones causan mucho a las familias” resume Ana Di Giuseppe, referente local del movimiento.

“Antes teníamos reuniones en el subsuelo de la Catedral y coloquios con los jóvenes. Ahora el trabajo cambió para este encuentro personal. Hemos logrado mandar a los últimos chicos a Buenos Aires y Catamarca para hacer un camino de recuperación que consideramos es maravilloso”.

Di Giuseppe destacó casos exitosos que inclusive llegaron a Italia y Brasil además de la presencia de once jóvenes en las distintas comunidades que funcionan en el país. “No cuantificamos los casos pero en Comodoro Rivadavia hoy estamos concentrados en los chicos a recuperar ahora. Muchos ya están haciendo su vida normal, salieron de la comunidad y otros se han quedado para devolver esta sanación”.

“Generalmente cuando llegan a nosotros es porque pasaron por todos los centros, psicólogos, psiquiatras; instituciones o esperando un turno para que alguien los atienda. Los padres generalmente acuden a los médicos pero la experiencia nos dice que sin desmerecer esta labor, los jóvenes sienten un vacío muy grande. Desde la Iglesia Católica sólo sabemos que la acción de Dios es la que sana. Hacemos un camino profundo de conversión y la comunidad es una Escuela de vida en la que se recuperan los valores y las cosas que perdieron. Los llamamos, conversamos y eso requiere de un tiempo”.

“Solamente tienen que tener la actitud de querer salir de las drogas y empezar una vida nueva. Los padres llegan desesperados, quieren recuperar rápido a sus hijos y a veces, no es así porque hay que entender cómo es una comunidad y que no hay encierro, ni guardianes en la puerta”.

Desde hace catorce años en la Patagonia, el proceso incluye un trabajo silencioso y sostenido que deriva casos a Buenos Aires y Catamarca. La referente de la Comunidad Cenácolo indicó que los jóvenes se acercan voluntariamente y que la característica del trabajo incluye que no haya custodias, ni seguridad como tampoco intervenciones médicas profesionales.

“Todas las casas viven de la providencia, hay ayuda de los padres, hacemos feria de ropas, cocinamos para vender y nos manejamos con pequeñas ayudas. No es una comunidad terapéutica. No hay siquiatras ni medicación. Decimos que es una escuela de vida con una planificación diaria”.

En cuanto a la rutina de quienes asisten a estos espacios comunitarios, Di Giuseppe explicó: “Empiezan rezando un rosario, desayunan, y tienen distintas actividades que incluyen animales; huerta, limpieza, el pan y hacen de todo. Es una escuela de vida; levantan una pared, ladrillo a ladrillo. Aprenden ahí cosas que cualquier adicto no hace. Cuando hay una adicción son perezosos y no quieren hacer nada, cambian el día por la noche y no son dueños ni siquiera de su voluntad. Cuando limpian su cabeza, su cuerpo y su corazón de la droga empiezan a aparecen todos sus dones y las cosas bellas que Dios ha puesto en cada uno. Ahí descubren todo lo que pueden hacer. Que pueden cantar, bailar, dibujar, sembrar y tantas otras cosas”.

“La droga destruye familias –dice Di Giuseppe- y nadie sabe qué hacer en estos casos. Cada Diócesis conoce de nuestra existencia; nos conectamos de muchas maneras, nos acercamos a los jóvenes, los conocemos y nos interiorizamos de su situación. Aún en tiempo de pandemia el trabajo no se detiene”.

La referente de Cenácolo plantea que la única voluntad presente es la de cambiar la vida.

“Hay un chico que acompaña durante un tiempo al recién llegado, lo acompaña y lo guía; le enseña el día a día inclusive cuando esté mal o le llegue el momento de la abstinencia porque eso también tiene que pasar. El acompañante le servirá un té, caminarán juntos y soportará todas las inclemencias por el hecho de ya haber transitado este proceso. Ahí se encuentra la amistad verdadera, no la del bolsillo o la de quien mira cuánto se puede pagar o cuánta droga comparte”.

En cuanto a las adicciones más frecuentes al margen del alcohol y el consumo de sustancias, Di Giuseppe agregó: “Sumaría a los juegos y al uso de la computadora y todo lo relacionado con las redes. Hay trastornos en el caso de las chicas con la alimentación, la bulimia y la anorexia”.

Y celebró la apertura de un espacio específico para las mujeres dentro de la Comunidad con la llegada de misioneras. “Esta era una gran necesidad, por suerte la hemos podido inaugurar”.

“Queremos decirle –finalizó- a los padres que tengan esperanza, que no se cansen, ni tiren la toalla. Tienen que ser perverantes; hablarles a los hijos en los momentos adecuados. Les damos ánimo y le decimos que se puede. Hemos visto que hay misiones que trabajan en todo el mundo. Escuchando a los chicos, vemos los milagros y como Dios hace tantas maravillas, recuperándolos”.