Por Carlos Guajardo / Especial para Jornada
Poco abrigo en aquellos fríos inviernos patagónicos para Daniel Lillo. Por eso, en cada recreo le robaba la bufanda amarilla a su maestra Mirta Romero para mitigar aunque sea un poco las consecuencias que podían traerle las bajas temperaturas en ese patio de la zona de chacras de Trelew. Ocurría en la escuela 64 de Loma Grande, a 7 kilómetros de la ciudad. Sin saberlo, ambos estaban por comenzar a escribir una de esas historias que hoy forman parte de una gesta que cumple 40 años: la guerra de Malvinas. Es que años después y lejos de las caricias de sus maestras y el calor de las aulas, tuvo que ir a pelear como un soldado más. Y como el frío era más intenso y su maestra le escribió que “le pidiera lo que quisiera”, él no dudó y contestó: “mándeme la bufanda amarilla, me quiero volver a abrigar con ella”.
En la escuela, Mirta Romero se hacía la distraída y dejaba que Daniel cumpla con su ritual acostumbrado. Y aunque los compañeros le advertían que “la señorita se va a dar cuenta”, él no hacía caso. La bufanda de Mirta lo acompañaba siempre, anudada en su cuello. Sin ella ya era difícil la intemperie de la impiadosa Patagonia. Corría el año 1978. La escuela albergaba también en sus aulas a varios de los 14 hermanos que formaban parte de la familia Lillo. Pero Daniel siempre tuvo un trato especial. Y aunque su maestra se daba cuenta que su bufanda no estaba en el lugar donde la había dejado, no regañaba a su alumno. Solo le dijo que “aprenda a pedirla”.
Terminada la escuela (Mirta fue maestra cuando Daniel cursó el 7º grado) fue pasando el tiempo y llegó el año de la guerra. Daniel Lillo entró al servicio militar sin saber la locura y la angustia que le esperaba. Le tocó la conscripción en el Regimiento de Infantería 25 de la ciudad de Sarmiento, un lugar que guarda una historia profunda con la guerra de Malvinas. Y también la guarda esa bufanda amarilla que pasó de abrigar a Daniel en los recreos a quitarle aunque sea un poquito, el frío penetrante de las islas.
Ya en Malvinas, para Daniel cualquier carta o encomienda era “una caricia al alma”. Le contó a Jornada que “era tanta soledad, tanto el frío y tanto el castigo y el hambre que recibir siquiera una noticia nos cambiaba el día”. La Escuela 64 se incendió mientras ese soldado con cara de nene y con una palpable inocencia se encontraba en el frente de batalla. Su madre Julia Calderón (ya fallecida) se lo contó en una carta. Y también le decía que “todas sus maestras preguntaban por él”, que les escriba. Entre ellas claro, estaba Mirta. Entonces ese soldado, entre otros miles de soldados comenzó a escribir mientras las balas del enemigo inglés comenzaban a diezmar sus fuerzas y la de sus compañeros de batalla
“Recibí una carta desgarradora. Daniel me contaba todo lo que estaba pasando. Sus miedos, sus angustias, su soledad. Le contesté y le dije que estaba a su disposición, que me pidiera lo que quisiera. Cuando recibí la respuesta no podía creerlo: “Maestra, mándeme la bufanda amarilla. Acá hace mucho frío"
La bufanda llegó. Estaba igual que cuando Daniel la usaba en la escuela de la zona de chacras de Trelew. No era una bufanda cualquiera: la había tejido la mamá de Mirta. “Cuando abrí la caja me llevé una gran sorpresa. Lo primero que vi fue la bufanda y creo que todo lo demás pasó a segundo plano. Desde ese momento, no la dejé nunca. Y es más: me parecía sentir en ella, el perfume de mi maestra”.
El encuentro de ambos para traer más cerca los recuerdos fue en Playa Unión, en la casa de Mirta a solo unos metros del mar. Ese mismo mar cuyo ruido profundo, sus olas galopantes y sus espumas blancas lo acompañaron un largo tiempo frente a sus ojos mientras sentía la tierra malvinense como propia, mientras peleaba contra el enemigo. Durante la charla ambos recordaron cosas de aquellos tiempos, componiendo una historia más, de todas las que dejó la guerra. Daniel pertenecía a una familia muy humilde. Nada menos que 14 hermanos en total y una mamá que nunca dejó que faltara la comida en la mesa. La preferencia de Mirta por ese alumno tímido y cariñoso se trasladaba también fuera de la escuela. Lo llevaba a su casa donde Daniel hacía algunos pequeños trabajos como cortar el césped. Después, pasaban por algún mercado y Mirta le “pagaba” su trabajo llenando un carrito de alimentos Daniel regresaba orgulloso a su casa con ese granito de arena que aportaba para la vida diaria de su familia numerosa.
“Después que estuve allá puedo decir que me acuesto y me levanto pensando en Malvinas. Fueron días largos, interminables. La guerra nunca deja ganadores. Todos perdemos. Estuve en el frente con el regimiento. Vi morir compañeros, como las minas estallaban sobre sus pies. Estuve en la primera línea de fuego. Del 2 al 14 de junio en Puerto Argentino. El 13 y 14 de junio nos tocaba reemplazar al Regimiento BIN 5. Pero el fuego enemigo no nos dejó avanzar. Hasta la noche del 14 en que llegó la rendición. Después nos tomaron prisioneros y nos llevaron en barco hasta Punta Quilla, en Santa Cruz. De ahí a Comodoro y después al regimiento de Sarmiento. Los ingleses nos revisaban de arriba abajo. Y nos sacaban todo. Yo tenía la bufanda puesta. Rezaba para que no me la quitaran. Como formaba parte de mi vestimenta ni la tocaron. Y la pude conservar”, agregó Daniel.
A sus 58 años, Daniel es un activo luchador entre los ex combatientes de Malvinas. De hecho es ahora presidente del centro de Rawson. Aún a 40 años, con solo verlo y escucharlo no es difícil adivinar que aún su vida pasa por aquellos días sufridos de la guerra. “Podría contar mil anécdotas. Pero hay una que no puedo olvidar. Estando en el Regimiento tras volver de las islas, mi hermano Ezequiel me visitó. Y me contó que mi madre está muy mal. “Está flaquita, sufre mucho por vos”, me dijo. Y me ofreció llevarme por tres días a Trelew para verla y después volver al regimiento. “No creo que me dejen, pero ahora viene un oficial y le pedimos permiso”. Cuando llegó el superior, no lo dejamos bajar del vehículo. Mi hermano se acercó y le pidió permiso para que yo pueda ver a mi madre y después me traía de nuevo al regimiento. El oficial le dijo: “Usted está viendo a su hermano. ¿cómo lo ve? Lo ve bien, cierto. Sáquele una foto y llévesela a su mamá. Él no se mueve de aquí”. Tuve que esperar un tiempo para verla y abrazarla”.
Todos saben que terminada la guerra, la dictadura que marcó la etapa más terrible de la Argentina, intentó (y logró) esconder a sus soldados, a sus héroes. Porque así, podría esconder las mentiras a las que el pueblo argentino fue sometido durante los interminables días del conflicto bélico. Daniel no fue la excepción en esa maquinaria cruel que los militares pusieron en funcionamiento. “Después de pelear por la patria, sentimos con los compañeros un destrato total. Solo les doy un dato: del regimiento de Sarmiento a mi casa me tuve que volver a dedo cuando me dieron el alta”.
También recuerda una anécdota más agradable. Fue cuando dio una charla en una escuela de Gobernador Costa. “Los chicos tienen que saber bien esta historia”, dijo Daniel. Cuando salió del aula, un hombre lo detuvo. “No recuerdo el nombre. Me dijo que era dibujante y si podía hacer una tira con la historia de la bufanda que yo, entre otras cosas, había contado en la charla. Le dije que si. Y me emocionó mucho cuando la recibí. Todavía la conservo”.
Daniel está casado (ya estaba de novio cuando fue a Malvinas) y tiene dos hijas. Mariela Janet de 37 años y Rocío Belén de 30. Mariela fue a estudiar a Río Negro y después formó pareja y vive ahora en Choele Choel. Tiene una hija: se llama Malvina. Un día de los tantos que vino a Rawson a visitar a su padre, le dijo que donde vivía también hacía mucho frío. Y le pidió la bufanda amarilla para que la abrigara igual que a Daniel en los recreos del colegio y en la guera. Mariela la luce con orgullo. Es parte de la historia de su padre. Quizá de la parte más triste pero que jamás podrá dejar salir de su corazón.
Por Carlos Guajardo / Especial para Jornada
Poco abrigo en aquellos fríos inviernos patagónicos para Daniel Lillo. Por eso, en cada recreo le robaba la bufanda amarilla a su maestra Mirta Romero para mitigar aunque sea un poco las consecuencias que podían traerle las bajas temperaturas en ese patio de la zona de chacras de Trelew. Ocurría en la escuela 64 de Loma Grande, a 7 kilómetros de la ciudad. Sin saberlo, ambos estaban por comenzar a escribir una de esas historias que hoy forman parte de una gesta que cumple 40 años: la guerra de Malvinas. Es que años después y lejos de las caricias de sus maestras y el calor de las aulas, tuvo que ir a pelear como un soldado más. Y como el frío era más intenso y su maestra le escribió que “le pidiera lo que quisiera”, él no dudó y contestó: “mándeme la bufanda amarilla, me quiero volver a abrigar con ella”.
En la escuela, Mirta Romero se hacía la distraída y dejaba que Daniel cumpla con su ritual acostumbrado. Y aunque los compañeros le advertían que “la señorita se va a dar cuenta”, él no hacía caso. La bufanda de Mirta lo acompañaba siempre, anudada en su cuello. Sin ella ya era difícil la intemperie de la impiadosa Patagonia. Corría el año 1978. La escuela albergaba también en sus aulas a varios de los 14 hermanos que formaban parte de la familia Lillo. Pero Daniel siempre tuvo un trato especial. Y aunque su maestra se daba cuenta que su bufanda no estaba en el lugar donde la había dejado, no regañaba a su alumno. Solo le dijo que “aprenda a pedirla”.
Terminada la escuela (Mirta fue maestra cuando Daniel cursó el 7º grado) fue pasando el tiempo y llegó el año de la guerra. Daniel Lillo entró al servicio militar sin saber la locura y la angustia que le esperaba. Le tocó la conscripción en el Regimiento de Infantería 25 de la ciudad de Sarmiento, un lugar que guarda una historia profunda con la guerra de Malvinas. Y también la guarda esa bufanda amarilla que pasó de abrigar a Daniel en los recreos a quitarle aunque sea un poquito, el frío penetrante de las islas.
Ya en Malvinas, para Daniel cualquier carta o encomienda era “una caricia al alma”. Le contó a Jornada que “era tanta soledad, tanto el frío y tanto el castigo y el hambre que recibir siquiera una noticia nos cambiaba el día”. La Escuela 64 se incendió mientras ese soldado con cara de nene y con una palpable inocencia se encontraba en el frente de batalla. Su madre Julia Calderón (ya fallecida) se lo contó en una carta. Y también le decía que “todas sus maestras preguntaban por él”, que les escriba. Entre ellas claro, estaba Mirta. Entonces ese soldado, entre otros miles de soldados comenzó a escribir mientras las balas del enemigo inglés comenzaban a diezmar sus fuerzas y la de sus compañeros de batalla
“Recibí una carta desgarradora. Daniel me contaba todo lo que estaba pasando. Sus miedos, sus angustias, su soledad. Le contesté y le dije que estaba a su disposición, que me pidiera lo que quisiera. Cuando recibí la respuesta no podía creerlo: “Maestra, mándeme la bufanda amarilla. Acá hace mucho frío"
La bufanda llegó. Estaba igual que cuando Daniel la usaba en la escuela de la zona de chacras de Trelew. No era una bufanda cualquiera: la había tejido la mamá de Mirta. “Cuando abrí la caja me llevé una gran sorpresa. Lo primero que vi fue la bufanda y creo que todo lo demás pasó a segundo plano. Desde ese momento, no la dejé nunca. Y es más: me parecía sentir en ella, el perfume de mi maestra”.
El encuentro de ambos para traer más cerca los recuerdos fue en Playa Unión, en la casa de Mirta a solo unos metros del mar. Ese mismo mar cuyo ruido profundo, sus olas galopantes y sus espumas blancas lo acompañaron un largo tiempo frente a sus ojos mientras sentía la tierra malvinense como propia, mientras peleaba contra el enemigo. Durante la charla ambos recordaron cosas de aquellos tiempos, componiendo una historia más, de todas las que dejó la guerra. Daniel pertenecía a una familia muy humilde. Nada menos que 14 hermanos en total y una mamá que nunca dejó que faltara la comida en la mesa. La preferencia de Mirta por ese alumno tímido y cariñoso se trasladaba también fuera de la escuela. Lo llevaba a su casa donde Daniel hacía algunos pequeños trabajos como cortar el césped. Después, pasaban por algún mercado y Mirta le “pagaba” su trabajo llenando un carrito de alimentos Daniel regresaba orgulloso a su casa con ese granito de arena que aportaba para la vida diaria de su familia numerosa.
“Después que estuve allá puedo decir que me acuesto y me levanto pensando en Malvinas. Fueron días largos, interminables. La guerra nunca deja ganadores. Todos perdemos. Estuve en el frente con el regimiento. Vi morir compañeros, como las minas estallaban sobre sus pies. Estuve en la primera línea de fuego. Del 2 al 14 de junio en Puerto Argentino. El 13 y 14 de junio nos tocaba reemplazar al Regimiento BIN 5. Pero el fuego enemigo no nos dejó avanzar. Hasta la noche del 14 en que llegó la rendición. Después nos tomaron prisioneros y nos llevaron en barco hasta Punta Quilla, en Santa Cruz. De ahí a Comodoro y después al regimiento de Sarmiento. Los ingleses nos revisaban de arriba abajo. Y nos sacaban todo. Yo tenía la bufanda puesta. Rezaba para que no me la quitaran. Como formaba parte de mi vestimenta ni la tocaron. Y la pude conservar”, agregó Daniel.
A sus 58 años, Daniel es un activo luchador entre los ex combatientes de Malvinas. De hecho es ahora presidente del centro de Rawson. Aún a 40 años, con solo verlo y escucharlo no es difícil adivinar que aún su vida pasa por aquellos días sufridos de la guerra. “Podría contar mil anécdotas. Pero hay una que no puedo olvidar. Estando en el Regimiento tras volver de las islas, mi hermano Ezequiel me visitó. Y me contó que mi madre está muy mal. “Está flaquita, sufre mucho por vos”, me dijo. Y me ofreció llevarme por tres días a Trelew para verla y después volver al regimiento. “No creo que me dejen, pero ahora viene un oficial y le pedimos permiso”. Cuando llegó el superior, no lo dejamos bajar del vehículo. Mi hermano se acercó y le pidió permiso para que yo pueda ver a mi madre y después me traía de nuevo al regimiento. El oficial le dijo: “Usted está viendo a su hermano. ¿cómo lo ve? Lo ve bien, cierto. Sáquele una foto y llévesela a su mamá. Él no se mueve de aquí”. Tuve que esperar un tiempo para verla y abrazarla”.
Todos saben que terminada la guerra, la dictadura que marcó la etapa más terrible de la Argentina, intentó (y logró) esconder a sus soldados, a sus héroes. Porque así, podría esconder las mentiras a las que el pueblo argentino fue sometido durante los interminables días del conflicto bélico. Daniel no fue la excepción en esa maquinaria cruel que los militares pusieron en funcionamiento. “Después de pelear por la patria, sentimos con los compañeros un destrato total. Solo les doy un dato: del regimiento de Sarmiento a mi casa me tuve que volver a dedo cuando me dieron el alta”.
También recuerda una anécdota más agradable. Fue cuando dio una charla en una escuela de Gobernador Costa. “Los chicos tienen que saber bien esta historia”, dijo Daniel. Cuando salió del aula, un hombre lo detuvo. “No recuerdo el nombre. Me dijo que era dibujante y si podía hacer una tira con la historia de la bufanda que yo, entre otras cosas, había contado en la charla. Le dije que si. Y me emocionó mucho cuando la recibí. Todavía la conservo”.
Daniel está casado (ya estaba de novio cuando fue a Malvinas) y tiene dos hijas. Mariela Janet de 37 años y Rocío Belén de 30. Mariela fue a estudiar a Río Negro y después formó pareja y vive ahora en Choele Choel. Tiene una hija: se llama Malvina. Un día de los tantos que vino a Rawson a visitar a su padre, le dijo que donde vivía también hacía mucho frío. Y le pidió la bufanda amarilla para que la abrigara igual que a Daniel en los recreos del colegio y en la guera. Mariela la luce con orgullo. Es parte de la historia de su padre. Quizá de la parte más triste pero que jamás podrá dejar salir de su corazón.