La foto histórica que muestra el tiro de gracia a uno de los fusilados del 72

Jorge Ulla fue rematado a quemarropa en su calabozo de la Base. Su familia lo fotografió en el féretro y su hermano Julio guardó el registro durante 40 años hasta que la aportó al tribunal. Tras el 22 de agosto, los sobrevivientes le contaron cómo fue su último instante. Las persecuciones al testigo.

Evidencia impactante. La familia de Jorge Ulla sospechaba y por eso guardó esta imagen del balazo a quemarropa debajo de la tetilla izquierda que prueba un tiro de gracia.
23 AGO 2022 - 17:07 | Actualizado 23 AGO 2022 - 17:09

Tirá, asesino hijo de puta”. Fue el último grito de Jorge Ulla, fusilado en la Base. Ricardo Haidar, sobreviviente de la Masacre, lo escuchó y un año después se lo contó a Julio, el hermano. La misma versión dio María Antonia Berger para “La Patria Fusilada” y Alberto Camps a un amigo común en la cárcel de Devoto. Después de esa frase, también escucharon el tiro que lo mató.

El impacto de ese disparo fue fotografiado en el pecho de Jorge, minutos antes de su entierro. Su familia ya sospechaba. A todo color y de un altísimo valor histórico y judicial, es la imagen más nítida de uno de los 19 fusilados y se conoció después de 40 años. Se observa el halo negro que deja la pólvora cuando el disparo es cercano, a quemarropa.

Haidar salió vivo del 22 de agosto y tras la amnistía de presos políticos, visitó a la familia de Jorge en el piso de sus padres, un número 15 de un edificio de Santa Fe. “Nos dio su relato personal, muy dramático. Él estaba casi indemne, sin heridas, y ante los disparos se zambulló en su calabozo sin saber qué pasaba. Después de las ráfagas oyó quejidos, estertores y alguien muriendo delante suyo. Me dijo ´Venían rematando y esperaba mi turno hasta que escuché la voz de tu hermano, que reconocí perfectamente por haber estado detenido con él”. Entonces, el insulto y el final.
De hablar pausado, Julio Ulla viajó desde Santa Fe y construyó silencios conmovedores en el Cine Teatro “José Hernández”, en el día de más concurrencia desde el inicio del juicio.

“Toda mi vida repasé e imaginé esa escena. ¿Cómo habrá recibido mi hermano el tiro de gracia a quemarropa? Ya estaba herido en un muslo así que seguro, conociéndolo como lo conocía, intentó pararse para morir de pie, con una sonrisa a lo mejor cínica, a lo mejor de miedo”.
Julio es cirujano. Por eso supo que el disparo en el pecho debió ser a centímetros. En cambio, el tiro en el muslo de su hermano era limpio.
“Recibimos su cuerpo y al cambiarlo de cajón vimos que estaba desnudo y ensangrentado, sucio de tierra y pedregullo porque lo habían arrastrado”, le relató al tribunal. Sólo conservaba su cinto y un atado de cigarros Jockey Club. “La ropa se la quitaron porque seguramente era una prueba”.
El cuerpo lo recibió su padre en la cabecera de pista del aeropuerto de Santa Fe. “No hubo posibilidades de autopsia porque por temor nadie accedió –explicó Jorge-. Mi padre quería enterrarlo lo más pronto posible para acabar con la tristeza”. Ninguno pensaba en que alguna vez habría un proceso. Igual decidieron fotografiarlo. “Fue con diapositivas y luego digitalizamos las imágenes para poder aportarlas al juicio”.

La familia debió negociar con la Policía cómo sería la marcha rumbo al cementerio. Pactaron pero no contaron con miles de personas en la plaza para la despedida. Las tanquetas reaccionaron apuntando a la casa de los Ulla. “Le dije a mi padre que su cuerpo ya no nos pertenecía. Subimos el cajón al coche fúnebre pero se recalentó y debimos empujarlo”. Los militares irrumpieron con su repertorio: gases, bastones, balas de goma. Ulla se agarró fuerte del cajón por miedo a perderlo y llegó al cementerio en un carro de asalto de la Policía. “Había un verdadero ejército y un enjambre de gente sobre los panteones”. A Julio lo enterraron junto con su madre, entre discursos.

Después de agosto Jorge y su familia sufrieron persecuciones debido a su vinculación con la Masacre. Le pusieron un FAL en la nuca, amenazaron con desaparecer a su nene, lo torturaron, lo aislaron durante horas, lo interrogaron, agredieron a su círculo cercano. Se salvó de milagro por una credencial que acreditaba su empleo en una cárcel de mujeres. “Ser familiar nos hacía participar, queriéndolo o no, y todo podía ser interpretación de complicidad”.
Tras su testimonio miró a los ojos al tribunal y le deseó “capacidad y templanza para afinar la espada y medir la balanza de modo que las heridas puedan ser cerradas”.

Quien aportó las cuatro fotos fue Ilda Bonardi, la viuda de Humberto Toschi. Julio Ulla se las facilitó a inicios de junio de 2012.
La mayoría de las partes, incluido el tribunal, desconocía su existencia. Y tomó por sorpresa a las defensas. “Es la primera vez que me hacen conocer estas fotos”, declaró Bonardi. “Esto demuestra que este proceso abrió muchas puertas ya que el hermano de Ulla jamás las había mostrado hasta que me las mandó”.#

Evidencia impactante. La familia de Jorge Ulla sospechaba y por eso guardó esta imagen del balazo a quemarropa debajo de la tetilla izquierda que prueba un tiro de gracia.
23 AGO 2022 - 17:07

Tirá, asesino hijo de puta”. Fue el último grito de Jorge Ulla, fusilado en la Base. Ricardo Haidar, sobreviviente de la Masacre, lo escuchó y un año después se lo contó a Julio, el hermano. La misma versión dio María Antonia Berger para “La Patria Fusilada” y Alberto Camps a un amigo común en la cárcel de Devoto. Después de esa frase, también escucharon el tiro que lo mató.

El impacto de ese disparo fue fotografiado en el pecho de Jorge, minutos antes de su entierro. Su familia ya sospechaba. A todo color y de un altísimo valor histórico y judicial, es la imagen más nítida de uno de los 19 fusilados y se conoció después de 40 años. Se observa el halo negro que deja la pólvora cuando el disparo es cercano, a quemarropa.

Haidar salió vivo del 22 de agosto y tras la amnistía de presos políticos, visitó a la familia de Jorge en el piso de sus padres, un número 15 de un edificio de Santa Fe. “Nos dio su relato personal, muy dramático. Él estaba casi indemne, sin heridas, y ante los disparos se zambulló en su calabozo sin saber qué pasaba. Después de las ráfagas oyó quejidos, estertores y alguien muriendo delante suyo. Me dijo ´Venían rematando y esperaba mi turno hasta que escuché la voz de tu hermano, que reconocí perfectamente por haber estado detenido con él”. Entonces, el insulto y el final.
De hablar pausado, Julio Ulla viajó desde Santa Fe y construyó silencios conmovedores en el Cine Teatro “José Hernández”, en el día de más concurrencia desde el inicio del juicio.

“Toda mi vida repasé e imaginé esa escena. ¿Cómo habrá recibido mi hermano el tiro de gracia a quemarropa? Ya estaba herido en un muslo así que seguro, conociéndolo como lo conocía, intentó pararse para morir de pie, con una sonrisa a lo mejor cínica, a lo mejor de miedo”.
Julio es cirujano. Por eso supo que el disparo en el pecho debió ser a centímetros. En cambio, el tiro en el muslo de su hermano era limpio.
“Recibimos su cuerpo y al cambiarlo de cajón vimos que estaba desnudo y ensangrentado, sucio de tierra y pedregullo porque lo habían arrastrado”, le relató al tribunal. Sólo conservaba su cinto y un atado de cigarros Jockey Club. “La ropa se la quitaron porque seguramente era una prueba”.
El cuerpo lo recibió su padre en la cabecera de pista del aeropuerto de Santa Fe. “No hubo posibilidades de autopsia porque por temor nadie accedió –explicó Jorge-. Mi padre quería enterrarlo lo más pronto posible para acabar con la tristeza”. Ninguno pensaba en que alguna vez habría un proceso. Igual decidieron fotografiarlo. “Fue con diapositivas y luego digitalizamos las imágenes para poder aportarlas al juicio”.

La familia debió negociar con la Policía cómo sería la marcha rumbo al cementerio. Pactaron pero no contaron con miles de personas en la plaza para la despedida. Las tanquetas reaccionaron apuntando a la casa de los Ulla. “Le dije a mi padre que su cuerpo ya no nos pertenecía. Subimos el cajón al coche fúnebre pero se recalentó y debimos empujarlo”. Los militares irrumpieron con su repertorio: gases, bastones, balas de goma. Ulla se agarró fuerte del cajón por miedo a perderlo y llegó al cementerio en un carro de asalto de la Policía. “Había un verdadero ejército y un enjambre de gente sobre los panteones”. A Julio lo enterraron junto con su madre, entre discursos.

Después de agosto Jorge y su familia sufrieron persecuciones debido a su vinculación con la Masacre. Le pusieron un FAL en la nuca, amenazaron con desaparecer a su nene, lo torturaron, lo aislaron durante horas, lo interrogaron, agredieron a su círculo cercano. Se salvó de milagro por una credencial que acreditaba su empleo en una cárcel de mujeres. “Ser familiar nos hacía participar, queriéndolo o no, y todo podía ser interpretación de complicidad”.
Tras su testimonio miró a los ojos al tribunal y le deseó “capacidad y templanza para afinar la espada y medir la balanza de modo que las heridas puedan ser cerradas”.

Quien aportó las cuatro fotos fue Ilda Bonardi, la viuda de Humberto Toschi. Julio Ulla se las facilitó a inicios de junio de 2012.
La mayoría de las partes, incluido el tribunal, desconocía su existencia. Y tomó por sorpresa a las defensas. “Es la primera vez que me hacen conocer estas fotos”, declaró Bonardi. “Esto demuestra que este proceso abrió muchas puertas ya que el hermano de Ulla jamás las había mostrado hasta que me las mandó”.#


NOTICIAS RELACIONADAS