Encarnación Mulhall, la mujer que espera justicia

Volvió de Devoto pero más tarde debió huir a Rosario para salvarse. El matrimonio regresó en democracia. Beltrán se convirtió en juez federal y llevó causas de Derechos Humanos. Encarnación enviudó en 1990 y hoy confía en la condena del juicio por la Masacre.

09 OCT 2022 - 18:50 | Actualizado 09 OCT 2022 - 18:56

Una mujer aferrada a su cartera, sentada en la primera fila del teatro, escucha absorta los testimonios. No ha faltado a una sola audiencia desde que comenzó el juicio por la Masacre de la Base Almirante Zar. Los choferes ya conocen a Encarnación Díaz de Mulhall: a sus 83 años va y viene de Trelew a Rawson en colectivo. A días de la histórica sentencia confía en la condena para lo que, no duda, fue un asesinato planificado. “Nunca nadie creyó el intento de fuga”, asegura la profesora de Letras jubilada (foto), sobre el 22 de agosto de 1972.

“En Trelew todo el mundo dijo ‘los mataron’. No hubo dudas. La reacción fue de anonadamiento de la población. ‘¿A tanto se atrevieron?’”. Encarnación y su marido, el abogado Beltrán Mulhall (foto), conocían la realidad de los detenidos políticos de la Unidad 6 porque integraban la Comisión de Solidaridad que recibía a sus familiares. El estudio jurídico de Mario Amaya y David Patricio Romero se convirtió en el lugar de referencia para sus miembros. Paralelamente comenzaron a designarse los apoderados de los presos. Llegó a haber un centenar.

Encarnación fue elegida para representar a Inés Urdampilleta, del ERP, a quien sólo pudo ver una vez. Ante la ausencia de sus familiares, los jueves de visita los locales llevaban cigarrillos, estampillas, remedios y hasta polvo contra las chinches. La actividad fue prohibida después de la fuga.

Un cuento para Kafka

La madrugada del 11 de octubre Trelew amaneció como una zona en guerra. Los uniformados c o n armas se multiplicaron. “Todo el mundo hablaba de una ciudad sitiada”. Los allanamientos llegaron a muchos domicilios, “pero ellos traían anotados a los que tenían que detener. Y coinciden en un 99 por ciento con los que eran apoderados”. A los Mulhall les tocó a las cinco de la mañana.

El jefe del operativo, envuelto en un tapado de piel de camello beige, les anunció el procedimiento. No hubo cómo negarse a cuatro hombres armados. Las dos hijas del matrimonio todavía dormían. ‘En la habitación de las señoritas no’, prohibió el de civil cuando los otros quisieron meterse. “Esa fue toda una gentileza”, recuerda Encarnación. La requisa siguió en la pieza del matrimonio. Fue puntillosa: documentos, cartas, sobres, ficheros. Un trabajo de investigación lingüística sobre el cuento En la colonia penitenciaria, de Franz Kafka, llamó la atención del jefe. Era un ejercicio para el curso de crítica literaria que Beatriz Sarlo había venido a dictar a Trelew.

Encarnación tuvo que convencer al militar de que el libro existía: “Está dentro del sobre. Léalo”. ‘No, está bien. Kafka es muy oscuro para mí’”. El del tapado se guardó las hojas aunque no las mencionó en el acta. A esa altura las dos nenas ya partían para la escuela. “Avisále al director que voy a llegar tarde”, le pidió Encarnación a su hija. No sospechó de la mentirosa invitación “a firmar unos papeles” para el Distrito Militar. La tranquilidad de los dos detenidos se esfumó cuando el vehículo enfiló para el aeropuerto viejo.

Como precaución la pareja iba saludando a los conocidos. “Si desaparecíamos que alguien pudiera decir que nos llevaron” era la lógica. Al llegar los esperaban tres carpas y otros vecinos. Los dieciséis presos fueron retenidos hasta las cinco de la tarde. “La partida se demoró porque buscaban a Rudi Miele. Era el dueño de la panadería Torino, la más conocida de Trelew. Él mismo atendió a los uniformados, pero como no le conocían la cara negó que Rodolfo Miele hubiera ido a trabajar, y pudo escaparse”.

La alegría del pueblo

El Hércules llegó a El Palomar de noche. Los chubutenses fueron trasladados en camiones hasta el penal. Al momento del ingreso Encarnación debió entregar sus pertenencias. En la cartera todavía llevaba dos libros de literatura española con los que ese día iba a dar clase. Fue alojada sola, en el mismo pabellón que Elisa Martínez. Por una celadora se enteró de la rebelión popular. “`En Trelew hay un lío pidiendo por ustedes`, me dijo. Eso me levantó el ánimo. Yo creía que iba a pasar la Navidad ahí. Pensaba en las chicas. Después supe que las ampararon. Y que el Día de la Madre llevaron flores al monumento como un homenaje a las tres presas que teníamos hijos”.

Devoto volvió a cruzar los destinos de Encarnación e Inés Urdampilleta. Al revés de lo que ocurrió en la Unidad 6, fue la joven la que hizo de anfitriona de su ex apoderada en su primer domingo en la cárcel. La misma celadora de la confidencia apañó el gesto: ‘Como vos no tenés visitas quería compartir lo que me trajeron’, le dijo Inés, ofreciéndole una taza de mate cocido y un pedazo de torta. Fue la última vez que supo de ella. Detenida en 1975, Inés continúa desaparecida. Dos días antes de ser liberada, Encarnación y su grupo fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

Ella asegura que se debió a la presión de la Asamblea del Pueblo y del jefe del penal. “Así salvaban el hecho de que nos habían secuestrado, porque no nos podían acusar de nada”. Fiel a su carácter, se despidió de Devoto con alguna ironía sobre la democracia y lo que había vivido allí. Un avión los trajo de vuelta. En el aeropuerto ya había autos que celebraban su llegada con bocinazos. La caravana los acompañó hasta la plaza y de ahí al Teatro Español. “En ese momento había poca gente porque era la una de la mañana, pero al rato la sala empezó a llenarse. No sé cuál era la forma de comunicación pero fue eficaz. Yo recuerdo estar en el escenario junto al resto y recibir besos y abrazos de desconocidos.

Era la alegría del pueblo que había rescatado a su gente. De oponerse a una dictadura y sus atropellos. Era el triunfo de su acción, de su lucha fuerte y pacífica”. Esa madrugada se inauguró la ceremonia que se repetiría tres veces más con la vuelta de Mario Amaya: tachar el nombre de los liberados que figuraban en una gran sábana blanca que colgaba del palco central. “A nosotros nos salvó la acción de la Asamblea del Pueblo, que llegó a reunir hasta 4.000 personas en las manifestaciones. Era mucho para el Trelew de ese momento”. A medida que regresaban los ex detenidos se iban sumando a la acción. Por sus cualidades de oradora, Encarnación siempre era invitada a usar el micrófono.

También habló en Puerto Madryn y en Comodoro Rivadavia, en donde se generaron actos de apoyo. Octubre fue “la explosión del pueblo, después del anonadamiento por la Masacre y la posterior implantación del terror. Y lo simbolizo en esto: en una manifestación en la que participé, pasando frente al Distrito Militar, el grito era ‘abajo los marinos, cobardes y asesinos’. Eso refleja lo que el pueblo pensó de aquel hecho”.

-¿Cuál es tu reflexión a 50 años del Trelewazo?
-Fue el triunfo de un pueblo unido. Este es un caso modelo de cómo el pueblo, dejando de lado las diferencias, defiende un derecho que afectó a la población en forma pacífica y organizada. Nuestra detención confirma la teoría de que la Masacre de Trelew fue un crimen de lesa humanidad. El terror se trata de establecer con la muerte. Era el escarmiento a la solidaridad. ‘Miren de lo que somos capaces’.

Libertad y después

Para los Mulhall la alegría duró poco. En 1974 la persecución y las amenazas recrudecieron. Encarnación vivía alerta: “Siempre iba mirando una puerta, un jardín adonde pudiera entrar si me interceptaban para raptarme”. Una noche la pareja ya no pudo volver a su casa: los esperaba un operativo. Otra vez la solidaridad: durante varios días vivieron en domicilios salteados y finalmente un amigo los llevó a Río Negro, desde donde volvieron a su Rosario natal. Allí debieron comenzar de nuevo. Con la democracia su regreso no se hizo esperar. Beltrán llegó el mismo día de asunción de las autoridades.

“Él contaba que lo rodeaban más a él que al nuevo gobernador porque la mayoría pensaba que nos habían matado”. El abogado asumió como juez federal y llevó adelante causas sobre apremios y torturas. Se convirtió en un prestigioso referente en la defensa de los Derechos Humanos. Falleció en noviembre de 1990. Dueña de una prodigiosa memoria, Encarnación se esmera por transmitir lo que vivió. Sabe del valor de la historia para las generaciones que vienen. Hoy la desvela el veredicto del juicio por la Masacre. “Fueron acciones de psicópatas, porque nunca pidieron perdón. El que es bien nacido debe decir nunca más. No puede volverse a eso. Por eso los culpables pueden y deben ser condenados”.#

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09 OCT 2022 - 18:50

Una mujer aferrada a su cartera, sentada en la primera fila del teatro, escucha absorta los testimonios. No ha faltado a una sola audiencia desde que comenzó el juicio por la Masacre de la Base Almirante Zar. Los choferes ya conocen a Encarnación Díaz de Mulhall: a sus 83 años va y viene de Trelew a Rawson en colectivo. A días de la histórica sentencia confía en la condena para lo que, no duda, fue un asesinato planificado. “Nunca nadie creyó el intento de fuga”, asegura la profesora de Letras jubilada (foto), sobre el 22 de agosto de 1972.

“En Trelew todo el mundo dijo ‘los mataron’. No hubo dudas. La reacción fue de anonadamiento de la población. ‘¿A tanto se atrevieron?’”. Encarnación y su marido, el abogado Beltrán Mulhall (foto), conocían la realidad de los detenidos políticos de la Unidad 6 porque integraban la Comisión de Solidaridad que recibía a sus familiares. El estudio jurídico de Mario Amaya y David Patricio Romero se convirtió en el lugar de referencia para sus miembros. Paralelamente comenzaron a designarse los apoderados de los presos. Llegó a haber un centenar.

Encarnación fue elegida para representar a Inés Urdampilleta, del ERP, a quien sólo pudo ver una vez. Ante la ausencia de sus familiares, los jueves de visita los locales llevaban cigarrillos, estampillas, remedios y hasta polvo contra las chinches. La actividad fue prohibida después de la fuga.

Un cuento para Kafka

La madrugada del 11 de octubre Trelew amaneció como una zona en guerra. Los uniformados c o n armas se multiplicaron. “Todo el mundo hablaba de una ciudad sitiada”. Los allanamientos llegaron a muchos domicilios, “pero ellos traían anotados a los que tenían que detener. Y coinciden en un 99 por ciento con los que eran apoderados”. A los Mulhall les tocó a las cinco de la mañana.

El jefe del operativo, envuelto en un tapado de piel de camello beige, les anunció el procedimiento. No hubo cómo negarse a cuatro hombres armados. Las dos hijas del matrimonio todavía dormían. ‘En la habitación de las señoritas no’, prohibió el de civil cuando los otros quisieron meterse. “Esa fue toda una gentileza”, recuerda Encarnación. La requisa siguió en la pieza del matrimonio. Fue puntillosa: documentos, cartas, sobres, ficheros. Un trabajo de investigación lingüística sobre el cuento En la colonia penitenciaria, de Franz Kafka, llamó la atención del jefe. Era un ejercicio para el curso de crítica literaria que Beatriz Sarlo había venido a dictar a Trelew.

Encarnación tuvo que convencer al militar de que el libro existía: “Está dentro del sobre. Léalo”. ‘No, está bien. Kafka es muy oscuro para mí’”. El del tapado se guardó las hojas aunque no las mencionó en el acta. A esa altura las dos nenas ya partían para la escuela. “Avisále al director que voy a llegar tarde”, le pidió Encarnación a su hija. No sospechó de la mentirosa invitación “a firmar unos papeles” para el Distrito Militar. La tranquilidad de los dos detenidos se esfumó cuando el vehículo enfiló para el aeropuerto viejo.

Como precaución la pareja iba saludando a los conocidos. “Si desaparecíamos que alguien pudiera decir que nos llevaron” era la lógica. Al llegar los esperaban tres carpas y otros vecinos. Los dieciséis presos fueron retenidos hasta las cinco de la tarde. “La partida se demoró porque buscaban a Rudi Miele. Era el dueño de la panadería Torino, la más conocida de Trelew. Él mismo atendió a los uniformados, pero como no le conocían la cara negó que Rodolfo Miele hubiera ido a trabajar, y pudo escaparse”.

La alegría del pueblo

El Hércules llegó a El Palomar de noche. Los chubutenses fueron trasladados en camiones hasta el penal. Al momento del ingreso Encarnación debió entregar sus pertenencias. En la cartera todavía llevaba dos libros de literatura española con los que ese día iba a dar clase. Fue alojada sola, en el mismo pabellón que Elisa Martínez. Por una celadora se enteró de la rebelión popular. “`En Trelew hay un lío pidiendo por ustedes`, me dijo. Eso me levantó el ánimo. Yo creía que iba a pasar la Navidad ahí. Pensaba en las chicas. Después supe que las ampararon. Y que el Día de la Madre llevaron flores al monumento como un homenaje a las tres presas que teníamos hijos”.

Devoto volvió a cruzar los destinos de Encarnación e Inés Urdampilleta. Al revés de lo que ocurrió en la Unidad 6, fue la joven la que hizo de anfitriona de su ex apoderada en su primer domingo en la cárcel. La misma celadora de la confidencia apañó el gesto: ‘Como vos no tenés visitas quería compartir lo que me trajeron’, le dijo Inés, ofreciéndole una taza de mate cocido y un pedazo de torta. Fue la última vez que supo de ella. Detenida en 1975, Inés continúa desaparecida. Dos días antes de ser liberada, Encarnación y su grupo fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

Ella asegura que se debió a la presión de la Asamblea del Pueblo y del jefe del penal. “Así salvaban el hecho de que nos habían secuestrado, porque no nos podían acusar de nada”. Fiel a su carácter, se despidió de Devoto con alguna ironía sobre la democracia y lo que había vivido allí. Un avión los trajo de vuelta. En el aeropuerto ya había autos que celebraban su llegada con bocinazos. La caravana los acompañó hasta la plaza y de ahí al Teatro Español. “En ese momento había poca gente porque era la una de la mañana, pero al rato la sala empezó a llenarse. No sé cuál era la forma de comunicación pero fue eficaz. Yo recuerdo estar en el escenario junto al resto y recibir besos y abrazos de desconocidos.

Era la alegría del pueblo que había rescatado a su gente. De oponerse a una dictadura y sus atropellos. Era el triunfo de su acción, de su lucha fuerte y pacífica”. Esa madrugada se inauguró la ceremonia que se repetiría tres veces más con la vuelta de Mario Amaya: tachar el nombre de los liberados que figuraban en una gran sábana blanca que colgaba del palco central. “A nosotros nos salvó la acción de la Asamblea del Pueblo, que llegó a reunir hasta 4.000 personas en las manifestaciones. Era mucho para el Trelew de ese momento”. A medida que regresaban los ex detenidos se iban sumando a la acción. Por sus cualidades de oradora, Encarnación siempre era invitada a usar el micrófono.

También habló en Puerto Madryn y en Comodoro Rivadavia, en donde se generaron actos de apoyo. Octubre fue “la explosión del pueblo, después del anonadamiento por la Masacre y la posterior implantación del terror. Y lo simbolizo en esto: en una manifestación en la que participé, pasando frente al Distrito Militar, el grito era ‘abajo los marinos, cobardes y asesinos’. Eso refleja lo que el pueblo pensó de aquel hecho”.

-¿Cuál es tu reflexión a 50 años del Trelewazo?
-Fue el triunfo de un pueblo unido. Este es un caso modelo de cómo el pueblo, dejando de lado las diferencias, defiende un derecho que afectó a la población en forma pacífica y organizada. Nuestra detención confirma la teoría de que la Masacre de Trelew fue un crimen de lesa humanidad. El terror se trata de establecer con la muerte. Era el escarmiento a la solidaridad. ‘Miren de lo que somos capaces’.

Libertad y después

Para los Mulhall la alegría duró poco. En 1974 la persecución y las amenazas recrudecieron. Encarnación vivía alerta: “Siempre iba mirando una puerta, un jardín adonde pudiera entrar si me interceptaban para raptarme”. Una noche la pareja ya no pudo volver a su casa: los esperaba un operativo. Otra vez la solidaridad: durante varios días vivieron en domicilios salteados y finalmente un amigo los llevó a Río Negro, desde donde volvieron a su Rosario natal. Allí debieron comenzar de nuevo. Con la democracia su regreso no se hizo esperar. Beltrán llegó el mismo día de asunción de las autoridades.

“Él contaba que lo rodeaban más a él que al nuevo gobernador porque la mayoría pensaba que nos habían matado”. El abogado asumió como juez federal y llevó adelante causas sobre apremios y torturas. Se convirtió en un prestigioso referente en la defensa de los Derechos Humanos. Falleció en noviembre de 1990. Dueña de una prodigiosa memoria, Encarnación se esmera por transmitir lo que vivió. Sabe del valor de la historia para las generaciones que vienen. Hoy la desvela el veredicto del juicio por la Masacre. “Fueron acciones de psicópatas, porque nunca pidieron perdón. El que es bien nacido debe decir nunca más. No puede volverse a eso. Por eso los culpables pueden y deben ser condenados”.#


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