Orlando Echeverría, el sabor de la derrota

Dice que aquella movilización es tan histórica como irrepetible pero acepta que prevalecieron los sectores más reaccionarios. Con 74 años, nunca perdió ganas de militar pero no encuentra dónde.

09 OCT 2022 - 19:05 | Actualizado 09 OCT 2022 - 19:09

Sentado en su mesa de radiólogo, Orlando Echeverría siente que lo derrotaron. A él y a todos quienes amagaron un cambio. Su mente guarda la película del Teatro Español repleto. Irrepetible, dice. Fue detenido el 11 de octubre a las 6.30, junto con Silvia García, su esposa de entonces. Militaban en el Movimiento Integración y Desarrollo.

Eran el V Cuerpo del Ejército,la Dirección de Investigaciones Políticas Antidemocráticas, la Marina y la Policía Federal. Con toda clase de armas. Secuestraron papeles del MID, del Partido Justicialista y del Frente Cívico de Liberación Nacional. Silvia les exigió la orden de allanamiento: un oficial sacó un papel en blanco con una firma al pie. Ahí mismo escribió nombre y domicilio de la pareja. Y les pidió bolsos con ropa para la cárcel. En camino al aeropuerto, la mujer discutió: su padre estaba enfermo y sus hijos, solos: las mellizas de 4 años y un nene.

No se supo cómo pero los convenció de liberarla. En cambio Echeverría pasó 6 horas en las carpas del aeropuerto viejo de Trelew sin poder hablar con el resto. “Los milicos nos controlaban como si fuéramos delincuentes”. Cerca de las 15 embarcaron al penal de Villa Devoto. Viajó atado. Fue su primera vez preso y estaba muy molesto por la prepotencia uniformada. “Al llegar había un dispositivo increíble de militares por todos lados armados hasta los dientes”. Le cortaron el pelo y lo encerraron en una celda individual, pensada para sujetos de alta peligrosidad, con cama de hierro, colchón, manta, lavatorio e inodoro sin agua. Incomunicado y con una rigurosa disciplina.

“La verdad que se pasaron de rosca”. De un lado tenía a Manuel Del Villar; del otro, a Beltrán Mulhall. Echeverría sabía Código Morse y les golpeaba. “No me entendían un pito pero igual me golpeaban del otro lado y así sabíamos que todavía vivíamos”. Supo que algo se gestaba en Trelew. “Salíamos en los recreos del pabellón para un poco de gimnasia, charlábamos y conocíamos al grupo”. Lo visitó un tal Distéfano, abogado apoderado del MID, su esposa y su padre. Un carcelero le pasó a escondidas recortes de prensa acerca del movimiento popular. Eso lo animó. Lo interrogaron y les dijo poco. Tenía 35 años y nada de miedo. -

¿Le sorprendió que lo hayan ido a buscar?
-No esperaba una cosa así. Sabíamos que estábamos controlados porque hacíamos manifestaciones después de la Masacre. Estuvimos reunidos en la plaza y había gente que nos controlaba. Pero en ningún momento se nos cruzó que vendrían en un Hércules con tal cantidad de milicos que coparon el pueblo. Era una cosa absolutamente sobredimensionada. “Es cierto que teníamos ciertos pensamientos que no tenían nada que ver con la posición de los gobernantes de entonces, pero se les pasó la mano. Creo que no tenían nada que hacer entonces como sabían dónde vivíamos dijeron ´Vamos a joder a alguien a Trelew porque ahí la cosa está que arde´.

Pero no ardía nada, éramos personas que logísticamente dábamos apoyo a los familiares de los presos políticos o repartíamos cosas en los barrios”. Nunca le dijeron por qué lo detenían y ni siquiera era apoderado de un detenido. “Si hubiésemos sido un movimiento tremendamente peligroso, todavía”, ironiza hoy. Echeverría describe que caminaban los barrios, se reunían con otros sectores como el peronismo revolucionario y con familias para la discusión política. “Pero la verdad que hasta el día de hoy ni ellos mismos saben por qué nos metieron en cana”. El regreso fue inolvidable, del aeropuerto al Teatro Español. “Estaba completamente lleno.

Al salir de Devoto se corría la bola de que nos podían hacer desaparecer en la ruta aérea, tirarnos o algo así”. Pero llegaron. Lo bajaron de las camionetas y desapareció entre abrazos. “Fue apoteótico, realmente muy emocionante porque ¿uno qué había hecho? No es un héroe ni mucho menos”. Insiste con que su rol fue reunirse en casas, repartir material político para discutir y “tratar de esclarecer situaciones sociales y políticas”, resume. “Fue más de lo que imaginé, es inolvidable y no se puede narrar, es muy difícil: es vivirlo y nada más. El comportamiento de la gente fue increíble, hasta que no salió el último preso no se desmovilizó. No lo hubiera esperado, me habían comentado algo pero no esperaba una plaza y un teatro llenos. Con palabras es muy difícil de describir. Tengo la película en la cabeza y si uno pudiera proyectarla sería ideal”.

Al otro día se sumó a las calles pidiendo por el resto. Tras su detención, Echeverría militó en el Movimiento al Socialismo, un apéndice del Partido Revolucionario de los Trabajadores. “Mi suegro militó en el MID, me entusiasmó y me metí; después me relacioné con otros compañeros y tomé distancia del MID para una posición más radicalizada y comprometida”. En 1974 fue preso por segunda vez. Percibió que la mano venía más dura. Revisitó Devoto, pasó por la Unidad 6 de Rawson y comisarías de Puerto Madryn. Terminó en el penal federal de Chaco. Luego, el exilio. Vivió en México y Venezuela. “Hasta acomodarnos la pasamos bastante mal pero nos hicimos día a día”.

De México casi huyeron. “Nos acusaban de que le sacábamos el pan de la boca a los mexicanos; salíamos con nombre y apellido en el diario: éramos la guerrilla y veníamos a fomentar la violencia, decían”. Regresó en el ´83. “Si no hubiese ganado la Unión Cívica Radical no volvía porque desgraciadamente el peronismo de entonces era mucho más jorobado que ahora y le tenía rechazo”. Le caen mal Isabel Perón y la Triple A. Porteño de nacimiento, eligió volver a Trelew. “Es mi lugar, tengo mis amigos y mis enemigos, es donde me siento realmente dueño de muchas cosas”. El gobernador Atilio Viglione le dio empleo como radiólogo en el Sanatorio Trelew. Alguna vez, Orlando viajó urgente a Buenos Aires para una charla con sus hijos. “Me llaman y me dicen que querían hablar conmigo para aclarar interrogantes que no les cerraban.

Estuve un fin de semana, me sentaron en el banquillo de los acusados y tuve que dar explicaciones porque lógicamente tenían una laguna y no sabían qué demonios había pasado, no podían entender por qué nos habíamos ido y el desarraigo, un despelote del que no participaron y debieron agarrarse a las decisiones que tomábamos nosotros”. Echeverría conserva las ganas de militancia. Pero no encuentra el lugar. “No soy como algunos que se dan vuelta: eran marxistas-leninista y ahora ni sé qué son. Traicionan sus principios y eso a mí me pudre y me hace mal”.

Prefirió evitar las fotos. No la memoria. “El Trelewazo fue el pueblo que reacciona espontáneamente, como los cacerolazos: un descontento que no canaliza ni maneja nadie. Pero los movimientos espontáneos mueren espontáneamente si no se lo capitaliza o alguien los toma c o m o bandera. Pero en el ´72 no hubo ningún partido político; era simplemente el pueblo”. “Viví un momento que será único en la historia y es muy difícil que se repita”. Lo que pasó el 11 de octubre fue que “la gente fue tocada en lo más íntimo: coparon un pueblo con jeeps y tipos armados por todos lados y detuvieron gente cuya peligrosidad era pensar distinto pero no molestábamos a nadie. No habrá otra movilización así, desgraciadamente”. Echeverría mira atrás. Ahí están esos adolescentes de los ´70, que leían y discutían. “Eran chicos con la inquietud de hacer algo para un cambio. Desgraciadamente eso se perdió y la juventud no se mete en nada. Hay que asumir y aceptar que derrotaron a quienes queríamos otra cosa”. Orlando se levanta, saluda y se va.#

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09 OCT 2022 - 19:05

Sentado en su mesa de radiólogo, Orlando Echeverría siente que lo derrotaron. A él y a todos quienes amagaron un cambio. Su mente guarda la película del Teatro Español repleto. Irrepetible, dice. Fue detenido el 11 de octubre a las 6.30, junto con Silvia García, su esposa de entonces. Militaban en el Movimiento Integración y Desarrollo.

Eran el V Cuerpo del Ejército,la Dirección de Investigaciones Políticas Antidemocráticas, la Marina y la Policía Federal. Con toda clase de armas. Secuestraron papeles del MID, del Partido Justicialista y del Frente Cívico de Liberación Nacional. Silvia les exigió la orden de allanamiento: un oficial sacó un papel en blanco con una firma al pie. Ahí mismo escribió nombre y domicilio de la pareja. Y les pidió bolsos con ropa para la cárcel. En camino al aeropuerto, la mujer discutió: su padre estaba enfermo y sus hijos, solos: las mellizas de 4 años y un nene.

No se supo cómo pero los convenció de liberarla. En cambio Echeverría pasó 6 horas en las carpas del aeropuerto viejo de Trelew sin poder hablar con el resto. “Los milicos nos controlaban como si fuéramos delincuentes”. Cerca de las 15 embarcaron al penal de Villa Devoto. Viajó atado. Fue su primera vez preso y estaba muy molesto por la prepotencia uniformada. “Al llegar había un dispositivo increíble de militares por todos lados armados hasta los dientes”. Le cortaron el pelo y lo encerraron en una celda individual, pensada para sujetos de alta peligrosidad, con cama de hierro, colchón, manta, lavatorio e inodoro sin agua. Incomunicado y con una rigurosa disciplina.

“La verdad que se pasaron de rosca”. De un lado tenía a Manuel Del Villar; del otro, a Beltrán Mulhall. Echeverría sabía Código Morse y les golpeaba. “No me entendían un pito pero igual me golpeaban del otro lado y así sabíamos que todavía vivíamos”. Supo que algo se gestaba en Trelew. “Salíamos en los recreos del pabellón para un poco de gimnasia, charlábamos y conocíamos al grupo”. Lo visitó un tal Distéfano, abogado apoderado del MID, su esposa y su padre. Un carcelero le pasó a escondidas recortes de prensa acerca del movimiento popular. Eso lo animó. Lo interrogaron y les dijo poco. Tenía 35 años y nada de miedo. -

¿Le sorprendió que lo hayan ido a buscar?
-No esperaba una cosa así. Sabíamos que estábamos controlados porque hacíamos manifestaciones después de la Masacre. Estuvimos reunidos en la plaza y había gente que nos controlaba. Pero en ningún momento se nos cruzó que vendrían en un Hércules con tal cantidad de milicos que coparon el pueblo. Era una cosa absolutamente sobredimensionada. “Es cierto que teníamos ciertos pensamientos que no tenían nada que ver con la posición de los gobernantes de entonces, pero se les pasó la mano. Creo que no tenían nada que hacer entonces como sabían dónde vivíamos dijeron ´Vamos a joder a alguien a Trelew porque ahí la cosa está que arde´.

Pero no ardía nada, éramos personas que logísticamente dábamos apoyo a los familiares de los presos políticos o repartíamos cosas en los barrios”. Nunca le dijeron por qué lo detenían y ni siquiera era apoderado de un detenido. “Si hubiésemos sido un movimiento tremendamente peligroso, todavía”, ironiza hoy. Echeverría describe que caminaban los barrios, se reunían con otros sectores como el peronismo revolucionario y con familias para la discusión política. “Pero la verdad que hasta el día de hoy ni ellos mismos saben por qué nos metieron en cana”. El regreso fue inolvidable, del aeropuerto al Teatro Español. “Estaba completamente lleno.

Al salir de Devoto se corría la bola de que nos podían hacer desaparecer en la ruta aérea, tirarnos o algo así”. Pero llegaron. Lo bajaron de las camionetas y desapareció entre abrazos. “Fue apoteótico, realmente muy emocionante porque ¿uno qué había hecho? No es un héroe ni mucho menos”. Insiste con que su rol fue reunirse en casas, repartir material político para discutir y “tratar de esclarecer situaciones sociales y políticas”, resume. “Fue más de lo que imaginé, es inolvidable y no se puede narrar, es muy difícil: es vivirlo y nada más. El comportamiento de la gente fue increíble, hasta que no salió el último preso no se desmovilizó. No lo hubiera esperado, me habían comentado algo pero no esperaba una plaza y un teatro llenos. Con palabras es muy difícil de describir. Tengo la película en la cabeza y si uno pudiera proyectarla sería ideal”.

Al otro día se sumó a las calles pidiendo por el resto. Tras su detención, Echeverría militó en el Movimiento al Socialismo, un apéndice del Partido Revolucionario de los Trabajadores. “Mi suegro militó en el MID, me entusiasmó y me metí; después me relacioné con otros compañeros y tomé distancia del MID para una posición más radicalizada y comprometida”. En 1974 fue preso por segunda vez. Percibió que la mano venía más dura. Revisitó Devoto, pasó por la Unidad 6 de Rawson y comisarías de Puerto Madryn. Terminó en el penal federal de Chaco. Luego, el exilio. Vivió en México y Venezuela. “Hasta acomodarnos la pasamos bastante mal pero nos hicimos día a día”.

De México casi huyeron. “Nos acusaban de que le sacábamos el pan de la boca a los mexicanos; salíamos con nombre y apellido en el diario: éramos la guerrilla y veníamos a fomentar la violencia, decían”. Regresó en el ´83. “Si no hubiese ganado la Unión Cívica Radical no volvía porque desgraciadamente el peronismo de entonces era mucho más jorobado que ahora y le tenía rechazo”. Le caen mal Isabel Perón y la Triple A. Porteño de nacimiento, eligió volver a Trelew. “Es mi lugar, tengo mis amigos y mis enemigos, es donde me siento realmente dueño de muchas cosas”. El gobernador Atilio Viglione le dio empleo como radiólogo en el Sanatorio Trelew. Alguna vez, Orlando viajó urgente a Buenos Aires para una charla con sus hijos. “Me llaman y me dicen que querían hablar conmigo para aclarar interrogantes que no les cerraban.

Estuve un fin de semana, me sentaron en el banquillo de los acusados y tuve que dar explicaciones porque lógicamente tenían una laguna y no sabían qué demonios había pasado, no podían entender por qué nos habíamos ido y el desarraigo, un despelote del que no participaron y debieron agarrarse a las decisiones que tomábamos nosotros”. Echeverría conserva las ganas de militancia. Pero no encuentra el lugar. “No soy como algunos que se dan vuelta: eran marxistas-leninista y ahora ni sé qué son. Traicionan sus principios y eso a mí me pudre y me hace mal”.

Prefirió evitar las fotos. No la memoria. “El Trelewazo fue el pueblo que reacciona espontáneamente, como los cacerolazos: un descontento que no canaliza ni maneja nadie. Pero los movimientos espontáneos mueren espontáneamente si no se lo capitaliza o alguien los toma c o m o bandera. Pero en el ´72 no hubo ningún partido político; era simplemente el pueblo”. “Viví un momento que será único en la historia y es muy difícil que se repita”. Lo que pasó el 11 de octubre fue que “la gente fue tocada en lo más íntimo: coparon un pueblo con jeeps y tipos armados por todos lados y detuvieron gente cuya peligrosidad era pensar distinto pero no molestábamos a nadie. No habrá otra movilización así, desgraciadamente”. Echeverría mira atrás. Ahí están esos adolescentes de los ´70, que leían y discutían. “Eran chicos con la inquietud de hacer algo para un cambio. Desgraciadamente eso se perdió y la juventud no se mete en nada. Hay que asumir y aceptar que derrotaron a quienes queríamos otra cosa”. Orlando se levanta, saluda y se va.#


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