La historia del madrynense que fue montonero, espía, carapintada y asaltante de blindados

Oriundo de Mendoza pero criado a orillas del Golfo Nuevo, tuvo una vida agitada. La historia detrás de un personaje oscuro de la historia política y delictiva argentina.

15 DIC 2022 - 20:03 | Actualizado 15 DIC 2022 - 20:14

Por Juan Brigrevich / Redacción Jornada

Fue montonero, espía naval, carapintada y asaltante. Lo último que se presume, porque de él todo se presume, es que hoy se dedica a eventuales investigaciones privadas y a sus inversiones turísticas y productivas que posee en la cordillera chubutense, en donde llegó hasta ser integrante de la Cámara de Turismo de Corcovado. Y aprovechando la impotencia judicial argentina, exigió -en su momento-medio millón de pesos al Estado, un monto casi diez veces superior al que le secuestraron cuando cayó preso.

No obstante, su figura, con la fidelidad del ayer, es una síntesis grotesca de lo que fue (y es) parte de la historia contemporánea argentina. Se trata de Máximo Fernando Nicoletti, un mendocino adoptado por Puerto Madryn que hoy ronda por los 72 años y monedas y que supo (o sabe, nunca se sabe con él) tener una casa en Villa Ballester y un departamento en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sintetizada con la sigla CABA.


Criado a orillas del Golfo Nuevo, donde aprendió a bucear y muy bien, su carrera se inició a principios de la década del ´70 como militante de Montoneros. Hacia 1974, una vez que aquella organización integrada por gran parte de la Juventud Peronista pasó a la clandestinidad, se alejó de los centros académicos como el IUT de Trelew y se entrenó y aprendió a manejar explosivos, su especialidad.

A él se le atribuyen algunos de los más espectaculares atentados de la “orga” como la voladura de la lancha que llevaba al comisario general Alberto Villar y a su esposa el 1° de noviembre de 1974 por San Fernando y en donde murieron los dos. Villar -jefe de la Policía Federal-, no era un tipo liviano, para definirlo de alguna manera; era parte de la temible Triple A de José López Rega.

También, Nicoletti o “El gordo Fernando” fue el hombre que -en septiembre de 1975- buceó hasta el astillero Rio Santiago donde estaba la fragata “Santísima Trinidad”, que acababa de comprar la Marina, y a la que le colocó una bomba. No la hundió, pero le provocó severos daños. Como una trampa del destino de lo que vendría después, el ARA “Santísima Trinidad” era un buque gemelo del destructor ingles HMS “Sheffield”, hundido el 4 de mayo de 1982, por un misil Exocet AM-39 argentino durante la guerra de Malvinas.

Ya en dictadura, fue detenido. Y en la oscuridad de la ESMA negoció su liberación y la protección a su familia y en donde se versa sobre sus colaboraciones y sus delaciones, nunca confirmadas con certeza meridiana. Fue en el año 1977, tras participar de un atentado contra el Almirante Aníbal Guzzetti, quien por entonces era ministro de Relaciones Exteriores que lo capturó el grupo de tareas 3.3.2.


Pero su historia no termina allí. Según parece, los jefes de la Armada estaban muy interesados en sus destrezas. Es por ello qué en el año 1978, durante el conflicto que la Argentina mantuvo con Chile por el canal de Beagle, aquella le pidió que preparase un operativo similar al que llevó a cabo en Rio Santiago, esta vez en Valparaíso y contra buques trasandinos. La mediación papal impidió que el asunto llegara a otros estadíos y el plan fue desestimado.

Nicoletti volvió a la escena pública en 1982, en tiempos de la guerra de Malvinas, cuando la Policía española lo detuvo en la ciudad de Algeciras y lo devolvió junto a otros tres. No estaba allí de paseo. Había viajado como agente secreto del servicio de inteligencia naval, con más de 70 kilos de trotyl y la misión de hacer volar por los aires a alguno de los buques ingleses anclados cerquita, en el Peñón de Gibraltar, y que estaban listos para ir al archipiélago del sur. La “Operación Algeciras” salió mal, por poco (ver aparte).

En democracia, se alineó a los “carapintadas”. Lo que lo mantuvo ocupado hasta la llegada de Carlos Menem, cuando el Ejecutivo Nacional destruyó la última rebelión a fuerza de cañonazos. Es importante destacar, que su vinculación con la Armada quedaría ligada por lo menos hasta el año 1989, en el que los alzamientos de Mohamed Alí Seineldín, lo hallarían como instructor de buceo de la Prefectura Naval, una función que habría ocupado desde 1983. Se presume, también.

Pero, como si esto fuera poco para la adrenalina que necesitaba, la mañana del 28 de febrero de 1994, en cuestión de minutos, un grupo de asaltantes cargó sus armas contra un blindado en el conurbano bonaerense y lo abrió como una lata de atún. El líder de aquella banda era el mismísimo Nicoletti, quien escapó hacia Esquel. Varias semanas después, el 5 de mayo, Nicoletti fue detenido. El madrynense por adopción se había convertido en la obsesión de un exjefe de la policía bonaerense (“La maldita Policía”), Mario “Chorizo” Rodríguez. Lo aprehendió en el bar de un hotel local después de pactar su entrega entre las góndolas de un supermercado de la ciudad cordillerana.

Estuvo detenido en la cárcel de Dolores y cuando salió invirtió en Corcovado, donde atendía a turistas a los que iba a buscar al Aeropuerto de Bariloche. Asimismo, juntaba o hacía juntar hongos para venderlos en el exterior. Siguió viviendo, en épocas calurosas en el sur y en inviernos más fríos en Buenos Aires, sin desatender nada. Menos sus intereses, como lo hizo en misiones especiales de inteligencia a Venezuela o Perú, en algún momento, en algún tiempo libre o no tanto y viviendo bien. Para uno u otro bando. Un profesional todoterreno.

Y como si se tratase de un eterno retorno, reclamó medio de millón de pesos, que corresponde a parte de sus bienes desde que estuvo detenido por el robo al camión de blindados. Había salido beneficiado, en parte, por el 2 x 1 y porque nunca -su condena- tuvo sentencia firme. Tras 16 años de dilaciones, la causa prescribió.

Lo último que se conoce de Nicoletti no tiene que ver directamente con él; sino con su hija, Paula, fruto de su unión con la comodorense Liliana Chiernajowsky (ya fallecida), y quién fuera pareja de Carlos “Chacho” Álvarez en tiempo que el frepasista fuera vicepresidente de la Nación. Paula, que lleva su apellido, es la esposa del comisario general Osvaldo Rubén Matto, subjefe de la Policía Federal Argentina (PFA), cuestionado por las fallas de seguridad cuando se produjo el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner hace no mucho tiempo. Al abordarse esa interna palaciega política-policial-judicial, el apellido Nicoletti salió inevitablemente a la luz. También su historia.

Hoy, la vida de novela de este septuagenario genera fuegos que arden la vida con tantas ganas que uno no puede mirarlos sin dejar de parpadear y aunque su misterio ya roza el olvido, con una indiferencia injuriosa que nadie salva ni por cortesía; el inalterable recorrido de la memoria lo vuelve a traer, como golpes de pistón acerado.

Hoy, Máximo Nicoletti, no se hace ver. Se esconde. Tal vez, se divierte. Un hombre que tomó la vida por asalto. Su vida ha sido, casi siempre, un arcano impermeable y una sintaxis brutal de esta patria bárbara y desdichada, que, de vez en cuando, suele dar alguna que otra vuelta olímpica despertando esperanzas, que, en ocasiones, mueren al nacer. Y como una sombra, nos acecha. Como noches sin reloj, aunque el tiempo no perdone.

La historia detrás de laOperación Algeciras

La idea partió del almirante Jorge Isaac Anaya, comandante en jefe de la Armada argentina. El marino pensó qué si un barco británico era atacado y hundido en una de sus bases europeas, los ingleses dudarían en venir al Atlántico Sur. El 22 de abril de 1982, Anaya llamó a su despacho al contraalmirante Eduardo Morris Girling, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, para encargarle la organización de la misión. Aunque las sospechas serían inevitables, Anaya estaba convencido de que los ingleses culparían a otros: los soviéticos, terroristas árabes o del IRA irlandés. El objetivo elegido fue Gibraltar; un enclave inglés reclamado por España, al que nunca le habían dado mucha pelota. Igualito que Malvinas.

El almirante Anaya confió la planificación de la operación y el armado del grupo comando al Contralmirante Girling y este -en un pase de manos- a Luis D¨ Imperio, quien designó al mando al capitán de corbeta e infante de marina y buzo táctico Héctor Rosales, junto a los exmontoneros Máximo Nicoletti, Antonio Nelson Latorre alias “el Pelado Diego” y un tercer integrante conocido como “El Marciano”, cuya identidad se desconoce, aunque hay versiones (incluso literarias) que indican que fue un conscripto. D’Imperio, fue el sucesor de Jorge “El Tigre” Acosta en el Grupo de Tareas 3.3.2. de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA); el mismo grupo de tareas que había “chupado” a Nicoletti.

A Nicoletti el tema de atacar embarcaciones le venía de familia. Es que se dice que su padre, buzo táctico italiano, había participado en el proyecto de torpedos humanos de la “Regia Marina” de la Italia de Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial, que desembocó en diciembre de 1941 en el hundimiento con explosivos de los Cruceros Pesados HMS “Queen Elizabet” y HMS “Valiant cuando se atacó a la base naval inglesa en Alejandría en Egipto, al norte de África.

El grupo partió hacia Europa el 24 de abril, en dos grupos: Rosales y “El Marciano” volaron directamente a Madrid, mientras que Nicoletti y Latorre viajaron a París para allí hacer transbordo y dirigirse a Málaga. Y aunque los pasaportes no eran tan buenos, llegaron a destino. A través de la embajada argentina en España, llegaron los 75 kilos de trotyl y se instalaron en un hotel de Algeciras y se dispusieron a comenzar con el operativo comprando un bote inflable y equipo de buceo, con la excusa de dedicarse a la pesca deportiva y pagando en efectivo. Llevaron a cabo un reconocimiento de las aguas de la bahía de Algeciras y de las defensas de la base gibraltareña.

Sin embargo, las negociaciones entre el norteamericano Alexander Haig y el presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, retrasaron todo el ataque que se vio acelerado cuando el 2 de mayo, el submarino británico HMS Conqueror torpedeó y hundió al crucero argentino ARA General Belgrano, provocando la muerte de 323 de sus tripulantes. Y más allá que los británicos estaban sobre aviso de que algo tramaban los argentinos por un mensaje interceptado, las explosiones contra la nave HMS Ariadne, se abortaron cuando los argentinos fueron a renovar el contrato de alquiler de los autos en que se desplazaban. Es que sus movimientos y la gran cantidad de dinero que manejaban habían llevado a los agentes españoles a pensar que podía tratarse de narcotraficantes o de integrantes de una banda de ladrones de bancos de origen sudamericano que había actuado en la zona.

Lo atraparon. Lo detuvieron y cuando el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo se enteró cuál era el plan, lo enviaron de vuelta a casa. Para evitar un papelón internacional. Mirando para otro lado y olvidando el asunto por dos décadas. El Mundial de Fútbol en la península ibérica estaba muy cerca y no era buena publicidad. Y cuando la pelota empieza rodar, todo se omite.

15 DIC 2022 - 20:03

Por Juan Brigrevich / Redacción Jornada

Fue montonero, espía naval, carapintada y asaltante. Lo último que se presume, porque de él todo se presume, es que hoy se dedica a eventuales investigaciones privadas y a sus inversiones turísticas y productivas que posee en la cordillera chubutense, en donde llegó hasta ser integrante de la Cámara de Turismo de Corcovado. Y aprovechando la impotencia judicial argentina, exigió -en su momento-medio millón de pesos al Estado, un monto casi diez veces superior al que le secuestraron cuando cayó preso.

No obstante, su figura, con la fidelidad del ayer, es una síntesis grotesca de lo que fue (y es) parte de la historia contemporánea argentina. Se trata de Máximo Fernando Nicoletti, un mendocino adoptado por Puerto Madryn que hoy ronda por los 72 años y monedas y que supo (o sabe, nunca se sabe con él) tener una casa en Villa Ballester y un departamento en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sintetizada con la sigla CABA.


Criado a orillas del Golfo Nuevo, donde aprendió a bucear y muy bien, su carrera se inició a principios de la década del ´70 como militante de Montoneros. Hacia 1974, una vez que aquella organización integrada por gran parte de la Juventud Peronista pasó a la clandestinidad, se alejó de los centros académicos como el IUT de Trelew y se entrenó y aprendió a manejar explosivos, su especialidad.

A él se le atribuyen algunos de los más espectaculares atentados de la “orga” como la voladura de la lancha que llevaba al comisario general Alberto Villar y a su esposa el 1° de noviembre de 1974 por San Fernando y en donde murieron los dos. Villar -jefe de la Policía Federal-, no era un tipo liviano, para definirlo de alguna manera; era parte de la temible Triple A de José López Rega.

También, Nicoletti o “El gordo Fernando” fue el hombre que -en septiembre de 1975- buceó hasta el astillero Rio Santiago donde estaba la fragata “Santísima Trinidad”, que acababa de comprar la Marina, y a la que le colocó una bomba. No la hundió, pero le provocó severos daños. Como una trampa del destino de lo que vendría después, el ARA “Santísima Trinidad” era un buque gemelo del destructor ingles HMS “Sheffield”, hundido el 4 de mayo de 1982, por un misil Exocet AM-39 argentino durante la guerra de Malvinas.

Ya en dictadura, fue detenido. Y en la oscuridad de la ESMA negoció su liberación y la protección a su familia y en donde se versa sobre sus colaboraciones y sus delaciones, nunca confirmadas con certeza meridiana. Fue en el año 1977, tras participar de un atentado contra el Almirante Aníbal Guzzetti, quien por entonces era ministro de Relaciones Exteriores que lo capturó el grupo de tareas 3.3.2.


Pero su historia no termina allí. Según parece, los jefes de la Armada estaban muy interesados en sus destrezas. Es por ello qué en el año 1978, durante el conflicto que la Argentina mantuvo con Chile por el canal de Beagle, aquella le pidió que preparase un operativo similar al que llevó a cabo en Rio Santiago, esta vez en Valparaíso y contra buques trasandinos. La mediación papal impidió que el asunto llegara a otros estadíos y el plan fue desestimado.

Nicoletti volvió a la escena pública en 1982, en tiempos de la guerra de Malvinas, cuando la Policía española lo detuvo en la ciudad de Algeciras y lo devolvió junto a otros tres. No estaba allí de paseo. Había viajado como agente secreto del servicio de inteligencia naval, con más de 70 kilos de trotyl y la misión de hacer volar por los aires a alguno de los buques ingleses anclados cerquita, en el Peñón de Gibraltar, y que estaban listos para ir al archipiélago del sur. La “Operación Algeciras” salió mal, por poco (ver aparte).

En democracia, se alineó a los “carapintadas”. Lo que lo mantuvo ocupado hasta la llegada de Carlos Menem, cuando el Ejecutivo Nacional destruyó la última rebelión a fuerza de cañonazos. Es importante destacar, que su vinculación con la Armada quedaría ligada por lo menos hasta el año 1989, en el que los alzamientos de Mohamed Alí Seineldín, lo hallarían como instructor de buceo de la Prefectura Naval, una función que habría ocupado desde 1983. Se presume, también.

Pero, como si esto fuera poco para la adrenalina que necesitaba, la mañana del 28 de febrero de 1994, en cuestión de minutos, un grupo de asaltantes cargó sus armas contra un blindado en el conurbano bonaerense y lo abrió como una lata de atún. El líder de aquella banda era el mismísimo Nicoletti, quien escapó hacia Esquel. Varias semanas después, el 5 de mayo, Nicoletti fue detenido. El madrynense por adopción se había convertido en la obsesión de un exjefe de la policía bonaerense (“La maldita Policía”), Mario “Chorizo” Rodríguez. Lo aprehendió en el bar de un hotel local después de pactar su entrega entre las góndolas de un supermercado de la ciudad cordillerana.

Estuvo detenido en la cárcel de Dolores y cuando salió invirtió en Corcovado, donde atendía a turistas a los que iba a buscar al Aeropuerto de Bariloche. Asimismo, juntaba o hacía juntar hongos para venderlos en el exterior. Siguió viviendo, en épocas calurosas en el sur y en inviernos más fríos en Buenos Aires, sin desatender nada. Menos sus intereses, como lo hizo en misiones especiales de inteligencia a Venezuela o Perú, en algún momento, en algún tiempo libre o no tanto y viviendo bien. Para uno u otro bando. Un profesional todoterreno.

Y como si se tratase de un eterno retorno, reclamó medio de millón de pesos, que corresponde a parte de sus bienes desde que estuvo detenido por el robo al camión de blindados. Había salido beneficiado, en parte, por el 2 x 1 y porque nunca -su condena- tuvo sentencia firme. Tras 16 años de dilaciones, la causa prescribió.

Lo último que se conoce de Nicoletti no tiene que ver directamente con él; sino con su hija, Paula, fruto de su unión con la comodorense Liliana Chiernajowsky (ya fallecida), y quién fuera pareja de Carlos “Chacho” Álvarez en tiempo que el frepasista fuera vicepresidente de la Nación. Paula, que lleva su apellido, es la esposa del comisario general Osvaldo Rubén Matto, subjefe de la Policía Federal Argentina (PFA), cuestionado por las fallas de seguridad cuando se produjo el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner hace no mucho tiempo. Al abordarse esa interna palaciega política-policial-judicial, el apellido Nicoletti salió inevitablemente a la luz. También su historia.

Hoy, la vida de novela de este septuagenario genera fuegos que arden la vida con tantas ganas que uno no puede mirarlos sin dejar de parpadear y aunque su misterio ya roza el olvido, con una indiferencia injuriosa que nadie salva ni por cortesía; el inalterable recorrido de la memoria lo vuelve a traer, como golpes de pistón acerado.

Hoy, Máximo Nicoletti, no se hace ver. Se esconde. Tal vez, se divierte. Un hombre que tomó la vida por asalto. Su vida ha sido, casi siempre, un arcano impermeable y una sintaxis brutal de esta patria bárbara y desdichada, que, de vez en cuando, suele dar alguna que otra vuelta olímpica despertando esperanzas, que, en ocasiones, mueren al nacer. Y como una sombra, nos acecha. Como noches sin reloj, aunque el tiempo no perdone.

La historia detrás de laOperación Algeciras

La idea partió del almirante Jorge Isaac Anaya, comandante en jefe de la Armada argentina. El marino pensó qué si un barco británico era atacado y hundido en una de sus bases europeas, los ingleses dudarían en venir al Atlántico Sur. El 22 de abril de 1982, Anaya llamó a su despacho al contraalmirante Eduardo Morris Girling, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, para encargarle la organización de la misión. Aunque las sospechas serían inevitables, Anaya estaba convencido de que los ingleses culparían a otros: los soviéticos, terroristas árabes o del IRA irlandés. El objetivo elegido fue Gibraltar; un enclave inglés reclamado por España, al que nunca le habían dado mucha pelota. Igualito que Malvinas.

El almirante Anaya confió la planificación de la operación y el armado del grupo comando al Contralmirante Girling y este -en un pase de manos- a Luis D¨ Imperio, quien designó al mando al capitán de corbeta e infante de marina y buzo táctico Héctor Rosales, junto a los exmontoneros Máximo Nicoletti, Antonio Nelson Latorre alias “el Pelado Diego” y un tercer integrante conocido como “El Marciano”, cuya identidad se desconoce, aunque hay versiones (incluso literarias) que indican que fue un conscripto. D’Imperio, fue el sucesor de Jorge “El Tigre” Acosta en el Grupo de Tareas 3.3.2. de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA); el mismo grupo de tareas que había “chupado” a Nicoletti.

A Nicoletti el tema de atacar embarcaciones le venía de familia. Es que se dice que su padre, buzo táctico italiano, había participado en el proyecto de torpedos humanos de la “Regia Marina” de la Italia de Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial, que desembocó en diciembre de 1941 en el hundimiento con explosivos de los Cruceros Pesados HMS “Queen Elizabet” y HMS “Valiant cuando se atacó a la base naval inglesa en Alejandría en Egipto, al norte de África.

El grupo partió hacia Europa el 24 de abril, en dos grupos: Rosales y “El Marciano” volaron directamente a Madrid, mientras que Nicoletti y Latorre viajaron a París para allí hacer transbordo y dirigirse a Málaga. Y aunque los pasaportes no eran tan buenos, llegaron a destino. A través de la embajada argentina en España, llegaron los 75 kilos de trotyl y se instalaron en un hotel de Algeciras y se dispusieron a comenzar con el operativo comprando un bote inflable y equipo de buceo, con la excusa de dedicarse a la pesca deportiva y pagando en efectivo. Llevaron a cabo un reconocimiento de las aguas de la bahía de Algeciras y de las defensas de la base gibraltareña.

Sin embargo, las negociaciones entre el norteamericano Alexander Haig y el presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, retrasaron todo el ataque que se vio acelerado cuando el 2 de mayo, el submarino británico HMS Conqueror torpedeó y hundió al crucero argentino ARA General Belgrano, provocando la muerte de 323 de sus tripulantes. Y más allá que los británicos estaban sobre aviso de que algo tramaban los argentinos por un mensaje interceptado, las explosiones contra la nave HMS Ariadne, se abortaron cuando los argentinos fueron a renovar el contrato de alquiler de los autos en que se desplazaban. Es que sus movimientos y la gran cantidad de dinero que manejaban habían llevado a los agentes españoles a pensar que podía tratarse de narcotraficantes o de integrantes de una banda de ladrones de bancos de origen sudamericano que había actuado en la zona.

Lo atraparon. Lo detuvieron y cuando el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo se enteró cuál era el plan, lo enviaron de vuelta a casa. Para evitar un papelón internacional. Mirando para otro lado y olvidando el asunto por dos décadas. El Mundial de Fútbol en la península ibérica estaba muy cerca y no era buena publicidad. Y cuando la pelota empieza rodar, todo se omite.


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