Por Maru Ortiz/ Cadena Tiempo
Sufrió la amputación de una pierna a los 14 años. El ascensor al que subió comenzó a moverse pero las puertas nunca se cerraron. La vida le tenía una gran revancha: la certeza de que otras muchas puertas se iban a abrir, para él ,y gracias a él, para muchos más.
Pablo Traversaro comienza a relatar su historia. Sus ojos irradian fuerza, amor y esperanza. Aún cuando los detalles se hacen presentes.
A los 14 años tuvo un accidente por una falla mecánica en un ascensor. Aquel día las puertas nunca se cerraron. “Me salvé de casualidad”, cuenta con una expresión que descoloca por lo dramático del hecho, por su sonrisa de progreso y superación constante.
Fueron tres meses muy duros de internación, recuerda. El desgaste físico y emocional pesó. Pero, asegura Pablo, la familia y los amigos ayudaron a sobrepasar ese impensado y duro momento.
“Fue un milagro de la vida haberme salvado”, destaca . Y enseña que cuando se sufre un accidente así, lo único que le interesa es estar vivo. Y él lo está.
La recuperación comenzó, lenta, a ser un hecho real en aquella cama de Hospital, pero apareció una de las grandes dudas: ¿qué iba a poder hacer? ¿qué no? a los 14... con una pierna amputada...
”Una doctora una vez me dijo, y no lo olvido más, que los límites me los iba a poner yo. Entonces fue más simple de lo que pensaba. Empecé a hacer de todo. De todo. Llegué al esquí en Esquel y descubrí una pasión”, dice.
Fue más simple de lo que pensaba.
Los largos días de internación, que fueron meses, deterioraron mucho a Pablo. Su papá, profesor de educación física, fue alguien clave en la rehabilitación. El destino Esquel ya estaba registrado. Su mamá y abuelos eran de la localidad cordillerana que hoy define como “su lugar en el mundo”.
Su faz deportiva brilló en Las Leñas, Chapelco y Bariloche participando de competencias ParaOlímpicas (en la categoría parado sin prótesis). Sabiendo que nada era imposible y que sólo se trataba de intentarlo, Pablo comenzó a trabajar, hace más de 10 años, en el esquí adaptado.
Porque si él pudo, todos pueden.
No hay mucha vuelta más.
"LA MONTAÑA NOS IGUALA"
La Asociación de Esquí Adaptado ya cuenta con las certificaciones y habilitaciones requeridas. Los instructores que de manera colaborativa se suman, son de ADIDES (Federación de Esquí de Argentina).
El programa local acerca a la nieve a las escuelas especiales porque, en palabras de Pablo, “no hay nadie que no pueda disfrutar un día en la montaña”.
Las consultas llegan de todo el país, sí, y más para disfrutar la nieve extraordinaria que ofrece La Hoya. Pablo sigue abriendo lindas puertas y posibilidades.
“La montaña iguala” y Pablo lo demuestra porque lo vivió.
Los límites son los propios. Como propio es el desafío de intentar lo que parece imposible. Escuchar a Pablo emociona y enseña. Escuchar a Pablo es magia, si tal cosa existiera. Y como todo puede ser…
Nos sigue hablando de su vida, de su chacra, de la naturaleza. Orgulloso nos cuenta sobre la vida de sus dos hijos. No dan ganas de dejarlo ir.
“Se trata de disfrutar lo que uno tiene. No lo que le falta”, dice. Nos saludamos con un beso y un abrazo y allá se va, caminando hacia otra puerta que se abre a seguir la vida.
Por Maru Ortiz/ Cadena Tiempo
Sufrió la amputación de una pierna a los 14 años. El ascensor al que subió comenzó a moverse pero las puertas nunca se cerraron. La vida le tenía una gran revancha: la certeza de que otras muchas puertas se iban a abrir, para él ,y gracias a él, para muchos más.
Pablo Traversaro comienza a relatar su historia. Sus ojos irradian fuerza, amor y esperanza. Aún cuando los detalles se hacen presentes.
A los 14 años tuvo un accidente por una falla mecánica en un ascensor. Aquel día las puertas nunca se cerraron. “Me salvé de casualidad”, cuenta con una expresión que descoloca por lo dramático del hecho, por su sonrisa de progreso y superación constante.
Fueron tres meses muy duros de internación, recuerda. El desgaste físico y emocional pesó. Pero, asegura Pablo, la familia y los amigos ayudaron a sobrepasar ese impensado y duro momento.
“Fue un milagro de la vida haberme salvado”, destaca . Y enseña que cuando se sufre un accidente así, lo único que le interesa es estar vivo. Y él lo está.
La recuperación comenzó, lenta, a ser un hecho real en aquella cama de Hospital, pero apareció una de las grandes dudas: ¿qué iba a poder hacer? ¿qué no? a los 14... con una pierna amputada...
”Una doctora una vez me dijo, y no lo olvido más, que los límites me los iba a poner yo. Entonces fue más simple de lo que pensaba. Empecé a hacer de todo. De todo. Llegué al esquí en Esquel y descubrí una pasión”, dice.
Fue más simple de lo que pensaba.
Los largos días de internación, que fueron meses, deterioraron mucho a Pablo. Su papá, profesor de educación física, fue alguien clave en la rehabilitación. El destino Esquel ya estaba registrado. Su mamá y abuelos eran de la localidad cordillerana que hoy define como “su lugar en el mundo”.
Su faz deportiva brilló en Las Leñas, Chapelco y Bariloche participando de competencias ParaOlímpicas (en la categoría parado sin prótesis). Sabiendo que nada era imposible y que sólo se trataba de intentarlo, Pablo comenzó a trabajar, hace más de 10 años, en el esquí adaptado.
Porque si él pudo, todos pueden.
No hay mucha vuelta más.
"LA MONTAÑA NOS IGUALA"
La Asociación de Esquí Adaptado ya cuenta con las certificaciones y habilitaciones requeridas. Los instructores que de manera colaborativa se suman, son de ADIDES (Federación de Esquí de Argentina).
El programa local acerca a la nieve a las escuelas especiales porque, en palabras de Pablo, “no hay nadie que no pueda disfrutar un día en la montaña”.
Las consultas llegan de todo el país, sí, y más para disfrutar la nieve extraordinaria que ofrece La Hoya. Pablo sigue abriendo lindas puertas y posibilidades.
“La montaña iguala” y Pablo lo demuestra porque lo vivió.
Los límites son los propios. Como propio es el desafío de intentar lo que parece imposible. Escuchar a Pablo emociona y enseña. Escuchar a Pablo es magia, si tal cosa existiera. Y como todo puede ser…
Nos sigue hablando de su vida, de su chacra, de la naturaleza. Orgulloso nos cuenta sobre la vida de sus dos hijos. No dan ganas de dejarlo ir.
“Se trata de disfrutar lo que uno tiene. No lo que le falta”, dice. Nos saludamos con un beso y un abrazo y allá se va, caminando hacia otra puerta que se abre a seguir la vida.