Falleció el ex campeón argentino, Enrique "Chueco" Sallago

Próximo a cumplir los 70 años y rodeado de sus seres más íntimos, falleció hoy en Trelew, Enrique Oscar Sallago. El campeón de la humildad. El zurdo. El del pleno coraje.

(Foto: Daniel Feldman/Jornada).
10 SEP 2023 - 11:10 | Actualizado 10 SEP 2023 - 11:26

Acompañado por su mujer, sus hijos y nietos durante 43 días de internación, el extitular el cinturón de los welter a nivel nacional pasó a la inmortalidad. Pero más que eso el campeón de la humildad y el de su gente; esa que sabe lo que es perderlo todo y volver a empezar. Imagen que perdurará a través de los tiempos mientras se terminan esos gruesos rasgos de una vida de novela. Novela de joven trabajador, de una guapeza extraordinaria. Se fue el Rocky patagónico. El fiel exponente de cuando Trelew era le meca del boxeo y demolía rivales. Igualito que el zurdo.

"El Caballero del Coraje"

Un guapo de verdad que jamás calculó el esfuerzo, que nunca midió los riesgos de esa entrega peligrosa y dramática. Nada de especulaciones, nunca un contragolpe, tampoco la mezquindad del que se esconde o ahorra energías. Una especie de Rocky patagónico que perseguía rivales con la cara descubierta y el alma en la mano, atropellando al miedo con su inclaudicable bravura. Ese fue Enrique Oscar Sallago, “El Zurdo” o “El Chueco”, un hombre de carne y hueso pero con un corazón de hierro.

Enrique Sallago nació el 21 de diciembre de 1953 en Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz. El padre, Ruperto Sallago, era trabajador de un frigorífico y su madre, Amelia Argentina García, se encargaba de las tareas del hogar. A fines de 1958 se radicaron en Trelew, en una chacra que estaba pegada al Puente Hendre. Allí nació su hermano Alberto, cinco años menor que él.

A comienzos de la década del 60 los Sallago dejaron de cultivar la tierra y se radicaron en la ciudad, en una vivienda ubicada en Urquiza Norte y Edwin Roberts, en pleno corazón del barrio Unión. Era una casa amplia en un terreno generoso, donde la familia disponía de un corral, caballos, ovejas y gallinas. Don Ruperto compraba la leche en las chacras y salía a venderla por el barrio y zonas aledañas donde se hizo de una importante clientela. Con los años, pudo juntar unos pesos e instalar un almacén que en poco tiempo se transformó en el mercado del barrio.

Enrique crecía y andaba a los tumbos en la escuela. Comenzó la primaria en la 122 pero por problemas de conducta fue trasladado al colegio Santo Domingo y posteriormente a la Escuela 21. Los libros no le gustaban y no se llevaba muy bien, ni con los maestros ni con los otros alumnos. Como él mismo reconoce, era camorrero y peleador, así que era común verlo, primero, a las trompadas y luego en la dirección de la escuela recibiendo las reprimendas correspondientes. Pero sus compañeros lo apreciaban, sobre todo porque “el zurdo” los protegía cuando algún alumno de un grado superior intentaba prepotearlos, él ponía la cara y las manos para defenderlos.

Trabajó desde chico, porque había que dar una mano en casa. Lo hizo en una carpintería metálica y como ayudante de albañil, durante varios años. Cuando cumplió los 18 se radicó en un campo cercano a Río Gallegos y fue allí donde empezó a sentir atracción por el boxeo. En aquellas gélidas noches santacruceñas, “el chueco” escuchaba por radio los relatos que describían las hazañas de Cassius Clay, Nicolino Loche y Carlos Monzón. Pensando por primera vez en emular a sus ídolos, construyó una bolsa con arena y lana de capón y con éste mismo elemento y una cartera fabricó un par de guantes de box. El galpón del establecimiento se convirtió en una especie de gimnasio que visitaba todas las tardes y allí… entre el silencio lúgubre de la noche y el eco de sus golpes que sonaban como mazazos, empezó a imaginar una vida diferente. Un año después regresó a Trelew porque su padre necesitaba a alguien de confianza en el almacén y empezó a relacionarse con gente vinculada al boxeo.

Frente a su casa vivía Alberto Suárez, un boxeador amateur que estaba invicto en seis peleas. Una noche, el zurdo lo acompañó a un festival que se realizaba en Gaiman y como el rival se enfermó, lo convencieron para que se subiera al ring y reemplazara al contrincante de Suárez. Enrique no quería saber nada con la idea pero como su amigo le prometió que iba a pelear despacio terminó aceptando. Suárez se olvidó rápidamente de lo acordado y empezó a golpear a su improvisado rival con excesiva violencia y Sallago se vio en la obligación de defenderse. Esa noche se terminó el invicto de Alberto Suárez y comenzó la historia boxística del Zurdo.

En los primeros años del amateurismo, se subía al ring utilizando seudónimos, para despistar al padre, quien se negaba rotundamente a que boxeara. Con el tiempo y alentado por el entusiasmo de vecinos y amigos del barrio, Don Ruperto terminó aceptando el camino elegido por su hijo. Fueron en total treinta las peleas que realizó como amateur sin perder ninguna y a los 24 años se hizo profesional. En el campo rentado, se presentó en treinta y seis oportunidades con una sola derrota.

Enrique Sallago fue un auténtico ídolo popular y alcanzó esa condición indiscutible a partir de su inagotable gallardía. No caminaba el ring con elegancia, ni pegaba en retroceso, tampoco combinaba golpes en velocidad ni bailoteaba sobre el cuadrilátero.

Su talento era otro. Su capital estaba en ese corazón indómito y pendenciero, en ese espíritu salvaje que le ordenaba ofrecer el máximo esfuerzo. Carecía de fundamentos técnicos, es cierto, pero lo suplía con el sobrante de valentía que guardaba en cada parte de su ser. Así venció a púgiles del nivel de Juan Alvarado, Osvaldo Barreda, Jaime Rodríguez, el Mono Juárez y Simón Escobar. Este último era un estilista de San Luis que vino a Trelew precedido de los mejores antecedentes. Los especialistas no daban un peso por Sallago y al puntano lo acompañaron periodistas y camarógrafos de su provincia que querían retratar las imágenes de la segura victoria de Escobar. Ganó el Zurdo por abandono propinándole a su adversario una paliza memorable.

Aunque su boxeo no era un canto a la ortodoxia, logró mecanizar una serie de golpes y movimientos que le resultaron muy efectivos. Cuando el rival lo atacaba con la mano derecha, Enrique metía el gancho de izquierda al hígado y esa misma mano la voleaba al mentón del oponente, cerrando la operación con una derecha a los planos altos.

Su máxima alegría deportiva la vivió el 23 de diciembre de 1983 en el gimnasio municipal de Trelew. Esa noche venció al salteño Alfredo Lucero por puntos en fallo dividido y se consagró Campeón Argentino de la categoría Welter. Pocos saben que el Zurdo llegó a ese combate engripado y con treinta y nueve grados de fiebre. Al final de la pelea, el árbitro contó mal las tarjetas y se anunció un empate.

Un persona de apellido Chasco, que pegado al ring observaba el puntaje de los jurados se percató del error y a los gritos pidió que se revisaran las tarjetas. Cuando se anunció la victoria del trelewense, el gimnasio explotó de júbilo y el Zurdo terminó en andas paseado por la multitud.

Sallago defendió la corona con éxito en dos oportunidades, la primera frente al mismo Lucero en Comodoro a quien derrotó con absoluta claridad y luego ante Carlos Prieto en la ciudad de Trelew.

Alfredo Lucero era poseedor del título Sudamericano pero nunca quiso exponerlo ante el Zurdo. Otro dato, que Sallago recuerda con mucha frustración es que el campeón del mundo por aquellos años era el venezolano Elio Díaz, un discreto boxeador que había sido derrotado por Lucero antes de obtener la corona mundial. La espina de no haber tenido la chance de enfrentarlo, todavía está clavada en la humanidad del Chueco.

En su última pelea, el 9 de agosto de 1985, cosechó su primera y única derrota.

Tenía 30 años y estaba saturado del boxeo. Llegó al combate con Ramón Abeldaño sin preparación, sin ese fuego sagrado que había sido el motor de sus conquistas.

Fuera del ring, la vida le deparó grandes alegrías y profundas tristezas.

Se casó con Patricia Pizzano el 11 de mayo de 1977 y tuvo cuatro hijos. La muerte de Diego, el menor, fue un mazazo al alma del que siempre lucho por recuperarse.

Se abrazó al amor de sus hijos Mario, Estela y Pamela y en la candidez de sus maravillosos nietos.

El otro refugio lo encuentra en la gente, en el cariño de una ciudad que no lo olvida, en aquel público anónimo y rugiente que se levantaba para corear su nombre mientras él perseguía rivales. Sus seguidores eran personas simples como él, que iban a verlo por su estilo temerario, que no esperaban una exhibición de destreza boxística sino una demostración de hombría y de coraje.

Y en eso, el Zurdo nunca les falló.

Enrique Sallago fue el caballero del esfuerzo, el auténtico campeón de la humildad.

Y para tanta grandeza, solo cabe el aplauso, la admiración y el agradecimiento.#

* Este capítulo pertenece al libro “El Deporte También es Historia” de Esteban Gallo.

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(Foto: Daniel Feldman/Jornada).
10 SEP 2023 - 11:10

Acompañado por su mujer, sus hijos y nietos durante 43 días de internación, el extitular el cinturón de los welter a nivel nacional pasó a la inmortalidad. Pero más que eso el campeón de la humildad y el de su gente; esa que sabe lo que es perderlo todo y volver a empezar. Imagen que perdurará a través de los tiempos mientras se terminan esos gruesos rasgos de una vida de novela. Novela de joven trabajador, de una guapeza extraordinaria. Se fue el Rocky patagónico. El fiel exponente de cuando Trelew era le meca del boxeo y demolía rivales. Igualito que el zurdo.

"El Caballero del Coraje"

Un guapo de verdad que jamás calculó el esfuerzo, que nunca midió los riesgos de esa entrega peligrosa y dramática. Nada de especulaciones, nunca un contragolpe, tampoco la mezquindad del que se esconde o ahorra energías. Una especie de Rocky patagónico que perseguía rivales con la cara descubierta y el alma en la mano, atropellando al miedo con su inclaudicable bravura. Ese fue Enrique Oscar Sallago, “El Zurdo” o “El Chueco”, un hombre de carne y hueso pero con un corazón de hierro.

Enrique Sallago nació el 21 de diciembre de 1953 en Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz. El padre, Ruperto Sallago, era trabajador de un frigorífico y su madre, Amelia Argentina García, se encargaba de las tareas del hogar. A fines de 1958 se radicaron en Trelew, en una chacra que estaba pegada al Puente Hendre. Allí nació su hermano Alberto, cinco años menor que él.

A comienzos de la década del 60 los Sallago dejaron de cultivar la tierra y se radicaron en la ciudad, en una vivienda ubicada en Urquiza Norte y Edwin Roberts, en pleno corazón del barrio Unión. Era una casa amplia en un terreno generoso, donde la familia disponía de un corral, caballos, ovejas y gallinas. Don Ruperto compraba la leche en las chacras y salía a venderla por el barrio y zonas aledañas donde se hizo de una importante clientela. Con los años, pudo juntar unos pesos e instalar un almacén que en poco tiempo se transformó en el mercado del barrio.

Enrique crecía y andaba a los tumbos en la escuela. Comenzó la primaria en la 122 pero por problemas de conducta fue trasladado al colegio Santo Domingo y posteriormente a la Escuela 21. Los libros no le gustaban y no se llevaba muy bien, ni con los maestros ni con los otros alumnos. Como él mismo reconoce, era camorrero y peleador, así que era común verlo, primero, a las trompadas y luego en la dirección de la escuela recibiendo las reprimendas correspondientes. Pero sus compañeros lo apreciaban, sobre todo porque “el zurdo” los protegía cuando algún alumno de un grado superior intentaba prepotearlos, él ponía la cara y las manos para defenderlos.

Trabajó desde chico, porque había que dar una mano en casa. Lo hizo en una carpintería metálica y como ayudante de albañil, durante varios años. Cuando cumplió los 18 se radicó en un campo cercano a Río Gallegos y fue allí donde empezó a sentir atracción por el boxeo. En aquellas gélidas noches santacruceñas, “el chueco” escuchaba por radio los relatos que describían las hazañas de Cassius Clay, Nicolino Loche y Carlos Monzón. Pensando por primera vez en emular a sus ídolos, construyó una bolsa con arena y lana de capón y con éste mismo elemento y una cartera fabricó un par de guantes de box. El galpón del establecimiento se convirtió en una especie de gimnasio que visitaba todas las tardes y allí… entre el silencio lúgubre de la noche y el eco de sus golpes que sonaban como mazazos, empezó a imaginar una vida diferente. Un año después regresó a Trelew porque su padre necesitaba a alguien de confianza en el almacén y empezó a relacionarse con gente vinculada al boxeo.

Frente a su casa vivía Alberto Suárez, un boxeador amateur que estaba invicto en seis peleas. Una noche, el zurdo lo acompañó a un festival que se realizaba en Gaiman y como el rival se enfermó, lo convencieron para que se subiera al ring y reemplazara al contrincante de Suárez. Enrique no quería saber nada con la idea pero como su amigo le prometió que iba a pelear despacio terminó aceptando. Suárez se olvidó rápidamente de lo acordado y empezó a golpear a su improvisado rival con excesiva violencia y Sallago se vio en la obligación de defenderse. Esa noche se terminó el invicto de Alberto Suárez y comenzó la historia boxística del Zurdo.

En los primeros años del amateurismo, se subía al ring utilizando seudónimos, para despistar al padre, quien se negaba rotundamente a que boxeara. Con el tiempo y alentado por el entusiasmo de vecinos y amigos del barrio, Don Ruperto terminó aceptando el camino elegido por su hijo. Fueron en total treinta las peleas que realizó como amateur sin perder ninguna y a los 24 años se hizo profesional. En el campo rentado, se presentó en treinta y seis oportunidades con una sola derrota.

Enrique Sallago fue un auténtico ídolo popular y alcanzó esa condición indiscutible a partir de su inagotable gallardía. No caminaba el ring con elegancia, ni pegaba en retroceso, tampoco combinaba golpes en velocidad ni bailoteaba sobre el cuadrilátero.

Su talento era otro. Su capital estaba en ese corazón indómito y pendenciero, en ese espíritu salvaje que le ordenaba ofrecer el máximo esfuerzo. Carecía de fundamentos técnicos, es cierto, pero lo suplía con el sobrante de valentía que guardaba en cada parte de su ser. Así venció a púgiles del nivel de Juan Alvarado, Osvaldo Barreda, Jaime Rodríguez, el Mono Juárez y Simón Escobar. Este último era un estilista de San Luis que vino a Trelew precedido de los mejores antecedentes. Los especialistas no daban un peso por Sallago y al puntano lo acompañaron periodistas y camarógrafos de su provincia que querían retratar las imágenes de la segura victoria de Escobar. Ganó el Zurdo por abandono propinándole a su adversario una paliza memorable.

Aunque su boxeo no era un canto a la ortodoxia, logró mecanizar una serie de golpes y movimientos que le resultaron muy efectivos. Cuando el rival lo atacaba con la mano derecha, Enrique metía el gancho de izquierda al hígado y esa misma mano la voleaba al mentón del oponente, cerrando la operación con una derecha a los planos altos.

Su máxima alegría deportiva la vivió el 23 de diciembre de 1983 en el gimnasio municipal de Trelew. Esa noche venció al salteño Alfredo Lucero por puntos en fallo dividido y se consagró Campeón Argentino de la categoría Welter. Pocos saben que el Zurdo llegó a ese combate engripado y con treinta y nueve grados de fiebre. Al final de la pelea, el árbitro contó mal las tarjetas y se anunció un empate.

Un persona de apellido Chasco, que pegado al ring observaba el puntaje de los jurados se percató del error y a los gritos pidió que se revisaran las tarjetas. Cuando se anunció la victoria del trelewense, el gimnasio explotó de júbilo y el Zurdo terminó en andas paseado por la multitud.

Sallago defendió la corona con éxito en dos oportunidades, la primera frente al mismo Lucero en Comodoro a quien derrotó con absoluta claridad y luego ante Carlos Prieto en la ciudad de Trelew.

Alfredo Lucero era poseedor del título Sudamericano pero nunca quiso exponerlo ante el Zurdo. Otro dato, que Sallago recuerda con mucha frustración es que el campeón del mundo por aquellos años era el venezolano Elio Díaz, un discreto boxeador que había sido derrotado por Lucero antes de obtener la corona mundial. La espina de no haber tenido la chance de enfrentarlo, todavía está clavada en la humanidad del Chueco.

En su última pelea, el 9 de agosto de 1985, cosechó su primera y única derrota.

Tenía 30 años y estaba saturado del boxeo. Llegó al combate con Ramón Abeldaño sin preparación, sin ese fuego sagrado que había sido el motor de sus conquistas.

Fuera del ring, la vida le deparó grandes alegrías y profundas tristezas.

Se casó con Patricia Pizzano el 11 de mayo de 1977 y tuvo cuatro hijos. La muerte de Diego, el menor, fue un mazazo al alma del que siempre lucho por recuperarse.

Se abrazó al amor de sus hijos Mario, Estela y Pamela y en la candidez de sus maravillosos nietos.

El otro refugio lo encuentra en la gente, en el cariño de una ciudad que no lo olvida, en aquel público anónimo y rugiente que se levantaba para corear su nombre mientras él perseguía rivales. Sus seguidores eran personas simples como él, que iban a verlo por su estilo temerario, que no esperaban una exhibición de destreza boxística sino una demostración de hombría y de coraje.

Y en eso, el Zurdo nunca les falló.

Enrique Sallago fue el caballero del esfuerzo, el auténtico campeón de la humildad.

Y para tanta grandeza, solo cabe el aplauso, la admiración y el agradecimiento.#

* Este capítulo pertenece al libro “El Deporte También es Historia” de Esteban Gallo.


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