Editorial Esteban Gallo
En la letra, se fusionan la vida y la muerte, que para el hincha de Brown están signadas por un mismo sentimiento: los colores del club.
Ese amor infinito que quema y cura con la misma intensidad, es el que movilizó al subprefecto José Furnillo a fundar el club el 14 de enero de 1945.
Con la banda atravesando su pecho, “El Negro” Manchot conectó los cabezazos más extraordinarios de la historia de la institución. Fueron los mismos colores los que inspiraron al “Loco” Purra, a “Coco” Hernández y “Periquin” Díaz a ganar el campeonato de 1967.
Félix Betancur dejó la vida por esa camiseta blanca y azul, como lo hicieron también “el Viru” González, Diego Giménez o Javier Rodas. Es la historia de cientos de jugadores, dirigentes e hinchas, que a lo largo de los años ofrendaron lo mejor de sus vidas, por amor a los colores. Pero la camiseta blanca cruzada por una banda azul, como sucede con la camiseta que distingue a cualquier otro club de fútbol, simboliza valores que trascienden al deporte.
Alguna vez leí, que, los colores de una casaca crean “comunidades de sentimiento” y provocan lazos de hermandad parecidos al de una familia. Los domingos, hinchas del Perón, del Barrio Sur o del Roca, sufren y gozan con la misma intensidad, por amor a la misma camiseta.
Por eso creo que, la historia, la identidad y el sentimiento son bastardeados cuando Brown sale a la cancha con colores que no los representan. Es entendible que, en una temporada, excepcionalmente, el equipo salga a la cancha con colores alternativos. Pero es inaceptable que, a lo largo de 37 fechas, Brown haya jugado la mayoría de los partidos con la camiseta sustituta.
Imagínense a Boca jugando casi todos los domingos con una camiseta amarilla o a Independiente con una casaca blanca. Dicen que, en el curso de la vida, todo es transitorio, el trabajo, el amor, la salud, menos los colores del club.
Se lo digo a los dirigentes de Brown, ahora que el equipo salvó la categoría, y las críticas debieran aceptarse como aportes de buena fe. No hay movidas marketineras ni cuestiones de cábala que justifiquen lo que pasó este año. Por si acaso, que nadie olvide que “La Banda” salvó la ropa ganándole a Alvarado de Mar del Plata, en la penúltima fecha, usando la camiseta que debería usar todos los domingos.
Los hinchas siguen cantando: “Y si tengo que morir, yo quiero que mi cajón, lo pinten de azul y blanco como tengo el corazón”. Ese sentimiento que inunda el Conti, es el que hay que honrar. Porque los colores son sagrados. Y lo sagrado se respeta y se honra cada domingo.
Editorial Esteban Gallo
En la letra, se fusionan la vida y la muerte, que para el hincha de Brown están signadas por un mismo sentimiento: los colores del club.
Ese amor infinito que quema y cura con la misma intensidad, es el que movilizó al subprefecto José Furnillo a fundar el club el 14 de enero de 1945.
Con la banda atravesando su pecho, “El Negro” Manchot conectó los cabezazos más extraordinarios de la historia de la institución. Fueron los mismos colores los que inspiraron al “Loco” Purra, a “Coco” Hernández y “Periquin” Díaz a ganar el campeonato de 1967.
Félix Betancur dejó la vida por esa camiseta blanca y azul, como lo hicieron también “el Viru” González, Diego Giménez o Javier Rodas. Es la historia de cientos de jugadores, dirigentes e hinchas, que a lo largo de los años ofrendaron lo mejor de sus vidas, por amor a los colores. Pero la camiseta blanca cruzada por una banda azul, como sucede con la camiseta que distingue a cualquier otro club de fútbol, simboliza valores que trascienden al deporte.
Alguna vez leí, que, los colores de una casaca crean “comunidades de sentimiento” y provocan lazos de hermandad parecidos al de una familia. Los domingos, hinchas del Perón, del Barrio Sur o del Roca, sufren y gozan con la misma intensidad, por amor a la misma camiseta.
Por eso creo que, la historia, la identidad y el sentimiento son bastardeados cuando Brown sale a la cancha con colores que no los representan. Es entendible que, en una temporada, excepcionalmente, el equipo salga a la cancha con colores alternativos. Pero es inaceptable que, a lo largo de 37 fechas, Brown haya jugado la mayoría de los partidos con la camiseta sustituta.
Imagínense a Boca jugando casi todos los domingos con una camiseta amarilla o a Independiente con una casaca blanca. Dicen que, en el curso de la vida, todo es transitorio, el trabajo, el amor, la salud, menos los colores del club.
Se lo digo a los dirigentes de Brown, ahora que el equipo salvó la categoría, y las críticas debieran aceptarse como aportes de buena fe. No hay movidas marketineras ni cuestiones de cábala que justifiquen lo que pasó este año. Por si acaso, que nadie olvide que “La Banda” salvó la ropa ganándole a Alvarado de Mar del Plata, en la penúltima fecha, usando la camiseta que debería usar todos los domingos.
Los hinchas siguen cantando: “Y si tengo que morir, yo quiero que mi cajón, lo pinten de azul y blanco como tengo el corazón”. Ese sentimiento que inunda el Conti, es el que hay que honrar. Porque los colores son sagrados. Y lo sagrado se respeta y se honra cada domingo.