Por Paloma Caria / Redacción Jornada.
En julio de 1848, un grupo de mujeres autoconvocadas alzó la voz por primera vez en la historia mundial para exigir más derechos e igualdad de condiciones para con los hombres, el género que históricamente se posicionó sobre nosotras dentro de la sociedad en todos los ámbitos posibles desplazándonos a un pequeño rincón sin voz ni voto.
Hoy, a 176 años de haberse escuchado el primer grito feminista, las mujeres seguimos luchando contra un sistema social complejo que nos ha reconocido y garantizado un sin fin de derechos y libertades, pero que aún deja sutilmente latente la posibilidad de perderlos (como ocurrió en España en 1939, cuando el sufragio femenino aprobado en 1931 fue erradicado años después durante el régimen franquista).
No es mi intención empujarles a un estado de alerta al recordar que la lucha feminista, a diferencia de otras peleas sociopolíticas de la historia de la humanidad, está destinada a flaquear continuamente debido al constante resurgimiento de grupos conservadores con ideales patriarcales profundamente arraigados.
Mi objetivo es resaltar con humildad la ironía de que ahora que estamos viviendo en la denominada "era de las comunicaciones", donde la información está al alcance de un click, debamos continuar debatiendo sobre derechos, obligaciones y normas sociales que ya fueron el foco de críticas y la base de las revoluciones de siglos pasados; cuando la información disponible era escasa, poco accesible e incluso a veces intervenida por la clase política que no tenía interés en otorgarnos a las mujeres la igualdad y la equidad que exigíamos. Lejos de continuar avanzando, parece ser que seguimos retrocediendo.
En pleno 2024, encontrándonos en un contexto social frágil en todo el país, resulta tedioso a mi parecer seguir debatiendo sobre si hoy, 8 de marzo, se debe o no decir "feliz día" cuando hace tiempo que venimos explicando que ésta es una fecha conmemorativa, no de celebración.
El 8 de marzo es la oportunidad que tenemos de recordar a aquellas 146 mujeres que en 1909 murieron calcinadas dentro de la fábrica en la que trabajaban, producto de un incendio provocado por sus dueños para detener la toma que realizaban en protesta por las condiciones laborales y bajos salarios. ¿Qué tiene eso de “feliz día”?
Me sorprende que nosotras debamos seguir remarcando que ésta es una fecha conmemorativa y no una festiva. Al contrario, considero que es un claro ejemplo de que a nosotras no nos escuchan; porque si lo hicieran, no habría más saludos y festejos.
Con esto apunto particularmente a quienes le escapan al verdadero significado de esta fecha, a quienes nos interrumpen o minimizan cuando intentamos explicarlo y a quienes intentan seguir lucrando económicamente con este día.
Una vez más nos hallamos en una posición incómoda en la que si obviamos el tema, estamos faltando el respeto a aquellas compañeras que murieron luchando por nuestros derechos. Y si decidimos avanzar con la explicación, corremos el riesgo de “crear” un ambiente tenso con quienes nos rodean.
Personalmente, desde que comencé a adentrarme en el feminismo durante mi adolescencia noto que la segunda situación es la más recurrente. La mujer que busca resignificar su lucha, incomoda, porque históricamente fuimos criadas para no hablar, no opinar y no discutir.
Desde que se conformaron políticamente las primeras sociedades del mundo, las mujeres fuimos posicionadas en el eslabón más inferior de la pirámide social. En algunos casos extremos, incluso, estábamos más cerca del concepto de animales que del de personas. Conforme avanzó la historia, las diferencias de derechos y obligaciones con los hombres siguió siendo abismal y eso incluso llevaba a que la violencia que sufríamos se proliferara en todos los ámbitos de la vida: el familiar, el económico, el laboral, el sexual, el político e incluso el médico, que aparentemente era el único que nos protegía.
Pese a los grandes avances que se han logrado en todas estas y más áreas, sobre todo ahora que las mujeres tenemos una gran carpeta de derechos y libertades adquiridas, todavía nos falta mucho camino por recorrer. ¿Por qué? Porque por cada paso que damos, nos toca retroceder uno y volver a comenzar.
Lamento remarcar que incluso nuestra lucha ha sido devaluada de manera tal que llegamos a un extremo peligroso en el que se nos respeta no porque así debió ser desde un principio, sino porque es una nueva forma de hacernos callar respecto al patriarcado. “Dejala, es feminista”, suele ser la frase de cierre de esas conversaciones con aquellos que, internamente, aún nos consideran inferiores.
Las mujeres fuimos encasilladas en parámetros absurdos y contradictorios a los que la imagen construida socialmente del hombre jamás sería delimitada. Nos convirtieron en culpables de aquello que sufrimos y responsables de arreglar lo que no rompimos. Incluso ahora que contamos con más libertades y posibilidades que nuestras compañeras de siglos pasados, considero que la violencia machista sigue estando a la orden del día. Porque lejos de erradicarse, solo ha perfeccionado su capacidad de mutación.
Históricamente fuimos endiosadas, abatidas, discriminadas, agredidas y personificadas con tanto ensañamiento y detallismo que hoy en día nos resulta casi imposible definirnos sin recaer en estereotipos prefabricados. Y ese sistema de mandatos y obligaciones morales está tan bien diseñado, que incluso nos lleva a las víctimas a ser también las victimarias de aquellas que deciden correrse de la línea que nos marcaron.
“Las mujeres tienen la dulzura de una madre, la sensualidad de una amante y la calidez de una amiga", dijeron más de una vez en un fracasado intento de definirnos. Nos “escribieron” para ser una especie de criatura mística que todo lo puede, pero no todo lo debe; porque ciertos deseos y libertades "no son típicas de una señorita".
Lo cierto, a mi parecer, es que las mujeres somos todo y no somos nada. Tengo la sensación de que estamos destinadas a ser o parecer de acuerdo a quien nos mire, quien nos oiga, quien nos toque o quien nos hable. Y lo más probable es que siempre, incluso en nuestra versión más complaciente, seamos el blanco de alguna crítica.
Pero somos muchas las que decidimos que no queremos más esa vida. Queremos otro destino, otras posibilidades, otras opciones. Queremos equivocarnos sin que sea una sentencia y llegar al éxito sin que se considere una amenaza o un golpe de suerte.
Me atrevo, por último, a hablar en nombre de quienes se sientan representadas con mis palabras para decir que las mujeres no somos diosas, ni ángeles caídos del cielo, ni criaturas de Dios que todo lo pueden contra viento y marea. No somos la perfección tampoco. Y, sobre todo, no queremos ser respetadas por ser amigas, ni hermanas, ni madres, ni novias, ni sobrinas, ni nietas.
Las mujeres queremos ser respetadas, sí, pero no por mujeres; sino porque somos personas, aunque hayan intentado sistemáticamente despojarnos de ello.
Por Paloma Caria / Redacción Jornada.
En julio de 1848, un grupo de mujeres autoconvocadas alzó la voz por primera vez en la historia mundial para exigir más derechos e igualdad de condiciones para con los hombres, el género que históricamente se posicionó sobre nosotras dentro de la sociedad en todos los ámbitos posibles desplazándonos a un pequeño rincón sin voz ni voto.
Hoy, a 176 años de haberse escuchado el primer grito feminista, las mujeres seguimos luchando contra un sistema social complejo que nos ha reconocido y garantizado un sin fin de derechos y libertades, pero que aún deja sutilmente latente la posibilidad de perderlos (como ocurrió en España en 1939, cuando el sufragio femenino aprobado en 1931 fue erradicado años después durante el régimen franquista).
No es mi intención empujarles a un estado de alerta al recordar que la lucha feminista, a diferencia de otras peleas sociopolíticas de la historia de la humanidad, está destinada a flaquear continuamente debido al constante resurgimiento de grupos conservadores con ideales patriarcales profundamente arraigados.
Mi objetivo es resaltar con humildad la ironía de que ahora que estamos viviendo en la denominada "era de las comunicaciones", donde la información está al alcance de un click, debamos continuar debatiendo sobre derechos, obligaciones y normas sociales que ya fueron el foco de críticas y la base de las revoluciones de siglos pasados; cuando la información disponible era escasa, poco accesible e incluso a veces intervenida por la clase política que no tenía interés en otorgarnos a las mujeres la igualdad y la equidad que exigíamos. Lejos de continuar avanzando, parece ser que seguimos retrocediendo.
En pleno 2024, encontrándonos en un contexto social frágil en todo el país, resulta tedioso a mi parecer seguir debatiendo sobre si hoy, 8 de marzo, se debe o no decir "feliz día" cuando hace tiempo que venimos explicando que ésta es una fecha conmemorativa, no de celebración.
El 8 de marzo es la oportunidad que tenemos de recordar a aquellas 146 mujeres que en 1909 murieron calcinadas dentro de la fábrica en la que trabajaban, producto de un incendio provocado por sus dueños para detener la toma que realizaban en protesta por las condiciones laborales y bajos salarios. ¿Qué tiene eso de “feliz día”?
Me sorprende que nosotras debamos seguir remarcando que ésta es una fecha conmemorativa y no una festiva. Al contrario, considero que es un claro ejemplo de que a nosotras no nos escuchan; porque si lo hicieran, no habría más saludos y festejos.
Con esto apunto particularmente a quienes le escapan al verdadero significado de esta fecha, a quienes nos interrumpen o minimizan cuando intentamos explicarlo y a quienes intentan seguir lucrando económicamente con este día.
Una vez más nos hallamos en una posición incómoda en la que si obviamos el tema, estamos faltando el respeto a aquellas compañeras que murieron luchando por nuestros derechos. Y si decidimos avanzar con la explicación, corremos el riesgo de “crear” un ambiente tenso con quienes nos rodean.
Personalmente, desde que comencé a adentrarme en el feminismo durante mi adolescencia noto que la segunda situación es la más recurrente. La mujer que busca resignificar su lucha, incomoda, porque históricamente fuimos criadas para no hablar, no opinar y no discutir.
Desde que se conformaron políticamente las primeras sociedades del mundo, las mujeres fuimos posicionadas en el eslabón más inferior de la pirámide social. En algunos casos extremos, incluso, estábamos más cerca del concepto de animales que del de personas. Conforme avanzó la historia, las diferencias de derechos y obligaciones con los hombres siguió siendo abismal y eso incluso llevaba a que la violencia que sufríamos se proliferara en todos los ámbitos de la vida: el familiar, el económico, el laboral, el sexual, el político e incluso el médico, que aparentemente era el único que nos protegía.
Pese a los grandes avances que se han logrado en todas estas y más áreas, sobre todo ahora que las mujeres tenemos una gran carpeta de derechos y libertades adquiridas, todavía nos falta mucho camino por recorrer. ¿Por qué? Porque por cada paso que damos, nos toca retroceder uno y volver a comenzar.
Lamento remarcar que incluso nuestra lucha ha sido devaluada de manera tal que llegamos a un extremo peligroso en el que se nos respeta no porque así debió ser desde un principio, sino porque es una nueva forma de hacernos callar respecto al patriarcado. “Dejala, es feminista”, suele ser la frase de cierre de esas conversaciones con aquellos que, internamente, aún nos consideran inferiores.
Las mujeres fuimos encasilladas en parámetros absurdos y contradictorios a los que la imagen construida socialmente del hombre jamás sería delimitada. Nos convirtieron en culpables de aquello que sufrimos y responsables de arreglar lo que no rompimos. Incluso ahora que contamos con más libertades y posibilidades que nuestras compañeras de siglos pasados, considero que la violencia machista sigue estando a la orden del día. Porque lejos de erradicarse, solo ha perfeccionado su capacidad de mutación.
Históricamente fuimos endiosadas, abatidas, discriminadas, agredidas y personificadas con tanto ensañamiento y detallismo que hoy en día nos resulta casi imposible definirnos sin recaer en estereotipos prefabricados. Y ese sistema de mandatos y obligaciones morales está tan bien diseñado, que incluso nos lleva a las víctimas a ser también las victimarias de aquellas que deciden correrse de la línea que nos marcaron.
“Las mujeres tienen la dulzura de una madre, la sensualidad de una amante y la calidez de una amiga", dijeron más de una vez en un fracasado intento de definirnos. Nos “escribieron” para ser una especie de criatura mística que todo lo puede, pero no todo lo debe; porque ciertos deseos y libertades "no son típicas de una señorita".
Lo cierto, a mi parecer, es que las mujeres somos todo y no somos nada. Tengo la sensación de que estamos destinadas a ser o parecer de acuerdo a quien nos mire, quien nos oiga, quien nos toque o quien nos hable. Y lo más probable es que siempre, incluso en nuestra versión más complaciente, seamos el blanco de alguna crítica.
Pero somos muchas las que decidimos que no queremos más esa vida. Queremos otro destino, otras posibilidades, otras opciones. Queremos equivocarnos sin que sea una sentencia y llegar al éxito sin que se considere una amenaza o un golpe de suerte.
Me atrevo, por último, a hablar en nombre de quienes se sientan representadas con mis palabras para decir que las mujeres no somos diosas, ni ángeles caídos del cielo, ni criaturas de Dios que todo lo pueden contra viento y marea. No somos la perfección tampoco. Y, sobre todo, no queremos ser respetadas por ser amigas, ni hermanas, ni madres, ni novias, ni sobrinas, ni nietas.
Las mujeres queremos ser respetadas, sí, pero no por mujeres; sino porque somos personas, aunque hayan intentado sistemáticamente despojarnos de ello.