Las frases ya quedaron grabadas en la memoria colectiva y nadie las podrá borrar. Nunca. Pase lo que pase. Los gritos de “Memoria, Verdad y Justicia” y “Nunca Más” recorrerán este domingo las calles con la fuerza del viento de la libertad, como cada 24 de marzo desde hace cuatro décadas, cuando recuperamos la democracia. Pero esta vez no será un día más: será el primero bajo un régimen político que llegó al poder mediante el voto popular pero que reivindica la dictadura y el negacionismo con la impunidad que ningún otro se había animado a hacer en estas cuatro décadas. Ni Mauricio Macri se animó a tanto.
Las provocaciones constantes del presidente Javier Milei y las bravuconadas de la vicepresidenta Victoria Villarruel deberían hacer reaccionar a la mayor parte de la sociedad argentina que sigue creyendo que de todos los males que ha soportado, el de una dictadura militar es el menos probable de que vuelva a ocurrir. Hay otras maneras de hacer lo mismo sin apelar a los viejos hábitos.
El gobierno libertario que el 56% de los argentinos depositó en la Casa Rosada a través de un balotaje empezó a mostrar con mayor intensidad algunas características de los gobiernos despóticos, sobre todo en la cuestión económica y en el avance sobre los adversarios -al que ellos consideran “el enemigo”- con ánimo de aniquilarlos, no de convencerlos. Por ahora es más discursivo que otra cosa, pero a este tipo de violencia hay que detenerla a tiempo o será demasiado tarde.
El de Milei es un régimen que se propone desangrar a los más necesitados y parece estar dispuesto a llevarse puestas muchas de las instituciones de la democracia en nombre del “Dios Mercado”: desde el Estado hasta el Congreso Nacional; desde históricas conquistas laborales y sociales hasta la educación y la salud pública.
El objetivo no es ordenar la economía sino dinamitarla. Y tampoco sentar “bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, sino echar sal en las heridas. Lastimar. Humillar. Los libertarios y sus socios del PRO y de la UCR han conseguido germinar el odio en la cabeza de muchos argentinos, sobre todo jóvenes imberbes que reivindican los años de plomo con preocupante inconsciencia.
Este odio volvió a poner en jaque a la democracia, le pese a quien le pese, y lo peor es que muchos argentinos empezaron a asimilar con normalidad la ejecución de políticas de hambre para los sectores populares y los golpes letales al bolsillo de los sectores medios, justamente los que más votos aportaron para poner en marcha la locura libertaria.
Memoria, aunque duela
El proceso de memoria, verdad y justicia no debería terminar nunca en la Argentina, ni siquiera cuando no haya más genocidas para juzgar y condenar. El problema es que el paso de los libertarios por la democracia argentina dejará huellas difíciles de borrar y destrucciones colectivas complicadas de volver a poner en pie.
Será difícil reconquistar la conciencia de miles de jóvenes que militan con pasión a estas nuevas derechas que no se militan en la calle sino en las redes sociales. No hay que juzgar sus libertades de elección pero tampoco se puede soslayar que muchos de ellos no son sólo víctimas del bombardeo sistemático de los operadores mediáticos de turno, sino también la consecuencia de los graves errores cometidos por los movimientos y partidos políticos que históricamente reivindicaron la memoria, la verdad y la Justicia.
Muchos de estos sectores juveniles que ahora vibran con la brutalidad con la que Milei, disfrazado con ropaje de presunto “león” de la política, habla de “la casta”, “los zurdos” y del Estado como “organización criminal”, ni siquiera habían nacido cuando la sociedad reaccionó en 2001 ante el avasallamiento de sus derechos y su ahorros, en un plan organizado por la casta neoliberal de entonces, muchos de los cuales hoy aparecen orinando una falsa agua bendita en lugares expectantes del actual gobierno.
Muchos de estos jóvenes que alimentan al “León” están equivocados, o mal informados, pero no son los únicos culpables de haber llevado a la Argentina al fondo del barro de una grieta que lejos de cicatrizar, sigue pudriendo la mente y el alma de muchos argentinos.
Tal vez, lo que la democracia argentina necesitaba era un Milei que viniera a mostrarles a los argentinos la diferencia entre gobiernos democráticos de ideologías distintas y resultados desparejos, y esta nueva modalidad del “que se vayan todos” encarnada por lo peor del “todos” y liderados por un mesiánico que mutó de payaso mediático a líder libertario y luego Presidente de la Nación con la inusual velocidad que viene caracterizando a muchos procesos políticos argentinos en los últimos años. De derecha a izquierda, de arriba abajo, de un lado al otro sin ton ni son, destruyendo lo bueno y profundizando lo malo. Convencidos de que son necesarios los latigazos para estar mejor. Más que una urna, lo que necesitan algunos es un diván.
Negacionismo al palo
El aumento de los discursos discriminatorios o negacionistas deberían interpelar a más argentinos todos los días. No sólo jaquean todos los avances en materia de memoria, verdad y justicia sino que ponen en duda el escenario sobre el que se construirá el futuro del país. Difícilmente una democracia que no esté basada en los valores de los derechos humanos pueda ser considerada una democracia sana.
La memoria, verdad y justicia necesitan un Poder Judicial que no deje de actuar con verdad y memoria a la hora de impartir justicia. No es un juego de palabras. El Poder Judicial tiene que dejar de ser ambiguo ante los embates del Gobierno nacional, que sigue intentando imponer a través de Milei o de su vicepresidenta - representante de las Fuerzas Armadas que no quieren más verdad, ni memoria y muchos menos justicia-, una cultura negacionista que es un delito flagrante.
Hoy, millones de argentinos marcharán por las calles revalidando la lucha por memoria, verdad y justicia, pero también para expresarse en contra del primer gobierno de la democracia que osa poner en duda estas consignas. No es tiempo para tibios, distraídos ni desinformados.
Fueron 30 mil. Nunca Más.#
Las frases ya quedaron grabadas en la memoria colectiva y nadie las podrá borrar. Nunca. Pase lo que pase. Los gritos de “Memoria, Verdad y Justicia” y “Nunca Más” recorrerán este domingo las calles con la fuerza del viento de la libertad, como cada 24 de marzo desde hace cuatro décadas, cuando recuperamos la democracia. Pero esta vez no será un día más: será el primero bajo un régimen político que llegó al poder mediante el voto popular pero que reivindica la dictadura y el negacionismo con la impunidad que ningún otro se había animado a hacer en estas cuatro décadas. Ni Mauricio Macri se animó a tanto.
Las provocaciones constantes del presidente Javier Milei y las bravuconadas de la vicepresidenta Victoria Villarruel deberían hacer reaccionar a la mayor parte de la sociedad argentina que sigue creyendo que de todos los males que ha soportado, el de una dictadura militar es el menos probable de que vuelva a ocurrir. Hay otras maneras de hacer lo mismo sin apelar a los viejos hábitos.
El gobierno libertario que el 56% de los argentinos depositó en la Casa Rosada a través de un balotaje empezó a mostrar con mayor intensidad algunas características de los gobiernos despóticos, sobre todo en la cuestión económica y en el avance sobre los adversarios -al que ellos consideran “el enemigo”- con ánimo de aniquilarlos, no de convencerlos. Por ahora es más discursivo que otra cosa, pero a este tipo de violencia hay que detenerla a tiempo o será demasiado tarde.
El de Milei es un régimen que se propone desangrar a los más necesitados y parece estar dispuesto a llevarse puestas muchas de las instituciones de la democracia en nombre del “Dios Mercado”: desde el Estado hasta el Congreso Nacional; desde históricas conquistas laborales y sociales hasta la educación y la salud pública.
El objetivo no es ordenar la economía sino dinamitarla. Y tampoco sentar “bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, sino echar sal en las heridas. Lastimar. Humillar. Los libertarios y sus socios del PRO y de la UCR han conseguido germinar el odio en la cabeza de muchos argentinos, sobre todo jóvenes imberbes que reivindican los años de plomo con preocupante inconsciencia.
Este odio volvió a poner en jaque a la democracia, le pese a quien le pese, y lo peor es que muchos argentinos empezaron a asimilar con normalidad la ejecución de políticas de hambre para los sectores populares y los golpes letales al bolsillo de los sectores medios, justamente los que más votos aportaron para poner en marcha la locura libertaria.
Memoria, aunque duela
El proceso de memoria, verdad y justicia no debería terminar nunca en la Argentina, ni siquiera cuando no haya más genocidas para juzgar y condenar. El problema es que el paso de los libertarios por la democracia argentina dejará huellas difíciles de borrar y destrucciones colectivas complicadas de volver a poner en pie.
Será difícil reconquistar la conciencia de miles de jóvenes que militan con pasión a estas nuevas derechas que no se militan en la calle sino en las redes sociales. No hay que juzgar sus libertades de elección pero tampoco se puede soslayar que muchos de ellos no son sólo víctimas del bombardeo sistemático de los operadores mediáticos de turno, sino también la consecuencia de los graves errores cometidos por los movimientos y partidos políticos que históricamente reivindicaron la memoria, la verdad y la Justicia.
Muchos de estos sectores juveniles que ahora vibran con la brutalidad con la que Milei, disfrazado con ropaje de presunto “león” de la política, habla de “la casta”, “los zurdos” y del Estado como “organización criminal”, ni siquiera habían nacido cuando la sociedad reaccionó en 2001 ante el avasallamiento de sus derechos y su ahorros, en un plan organizado por la casta neoliberal de entonces, muchos de los cuales hoy aparecen orinando una falsa agua bendita en lugares expectantes del actual gobierno.
Muchos de estos jóvenes que alimentan al “León” están equivocados, o mal informados, pero no son los únicos culpables de haber llevado a la Argentina al fondo del barro de una grieta que lejos de cicatrizar, sigue pudriendo la mente y el alma de muchos argentinos.
Tal vez, lo que la democracia argentina necesitaba era un Milei que viniera a mostrarles a los argentinos la diferencia entre gobiernos democráticos de ideologías distintas y resultados desparejos, y esta nueva modalidad del “que se vayan todos” encarnada por lo peor del “todos” y liderados por un mesiánico que mutó de payaso mediático a líder libertario y luego Presidente de la Nación con la inusual velocidad que viene caracterizando a muchos procesos políticos argentinos en los últimos años. De derecha a izquierda, de arriba abajo, de un lado al otro sin ton ni son, destruyendo lo bueno y profundizando lo malo. Convencidos de que son necesarios los latigazos para estar mejor. Más que una urna, lo que necesitan algunos es un diván.
Negacionismo al palo
El aumento de los discursos discriminatorios o negacionistas deberían interpelar a más argentinos todos los días. No sólo jaquean todos los avances en materia de memoria, verdad y justicia sino que ponen en duda el escenario sobre el que se construirá el futuro del país. Difícilmente una democracia que no esté basada en los valores de los derechos humanos pueda ser considerada una democracia sana.
La memoria, verdad y justicia necesitan un Poder Judicial que no deje de actuar con verdad y memoria a la hora de impartir justicia. No es un juego de palabras. El Poder Judicial tiene que dejar de ser ambiguo ante los embates del Gobierno nacional, que sigue intentando imponer a través de Milei o de su vicepresidenta - representante de las Fuerzas Armadas que no quieren más verdad, ni memoria y muchos menos justicia-, una cultura negacionista que es un delito flagrante.
Hoy, millones de argentinos marcharán por las calles revalidando la lucha por memoria, verdad y justicia, pero también para expresarse en contra del primer gobierno de la democracia que osa poner en duda estas consignas. No es tiempo para tibios, distraídos ni desinformados.
Fueron 30 mil. Nunca Más.#