Por Juan Miguel Bigrevich/ Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana
No fue una heroína de a ratos; sino a tiempo completo y se rebeló a un destino cruel cantado para ella. Liberó a cientos de personas sometidas al sonambulismo de las cadenas y la opresión y entregó su vida al servicio de la lucha contra la esclavitud, las injusticias sociales y por el derecho de las mujeres a votar llegando a ser una de las mujeres más recordadas e importantes de la historia norteamericana.
Nacida en la esclavitud bajo el nombre de Araminta Ross, sufrió de las brutalidades y miserias que significa nacer de ese modo en el Missouri de 1820 donde todo era legal.
Durante su infancia sufrió innumerables abusos, golpes, uno en particular en su cabeza que la dejaría con secuelas durante todo el resto de su vida, fue puesta a realizar una serie de labores que fueron debilitando gravemente su salud e integridad.
A los 24 se casó con John Tubman un negro liberto, cambiando su nombre por el de Harriet y su apellido por el de su esposo. Sin embargo, seguía siendo esclava y cansada que toda su familia se quedara en esa servidumbre, los mandó al carajo y se marchó. Tenía 29.
Para escapar, Harriet recibió la ayuda de la organización clandestina denominada Underground Railroad; es decir, Ferrocarril Subterráneo; que no era nada ni nada menos que una vasta red compuesta de abolicionistas blancos y afroamericanos libres, que ayudaba a miles de esclavos alcanzar la libertad. Esa red contaba con Casas seguras o “estaciones” lugares (normalmente casas particulares) a donde los fugitivos llegaban y podían esconderse, comer, descansar, recibir asistencia médica e información sobre la siguiente etapa del viaje., guías o “Maquinistas” quienes ayudaban a los esclavos fugitivos en los propios estados esclavistas de Sur, proporcionando disfraces, mapas, instrucciones sobre sitios para hospedarse y en ocasiones acompañándolos durante el trayecto. Los esclavos fugitivos eran los “pasajeros”. Las rutas de escape se llamaban “carriles”. La jefatura era la “Estación Central” y los Estados del norte o Canadá eran el “destino”.
En Pensilvania conoce a William Still, llamado muchas veces “el padre del Railroad” uniéndose a sus filas como conductora y realizando más de 19 viajes durante 11 años a los Estados esclavistas ayudando a gran parte de su familia y más de un centenar de otros esclavos en su camino hacia la libertad.
Ya no era más Harriet Tubman. Se había convertido en La Moisés negra; para propios y ajenos. Unos la adoraron sin medias tintas; los otros la persiguieron como perros de caza para darle muerte.
Jamás perdió un “pasajero”.
Su éxito se basaba en la inteligencia, en la planificación de la operación y en la determinación a la hora de realizar los viajes. Llevaba somníferos para dormir a los bebés, evitando así que llorasen, y solía llevar una pistola, no para defenderse de sus potenciales enemigos, sino para espolear a los fugitivos fatigados o miedosos que no querían continuar.
No contenta con todo ello, durante la Guerra de secesión, Harriet se unió a las filas de la Unión ya que veía en el bando encabezado por Abraham Lincoln una solución más definitiva al problema de la esclavitud. Sin embargo, no le tembló el pulso para cuestionarlo y públicamente por la tibieza de aquel con respecto a la esclavitud. El prócer estadounidense había dicho una cosa e hizo otra y pretendía una eliminación gradual de la esclavitud para no tener quilombos con los terratenientes algodoneros del sur vencido.
La Moisés negra tenía con qué para pararse de mano al futuro presidente. Su extenso conocimiento del terreno, ciudades, caminos y regimientos en territorio confederado, la hizo ejercer en esa guerra civil de guía, enfermera, espía, e incluso en dirigir un asalto armado en la operación de Combahee River, donde guio a tres barcos a vapor a través de aguas confederadas que se encontraban llenas de minas sin que ninguna nave fuera hundida, para tomar el lugar y liberar a 700 esclavos.
Po si ello fuera poco, promovió el debate sobre los derechos civiles de todos los actores de la sociedad como fue el caso del movimiento sufragista que durante la guerra había perdido actividad; entre ellos el de las mujeres. Sin embargo, no sería hasta medio siglo más tarde en 1920 que las mujeres blancas ganarían efectivamente este derecho y solo hasta 1967 que las mujeres afroamericanas lo obtendrían.
En una ocasión una mujer blanca le preguntó a Tubman si creía que las mujeres debían poder votar a lo que respondió: «He sufrido lo suficiente como para creerlo».
Harriet Tubman moriría en 1913, a los 91, cuando su vida de esclavitud y miseria, que le habían heredado a esa mujer imparable un cuerpo frágil y enfermizo, le paso la cuenta con una neumonía de la cual nunca se recuperaría. Pasó a la eternidad en una propiedad de 10 hectáreas en el norte del estado de Nueva York, convertida en residencia para los ancianos e indigentes negros porque no quería que la soledad la sorprendiera de frente.
Su vida estuvo marcada por una feroz hostilidad y un éxito improbable; empero su obra fue extraordinaria. Aquella que se basó en una de sus más célebres frases: “No puedes volver atrás y cambiar el comienzo, pero puedes comenzar ahora y cambiar el final”.
Harriet Tubman. La Moisés. Negra. Que abrió las aguas del mar. El de la libertad.
Por Juan Miguel Bigrevich/ Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana
No fue una heroína de a ratos; sino a tiempo completo y se rebeló a un destino cruel cantado para ella. Liberó a cientos de personas sometidas al sonambulismo de las cadenas y la opresión y entregó su vida al servicio de la lucha contra la esclavitud, las injusticias sociales y por el derecho de las mujeres a votar llegando a ser una de las mujeres más recordadas e importantes de la historia norteamericana.
Nacida en la esclavitud bajo el nombre de Araminta Ross, sufrió de las brutalidades y miserias que significa nacer de ese modo en el Missouri de 1820 donde todo era legal.
Durante su infancia sufrió innumerables abusos, golpes, uno en particular en su cabeza que la dejaría con secuelas durante todo el resto de su vida, fue puesta a realizar una serie de labores que fueron debilitando gravemente su salud e integridad.
A los 24 se casó con John Tubman un negro liberto, cambiando su nombre por el de Harriet y su apellido por el de su esposo. Sin embargo, seguía siendo esclava y cansada que toda su familia se quedara en esa servidumbre, los mandó al carajo y se marchó. Tenía 29.
Para escapar, Harriet recibió la ayuda de la organización clandestina denominada Underground Railroad; es decir, Ferrocarril Subterráneo; que no era nada ni nada menos que una vasta red compuesta de abolicionistas blancos y afroamericanos libres, que ayudaba a miles de esclavos alcanzar la libertad. Esa red contaba con Casas seguras o “estaciones” lugares (normalmente casas particulares) a donde los fugitivos llegaban y podían esconderse, comer, descansar, recibir asistencia médica e información sobre la siguiente etapa del viaje., guías o “Maquinistas” quienes ayudaban a los esclavos fugitivos en los propios estados esclavistas de Sur, proporcionando disfraces, mapas, instrucciones sobre sitios para hospedarse y en ocasiones acompañándolos durante el trayecto. Los esclavos fugitivos eran los “pasajeros”. Las rutas de escape se llamaban “carriles”. La jefatura era la “Estación Central” y los Estados del norte o Canadá eran el “destino”.
En Pensilvania conoce a William Still, llamado muchas veces “el padre del Railroad” uniéndose a sus filas como conductora y realizando más de 19 viajes durante 11 años a los Estados esclavistas ayudando a gran parte de su familia y más de un centenar de otros esclavos en su camino hacia la libertad.
Ya no era más Harriet Tubman. Se había convertido en La Moisés negra; para propios y ajenos. Unos la adoraron sin medias tintas; los otros la persiguieron como perros de caza para darle muerte.
Jamás perdió un “pasajero”.
Su éxito se basaba en la inteligencia, en la planificación de la operación y en la determinación a la hora de realizar los viajes. Llevaba somníferos para dormir a los bebés, evitando así que llorasen, y solía llevar una pistola, no para defenderse de sus potenciales enemigos, sino para espolear a los fugitivos fatigados o miedosos que no querían continuar.
No contenta con todo ello, durante la Guerra de secesión, Harriet se unió a las filas de la Unión ya que veía en el bando encabezado por Abraham Lincoln una solución más definitiva al problema de la esclavitud. Sin embargo, no le tembló el pulso para cuestionarlo y públicamente por la tibieza de aquel con respecto a la esclavitud. El prócer estadounidense había dicho una cosa e hizo otra y pretendía una eliminación gradual de la esclavitud para no tener quilombos con los terratenientes algodoneros del sur vencido.
La Moisés negra tenía con qué para pararse de mano al futuro presidente. Su extenso conocimiento del terreno, ciudades, caminos y regimientos en territorio confederado, la hizo ejercer en esa guerra civil de guía, enfermera, espía, e incluso en dirigir un asalto armado en la operación de Combahee River, donde guio a tres barcos a vapor a través de aguas confederadas que se encontraban llenas de minas sin que ninguna nave fuera hundida, para tomar el lugar y liberar a 700 esclavos.
Po si ello fuera poco, promovió el debate sobre los derechos civiles de todos los actores de la sociedad como fue el caso del movimiento sufragista que durante la guerra había perdido actividad; entre ellos el de las mujeres. Sin embargo, no sería hasta medio siglo más tarde en 1920 que las mujeres blancas ganarían efectivamente este derecho y solo hasta 1967 que las mujeres afroamericanas lo obtendrían.
En una ocasión una mujer blanca le preguntó a Tubman si creía que las mujeres debían poder votar a lo que respondió: «He sufrido lo suficiente como para creerlo».
Harriet Tubman moriría en 1913, a los 91, cuando su vida de esclavitud y miseria, que le habían heredado a esa mujer imparable un cuerpo frágil y enfermizo, le paso la cuenta con una neumonía de la cual nunca se recuperaría. Pasó a la eternidad en una propiedad de 10 hectáreas en el norte del estado de Nueva York, convertida en residencia para los ancianos e indigentes negros porque no quería que la soledad la sorprendiera de frente.
Su vida estuvo marcada por una feroz hostilidad y un éxito improbable; empero su obra fue extraordinaria. Aquella que se basó en una de sus más célebres frases: “No puedes volver atrás y cambiar el comienzo, pero puedes comenzar ahora y cambiar el final”.
Harriet Tubman. La Moisés. Negra. Que abrió las aguas del mar. El de la libertad.