Niños y fútbol: que hay detrás de la pasión

Hay un deseo mezclado con desesperación y frustración familiar. La presión de triunfar y la sensación del que el valor solo se mide por la habilidad para tener éxito en el fútbol.

Un partido entre Racing y Germinal durante el año pasado. El resultado, una anécdota.
12 ABR 2025 - 18:00 | Actualizado 13 ABR 2025 - 1:15

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

El fútbol, para muchos niños, más que un deporte; es una pasión, una meta y, a menudo, el reflejo de los sueños de toda una familia. Los niños futbolistas, con su talento y dedicación, llevan consigo no solo el peso de su propia aspiración, sino también las esperanzas y expectativas de aquellas.

De ese entramado forman parte y que puede sintetizarse en una de las frases que lleva una mamá de estos jóvenes en una remera: “Hay personas que esperan toda la vida para conocer a su jugador favorito, yo crio el mío”, dice.
Para los padres, el camino de un niño futbolista puede estar lleno de sacrificios y esfuerzos para brindarles las mejores oportunidades: pagar entrenamientos y traslados, viajar a partidos, mantenerse motivados ante las derrotas. Pero también es un viaje de ilusión, de ver cómo su hijo crece, se forma, y persigue con determinación un sueño que podría cambiar su vida (y la de ellos).

¿Trata?

La idea de que los niños futbolistas puedan estar sujetos a una especie de "trata" moderna es un tema muy complejo y preocupante. En este contexto, se habla de cómo algunos niños, debido a las altas expectativas familiares y la presión externa, pueden terminar siendo explotados emocional y físicamente, o incluso en situaciones de abuso, todo bajo la apariencia de un "sueño de futuro".

En algunos casos, especialmente en el fútbol profesional, los niños son identificados a una edad temprana como promesas del deporte y son reclutados por academias o clubes. Estos niños, junto con sus familias, se ven inmersos en un sistema en el que la competencia es feroz y la presión por destacar puede ser aplastante.

Los niños, por su vulnerabilidad y su anhelo de tener éxito, pueden ser fácilmente manipulados por personas o instituciones que ven en ellos una oportunidad para lucrarse. Las promesas de una vida mejor o de alcanzar fama y fortuna pueden llevar a decisiones precipitadas, y en ocasiones, a un abandono de la educación o de una vida equilibrada.

En resumen, el fútbol, como cualquier otra industria, puede llegar a ser un terreno en el que los menores son explotados si no se establecen medidas de protección adecuadas. El deporte debe ser una vía para el desarrollo personal y profesional, no una carga ni una fuente de sufrimiento.

Frustración

El tema de los niños futbolistas obligados por las frustraciones y desesperación familiar es realmente conmovedor y refleja una situación muy difícil. En algunas familias, el fútbol puede verse como la única esperanza para salir de un entorno económico o social complicado. Esto genera una presión inmensa sobre los niños, que muchas veces no son conscientes de todo el peso emocional que conlleva.

En estos casos, los padres, motivados por sus propias frustraciones o sueños no cumplidos, tienden a proyectar esas expectativas sobre sus hijos. El niño, que en principio debería estar practicando un deporte por diversión y desarrollo, se ve presionado para triunfar, no solo por su propio deseo, sino por el de su familia, que cree que el éxito de su hijo podría representar una oportunidad para mejorar su calidad de vida o, en el peor de los casos, una forma de redención personal.

Para los niños, la presión de representar las expectativas familiares puede ser emocionalmente devastadora. Pueden sentirse atrapados, como si su valor solo se midiera por su habilidad para tener éxito en el fútbol.

De exportación

Existe un gran trabajo del escritor y periodista chileno Juan Pablo Meneses que describe la despiadada realidad de pibes que sueñan con ser estrellas y lo hace con una metáfora al adquirir un ternero llamado “La negra”. Habla del consumo. Y de la carne de exportación. Animal.

“Para mí la mejor manera de entender un consumo, un mercado, es hacerlo como consumidor. No escribo ni de fútbol ni de ganadería, sino de consumo. Nosotros como sociedad de consumo vamos depredando, a veces a animales, a veces niños. Dos crueldades porque la mayoría de las vacas terminan en la parrilla y la mayoría de los niños futbolistas no termina triunfadora. Curiosamente, cuando compré la vaca, muchos me decían “¿Cómo se te ocurre comprar una vaca para matarla...?”. Pero cuando comentaba que iba a comprar a un niño futbolista, la mayoría se interesaba en el tema y hasta quería ser parte del negocio”, se refiere al tema. Doble vara, que le dicen.

Más: “… las personas enfrentadas al mercado y al consumo entran en grandes contradicciones. Es malísimo matar animales y riquísimo comerlos. Hay que asumirlo. Es malísimo sacar niños de barrios pobres y transportarlos a Europa para trabajar ocho horas en un estadio, pero es buenísimo verlos campeones del mundo”.

Picadora de carne

La terrible mezcla de sentimiento, pasión, dinero y explotación humana que caracteriza al fútbol moderno lo ha convertido en una máquina infernal que no admite que nada se le interponga, y que afecta irremisiblemente a todos y cada uno de los individuos que se desempeñan en su entorno.

En este número casi redondo no podía estar ausente un fenómeno tan importante en Argentina y de tales dimensiones sociales, económicas, políticas, chauvinistas y hasta criminales, como el fútbol. Esta complejidad hace muy difícil definir por dónde empezar el análisis.

Cada fin de semana, miles de niños (y ahora también niñas) desde los 5/6 años de edad patean la pelota, registrados o no en ligas federadas.

De aquellos que logran ingresar a las inferiores de un club profesional a partir de los 13 (aunque lo reclutan de más chicos), solo el 1,5% (algo menos de 1.000) llegan a jugar en algún equipo de primera o segunda división y solo el 1,5 por mil (menos de 100) logran el ansiado pase al exterior.

Ya nadie tiene el sueño casi utópico de ser astronauta, médico, ingeniero o bombero que reporte el esperado ascenso social. Hay que ser jugador de fútbol, nomás; aunque la estadística juegue en contra.

“¡Dale corré! ¿O querés estudiar toda tu vida?”. El grito desaforado de algún progenitor apuntando a su hijo en pleno partido pinta de cuerpo entero la presión que deben soportar muchos niños. O no hablarle camino a casa porque falló un penal. La frase del inicio se escuchó en una
cancha cualquiera de un club cualquiera y de un sitio cualquiera. A eso se le suma la exigencia del entrenador y la suya, propia. Porque nadie quiere perder. Ni en la cancha. Ni en la vida.

Los padres ven en la carrera futbolística del niño la única vía de ascenso social, por lo que invierten todo el tiempo disponible y, muchas veces, los minúsculos recursos que poseen. Hasta rifas para que el chico se pruebe en algún club profesional después que un cazador de talentos (o “coaching”) lo marcara.

Por supuesto, que no son todos. Las generalidades son, en la mayoría de los casos, injustas. Aunque no aparezcan en títulos de molde grueso, hay directores técnicos y preparados físicos que no son abusivos y sí, docentes; dirigentes que sí entienden la gravedad del tema y lo abordan hasta con profesionales y padres que jugar el fútbol es planteada como una opción y no una obligación.

Dilema

Sin embargo, existe un dilema. Desde noviembre de 1989 en que la Asamblea General de las Naciones Unidas sancionó la Convención de los Derechos del Niño (CDN), aprobada por la República Argentina en el año 1990 mediante Ley Nº 23.849, con jerarquía constitucional después de la reforma constitucional de 1994, cambia el paradigma de concepción de la niñez. Los niñas y niños pasan de ser objeto de intervención a sujetos plenos de derecho. Esta nueva concepción de la niñez conforma la doctrina de la protección integral. A partir de la CDN cuando los derechos de los niños y las niñas se encuentran vulnerados, no son ellos los que están en situación irregular sino es el sistema político. De esta manera se plantean dilemas sobre la legislación y sobre el sistema político y se responsabiliza a las distintas instancias de su protección.

Se visualiza una contradicción entre la imagen del deporte como juego, ámbito de aprendizaje y de éste cuando es practicado con las reglas, el entrenamiento y la competencia características del deporte en los adultos. Es allí donde se convierte en trabajo infantil deportivo ya que es considerado como el primer escalón a fin de convertirse en un deportista exitoso, famoso y millonario. Esto se condice con la concepción de niño como adulto en miniatura, concepción que se ha dejado de lado hace mucho tiempo.

El suicidio

La salud mental preocupa. El tema suele cobrar fuerza frente a las situaciones extremas, como los casos de suicidio que llegan a los medios de comunicación. Alexis Ferlini, arquero de 19 años de Santo Tomé, Santa Fe, se quitó la vida meses después de que Colón lo dejara libre sin darle tiempo para fichar en otro equipo. En Ingeniero Huergo, Río Negro, Leandro Latorre, “El polaquito” que había jugado tres años en Aldosivi, también. Tras una serie de lesiones, el club lo había sacado de la pensión y luego lo desafectó. “Si no se rompen el culo, van a terminar como Latorre”, le gritaba un coordinador al resto del plantel mientras le pegaba una patada a la puerta. Un encanto, el tipo.
“Perdón por haber fracasado”, le dijo Leandro en un último audio a sus padres. El otro caso emblemático fue el de Mirko Saric, proyecto de gran jugador de San Lorenzo, fallecido en abril del 200 tras ahorcarse en su habitación.

Sueños y pesadillas

En estos tiempos de posverdad y defendido con fervor místico se busca el salvoconducto a una realidad económica que los agobia. Y todos ayudan, o al menos, muchos. La prensa, convertida en un eco sordo, romantiza esa búsqueda de esos niños/hombres que, como aves atrapadas en redes invisibles, son despojados de su voz, su esencia y sus hogares para convertirse en islas solitarias, navegando por un mar de incertidumbre.

Sueñan con ser Messi, Di María, Lautaro o Julián Álvarez. Le prometen que pueden “llegar” como Emiliano Martínez. Pero, no. Ni son Messi y/o sus contemporáneos; como tampoco “El Dibu”. A ellos le prometen que los sueños pueden volverse realidad. Pero se les olvidan mencionar que las pesadillas también son sueños. A no perderse en ellas que es largo del camino. A escuchar a esos niños y a desmitificar la idea del fútbol como única salida. Caso contrario, estamos hasta las pelotas. De fútbol.

Se dice que la humanidad ha cambiado. No mucho. Los niños han sido moneda de cambio en la Roma antigua, como para citar un ejemplo. Ese imperio que construía estadios con tribunas para que la multitud aclamara a seres humanos que los hacían llamar gladiadores. Mientras tanto le tiraban pan.

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Un partido entre Racing y Germinal durante el año pasado. El resultado, una anécdota.
12 ABR 2025 - 18:00

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

El fútbol, para muchos niños, más que un deporte; es una pasión, una meta y, a menudo, el reflejo de los sueños de toda una familia. Los niños futbolistas, con su talento y dedicación, llevan consigo no solo el peso de su propia aspiración, sino también las esperanzas y expectativas de aquellas.

De ese entramado forman parte y que puede sintetizarse en una de las frases que lleva una mamá de estos jóvenes en una remera: “Hay personas que esperan toda la vida para conocer a su jugador favorito, yo crio el mío”, dice.
Para los padres, el camino de un niño futbolista puede estar lleno de sacrificios y esfuerzos para brindarles las mejores oportunidades: pagar entrenamientos y traslados, viajar a partidos, mantenerse motivados ante las derrotas. Pero también es un viaje de ilusión, de ver cómo su hijo crece, se forma, y persigue con determinación un sueño que podría cambiar su vida (y la de ellos).

¿Trata?

La idea de que los niños futbolistas puedan estar sujetos a una especie de "trata" moderna es un tema muy complejo y preocupante. En este contexto, se habla de cómo algunos niños, debido a las altas expectativas familiares y la presión externa, pueden terminar siendo explotados emocional y físicamente, o incluso en situaciones de abuso, todo bajo la apariencia de un "sueño de futuro".

En algunos casos, especialmente en el fútbol profesional, los niños son identificados a una edad temprana como promesas del deporte y son reclutados por academias o clubes. Estos niños, junto con sus familias, se ven inmersos en un sistema en el que la competencia es feroz y la presión por destacar puede ser aplastante.

Los niños, por su vulnerabilidad y su anhelo de tener éxito, pueden ser fácilmente manipulados por personas o instituciones que ven en ellos una oportunidad para lucrarse. Las promesas de una vida mejor o de alcanzar fama y fortuna pueden llevar a decisiones precipitadas, y en ocasiones, a un abandono de la educación o de una vida equilibrada.

En resumen, el fútbol, como cualquier otra industria, puede llegar a ser un terreno en el que los menores son explotados si no se establecen medidas de protección adecuadas. El deporte debe ser una vía para el desarrollo personal y profesional, no una carga ni una fuente de sufrimiento.

Frustración

El tema de los niños futbolistas obligados por las frustraciones y desesperación familiar es realmente conmovedor y refleja una situación muy difícil. En algunas familias, el fútbol puede verse como la única esperanza para salir de un entorno económico o social complicado. Esto genera una presión inmensa sobre los niños, que muchas veces no son conscientes de todo el peso emocional que conlleva.

En estos casos, los padres, motivados por sus propias frustraciones o sueños no cumplidos, tienden a proyectar esas expectativas sobre sus hijos. El niño, que en principio debería estar practicando un deporte por diversión y desarrollo, se ve presionado para triunfar, no solo por su propio deseo, sino por el de su familia, que cree que el éxito de su hijo podría representar una oportunidad para mejorar su calidad de vida o, en el peor de los casos, una forma de redención personal.

Para los niños, la presión de representar las expectativas familiares puede ser emocionalmente devastadora. Pueden sentirse atrapados, como si su valor solo se midiera por su habilidad para tener éxito en el fútbol.

De exportación

Existe un gran trabajo del escritor y periodista chileno Juan Pablo Meneses que describe la despiadada realidad de pibes que sueñan con ser estrellas y lo hace con una metáfora al adquirir un ternero llamado “La negra”. Habla del consumo. Y de la carne de exportación. Animal.

“Para mí la mejor manera de entender un consumo, un mercado, es hacerlo como consumidor. No escribo ni de fútbol ni de ganadería, sino de consumo. Nosotros como sociedad de consumo vamos depredando, a veces a animales, a veces niños. Dos crueldades porque la mayoría de las vacas terminan en la parrilla y la mayoría de los niños futbolistas no termina triunfadora. Curiosamente, cuando compré la vaca, muchos me decían “¿Cómo se te ocurre comprar una vaca para matarla...?”. Pero cuando comentaba que iba a comprar a un niño futbolista, la mayoría se interesaba en el tema y hasta quería ser parte del negocio”, se refiere al tema. Doble vara, que le dicen.

Más: “… las personas enfrentadas al mercado y al consumo entran en grandes contradicciones. Es malísimo matar animales y riquísimo comerlos. Hay que asumirlo. Es malísimo sacar niños de barrios pobres y transportarlos a Europa para trabajar ocho horas en un estadio, pero es buenísimo verlos campeones del mundo”.

Picadora de carne

La terrible mezcla de sentimiento, pasión, dinero y explotación humana que caracteriza al fútbol moderno lo ha convertido en una máquina infernal que no admite que nada se le interponga, y que afecta irremisiblemente a todos y cada uno de los individuos que se desempeñan en su entorno.

En este número casi redondo no podía estar ausente un fenómeno tan importante en Argentina y de tales dimensiones sociales, económicas, políticas, chauvinistas y hasta criminales, como el fútbol. Esta complejidad hace muy difícil definir por dónde empezar el análisis.

Cada fin de semana, miles de niños (y ahora también niñas) desde los 5/6 años de edad patean la pelota, registrados o no en ligas federadas.

De aquellos que logran ingresar a las inferiores de un club profesional a partir de los 13 (aunque lo reclutan de más chicos), solo el 1,5% (algo menos de 1.000) llegan a jugar en algún equipo de primera o segunda división y solo el 1,5 por mil (menos de 100) logran el ansiado pase al exterior.

Ya nadie tiene el sueño casi utópico de ser astronauta, médico, ingeniero o bombero que reporte el esperado ascenso social. Hay que ser jugador de fútbol, nomás; aunque la estadística juegue en contra.

“¡Dale corré! ¿O querés estudiar toda tu vida?”. El grito desaforado de algún progenitor apuntando a su hijo en pleno partido pinta de cuerpo entero la presión que deben soportar muchos niños. O no hablarle camino a casa porque falló un penal. La frase del inicio se escuchó en una
cancha cualquiera de un club cualquiera y de un sitio cualquiera. A eso se le suma la exigencia del entrenador y la suya, propia. Porque nadie quiere perder. Ni en la cancha. Ni en la vida.

Los padres ven en la carrera futbolística del niño la única vía de ascenso social, por lo que invierten todo el tiempo disponible y, muchas veces, los minúsculos recursos que poseen. Hasta rifas para que el chico se pruebe en algún club profesional después que un cazador de talentos (o “coaching”) lo marcara.

Por supuesto, que no son todos. Las generalidades son, en la mayoría de los casos, injustas. Aunque no aparezcan en títulos de molde grueso, hay directores técnicos y preparados físicos que no son abusivos y sí, docentes; dirigentes que sí entienden la gravedad del tema y lo abordan hasta con profesionales y padres que jugar el fútbol es planteada como una opción y no una obligación.

Dilema

Sin embargo, existe un dilema. Desde noviembre de 1989 en que la Asamblea General de las Naciones Unidas sancionó la Convención de los Derechos del Niño (CDN), aprobada por la República Argentina en el año 1990 mediante Ley Nº 23.849, con jerarquía constitucional después de la reforma constitucional de 1994, cambia el paradigma de concepción de la niñez. Los niñas y niños pasan de ser objeto de intervención a sujetos plenos de derecho. Esta nueva concepción de la niñez conforma la doctrina de la protección integral. A partir de la CDN cuando los derechos de los niños y las niñas se encuentran vulnerados, no son ellos los que están en situación irregular sino es el sistema político. De esta manera se plantean dilemas sobre la legislación y sobre el sistema político y se responsabiliza a las distintas instancias de su protección.

Se visualiza una contradicción entre la imagen del deporte como juego, ámbito de aprendizaje y de éste cuando es practicado con las reglas, el entrenamiento y la competencia características del deporte en los adultos. Es allí donde se convierte en trabajo infantil deportivo ya que es considerado como el primer escalón a fin de convertirse en un deportista exitoso, famoso y millonario. Esto se condice con la concepción de niño como adulto en miniatura, concepción que se ha dejado de lado hace mucho tiempo.

El suicidio

La salud mental preocupa. El tema suele cobrar fuerza frente a las situaciones extremas, como los casos de suicidio que llegan a los medios de comunicación. Alexis Ferlini, arquero de 19 años de Santo Tomé, Santa Fe, se quitó la vida meses después de que Colón lo dejara libre sin darle tiempo para fichar en otro equipo. En Ingeniero Huergo, Río Negro, Leandro Latorre, “El polaquito” que había jugado tres años en Aldosivi, también. Tras una serie de lesiones, el club lo había sacado de la pensión y luego lo desafectó. “Si no se rompen el culo, van a terminar como Latorre”, le gritaba un coordinador al resto del plantel mientras le pegaba una patada a la puerta. Un encanto, el tipo.
“Perdón por haber fracasado”, le dijo Leandro en un último audio a sus padres. El otro caso emblemático fue el de Mirko Saric, proyecto de gran jugador de San Lorenzo, fallecido en abril del 200 tras ahorcarse en su habitación.

Sueños y pesadillas

En estos tiempos de posverdad y defendido con fervor místico se busca el salvoconducto a una realidad económica que los agobia. Y todos ayudan, o al menos, muchos. La prensa, convertida en un eco sordo, romantiza esa búsqueda de esos niños/hombres que, como aves atrapadas en redes invisibles, son despojados de su voz, su esencia y sus hogares para convertirse en islas solitarias, navegando por un mar de incertidumbre.

Sueñan con ser Messi, Di María, Lautaro o Julián Álvarez. Le prometen que pueden “llegar” como Emiliano Martínez. Pero, no. Ni son Messi y/o sus contemporáneos; como tampoco “El Dibu”. A ellos le prometen que los sueños pueden volverse realidad. Pero se les olvidan mencionar que las pesadillas también son sueños. A no perderse en ellas que es largo del camino. A escuchar a esos niños y a desmitificar la idea del fútbol como única salida. Caso contrario, estamos hasta las pelotas. De fútbol.

Se dice que la humanidad ha cambiado. No mucho. Los niños han sido moneda de cambio en la Roma antigua, como para citar un ejemplo. Ese imperio que construía estadios con tribunas para que la multitud aclamara a seres humanos que los hacían llamar gladiadores. Mientras tanto le tiraban pan.