Atlas, la otra pasión

El club de Trelew es considerado el más débil de la Liga del Valle. No acumula puntos y tiene una gran diferencia negativa de goles. Sin embargo, continúa jugando y es desde ese lugar donde reside su éxito: su amor por el fútbol en su estado más puro.

Atlas y su pasión de jugar independientemente de los resultados.
30 MAY 2025 - 17:40 | Actualizado 30 MAY 2025 - 17:54

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Hay amores que no se entienden con los ojos hasta que aprendemos a leerlos con el alma. Y, a veces, esos actos (de amor) no hacen ruido, pero cambian para siempre la forma que alguien ve el mundo.

Son los que juegan con la sangre del corazón. Entrenan de las formas más inverosímiles, juegan -como pueden- los fines de semana y pierden.

Tanto que en 12 fechas jugadas, acumulan 0 puntos con 3 goles a favor y 82 en contra. Es Atlas, el club de Trelew que compite en la Liga de Fútbol Valle del Chubut, que ha tenido un vínculo con Paso de Indios y cuyos integrantes son más duros que la vida y más silenciosos que la respiración boca a boca.

Lo llaman “perdedores” como quién los nombra por compromiso sin detenerse a mirar a los ojos ni escuchar sus historias; porque si bien existe una verdad, hay 20 interpretaciones de ella.

En un mundo que domestica para desconfiar al prójimo y una tendencia morbosa al desprestigio, a la ofensa sólo porque se pierde, lo que les importa es el tránsito con que se recorre el camino hacia el objetivo. Y ahí está su secreto, no tan inconfesable: Atlas juega al fútbol porque ama por el simple hecho de hacerlo, sin razones ni pruebas. Sin alimentar un narcisismo tan fatuo como transitorio.

El tiempo le enseñará a limpiar sus propias falencias, gestionando las frustraciones y los anhelos inmediatos no alcanzados como dice su director técnico, Marcelo Fuhr; pero sin pretender inocencia y con paciencia porque todo está ahí, solo necesitan la complicidad del tiempo aprendiendo a no estar cansados y a no perder la fe, la gran razón que poseen los hombres para mover montañas. Y buscando el éxito, que no es otra cosa que vivir la vida, queriéndola sin apuro.

Las desgracias andan afuera pisoteadas hace tiempo, pero el entusiasmo está intacto.

Con las derrotas se duda hasta de las sombras, pero enseñan a avanzar sin discursos, sin epifanías de papel brillante. Solo existiendo, sosteniendo el espacio como un árbol firme, que no se derrumba con los vientos, sino que canta a través de ellos.
Atlas es un amor sin cláusulas ni calendarios, como el vacío que no duele, sino que abraza. Y con ello se gana respeto, se cambian mentalidades y dejan legado. Eso también es ganar, aunque no se instale en ninguna vitrina.

Si uno quiere saber de heroísmo, no hay que buscar en los manuales, sino en las historias que no se contaron. Esas que se quieren olvidar. Y la historia la escriben los “perdedores”. Esos que te enseñan el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esa antropología del ganador, se duda en serlo. Y tal vez exista culpa. Lo mejor es que hay que tener la insolencia de defender esa culpa, y considerarla casi una virtud; tal como dijo el poeta.

El futbol se juega en prosa o en poesía. Y Atlas lo juega como ese segundo género literario mencionado. Con los pies y el corazón. Aborreciendo la pasión del converso y quedándose hasta el final de los velorios. Porque quiere.

Es otra pasión.

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Atlas y su pasión de jugar independientemente de los resultados.
30 MAY 2025 - 17:40

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Hay amores que no se entienden con los ojos hasta que aprendemos a leerlos con el alma. Y, a veces, esos actos (de amor) no hacen ruido, pero cambian para siempre la forma que alguien ve el mundo.

Son los que juegan con la sangre del corazón. Entrenan de las formas más inverosímiles, juegan -como pueden- los fines de semana y pierden.

Tanto que en 12 fechas jugadas, acumulan 0 puntos con 3 goles a favor y 82 en contra. Es Atlas, el club de Trelew que compite en la Liga de Fútbol Valle del Chubut, que ha tenido un vínculo con Paso de Indios y cuyos integrantes son más duros que la vida y más silenciosos que la respiración boca a boca.

Lo llaman “perdedores” como quién los nombra por compromiso sin detenerse a mirar a los ojos ni escuchar sus historias; porque si bien existe una verdad, hay 20 interpretaciones de ella.

En un mundo que domestica para desconfiar al prójimo y una tendencia morbosa al desprestigio, a la ofensa sólo porque se pierde, lo que les importa es el tránsito con que se recorre el camino hacia el objetivo. Y ahí está su secreto, no tan inconfesable: Atlas juega al fútbol porque ama por el simple hecho de hacerlo, sin razones ni pruebas. Sin alimentar un narcisismo tan fatuo como transitorio.

El tiempo le enseñará a limpiar sus propias falencias, gestionando las frustraciones y los anhelos inmediatos no alcanzados como dice su director técnico, Marcelo Fuhr; pero sin pretender inocencia y con paciencia porque todo está ahí, solo necesitan la complicidad del tiempo aprendiendo a no estar cansados y a no perder la fe, la gran razón que poseen los hombres para mover montañas. Y buscando el éxito, que no es otra cosa que vivir la vida, queriéndola sin apuro.

Las desgracias andan afuera pisoteadas hace tiempo, pero el entusiasmo está intacto.

Con las derrotas se duda hasta de las sombras, pero enseñan a avanzar sin discursos, sin epifanías de papel brillante. Solo existiendo, sosteniendo el espacio como un árbol firme, que no se derrumba con los vientos, sino que canta a través de ellos.
Atlas es un amor sin cláusulas ni calendarios, como el vacío que no duele, sino que abraza. Y con ello se gana respeto, se cambian mentalidades y dejan legado. Eso también es ganar, aunque no se instale en ninguna vitrina.

Si uno quiere saber de heroísmo, no hay que buscar en los manuales, sino en las historias que no se contaron. Esas que se quieren olvidar. Y la historia la escriben los “perdedores”. Esos que te enseñan el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esa antropología del ganador, se duda en serlo. Y tal vez exista culpa. Lo mejor es que hay que tener la insolencia de defender esa culpa, y considerarla casi una virtud; tal como dijo el poeta.

El futbol se juega en prosa o en poesía. Y Atlas lo juega como ese segundo género literario mencionado. Con los pies y el corazón. Aborreciendo la pasión del converso y quedándose hasta el final de los velorios. Porque quiere.

Es otra pasión.