“Torito” Sepúlveda, un súper papá que pelea en el ring y cría hijos con amor

Eduardo Sepúlveda es boxeador profesional y un padre orgulloso. Crió solo a tres de sus cuatro hijos. Y asume el orgullo de “compartir” el día con humildad. “Soy feliz conque me den un abrazo y un beso”, dice sin banalidades.

15 JUN 2025 - 11:25 | Actualizado 15 JUN 2025 - 11:31

A Eduardo Sepúlveda, el apodo de “Torito” lo identifica en el ring, dando y recibiendo golpes, debatiéndose en busca del aplauso. Pero mucho más aumenta la fuerza de su apelativo, cuando el guerrero de Rawson se refugia en la paz de su hogar. Después de una separación, crió y cuida a tres de sus cuatro hijos. Y ahí en medio de la humildad, no sueña con regalos, sino con un futuro de respeto y dignidad. “El regalo más grande es ser padre y poder pasar el día con todos mis seres queridos”.

“Lo ideal es estar con mis hijos, comer un asadito o una tortita casera pero siempre con ellos. No me interesa lo material. Soy feliz conque me den un abrazo y un beso. Para mí con eso basta”.

El “Torito” es un orgullo, un padrazo lleno de energía que trabaja más horas que el mismo día para atender las necesidades de los suyos. Es portero de la Escuela Nro, 4 y a la vez, estibador durante la temporada en el Puerto de Rawson; boxeador profesional cuando el tiempo para entrenar se lo permite y todo lo que pudiera hacerse para fortalecer la economía. “Trabajo seis horas o a veces más en la Escuela. También limpio patios y de vez en cuando, tengo una moto con la suelo hacer delivery” cuenta el “Torito” quien suele recorrer en bicicleta la distancia de su casa, en el barrio 64 Viviendas hasta el Puerto solamente para seguir poniendo el lomo.

Tiene 36 años y reconoce que el boxeo no quedó atrás, resiste la definición de ex tras haber perdido con el ascendente Dylan Navarro. “Por el momento solamente me dedico a mis hijos pero me gustaría seguir peleando”.

José (15 años); Luz de 13 y Xiomara (11) comparten sus días y su “todo” mientras que Ailén, la mayor de 19, vive con su abuela materna. “Los cuatro estudian; somos unidos y siempre estamos juntos. Son muy pegados a mí. La verdad, es lo más lindo que me pudo haber pasado. Es hermoso sentir sus abrazos y que me digan “Papá te amo”. Eso no se compara con nada”. Hasta el más duro suele ablandarse porque la paternidad no es poca cosa. Criar en soledad, trabajar y atender requiere de una fortaleza mayor a la que exhibe en un ring.

La fe siempre cuenta. Y el papá-boxeador cristiano reconoce ese soporte en tiempos de flaqueza. Y asiste –cuenta “no todos los domingos”- a la Iglesia Centro de Avanzadas. “Cuando me separé, me quedé con los tres más chicos que tenían 4, 2 y 1 año. Ese fue el momento que más me costó , una etapa muy dura estar con ellos y trabajar de changas. Obviamente que en ese momento, el boxeo quedó de lado. Con la ayuda de Dios y mi familia, pude salir adelante, siempre peleándola”.

En un día especial, haciendo la “pausa” y mirando hacia atrás, todo lo sembrado, Sepúlveda mira el futuro de sus hijos con los ojos propios. “Siempre les digo que nada en la vida es fácil pero todo parte del respeto y ser amables. Tienen que ser buenas personas y cada cosa que hagan, deben hacerla con amos y dedicación”.


El “Torito” arrancó peleando a los 12, solo para “saber pelear” e imponerse en la calle. “Era un mocoso que se la daba de malo”, explica. Pasó por infinidad de entrenadores, desde Gabriel Arévalo hasta el “Pollo” Maidana; en el medio aprendió la técnica del kung-fu. “Me junté a los 18, dejé de pelear hasta los 23 cuando volví con la idea de bajar de peso. Debuté con el “Pampa” Ducid. Me pagaban 300 pesos para pelear y como me servía la plata, agarré. Después terminé entrando a un Provincial donde salí campeón. Desde ese momento quise hacerme profesional. En el 2014 me separé y volví a dejar. Entrenaba pero realmente no me alcanzaba para comer” reconoce Sepúlveda quien nació en Trelew pero se crió en Trelew.

Nunca existió un cuerpo cansado o un día gris en el que el “Torito” no cumpliera con sus obligaciones: atender a sus hijos, cocinarles; proveerles y llevarlos a la escuela. Con las manos callosas, a veces triste, pero siempre con la cabeza en alto.

15 JUN 2025 - 11:25

A Eduardo Sepúlveda, el apodo de “Torito” lo identifica en el ring, dando y recibiendo golpes, debatiéndose en busca del aplauso. Pero mucho más aumenta la fuerza de su apelativo, cuando el guerrero de Rawson se refugia en la paz de su hogar. Después de una separación, crió y cuida a tres de sus cuatro hijos. Y ahí en medio de la humildad, no sueña con regalos, sino con un futuro de respeto y dignidad. “El regalo más grande es ser padre y poder pasar el día con todos mis seres queridos”.

“Lo ideal es estar con mis hijos, comer un asadito o una tortita casera pero siempre con ellos. No me interesa lo material. Soy feliz conque me den un abrazo y un beso. Para mí con eso basta”.

El “Torito” es un orgullo, un padrazo lleno de energía que trabaja más horas que el mismo día para atender las necesidades de los suyos. Es portero de la Escuela Nro, 4 y a la vez, estibador durante la temporada en el Puerto de Rawson; boxeador profesional cuando el tiempo para entrenar se lo permite y todo lo que pudiera hacerse para fortalecer la economía. “Trabajo seis horas o a veces más en la Escuela. También limpio patios y de vez en cuando, tengo una moto con la suelo hacer delivery” cuenta el “Torito” quien suele recorrer en bicicleta la distancia de su casa, en el barrio 64 Viviendas hasta el Puerto solamente para seguir poniendo el lomo.

Tiene 36 años y reconoce que el boxeo no quedó atrás, resiste la definición de ex tras haber perdido con el ascendente Dylan Navarro. “Por el momento solamente me dedico a mis hijos pero me gustaría seguir peleando”.

José (15 años); Luz de 13 y Xiomara (11) comparten sus días y su “todo” mientras que Ailén, la mayor de 19, vive con su abuela materna. “Los cuatro estudian; somos unidos y siempre estamos juntos. Son muy pegados a mí. La verdad, es lo más lindo que me pudo haber pasado. Es hermoso sentir sus abrazos y que me digan “Papá te amo”. Eso no se compara con nada”. Hasta el más duro suele ablandarse porque la paternidad no es poca cosa. Criar en soledad, trabajar y atender requiere de una fortaleza mayor a la que exhibe en un ring.

La fe siempre cuenta. Y el papá-boxeador cristiano reconoce ese soporte en tiempos de flaqueza. Y asiste –cuenta “no todos los domingos”- a la Iglesia Centro de Avanzadas. “Cuando me separé, me quedé con los tres más chicos que tenían 4, 2 y 1 año. Ese fue el momento que más me costó , una etapa muy dura estar con ellos y trabajar de changas. Obviamente que en ese momento, el boxeo quedó de lado. Con la ayuda de Dios y mi familia, pude salir adelante, siempre peleándola”.

En un día especial, haciendo la “pausa” y mirando hacia atrás, todo lo sembrado, Sepúlveda mira el futuro de sus hijos con los ojos propios. “Siempre les digo que nada en la vida es fácil pero todo parte del respeto y ser amables. Tienen que ser buenas personas y cada cosa que hagan, deben hacerla con amos y dedicación”.


El “Torito” arrancó peleando a los 12, solo para “saber pelear” e imponerse en la calle. “Era un mocoso que se la daba de malo”, explica. Pasó por infinidad de entrenadores, desde Gabriel Arévalo hasta el “Pollo” Maidana; en el medio aprendió la técnica del kung-fu. “Me junté a los 18, dejé de pelear hasta los 23 cuando volví con la idea de bajar de peso. Debuté con el “Pampa” Ducid. Me pagaban 300 pesos para pelear y como me servía la plata, agarré. Después terminé entrando a un Provincial donde salí campeón. Desde ese momento quise hacerme profesional. En el 2014 me separé y volví a dejar. Entrenaba pero realmente no me alcanzaba para comer” reconoce Sepúlveda quien nació en Trelew pero se crió en Trelew.

Nunca existió un cuerpo cansado o un día gris en el que el “Torito” no cumpliera con sus obligaciones: atender a sus hijos, cocinarles; proveerles y llevarlos a la escuela. Con las manos callosas, a veces triste, pero siempre con la cabeza en alto.