Por Martín Tacón / Redacción Jornada
Llegar a Punta Tombo es como entrar en otro ritmo del mundo. El camino se abre paso entre la estepa patagónica y de golpe el silencio del paisaje se rompe con un leve murmullo: son los pingüinos de Magallanes que se anuncian antes de aparecer.
La primera vez que los ves caminar entre los nidos, cuesta creer que sean tan dueños del lugar. Se mueven tranquilos, ajenos a las cámaras y la curiosidad de los turistas, como si fueran los verdaderos anfitriones de la costa. Algunos corren torpemente o entran a su cueva para descansar. Otros se limitan a quedarse quietos, mirándote de reojo como si nosotros fuéramos el atractivo.
Este año la reserva se siente más cuidada. Hay senderos limpios, carteles nuevos que cuentan en detalle cómo viven estas aves viajeras, y un Centro de Interpretación renovado con réplicas y murales que hacen más fácil imaginar la vida de la colonia. Después de caminar un par de horas, la confitería reacondicionada se vuelve un refugio perfecto para descansar mirando el horizonte marino.
El viento patagónico sigue siendo el mismo: intenso, áspero, ineludible. Pero ahora la experiencia se completa con energía solar y con algo insólito para un lugar tan remoto: conectividad satelital que permite sacar las entradas online, algo impensado años atrás. La naturaleza y la tecnología conviven sin invadir la esencia del lugar.
La colonia es cada vez más grande, porque el área protegida se amplió y ahora abarca más de 1.500 hectáreas. Eso significa más espacio para los pingüinos y para todo lo que los rodea: guanacos que cruzan despreocupados, piches que se pierden entre los arbustos y aves marinas que sobrevuelan en bandadas.
Los precios de entrada se mantienen accesibles y con descuentos para residentes, jubilados y menores, pero lo más importante es que cualquiera puede vivir la experiencia de caminar entre estos animales en absoluta libertad.
La temporada recién comienza, por lo que es normal ver poca cantidad depingüinos estos días. Peroes cuestión de paciencia, porque poco a poco irán llegando hasta que el paraíso esté realmente colmado. Un dato clave: lo mejor es ir después de noviembre, cuando nacen los primeros pichones.
Visitar Punta Tombo no es solo ver pingüinos: es escucharlos reclamar su territorio, es detenerse a contemplar cómo vuelven del mar con el plumaje empapado, es sentir que uno es apenas un invitado en medio de un mundo que sigue sus propias reglas. Una jornada allí te recuerda lo frágil y, al mismo tiempo, lo poderoso que puede ser un rincón de la naturaleza.
Turbo, el pingüino solitario
Los guardafaunas que cuidan la reserva conservan algunas de las historias más particulares de los pingüinos. Una historia que circula es la de un pingüino solitario que nunca consiguió pareja.
Su nombre es Turbo. Los guardafaunas lo identificarony fueron testigos de su llegada a la colonia año tras año. Turbo andaba entre los nidos, pero no conseguía establecer pareja con ninguna hembra.
Un día armó su nido debajo de una camioneta, casi en el ingreso del sendero turístico, y eso dio origen a su nombre.
Los pingüinos de Magallanes son monógamos y entablan un vínculo casi eterno con su pareja. Tanto el macho como la hembra se reencuentran cada septiembre en la costa de Chubut, después de nadar hasta aguas de Brasil, y vuelven al mismo nido que construyeron tiempo atrás.
La naturaleza a veces es cruel y un pingüino puede pasar toda su vida sin aparearse. La hembra tiene sus razones para rechazar al macho. Quizás Turbo tuviera algún problema natural, es algo que nunca se supo con certeza.
Hace un año que Turbo no vuelve a Punta Tombo. Los guardafaunas lo extrañan, porque aún tenían la esperanza de verlo en pareja. Aún hoy se lo recuerda. La historia del pingüino solitario es parte de las anécdotas que los cuidadores cuentan a los turistas y hacen de Punta Tombo un lugartan especial.
Por Martín Tacón / Redacción Jornada
Llegar a Punta Tombo es como entrar en otro ritmo del mundo. El camino se abre paso entre la estepa patagónica y de golpe el silencio del paisaje se rompe con un leve murmullo: son los pingüinos de Magallanes que se anuncian antes de aparecer.
La primera vez que los ves caminar entre los nidos, cuesta creer que sean tan dueños del lugar. Se mueven tranquilos, ajenos a las cámaras y la curiosidad de los turistas, como si fueran los verdaderos anfitriones de la costa. Algunos corren torpemente o entran a su cueva para descansar. Otros se limitan a quedarse quietos, mirándote de reojo como si nosotros fuéramos el atractivo.
Este año la reserva se siente más cuidada. Hay senderos limpios, carteles nuevos que cuentan en detalle cómo viven estas aves viajeras, y un Centro de Interpretación renovado con réplicas y murales que hacen más fácil imaginar la vida de la colonia. Después de caminar un par de horas, la confitería reacondicionada se vuelve un refugio perfecto para descansar mirando el horizonte marino.
El viento patagónico sigue siendo el mismo: intenso, áspero, ineludible. Pero ahora la experiencia se completa con energía solar y con algo insólito para un lugar tan remoto: conectividad satelital que permite sacar las entradas online, algo impensado años atrás. La naturaleza y la tecnología conviven sin invadir la esencia del lugar.
La colonia es cada vez más grande, porque el área protegida se amplió y ahora abarca más de 1.500 hectáreas. Eso significa más espacio para los pingüinos y para todo lo que los rodea: guanacos que cruzan despreocupados, piches que se pierden entre los arbustos y aves marinas que sobrevuelan en bandadas.
Los precios de entrada se mantienen accesibles y con descuentos para residentes, jubilados y menores, pero lo más importante es que cualquiera puede vivir la experiencia de caminar entre estos animales en absoluta libertad.
La temporada recién comienza, por lo que es normal ver poca cantidad depingüinos estos días. Peroes cuestión de paciencia, porque poco a poco irán llegando hasta que el paraíso esté realmente colmado. Un dato clave: lo mejor es ir después de noviembre, cuando nacen los primeros pichones.
Visitar Punta Tombo no es solo ver pingüinos: es escucharlos reclamar su territorio, es detenerse a contemplar cómo vuelven del mar con el plumaje empapado, es sentir que uno es apenas un invitado en medio de un mundo que sigue sus propias reglas. Una jornada allí te recuerda lo frágil y, al mismo tiempo, lo poderoso que puede ser un rincón de la naturaleza.
Turbo, el pingüino solitario
Los guardafaunas que cuidan la reserva conservan algunas de las historias más particulares de los pingüinos. Una historia que circula es la de un pingüino solitario que nunca consiguió pareja.
Su nombre es Turbo. Los guardafaunas lo identificarony fueron testigos de su llegada a la colonia año tras año. Turbo andaba entre los nidos, pero no conseguía establecer pareja con ninguna hembra.
Un día armó su nido debajo de una camioneta, casi en el ingreso del sendero turístico, y eso dio origen a su nombre.
Los pingüinos de Magallanes son monógamos y entablan un vínculo casi eterno con su pareja. Tanto el macho como la hembra se reencuentran cada septiembre en la costa de Chubut, después de nadar hasta aguas de Brasil, y vuelven al mismo nido que construyeron tiempo atrás.
La naturaleza a veces es cruel y un pingüino puede pasar toda su vida sin aparearse. La hembra tiene sus razones para rechazar al macho. Quizás Turbo tuviera algún problema natural, es algo que nunca se supo con certeza.
Hace un año que Turbo no vuelve a Punta Tombo. Los guardafaunas lo extrañan, porque aún tenían la esperanza de verlo en pareja. Aún hoy se lo recuerda. La historia del pingüino solitario es parte de las anécdotas que los cuidadores cuentan a los turistas y hacen de Punta Tombo un lugartan especial.