El fútbol femenino se ata los botines como se atan los sueños

El crecimiento de la disciplina es evidente e inevitable. El balompié femenino llegó para quedarse. Aquí y allá. En todos lados- Resta que los clubes comprendan que son el instrumento ideal para que de el salto de calidad tantas veces ambicionado.

Eva y sus compañeras y un Federal digno.
17 SEP 2025 - 16:42 | Actualizado 17 SEP 2025 - 23:51

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

El fútbol femenino es una semilla que ya brotó y no hay viento que pueda detener su crecimiento. Es un árbol joven que, pese a los inviernos de indiferencia y los suelos de desigualdad, ha echado raíces profundas en la tierra del deporte. Su savia es la pasión de las jugadoras, el compromiso de las familias y el eco de una sociedad que comienza a entender que el talento no tiene género ni permiso para florecer. Hoy, más que nunca, es imperiosa la necesidad de contar con una Liga sólida, sostenida por clubes que no solo abran sus puertas, sino que abran su mirada, su presupuesto y su voluntad para que este árbol siga creciendo recto, fuerte y libre.

El fútbol femenino ya no es una promesa lejana, es una realidad que late en cada potrero, en cada cancha barrial, en cada niña que se ata los botines sin pedir permiso. Ha dejado de ser un susurro para convertirse en un grito que resuena en los estadios, en las redes y en las conversaciones cotidianas. No se trata de una moda pasajera ni de un gesto de inclusión para la foto: el fútbol femenino vino para quedarse, como un río que encuentra su cauce después de años de esquivar piedras. Su corriente arrastra prejuicios y acarrea sueños, y no hay dique que pueda detener su fuerza.

La ilusión de las mujeres no repara en magnitudes.

Una Liga organizada

Pero para que este río no se estanque, para que no quede reducido a esfuerzos aislados, se necesita una Liga organizada y con una dirigencia que entienda que el fútbol femenino no es un “proyecto social”, sino una disciplina con el mismo derecho a crecer que cualquier otra. Cada club que se suma con convicción es una pieza de un puente que llevará a miles de jugadoras desde el anonimato a la visibilidad, desde el sacrificio solitario al reconocimiento colectivo.

El compromiso de los clubes es el cemento de ese puente. Son ellos los que tienen la llave para que las chicas de hoy no tengan que pelear las mismas batallas que sus precursoras, para que la próxima generación encuentre un camino menos empedrado y más iluminado. Sin ellos, difícil.

Un acto de justicia

El fútbol femenino es también una metáfora de la sociedad que queremos construir: una sociedad que no le tema a la igualdad, que entienda que cada gol es un acto de justicia y cada campeonato, un triunfo colectivo. Cada vez que una jugadora entra a la cancha, lleva consigo no solo una pelota, sino décadas de lucha, sueños heredados y un futuro que ya nadie puede frenar.

Por eso, la creación y el fortalecimiento de una Liga no es un lujo, es una necesidad urgente. Porque detrás de cada pase y cada atajada hay una historia que merece ser contada; porque cada club que apuesta por el fútbol femenino está apostando por la equidad, por la diversidad y por el derecho a jugar en las mismas condiciones.

El fútbol femenino es una semilla que germinó en silencio durante décadas y que, pese a la indiferencia y las barreras, hoy se ha convertido en un árbol que nadie puede ignorar. Nació en potreros de tierra, en canchas prestadas, en tardes de viento y miradas de desconfianza. Pero cada pase, cada entrenamiento a la luz de una farola, cada gol celebrado casi en soledad fue empujando los límites de lo posible hasta convertir lo que parecía un simple juego en una causa, en una bandera, en un movimiento que ya tiene raíces profundas. Ese árbol joven, regado por la perseverancia y el amor al deporte, crece ahora con la fuerza de quienes saben que el tiempo de esperar se terminó. El fútbol femenino no pide permiso: vino para quedarse, y es tanta la emoción que late en cada jugadora que se ata los botines con la misma convicción con la que se ata un sueño.

"Las Morenitas" de Puerto Madryn.

Este fenómeno no es una moda, ni una concesión, ni un favor de nadie. Es un río que encontró su cauce después de años de desvíos y diques de prejuicios. Su corriente es imparcial, poderosa, inevitable. Arrastra viejas ideas, acarrea nuevas esperanzas y marca el pulso de una sociedad que, aunque a veces a contramano, aprende a reconocer el talento sin etiquetas. Cada niña que patea una pelota en un barrio de Rawson, Trelew o Puerto Madryn o de cualquier rincón de este territorio, cada joven que se planta en una cancha con la camiseta de su club, es una gota de ese río que avanza, que busca llegar al mar de la igualdad.

Pero para que este río no se disperse en charcos aislados, para que su fuerza no se diluya en esfuerzos individuales, es imperiosa la necesidad de contar con un ente organizado, estable, un escenario donde el crecimiento no dependa solo de la voluntad de unas pocas heroínas y algunos héroes, sino de un sistema que abrace este cambio como un compromiso colectivo. Una Liga que sea calendario, estructura, competencia real, visibilidad, inversión, proyección. Una Liga que no solo dé partidos, sino que dé futuro.

Los clubes

Y los clubes son el corazón de este desafío. Son las arterias por donde debe circular la sangre nueva del fútbol femenino. Sin su compromiso, la semilla corre el riesgo de crecer torcida; con su apoyo, el árbol se eleva hacia el cielo. No basta con abrir las puertas simbólicas, no alcanza con una foto para las redes o una camiseta para la tribuna. Se necesitan canchas para entrenar sin excusas, cuerpos técnicos capacitados, divisiones formativas que detecten y pulan el talento, presupuestos que contemplen sueldos, traslados, indumentaria y todo lo que un deporte serio requiere. El compromiso debe ser real, palpable, cotidiano, como el trabajo que sostiene un edificio invisible pero firme.

Cada club que apuesta de verdad por el fútbol femenino es una pieza fundamental de un puente que une el pasado de lucha con un futuro de equidad. Son los dirigentes que se atreven a destinar recursos, los entrenadores que creen en la capacidad de las jugadoras, las familias que acompañan en cada partido, quienes colocan las tablas de ese puente. Gracias a ellos, las jugadoras no tendrán que repetir las batallas de quienes abrieron el camino, y podrán concentrarse en lo que realmente importa: jugar, crecer, competir, soñar.

Racing y su continuidad de once años.

Porque el fútbol femenino no es solo deporte: es espejo y motor de la sociedad que queremos construir. Cada gol es un acto de justicia, cada campeonato es una conquista colectiva, cada nena que ve en una jugadora profesional un modelo a seguir es una victoria que trasciende las canchas. Y una Liga consolidada significa igualdad de oportunidades, desarrollo económico, identidad comunitaria y, sobre todo, un mensaje claro: que el talento no entiende de géneros, que el juego pertenece a todos.

El fútbol femenino es un sol que ya salió. Los clubes pueden elegir ser parte del amanecer o quedarse en la sombra. Pero el día, inevitablemente, ya comenzó.

Eva y sus compañeras y un Federal digno.
17 SEP 2025 - 16:42

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

El fútbol femenino es una semilla que ya brotó y no hay viento que pueda detener su crecimiento. Es un árbol joven que, pese a los inviernos de indiferencia y los suelos de desigualdad, ha echado raíces profundas en la tierra del deporte. Su savia es la pasión de las jugadoras, el compromiso de las familias y el eco de una sociedad que comienza a entender que el talento no tiene género ni permiso para florecer. Hoy, más que nunca, es imperiosa la necesidad de contar con una Liga sólida, sostenida por clubes que no solo abran sus puertas, sino que abran su mirada, su presupuesto y su voluntad para que este árbol siga creciendo recto, fuerte y libre.

El fútbol femenino ya no es una promesa lejana, es una realidad que late en cada potrero, en cada cancha barrial, en cada niña que se ata los botines sin pedir permiso. Ha dejado de ser un susurro para convertirse en un grito que resuena en los estadios, en las redes y en las conversaciones cotidianas. No se trata de una moda pasajera ni de un gesto de inclusión para la foto: el fútbol femenino vino para quedarse, como un río que encuentra su cauce después de años de esquivar piedras. Su corriente arrastra prejuicios y acarrea sueños, y no hay dique que pueda detener su fuerza.

La ilusión de las mujeres no repara en magnitudes.

Una Liga organizada

Pero para que este río no se estanque, para que no quede reducido a esfuerzos aislados, se necesita una Liga organizada y con una dirigencia que entienda que el fútbol femenino no es un “proyecto social”, sino una disciplina con el mismo derecho a crecer que cualquier otra. Cada club que se suma con convicción es una pieza de un puente que llevará a miles de jugadoras desde el anonimato a la visibilidad, desde el sacrificio solitario al reconocimiento colectivo.

El compromiso de los clubes es el cemento de ese puente. Son ellos los que tienen la llave para que las chicas de hoy no tengan que pelear las mismas batallas que sus precursoras, para que la próxima generación encuentre un camino menos empedrado y más iluminado. Sin ellos, difícil.

Un acto de justicia

El fútbol femenino es también una metáfora de la sociedad que queremos construir: una sociedad que no le tema a la igualdad, que entienda que cada gol es un acto de justicia y cada campeonato, un triunfo colectivo. Cada vez que una jugadora entra a la cancha, lleva consigo no solo una pelota, sino décadas de lucha, sueños heredados y un futuro que ya nadie puede frenar.

Por eso, la creación y el fortalecimiento de una Liga no es un lujo, es una necesidad urgente. Porque detrás de cada pase y cada atajada hay una historia que merece ser contada; porque cada club que apuesta por el fútbol femenino está apostando por la equidad, por la diversidad y por el derecho a jugar en las mismas condiciones.

El fútbol femenino es una semilla que germinó en silencio durante décadas y que, pese a la indiferencia y las barreras, hoy se ha convertido en un árbol que nadie puede ignorar. Nació en potreros de tierra, en canchas prestadas, en tardes de viento y miradas de desconfianza. Pero cada pase, cada entrenamiento a la luz de una farola, cada gol celebrado casi en soledad fue empujando los límites de lo posible hasta convertir lo que parecía un simple juego en una causa, en una bandera, en un movimiento que ya tiene raíces profundas. Ese árbol joven, regado por la perseverancia y el amor al deporte, crece ahora con la fuerza de quienes saben que el tiempo de esperar se terminó. El fútbol femenino no pide permiso: vino para quedarse, y es tanta la emoción que late en cada jugadora que se ata los botines con la misma convicción con la que se ata un sueño.

"Las Morenitas" de Puerto Madryn.

Este fenómeno no es una moda, ni una concesión, ni un favor de nadie. Es un río que encontró su cauce después de años de desvíos y diques de prejuicios. Su corriente es imparcial, poderosa, inevitable. Arrastra viejas ideas, acarrea nuevas esperanzas y marca el pulso de una sociedad que, aunque a veces a contramano, aprende a reconocer el talento sin etiquetas. Cada niña que patea una pelota en un barrio de Rawson, Trelew o Puerto Madryn o de cualquier rincón de este territorio, cada joven que se planta en una cancha con la camiseta de su club, es una gota de ese río que avanza, que busca llegar al mar de la igualdad.

Pero para que este río no se disperse en charcos aislados, para que su fuerza no se diluya en esfuerzos individuales, es imperiosa la necesidad de contar con un ente organizado, estable, un escenario donde el crecimiento no dependa solo de la voluntad de unas pocas heroínas y algunos héroes, sino de un sistema que abrace este cambio como un compromiso colectivo. Una Liga que sea calendario, estructura, competencia real, visibilidad, inversión, proyección. Una Liga que no solo dé partidos, sino que dé futuro.

Los clubes

Y los clubes son el corazón de este desafío. Son las arterias por donde debe circular la sangre nueva del fútbol femenino. Sin su compromiso, la semilla corre el riesgo de crecer torcida; con su apoyo, el árbol se eleva hacia el cielo. No basta con abrir las puertas simbólicas, no alcanza con una foto para las redes o una camiseta para la tribuna. Se necesitan canchas para entrenar sin excusas, cuerpos técnicos capacitados, divisiones formativas que detecten y pulan el talento, presupuestos que contemplen sueldos, traslados, indumentaria y todo lo que un deporte serio requiere. El compromiso debe ser real, palpable, cotidiano, como el trabajo que sostiene un edificio invisible pero firme.

Cada club que apuesta de verdad por el fútbol femenino es una pieza fundamental de un puente que une el pasado de lucha con un futuro de equidad. Son los dirigentes que se atreven a destinar recursos, los entrenadores que creen en la capacidad de las jugadoras, las familias que acompañan en cada partido, quienes colocan las tablas de ese puente. Gracias a ellos, las jugadoras no tendrán que repetir las batallas de quienes abrieron el camino, y podrán concentrarse en lo que realmente importa: jugar, crecer, competir, soñar.

Racing y su continuidad de once años.

Porque el fútbol femenino no es solo deporte: es espejo y motor de la sociedad que queremos construir. Cada gol es un acto de justicia, cada campeonato es una conquista colectiva, cada nena que ve en una jugadora profesional un modelo a seguir es una victoria que trasciende las canchas. Y una Liga consolidada significa igualdad de oportunidades, desarrollo económico, identidad comunitaria y, sobre todo, un mensaje claro: que el talento no entiende de géneros, que el juego pertenece a todos.

El fútbol femenino es un sol que ya salió. Los clubes pueden elegir ser parte del amanecer o quedarse en la sombra. Pero el día, inevitablemente, ya comenzó.