El arbitraje en familia

José Soto le transmitió la pasión a sus hijos de corazón, Gastón y Agustín Ruda. Los tres dirigen en la Liga del Valle, y le contaron su singular experiencia a Jornada.

19 MAY 2016 - 21:03 | Actualizado

Hace diez años, él le confesó su amor a una mujer. Y empezó una relación que hoy perdura. Ella, tenía dos hijos de una relación anterior. Él, no se intimidó. Él, José Soto, árbitro de la Liga del Valle, los crió como si fueran propios. En buen romance, se hizo cargo de la situación. Y ellos, Gastón y Agustín Ruda, se lo agradecen de por vida, día a día..

Ellos, también adoptaron el arbitraje como modo de vida. No lo reconocen, pero se percibe en esa decisión un dejo de agradecimiento por haberse convertido en el padre del corazón.

Hay una profunda cuestión de lealtad eterna que está vestida de referí. La familia trelewense recibió a Jornada en su hogar, donde relataron su historia, una historia que trasciende un vestuario arbitral.

Historia repetida

“A mí me pasa lo mismo, mi viejo me crió sin ser mi padre biológico. Son situaciones de la vida", explicó José, cartero de profesión quien a sus 42 recorre sus últimos años de arbitraje local y federal.

"Mi mujer, Gladys Elizabeth, estaba sola con Gastón y Agustín. Yo seguí porque nos queríamos y decidimos formar una familia. Y está Antonella, una hija mía que ahora está estudiando en Córdoba. Luego nació Solana. Somos felices”, agregó Soto, quien es también titular de la asociación arbitral local (AANECH).

La mirada de los hijos

“Lo seguimos a todos lados. Lo vamos a seguir siempre. A muerte. Cuando jugábamos al fútbol, él era arquero. Y yo me hice arquero. No es el papá de sangre pero si de corazón. Es lo mejor que nos pudo haber pasado. No sé si lo decimos seguido, pero lo sentimos. Nos sacó a flote”, dijo Gastón, de 22 años, padre de una hija y empleado de un corralón de materiales.

“Al principio, entré a dirigir porque era una buena entrada de dinero. Pero luego, se fue convirtiendo en una pasión”, agregó el mayor.

“Yo arranqué a los 17 años. Les faltaban árbitros en la nueva asociación, la AANECH. Para seguirlo a mi viejo, me anoté y me sumé. Como con Gastón, el arbitraje se fue convirtiendo en una pasión. Ahora, quiero ser árbitro nacional. Al menos lo quiero intentar”, acotó Agustín, de 19 y empleado en Cultura en la Municipalidad de Trelew.

Cuestión de lealtad

El cambio de apellido es un tema que ha sido tema de charla recurrente en la mesa familiar. Gastón y Agustín coinciden en que sería un buen homenaje para José. Pero tienen miradas diferentes.

“Lo pensé muchísimas veces. Pero ya estoy grande yo. Y ya tengo dos hijas, eso implicaría que ellas también se lo tengan que cambiar. Pero eso no modifica lo agradecidos que estamos con el viejo”, comentó Gastón.

“Yo me lo cambiaría. Tengo ganas de hacerlo. En Facebook ya me lo cambié. Le debemos mucho, todo a papá. Nos crió y nos cuidó como si nos hubiera concebido”, señaló, con emoción, Agustín.

Los sueños

Como toda familia, hay aspiraciones, sueños, deseos de progreso. Hay un deseo mayoritario, global. Las esperanzas están enfocadas en Agustín, que tal como se relató, pretende igualar lo hecho por Miguel Savorani, (único árbitro profesional de fútbol de Chubut), en el terreno nacional.

“Mi sueño es que Agus (sic) se ponga las pilas, termine el secundario y pueda ser árbitro nacional. O al menos, que lo intente”, resaltó José.

“Quiero terminar el secundario, hacer el curso nacional. Lo prometido será cumplido”, recalcó Agustín.

“Me gustaría que mi hermano terminara su estudio y sea árbitro nacional que dirija por torneos federales. Tendrá siempre el respaldo de la familia”, mencionó Gastón, quien también tiene sueños propios que el grupo familiar respalda. “Quiero ser como mi papá, el que nos crió y educó. Quiero estar en tabla de mérito federal. También quiero terminar la escuela. Por trabajo, se me hace difícil”, concluyó Gastón.

Ser referí es el oficio más detestado del fútbol. Sin hinchada propia y siempre cuestionado, el arbitraje es una labor de riesgo, donde el insulto, a veces, puede ser considerado una caricia. Gastón y Agustín no lo dirán. Quizás, no quieran hacerlo. Pero algo sumamente especial habrá realizado José Soto para que hayan decidido ellos desandar el mismo arduo camino que su padre del alma.

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19 MAY 2016 - 21:03

Hace diez años, él le confesó su amor a una mujer. Y empezó una relación que hoy perdura. Ella, tenía dos hijos de una relación anterior. Él, no se intimidó. Él, José Soto, árbitro de la Liga del Valle, los crió como si fueran propios. En buen romance, se hizo cargo de la situación. Y ellos, Gastón y Agustín Ruda, se lo agradecen de por vida, día a día..

Ellos, también adoptaron el arbitraje como modo de vida. No lo reconocen, pero se percibe en esa decisión un dejo de agradecimiento por haberse convertido en el padre del corazón.

Hay una profunda cuestión de lealtad eterna que está vestida de referí. La familia trelewense recibió a Jornada en su hogar, donde relataron su historia, una historia que trasciende un vestuario arbitral.

Historia repetida

“A mí me pasa lo mismo, mi viejo me crió sin ser mi padre biológico. Son situaciones de la vida", explicó José, cartero de profesión quien a sus 42 recorre sus últimos años de arbitraje local y federal.

"Mi mujer, Gladys Elizabeth, estaba sola con Gastón y Agustín. Yo seguí porque nos queríamos y decidimos formar una familia. Y está Antonella, una hija mía que ahora está estudiando en Córdoba. Luego nació Solana. Somos felices”, agregó Soto, quien es también titular de la asociación arbitral local (AANECH).

La mirada de los hijos

“Lo seguimos a todos lados. Lo vamos a seguir siempre. A muerte. Cuando jugábamos al fútbol, él era arquero. Y yo me hice arquero. No es el papá de sangre pero si de corazón. Es lo mejor que nos pudo haber pasado. No sé si lo decimos seguido, pero lo sentimos. Nos sacó a flote”, dijo Gastón, de 22 años, padre de una hija y empleado de un corralón de materiales.

“Al principio, entré a dirigir porque era una buena entrada de dinero. Pero luego, se fue convirtiendo en una pasión”, agregó el mayor.

“Yo arranqué a los 17 años. Les faltaban árbitros en la nueva asociación, la AANECH. Para seguirlo a mi viejo, me anoté y me sumé. Como con Gastón, el arbitraje se fue convirtiendo en una pasión. Ahora, quiero ser árbitro nacional. Al menos lo quiero intentar”, acotó Agustín, de 19 y empleado en Cultura en la Municipalidad de Trelew.

Cuestión de lealtad

El cambio de apellido es un tema que ha sido tema de charla recurrente en la mesa familiar. Gastón y Agustín coinciden en que sería un buen homenaje para José. Pero tienen miradas diferentes.

“Lo pensé muchísimas veces. Pero ya estoy grande yo. Y ya tengo dos hijas, eso implicaría que ellas también se lo tengan que cambiar. Pero eso no modifica lo agradecidos que estamos con el viejo”, comentó Gastón.

“Yo me lo cambiaría. Tengo ganas de hacerlo. En Facebook ya me lo cambié. Le debemos mucho, todo a papá. Nos crió y nos cuidó como si nos hubiera concebido”, señaló, con emoción, Agustín.

Los sueños

Como toda familia, hay aspiraciones, sueños, deseos de progreso. Hay un deseo mayoritario, global. Las esperanzas están enfocadas en Agustín, que tal como se relató, pretende igualar lo hecho por Miguel Savorani, (único árbitro profesional de fútbol de Chubut), en el terreno nacional.

“Mi sueño es que Agus (sic) se ponga las pilas, termine el secundario y pueda ser árbitro nacional. O al menos, que lo intente”, resaltó José.

“Quiero terminar el secundario, hacer el curso nacional. Lo prometido será cumplido”, recalcó Agustín.

“Me gustaría que mi hermano terminara su estudio y sea árbitro nacional que dirija por torneos federales. Tendrá siempre el respaldo de la familia”, mencionó Gastón, quien también tiene sueños propios que el grupo familiar respalda. “Quiero ser como mi papá, el que nos crió y educó. Quiero estar en tabla de mérito federal. También quiero terminar la escuela. Por trabajo, se me hace difícil”, concluyó Gastón.

Ser referí es el oficio más detestado del fútbol. Sin hinchada propia y siempre cuestionado, el arbitraje es una labor de riesgo, donde el insulto, a veces, puede ser considerado una caricia. Gastón y Agustín no lo dirán. Quizás, no quieran hacerlo. Pero algo sumamente especial habrá realizado José Soto para que hayan decidido ellos desandar el mismo arduo camino que su padre del alma.


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