Sacrificio es lo que hacemos por las personas a las que amamos.
Cuando Lucía Bravo nació en el Hospital de Trelew en 2001, su mamá, Patricia Molina, nunca pensó que, a los cinco días de edad, su hija iba a tener que viajar de urgencia en un avión sanitario para ser intervenida quirúrgicamente en una clínica de Buenos Aires. Los doctores habían descubierto que nació con mielomeningocele, un tipo grave de espina bífida.
A poco de cumplir los 19 años, ella y su familia guardan una historia única que permitieron compartir junto a JornadaPlay.
“Hasta los cuatro años vivió prácticamente internada”, cuenta su mamá.
Lucía tuvo sus luchas, pero nunca permitió que eso la desvirtuara de sus propios objetivos personales y, en consecuencia, de ayudar a las personas a mirar más allá de sus condiciones de salud para ver en su verdadero espíritu combatiente, una amiga, una hermana, un amor.
Cuando Lucía habla de Ignacio, su novio, al que conoció en una fiesta, le prende por dentro una sonrisa irresistible, una agitación feliz. Habla de un amor tierno y reposado que se extiende más allá de la cuarentena que los separa.
Sacrificio es lo que hacemos por las personas a las que amamos.
Cuando Lucía Bravo nació en el Hospital de Trelew en 2001, su mamá, Patricia Molina, nunca pensó que, a los cinco días de edad, su hija iba a tener que viajar de urgencia en un avión sanitario para ser intervenida quirúrgicamente en una clínica de Buenos Aires. Los doctores habían descubierto que nació con mielomeningocele, un tipo grave de espina bífida.
A poco de cumplir los 19 años, ella y su familia guardan una historia única que permitieron compartir junto a JornadaPlay.
“Hasta los cuatro años vivió prácticamente internada”, cuenta su mamá.
Lucía tuvo sus luchas, pero nunca permitió que eso la desvirtuara de sus propios objetivos personales y, en consecuencia, de ayudar a las personas a mirar más allá de sus condiciones de salud para ver en su verdadero espíritu combatiente, una amiga, una hermana, un amor.
Cuando Lucía habla de Ignacio, su novio, al que conoció en una fiesta, le prende por dentro una sonrisa irresistible, una agitación feliz. Habla de un amor tierno y reposado que se extiende más allá de la cuarentena que los separa.