A medio siglo del debut más extraordinario que un jugador de fútbol tuvo ante su clásico rival

Fue un 3 de febrero de 1974 y por la primera fecha del Torneo Metropolitano. En La Bombonera, Boca le ganaba a River por 5 a 2 con la actuación descollante de Carlos María García Cambón, hombre que había venido de Chacarita Juniors.

03 FEB 2024 - 19:47 | Actualizado 03 FEB 2024 - 19:52

Por Juan Miguel Bigrevich

Hace 50 años, se producía el debut más extraordinario de un jugador de fútbol en la primera división del fútbol argentino. Jugando para Boca, Carlos María García Cambón le convertía en la primera fecha del entonces Torneo metropolitano de fútbol 4 a goles a River en partido más importante de la jornada dominguera y en una nueva edición del superclásico nacional.

La extraordinaria actuación del recién llegado de Chacarita, con la que había salido campeón en el Torneo Nacional de 1969 tras apabullar, también, a River por 4 a 1 despertó el entusiasmo de la grey bostera y del presidente del xeneize Alberto J. Armando. La primera inventó el cancionero “Borom Bom bom…borom bom bom…Carlos María García Cambón”. El segundo con lafrase “…con estos cuatro goles, la incorporación ya es un acierto”.

Un 3 de febeo de 1974, el 9 hizo los goles a los 2 y 37 minutos del primer tiempo y a los 21 y 26 de la segunda mitad; Enzo Ferrero de penal al minuto del segundo tiempo y Ghiso y Wolf –también de penal- a los 16 de cada tiempo decoraron un resultado que puso en las tapas de todos los medios gráficos de la época a la nueva figura de un Boca que jugaba muy lindo pero que ganó ningún campeonato.

Ese equipo de Rogelio Domínguez que utilizaba un inolvidable pantalón corto adidas amarillo adelante y azul atrás lo componía Rubén Omar Sánchez en el arco, Pernía, Nicolau, Rogel y Tarantini, Benítez, Trobbiani y Potente, Mané Ponce, García Cambón y Ferrero y fue la base inicial de César Menotti en el seleccionado nacional.

Sin embargo, así como entusiasmaba, también provocaba grandes decisiones. Con escaso equilibrio y con falla de carácter en situaciones difíciles; Boca era capaz de meter 7 a Argentinos Juniors, 6 a San Lorenzo y 5 a River y caer luego y consecutivamente con Ferro, Newells y Colón por la mínima semanas después.

No obstante ello, llegó a las instancias finales de los dos campeonatos del año ganados por el rojinegro rosarino y el San Lorenzo de Zubeldía. Derrotas que llevó a maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio.

Empero, los 4 goles de García Cambón a Ubaldo Matildo Fillol provocó un ensordecedor estampido en donde el canto fue un canto de todos que reveló a este moderno César en su apogeo hormonal. Con la espalda a la Casa Amarilla, su gente - más obstinada que el destino- tuvo relámpagos de dramas, instantes de pánico y ruegos agonizantes y un amor eterno con un hombre que siguió con los cortos hasta mediados del 76 cuando Juan Carlos “Toto” Lorenzo con la definición de “si quieren chiches vayan a la juguetería”, decidió que no siguiera más e iniciara un derrotero que lo llevó hasta Loma Negra de Olavarría, visitante, incluso nuestra zona cuando se midió a la selección del Valle en aquel recordado Torneo Beccar Varela a principios de los 80 ganado por el conjunto de Amalita Lacroze con comodidad.

Esa memorable actuación de quién, tiempo después, inició el ciclo invicto que lo finalizó Carlos Bianchi trascendió los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción y lo convierte en un huésped con rango familiar. Que abraza a cada uno con su mirada. Es simple y desenfrenado, como debe ser el amor. Y eso es lo que provoca la sola mención de su nombre. El que retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo.

García Cambón, con esos cuatro goles, convirtió a Boca en más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno, produciendo en una brutal rapsodia de placer mundano que erosiona la energía visceral de querer ser por un gesto que lo impulsa a seguir siendo y que desde las tribunas murmurantes de angustia se convierte en un gladiador acerado perdido en una historia centenaria.

La evocación flashea como un rayo aterrador y luminoso un club con anarquismo fundacional y peronismo tribunero y evoca a sus hinchas vociferantes y orgullosos que llegan con su prédica de la dicha pasada y la esperanza del mañana, reemplazando ídolos. Y la llama de un recuerdo que permanece ardiente. Metido en la profundidad de las cosas que nunca podrán olvidarse. El día del debut soñado, haciendo cuatro goles al rival de toda la vida, en un récord aún no igualado a pesar de los pesares. De propios y ajenos.

Si. En ella, ha pasado la vida; que se siente en las caderas; también en la lengua y, sobre todo, en el pecho. En ellas, ha pasado un amor definitivo; cómplice, admirado e intensamente inseguro. Sin freno, versánico, a veces infantil, con la camisa empapada de sudor y el pantaloncito sin bolsillos. Es la memoria. El único paraíso del cual nadie nos puede expulsar. Como los cuatro goles de García Cambón a River.

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03 FEB 2024 - 19:47

Por Juan Miguel Bigrevich

Hace 50 años, se producía el debut más extraordinario de un jugador de fútbol en la primera división del fútbol argentino. Jugando para Boca, Carlos María García Cambón le convertía en la primera fecha del entonces Torneo metropolitano de fútbol 4 a goles a River en partido más importante de la jornada dominguera y en una nueva edición del superclásico nacional.

La extraordinaria actuación del recién llegado de Chacarita, con la que había salido campeón en el Torneo Nacional de 1969 tras apabullar, también, a River por 4 a 1 despertó el entusiasmo de la grey bostera y del presidente del xeneize Alberto J. Armando. La primera inventó el cancionero “Borom Bom bom…borom bom bom…Carlos María García Cambón”. El segundo con lafrase “…con estos cuatro goles, la incorporación ya es un acierto”.

Un 3 de febeo de 1974, el 9 hizo los goles a los 2 y 37 minutos del primer tiempo y a los 21 y 26 de la segunda mitad; Enzo Ferrero de penal al minuto del segundo tiempo y Ghiso y Wolf –también de penal- a los 16 de cada tiempo decoraron un resultado que puso en las tapas de todos los medios gráficos de la época a la nueva figura de un Boca que jugaba muy lindo pero que ganó ningún campeonato.

Ese equipo de Rogelio Domínguez que utilizaba un inolvidable pantalón corto adidas amarillo adelante y azul atrás lo componía Rubén Omar Sánchez en el arco, Pernía, Nicolau, Rogel y Tarantini, Benítez, Trobbiani y Potente, Mané Ponce, García Cambón y Ferrero y fue la base inicial de César Menotti en el seleccionado nacional.

Sin embargo, así como entusiasmaba, también provocaba grandes decisiones. Con escaso equilibrio y con falla de carácter en situaciones difíciles; Boca era capaz de meter 7 a Argentinos Juniors, 6 a San Lorenzo y 5 a River y caer luego y consecutivamente con Ferro, Newells y Colón por la mínima semanas después.

No obstante ello, llegó a las instancias finales de los dos campeonatos del año ganados por el rojinegro rosarino y el San Lorenzo de Zubeldía. Derrotas que llevó a maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio.

Empero, los 4 goles de García Cambón a Ubaldo Matildo Fillol provocó un ensordecedor estampido en donde el canto fue un canto de todos que reveló a este moderno César en su apogeo hormonal. Con la espalda a la Casa Amarilla, su gente - más obstinada que el destino- tuvo relámpagos de dramas, instantes de pánico y ruegos agonizantes y un amor eterno con un hombre que siguió con los cortos hasta mediados del 76 cuando Juan Carlos “Toto” Lorenzo con la definición de “si quieren chiches vayan a la juguetería”, decidió que no siguiera más e iniciara un derrotero que lo llevó hasta Loma Negra de Olavarría, visitante, incluso nuestra zona cuando se midió a la selección del Valle en aquel recordado Torneo Beccar Varela a principios de los 80 ganado por el conjunto de Amalita Lacroze con comodidad.

Esa memorable actuación de quién, tiempo después, inició el ciclo invicto que lo finalizó Carlos Bianchi trascendió los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción y lo convierte en un huésped con rango familiar. Que abraza a cada uno con su mirada. Es simple y desenfrenado, como debe ser el amor. Y eso es lo que provoca la sola mención de su nombre. El que retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo.

García Cambón, con esos cuatro goles, convirtió a Boca en más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno, produciendo en una brutal rapsodia de placer mundano que erosiona la energía visceral de querer ser por un gesto que lo impulsa a seguir siendo y que desde las tribunas murmurantes de angustia se convierte en un gladiador acerado perdido en una historia centenaria.

La evocación flashea como un rayo aterrador y luminoso un club con anarquismo fundacional y peronismo tribunero y evoca a sus hinchas vociferantes y orgullosos que llegan con su prédica de la dicha pasada y la esperanza del mañana, reemplazando ídolos. Y la llama de un recuerdo que permanece ardiente. Metido en la profundidad de las cosas que nunca podrán olvidarse. El día del debut soñado, haciendo cuatro goles al rival de toda la vida, en un récord aún no igualado a pesar de los pesares. De propios y ajenos.

Si. En ella, ha pasado la vida; que se siente en las caderas; también en la lengua y, sobre todo, en el pecho. En ellas, ha pasado un amor definitivo; cómplice, admirado e intensamente inseguro. Sin freno, versánico, a veces infantil, con la camisa empapada de sudor y el pantaloncito sin bolsillos. Es la memoria. El único paraíso del cual nadie nos puede expulsar. Como los cuatro goles de García Cambón a River.