Los sobrevivientes al choque quedaron atrapados por las montañas nevadas a casi 4,000 m de altitud, sin comida suficiente, sin agua, sin vestimenta adecuada y soportando temperaturas menores a -30ºC. Al décimo día se enteraron, a través de un pequeño receptor de radio, que la búsqueda del avión había sido suspendida, dándoselos por muertos.
Sabiéndose abandonados, la salida de ese lugar quedaba exclusivamente en sus propios intentos de encontrar un camino al valle. Finalmente, dos de los sobrevivientes lograron, con enorme sacrificio y en condiciones inhumanas, cruzar a pie la cadena montañosa de los Andes. Tras caminar 10 días, encontraron al arriero Sergio Catalán, quien salió en busca de ayuda y regresó con un grupo de rescate. Concluyeron así 72 días de hambre, dolor, sufrimiento y esperanza.
Para sobrevivir, los accidentados tuvieron que elaborar tecnologías alternativas: producir agua a bajísima temperatura utilizando la nieve, emplear las fundas de los asientos para confeccionar abrigos precarios, improvisar camillas para los heridos, convertir los almohadones en raquetas para no hundirse en la nieve, armar lentes para protegerse del reflejo y la agresión ultravioleta.
La falta de alimento los obligó a tomar la difícil decisión de comer la carne de los cuerpos de los fallecidos como única posibilidad de no morir de inanición.
Los sobrevivientes al choque quedaron atrapados por las montañas nevadas a casi 4,000 m de altitud, sin comida suficiente, sin agua, sin vestimenta adecuada y soportando temperaturas menores a -30ºC. Al décimo día se enteraron, a través de un pequeño receptor de radio, que la búsqueda del avión había sido suspendida, dándoselos por muertos.
Sabiéndose abandonados, la salida de ese lugar quedaba exclusivamente en sus propios intentos de encontrar un camino al valle. Finalmente, dos de los sobrevivientes lograron, con enorme sacrificio y en condiciones inhumanas, cruzar a pie la cadena montañosa de los Andes. Tras caminar 10 días, encontraron al arriero Sergio Catalán, quien salió en busca de ayuda y regresó con un grupo de rescate. Concluyeron así 72 días de hambre, dolor, sufrimiento y esperanza.
Para sobrevivir, los accidentados tuvieron que elaborar tecnologías alternativas: producir agua a bajísima temperatura utilizando la nieve, emplear las fundas de los asientos para confeccionar abrigos precarios, improvisar camillas para los heridos, convertir los almohadones en raquetas para no hundirse en la nieve, armar lentes para protegerse del reflejo y la agresión ultravioleta.
La falta de alimento los obligó a tomar la difícil decisión de comer la carne de los cuerpos de los fallecidos como única posibilidad de no morir de inanición.