Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Puerto Madryn será una fiesta. Una de esas que el viento anuncia con banderas y el mar celebra con espuma. El 2 de diciembre, el Abel Sastre —el templo aurinegro del Deportivo Madryn— se vestirá de historia. Es que, por primera vez en la biografía del fútbol, una selección argentina disputará un partido oficial en la provincia del Chubut.
No será un amistoso, ni un simple espectáculo. Será un encuentro por las eliminatorias rumbo al Mundial de Brasil, y lo protagonizará la selección argentina de fútbol femenino, que enfrentará a Bolivia en un duelo que promete emociones y símbolos por igual y por la cuarta fecha de la llamada Liga de Naciones.
Será mucho más que un encuentro deportivo: será una bandera, una reparación. Porque el fútbol femenino, tantas veces orillado, tendrá su puerto, su espacio, su voz multiplicada. En ese rectángulo de césped, las jugadoras no solo disputarán puntos, sino también memoria, dignidad y pertenencia.
Será una jornada donde el sur, tantas veces mirado desde arriba o desde lejos, se pondrá en el centro del mapa. El viento patagónico, que siempre parece soplar con orgullo y rebeldía, llevará consigo los cánticos, los abrazos y los colores que harán vibrar las tribunas. Habrá celeste y blanco, pero también el rojo, amarillo y verde de una comunidad boliviana numerosa y fervorosa que dirá presente, llenando el estadio con su alegría y su respeto. Como un río de colores, trenzando raíces y esperanzas.
Será un encuentro de pueblos y de pasiones; una postal viva de lo que puede el fútbol cuando se convierte en idioma común.
El estadio Abel Sastre será entonces más que un campo de juego: será escenario, altar y testigo. En su césped se posará la historia, esa que a veces tarda pero llega, como llega la lluvia sobre la estepa. Las jugadoras argentinas saldrán con la camiseta pegada al alma, sabiendo que cada paso en ese suelo tiene el peso de lo inédito y el valor de lo que se conquista por derecho. Porque este partido no sólo busca tres puntos. Busca reconocimiento, visibilidad y justicia deportiva para un fútbol que ha aprendido a patear también las puertas que le cerraban.
Madryn, la ciudad de las mareas y las ballenas, será ese día el faro del fútbol femenino nacional. Desde el muelle hasta el estadio, el aire olerá a orgullo, a pertenencia, a historia que por fin llega al sur. Y el aurinegro, ese club que supo soñar con imposibles y que hoy mira de frente al futuro, será anfitrión de un acontecimiento que lo trasciende: el debut oficial de una selección argentina en tierra chubutense.
Porque el fútbol, cuando es verdadero, no tiene coordenadas: se juega en el alma. Y en el alma del sur, ese 2 de diciembre quedará grabado como un amanecer distinto, con banderas que flamearán contra el viento y voces que dirán, al unísono, que el sur también existe. Que el fútbol femenino también existe. Y que ya nada podrá ser borrado. Ni los goles, ni la emoción, ni la certeza de que, por fin, la historia decidió jugar de local en Chubut.

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Puerto Madryn será una fiesta. Una de esas que el viento anuncia con banderas y el mar celebra con espuma. El 2 de diciembre, el Abel Sastre —el templo aurinegro del Deportivo Madryn— se vestirá de historia. Es que, por primera vez en la biografía del fútbol, una selección argentina disputará un partido oficial en la provincia del Chubut.
No será un amistoso, ni un simple espectáculo. Será un encuentro por las eliminatorias rumbo al Mundial de Brasil, y lo protagonizará la selección argentina de fútbol femenino, que enfrentará a Bolivia en un duelo que promete emociones y símbolos por igual y por la cuarta fecha de la llamada Liga de Naciones.
Será mucho más que un encuentro deportivo: será una bandera, una reparación. Porque el fútbol femenino, tantas veces orillado, tendrá su puerto, su espacio, su voz multiplicada. En ese rectángulo de césped, las jugadoras no solo disputarán puntos, sino también memoria, dignidad y pertenencia.
Será una jornada donde el sur, tantas veces mirado desde arriba o desde lejos, se pondrá en el centro del mapa. El viento patagónico, que siempre parece soplar con orgullo y rebeldía, llevará consigo los cánticos, los abrazos y los colores que harán vibrar las tribunas. Habrá celeste y blanco, pero también el rojo, amarillo y verde de una comunidad boliviana numerosa y fervorosa que dirá presente, llenando el estadio con su alegría y su respeto. Como un río de colores, trenzando raíces y esperanzas.
Será un encuentro de pueblos y de pasiones; una postal viva de lo que puede el fútbol cuando se convierte en idioma común.
El estadio Abel Sastre será entonces más que un campo de juego: será escenario, altar y testigo. En su césped se posará la historia, esa que a veces tarda pero llega, como llega la lluvia sobre la estepa. Las jugadoras argentinas saldrán con la camiseta pegada al alma, sabiendo que cada paso en ese suelo tiene el peso de lo inédito y el valor de lo que se conquista por derecho. Porque este partido no sólo busca tres puntos. Busca reconocimiento, visibilidad y justicia deportiva para un fútbol que ha aprendido a patear también las puertas que le cerraban.
Madryn, la ciudad de las mareas y las ballenas, será ese día el faro del fútbol femenino nacional. Desde el muelle hasta el estadio, el aire olerá a orgullo, a pertenencia, a historia que por fin llega al sur. Y el aurinegro, ese club que supo soñar con imposibles y que hoy mira de frente al futuro, será anfitrión de un acontecimiento que lo trasciende: el debut oficial de una selección argentina en tierra chubutense.
Porque el fútbol, cuando es verdadero, no tiene coordenadas: se juega en el alma. Y en el alma del sur, ese 2 de diciembre quedará grabado como un amanecer distinto, con banderas que flamearán contra el viento y voces que dirán, al unísono, que el sur también existe. Que el fútbol femenino también existe. Y que ya nada podrá ser borrado. Ni los goles, ni la emoción, ni la certeza de que, por fin, la historia decidió jugar de local en Chubut.