Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Podrán decir que Deportivo Madryn es el mimado de la dirigencia de la AFA, pero no podrán negar que desde las orillas del Golfo Nuevo se hicieron las cosas muy bien desde hace más de una década. Podrán alegar favoritismos, pero no podrán expresar que a lo largo de un extenuante torneo fue uno de los mejores equipos de la Primera Nacional. Podrán mancillar el honor y las buenas costumbres patagónicas, pero no podrán indicar que nadie dio tantas vueltas al mundo como él; ese que jugó en todos los climas, en todas las geografías, que conoció desde los desiertos de polvo hasta los pastos húmedos del norte.
Podrán denunciar privilegios, cuando los privilegiados siempre fueron ellos, los de los grandes aeropuertos y los viajes cortos, los que nunca tuvieron que juntar monedas para un colectivo al amanecer, los que no conocen el silencio de la ruta 3 ni el viento que te empuja de costado mientras cruzás el país. Podrán ser quejosos porque tienen que “viajar al fondo del mapa”, aunque jamás se plantearon que desde ese fondo se sale a flote, que en ese confín llamado Patagonia se aprende a remar incluso cuando el mar está en contra.
Podrán hablar de ilusiones regionales, cuando la Patagonia fue, históricamente, una tierra olvidada, un espacio de mapas que sólo servía para medir distancias, pero no para soñar. En todo, y por casi todos, olvidada. Por eso, cada paso de Deportivo Madryn es una pequeña venganza poética contra esa desmemoria. Es el viento que devuelve palabras, el eco que responde “aquí estamos” cuando el resto cree que no hay nadie.
Podrán calumniar, sostener diatribas lacerantes, escribir páginas cargadas de sospecha, pero no podrán admitir su inferioridad e impotencia adentro y afuera de un rectángulo de juego. Porque en la cancha no hay GPS que marque privilegios ni brújula que favorezca al sur. Ahí sólo cuentan los pies, el corazón y la historia. Y Madryn tiene las tres cosas.
Podrán alegar realidades imaginarias, inventar conspiraciones de escritorio, sembrar dudas donde crece la fe, pero no podrán negar los sueños. Porque los sueños no entienden de kilómetros ni de categorías; los sueños son los únicos viajes que siempre llegan.
Deportivo Madryn no nació entre luces; nació entre vientos. No creció con padrinos; creció con ganas. No busca privilegios; busca justicia deportiva. Nació a orillas del mar, pero aprendió a pelear tierra adentro. Aprendió que en el sur todo cuesta más: la nafta, el pan, el sol, la atención y el respeto. Pero también aprendió que lo que cuesta más, se disfruta más. Que los goles gritan distinto cuando se gritan contra todo.
Podrán decir que Madryn es el capricho de un dirigente, pero los caprichos no viajan miles de kilómetros para empatar en canchas de barro. Podrán decir que es el elegido del poder, pero el poder no se suda con camisetas empapadas en frío ni se grita con gargantas que sangran de emoción. Podrán decir lo que quieran, pero no podrán sentir lo que siente un hincha del sur cuando su equipo rompe el horizonte.

Porque el aurinegro no es solo un club; es un manifiesto. Es la respuesta a un país que mira poco hacia abajo del mapa. Es la voz del viento que ruge en cada avance, la furia del mar que no se cansa de golpear la costa, la obstinación de un pueblo que no se resigna a ser espectador.
A dos peldaños de la Primera, Deportivo Madryn ya no camina: flota. Flota sobre los prejuicios, sobre las críticas, sobre las sospechas. Flota porque aprendió a navegar tormentas. Flota porque sabe que ese sueño, cuando es compartido, tiene el peso justo para no hundirse.
Podrán decir muchas cosas. Pero no podrán negar que ese sueño viene soplado desde el viento más austral, que trae olor a sal y a sacrificio. Que ese sueño tiene nombre, camiseta y un pueblo entero detrás. Que si alguna vez el fútbol tuvo una deuda con el sur, el que tiene los colores amarillo y negro la está cobrando con goles, con viajes, con humildad y con fuego.
Podrán decir lo que quieran. Pero cuando Deportivo Madryn toque el cielo de la Primera, el país entero sabrá que desde el fondo del mapa también se puede ver el sol.
Podrán decir lo que quieran, pero “El Madryn” edificó una escalera al cielo respetando su historia y su linaje. La fue levantando peldaño a peldaño, con madera del sur y clavos de sudestadas. No pidió permiso: sopló su propio destino, navegó entre tormentas y ancló en la fe de los suyos. No trepó por atajos ni por sogas ajenas: subió con el pulso del que conoce el frío y aun así enciende fuego. Cada paso fue un eco de su historia, cada peldaño, una huella de sus viejas utopías. Porque “El Madryn” no sube por sí solo; florece en el cielo, con raíces de arena y alma de mar.
En fin, podrán decir que Deportivo Madryn es un soñador. Pero no es el único.

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Podrán decir que Deportivo Madryn es el mimado de la dirigencia de la AFA, pero no podrán negar que desde las orillas del Golfo Nuevo se hicieron las cosas muy bien desde hace más de una década. Podrán alegar favoritismos, pero no podrán expresar que a lo largo de un extenuante torneo fue uno de los mejores equipos de la Primera Nacional. Podrán mancillar el honor y las buenas costumbres patagónicas, pero no podrán indicar que nadie dio tantas vueltas al mundo como él; ese que jugó en todos los climas, en todas las geografías, que conoció desde los desiertos de polvo hasta los pastos húmedos del norte.
Podrán denunciar privilegios, cuando los privilegiados siempre fueron ellos, los de los grandes aeropuertos y los viajes cortos, los que nunca tuvieron que juntar monedas para un colectivo al amanecer, los que no conocen el silencio de la ruta 3 ni el viento que te empuja de costado mientras cruzás el país. Podrán ser quejosos porque tienen que “viajar al fondo del mapa”, aunque jamás se plantearon que desde ese fondo se sale a flote, que en ese confín llamado Patagonia se aprende a remar incluso cuando el mar está en contra.
Podrán hablar de ilusiones regionales, cuando la Patagonia fue, históricamente, una tierra olvidada, un espacio de mapas que sólo servía para medir distancias, pero no para soñar. En todo, y por casi todos, olvidada. Por eso, cada paso de Deportivo Madryn es una pequeña venganza poética contra esa desmemoria. Es el viento que devuelve palabras, el eco que responde “aquí estamos” cuando el resto cree que no hay nadie.
Podrán calumniar, sostener diatribas lacerantes, escribir páginas cargadas de sospecha, pero no podrán admitir su inferioridad e impotencia adentro y afuera de un rectángulo de juego. Porque en la cancha no hay GPS que marque privilegios ni brújula que favorezca al sur. Ahí sólo cuentan los pies, el corazón y la historia. Y Madryn tiene las tres cosas.
Podrán alegar realidades imaginarias, inventar conspiraciones de escritorio, sembrar dudas donde crece la fe, pero no podrán negar los sueños. Porque los sueños no entienden de kilómetros ni de categorías; los sueños son los únicos viajes que siempre llegan.
Deportivo Madryn no nació entre luces; nació entre vientos. No creció con padrinos; creció con ganas. No busca privilegios; busca justicia deportiva. Nació a orillas del mar, pero aprendió a pelear tierra adentro. Aprendió que en el sur todo cuesta más: la nafta, el pan, el sol, la atención y el respeto. Pero también aprendió que lo que cuesta más, se disfruta más. Que los goles gritan distinto cuando se gritan contra todo.
Podrán decir que Madryn es el capricho de un dirigente, pero los caprichos no viajan miles de kilómetros para empatar en canchas de barro. Podrán decir que es el elegido del poder, pero el poder no se suda con camisetas empapadas en frío ni se grita con gargantas que sangran de emoción. Podrán decir lo que quieran, pero no podrán sentir lo que siente un hincha del sur cuando su equipo rompe el horizonte.

Porque el aurinegro no es solo un club; es un manifiesto. Es la respuesta a un país que mira poco hacia abajo del mapa. Es la voz del viento que ruge en cada avance, la furia del mar que no se cansa de golpear la costa, la obstinación de un pueblo que no se resigna a ser espectador.
A dos peldaños de la Primera, Deportivo Madryn ya no camina: flota. Flota sobre los prejuicios, sobre las críticas, sobre las sospechas. Flota porque aprendió a navegar tormentas. Flota porque sabe que ese sueño, cuando es compartido, tiene el peso justo para no hundirse.
Podrán decir muchas cosas. Pero no podrán negar que ese sueño viene soplado desde el viento más austral, que trae olor a sal y a sacrificio. Que ese sueño tiene nombre, camiseta y un pueblo entero detrás. Que si alguna vez el fútbol tuvo una deuda con el sur, el que tiene los colores amarillo y negro la está cobrando con goles, con viajes, con humildad y con fuego.
Podrán decir lo que quieran. Pero cuando Deportivo Madryn toque el cielo de la Primera, el país entero sabrá que desde el fondo del mapa también se puede ver el sol.
Podrán decir lo que quieran, pero “El Madryn” edificó una escalera al cielo respetando su historia y su linaje. La fue levantando peldaño a peldaño, con madera del sur y clavos de sudestadas. No pidió permiso: sopló su propio destino, navegó entre tormentas y ancló en la fe de los suyos. No trepó por atajos ni por sogas ajenas: subió con el pulso del que conoce el frío y aun así enciende fuego. Cada paso fue un eco de su historia, cada peldaño, una huella de sus viejas utopías. Porque “El Madryn” no sube por sí solo; florece en el cielo, con raíces de arena y alma de mar.
En fin, podrán decir que Deportivo Madryn es un soñador. Pero no es el único.