Por Omar Rodríguez, Fiscal jefe de la Unidad Anticorrupción
La realización de conductas desviadas, disvaliosas, reñidas con las normas tiene que ver con la ausencia de valores esenciales como la rectitud, honestidad, solidaridad, etcétera. Esa carencia de valores esenciales enraizados en principios éticos y morales contribuyen a la expansión de conductas desviadas como la corrupción.
En este punto hay que hablar de educación, familiar, escolar, ciudadana, y por supuesto educación en valores. Todo hace al desarrollo de una cultura de respeto por el otro, de respeto por la dignidad humana como valor supremo. Insisto, cuando la escala de valores no existe o la que existe resulta débil, las prácticas corruptas aparecen de inmediato y su desarrollo toman forma de pandemia.
Entornos propensos a cometer conductas reñidas con la ética y mo ral también influyen en la comisión de ciertas conductas, aunque más no sea en pequeñas porciones, donde la máxima preponderante es del tipo de “todo el mundo lo hace” o “si yo no lo hago lo va a hacer otro”. Este tipo de conductas son aprendidas y retroalimentadas por el entorno, el cual presiona para fomentar ciertas prácticas.
Esa repetición sostenida en el tiempo convierte a la corrupción en sistémica. Leyes de carácter administrativas redactadas de manera ambigua o poco claras, falta de controles externos, o controles gubernamentales pocos eficientes desde el punto de vista del análisis integro de los hechos, recayendo su mirada solamente en aspectos formales.
Se han creado leyes, auditorías, sistemas de vigilancia, es decir, controles externos. Existen pocos instrumentos dirigidos a la parte interna del ser, es decir, a su educación, a sus percepciones, a sus convicciones y valores. Cuando se rescatan y fomentan los valores éticos, estos fortalecen, motivan y dan integridad y dignidad a la conducta del individuo, generando una conducta libre, orientada a la realización del bien mediante el cumplimiento del deber.
En materia de corrupción, como en la comisión de cualquier otro delito, se hacen cálculos. El cálculo de emprender dicha empresa criminal de alguna manera depende de cuáles son los riegos que se corran y la expectativa de ganancias. Es decir: ¿cuál es la posibilidad de que me atrapen? Y si me atrapan, ¿cuál es la probabilidad de que me castiguen? Y si me castigan, ¿cuán malo será? Y por último, ¿cuál es el beneficio que obtendré en la contratación ilegítima o ilegal?
Como expresara Gary S. Becker, premio Nobel de Economía, “una persona comete un delito si la utilidad esperada para él excede la utilidad que podría obtener usando su tiempo y otros recursos en otras actividades. Algunas personas se convierten en “criminales”, por lo tanto, no porque su motivación básica difiera de la de otras personas sino porque sus beneficios y costos difieren”.#
Por Omar Rodríguez, Fiscal jefe de la Unidad Anticorrupción
La realización de conductas desviadas, disvaliosas, reñidas con las normas tiene que ver con la ausencia de valores esenciales como la rectitud, honestidad, solidaridad, etcétera. Esa carencia de valores esenciales enraizados en principios éticos y morales contribuyen a la expansión de conductas desviadas como la corrupción.
En este punto hay que hablar de educación, familiar, escolar, ciudadana, y por supuesto educación en valores. Todo hace al desarrollo de una cultura de respeto por el otro, de respeto por la dignidad humana como valor supremo. Insisto, cuando la escala de valores no existe o la que existe resulta débil, las prácticas corruptas aparecen de inmediato y su desarrollo toman forma de pandemia.
Entornos propensos a cometer conductas reñidas con la ética y mo ral también influyen en la comisión de ciertas conductas, aunque más no sea en pequeñas porciones, donde la máxima preponderante es del tipo de “todo el mundo lo hace” o “si yo no lo hago lo va a hacer otro”. Este tipo de conductas son aprendidas y retroalimentadas por el entorno, el cual presiona para fomentar ciertas prácticas.
Esa repetición sostenida en el tiempo convierte a la corrupción en sistémica. Leyes de carácter administrativas redactadas de manera ambigua o poco claras, falta de controles externos, o controles gubernamentales pocos eficientes desde el punto de vista del análisis integro de los hechos, recayendo su mirada solamente en aspectos formales.
Se han creado leyes, auditorías, sistemas de vigilancia, es decir, controles externos. Existen pocos instrumentos dirigidos a la parte interna del ser, es decir, a su educación, a sus percepciones, a sus convicciones y valores. Cuando se rescatan y fomentan los valores éticos, estos fortalecen, motivan y dan integridad y dignidad a la conducta del individuo, generando una conducta libre, orientada a la realización del bien mediante el cumplimiento del deber.
En materia de corrupción, como en la comisión de cualquier otro delito, se hacen cálculos. El cálculo de emprender dicha empresa criminal de alguna manera depende de cuáles son los riegos que se corran y la expectativa de ganancias. Es decir: ¿cuál es la posibilidad de que me atrapen? Y si me atrapan, ¿cuál es la probabilidad de que me castiguen? Y si me castigan, ¿cuán malo será? Y por último, ¿cuál es el beneficio que obtendré en la contratación ilegítima o ilegal?
Como expresara Gary S. Becker, premio Nobel de Economía, “una persona comete un delito si la utilidad esperada para él excede la utilidad que podría obtener usando su tiempo y otros recursos en otras actividades. Algunas personas se convierten en “criminales”, por lo tanto, no porque su motivación básica difiera de la de otras personas sino porque sus beneficios y costos difieren”.#