Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Luciano De Maio
Emile Griffith fue un crack. Del boxeo. Y también del diseño de sombreros. Para damas. Nacido en las Islas Vírgenes estadounidenses (esos enclaves lavadores de categoría B para el mundo yanqui) fue campeón mundial en dos categorías. La welter y la mediano, Peleó con todos. Ganó y perdió. Más ganó. Se enfrentó dos veces con Carlos Monzón. En una, el santafesino ganó de dope. En la otra, lo demolió.
El negro ya estaba viejo y golpeado. Por afuera y por adentro. Es que en 1962, mató a un boxeador en una pelea por el título mediano. Benny Kid Paret se hacía llamar quién fue su víctima. Era cubano. Residente de la Miami anticastrista y a los Jonnhys les sirvió el rival. Pero éste cometió un error. Por bocón. En la clásica conferencia de la previa a la pelea, lo calificó a Emile de “maricón” en el pesaje. Literalmente. En un intento de degradarlo por su condición de homosexual. Y Emile lo mató a piñazos. También, literalmente. En el 12 cuando se peleaba a 15 rounds. De ira. El caribeño estuvo varios días en coma; luego, murió.
Emile Griffith jamás se recuperó de esa muerte sobre el ring y perdió la mayoría de las veces a partir de allí, arrastrándose a un pálido y triste final. Es que Emile sí era homosexual. Y negro. Y boxeador. En los convulsionados 60 y con una niñez carenciada de afectos y sobrepoblada de maltratos, abandonos y discriminación. Lo admitió muchos años después. Ya con dos hijos, una paliza recibida por una patota a la salida de un bar gay y cerca de su adiós definitivo. Lo relativizó, sosteniendo que le gustaban tanto los hombres como las mujeres. Pero, dejó una frase lapidaria y vergonzante para aquellos jueces mezquinos del valor de los demás. "Sigo preguntándome lo extraño que es todo esto. Mato a un hombre y la mayoría lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo a un hombre y esa misma gente lo considera un pecado imperdonable. Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida". Loco mundo. Mundo loco.
Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Luciano De Maio
Emile Griffith fue un crack. Del boxeo. Y también del diseño de sombreros. Para damas. Nacido en las Islas Vírgenes estadounidenses (esos enclaves lavadores de categoría B para el mundo yanqui) fue campeón mundial en dos categorías. La welter y la mediano, Peleó con todos. Ganó y perdió. Más ganó. Se enfrentó dos veces con Carlos Monzón. En una, el santafesino ganó de dope. En la otra, lo demolió.
El negro ya estaba viejo y golpeado. Por afuera y por adentro. Es que en 1962, mató a un boxeador en una pelea por el título mediano. Benny Kid Paret se hacía llamar quién fue su víctima. Era cubano. Residente de la Miami anticastrista y a los Jonnhys les sirvió el rival. Pero éste cometió un error. Por bocón. En la clásica conferencia de la previa a la pelea, lo calificó a Emile de “maricón” en el pesaje. Literalmente. En un intento de degradarlo por su condición de homosexual. Y Emile lo mató a piñazos. También, literalmente. En el 12 cuando se peleaba a 15 rounds. De ira. El caribeño estuvo varios días en coma; luego, murió.
Emile Griffith jamás se recuperó de esa muerte sobre el ring y perdió la mayoría de las veces a partir de allí, arrastrándose a un pálido y triste final. Es que Emile sí era homosexual. Y negro. Y boxeador. En los convulsionados 60 y con una niñez carenciada de afectos y sobrepoblada de maltratos, abandonos y discriminación. Lo admitió muchos años después. Ya con dos hijos, una paliza recibida por una patota a la salida de un bar gay y cerca de su adiós definitivo. Lo relativizó, sosteniendo que le gustaban tanto los hombres como las mujeres. Pero, dejó una frase lapidaria y vergonzante para aquellos jueces mezquinos del valor de los demás. "Sigo preguntándome lo extraño que es todo esto. Mato a un hombre y la mayoría lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo a un hombre y esa misma gente lo considera un pecado imperdonable. Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida". Loco mundo. Mundo loco.