Sin molde, sin paz ni olvido
Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Luciano De Maio
No había podido dormir durante toda la noche. Su casa, precaria, era una fiesta de risa y llanto entremezclados. Le faltaban 10 días para cumplir los 16 e iba con ese número y al banco para enfrentar al gran Talleres de Córdoba por la octava fecha de la Zona D del Torneo Nacional de 1976. Salió de Fiorito a las 10 y 30. Se había puesto lo mejor que tenía. Una camisa blanca recién planchada por la Tota y un pantalón corderoy turquesa, el único que tenía para los días importantes. Tomó el tren a Valentín Alsina y a eso de las 12 llegó a La Paternal a bordo del 44. Como todos los días. Aunque ese día no era como todos los días. Comió un churrasco con ensalada con sus compañeros y cruzaron caminando hasta la cancha que ya estaba llena de cordobeses que en esa jornada lograron una recaudación de 127 millones de pesos viejos. Nunca había visto esa cancha tan llena. ¿Sería por la T?. ¿O por él?. Vaya uno a saber.
El técnico del Bicho, Juan Carlos Montes le había dicho 24 horas antes que iba de suplente pero que capaz que ingresaba. Se vistió en la punta de un sencillo banco comunitario del vestuario local debajo de la platea. Medias blancas, pantalón rojo Sportlandia y camiseta roja con una banda blanca. La 16. Números en rojo y bordados con color nieve. A los 33 del primero, el "Hacha" Luis Ludueña puso el 1 a 0 para los de azul y blanco y que a la postre iba a ser el resultado final. Pero, promediando la segunda mitad, Montes, el paternal. Lo llamó. "Nene". "Nene",
"Venga". Sin tuteo, le dijo "Vaya, Diego. Juegue como usted sabe y si puede tire un caño". Calentó no más de 30 segundos y entregó por el tano Giacobetti (que se dio cuenta que no iba a jugar más y que en el futuro iba a ser reporteado –por los siglos de los siglos- como el jugador que fue reemplazado por el rey). Y empezó a juntarse con Carlitos Fren y el otro tano, Di Donato.
Lo atendieron enseguida; pero en la tercera pelota que agarró le metió un caño a un 5 fiero como Juan Domingo Patricio Cabrera que lo puteó hasta en arameo y metió a su rival en el área hasta el final y que terminó pidiendo la hora porque un morochito, gambudo y retacón y lleno de rulos los volvió locos con su gambeta y que a la edad de los cuentos escucharía su primera ovación.
A 48 años del debut del más grande jugador de todos los tiempos, cuando sólo un sueño era la esperanza, vale el recuerdo. Cuando la sola mención de su nombre consigue dibujar una sonrisa, henchir de orgullo los corazones y modular las voces con el timbre del entusiasmo, sirve la remembranza
A 48 años del nacimiento de la leyenda de un pobre y pequeño mortal que ayudó a un país a superar sus tristezas, se evoca a la emoción.
A 48 años del primer caño de un Dios sucio, humano. Sin molde, sin paz ni olvido. Diego Armando Maradona. El mejor de todos.
Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Luciano De Maio
No había podido dormir durante toda la noche. Su casa, precaria, era una fiesta de risa y llanto entremezclados. Le faltaban 10 días para cumplir los 16 e iba con ese número y al banco para enfrentar al gran Talleres de Córdoba por la octava fecha de la Zona D del Torneo Nacional de 1976. Salió de Fiorito a las 10 y 30. Se había puesto lo mejor que tenía. Una camisa blanca recién planchada por la Tota y un pantalón corderoy turquesa, el único que tenía para los días importantes. Tomó el tren a Valentín Alsina y a eso de las 12 llegó a La Paternal a bordo del 44. Como todos los días. Aunque ese día no era como todos los días. Comió un churrasco con ensalada con sus compañeros y cruzaron caminando hasta la cancha que ya estaba llena de cordobeses que en esa jornada lograron una recaudación de 127 millones de pesos viejos. Nunca había visto esa cancha tan llena. ¿Sería por la T?. ¿O por él?. Vaya uno a saber.
El técnico del Bicho, Juan Carlos Montes le había dicho 24 horas antes que iba de suplente pero que capaz que ingresaba. Se vistió en la punta de un sencillo banco comunitario del vestuario local debajo de la platea. Medias blancas, pantalón rojo Sportlandia y camiseta roja con una banda blanca. La 16. Números en rojo y bordados con color nieve. A los 33 del primero, el "Hacha" Luis Ludueña puso el 1 a 0 para los de azul y blanco y que a la postre iba a ser el resultado final. Pero, promediando la segunda mitad, Montes, el paternal. Lo llamó. "Nene". "Nene",
"Venga". Sin tuteo, le dijo "Vaya, Diego. Juegue como usted sabe y si puede tire un caño". Calentó no más de 30 segundos y entregó por el tano Giacobetti (que se dio cuenta que no iba a jugar más y que en el futuro iba a ser reporteado –por los siglos de los siglos- como el jugador que fue reemplazado por el rey). Y empezó a juntarse con Carlitos Fren y el otro tano, Di Donato.
Lo atendieron enseguida; pero en la tercera pelota que agarró le metió un caño a un 5 fiero como Juan Domingo Patricio Cabrera que lo puteó hasta en arameo y metió a su rival en el área hasta el final y que terminó pidiendo la hora porque un morochito, gambudo y retacón y lleno de rulos los volvió locos con su gambeta y que a la edad de los cuentos escucharía su primera ovación.
A 48 años del debut del más grande jugador de todos los tiempos, cuando sólo un sueño era la esperanza, vale el recuerdo. Cuando la sola mención de su nombre consigue dibujar una sonrisa, henchir de orgullo los corazones y modular las voces con el timbre del entusiasmo, sirve la remembranza
A 48 años del nacimiento de la leyenda de un pobre y pequeño mortal que ayudó a un país a superar sus tristezas, se evoca a la emoción.
A 48 años del primer caño de un Dios sucio, humano. Sin molde, sin paz ni olvido. Diego Armando Maradona. El mejor de todos.