Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Luciano De Maio
Nació en un barrio pobre. Muy pobre. En Belfast, la capital de Irlanda del Norte. Ese 16% de porción de la isla que los ingleses le arrebató a los irlandeses y aún no se la entregan.
Apasionado por el fútbol y el rugby se decidió por lo primero. Y a los 17 estaba jugando en la primera del Manchester United. Y se convirtió en ídolo, primero y en ícono pop después.
Con los rojos ganó todo y fue considerado el mejor jugador de las islas de todos los tiempos.
Pintón, mujeriego, irónico, gracioso, talentoso, fanfarrón, extrovertido. Un fuera de serie. Y alcohólico. Fue suspendido una y cien veces. Por indisciplinado y por pedir por una Irlanda libre. Fue perdonado otras tantas. Porque sin él, el United no le ganaba a nadie. Y él lo sabía. Impune.
El crack latinoamericano más parecido a él dijo alguna vez que fue el más loco de todos. De los siete.
Su licenciosa vida lo aguantó hasta los 59 sin poder ir nunca a un mundial, porque su selección siempre fue una murga, hasta que él se retiró.
Sólo le temían cuando él jugaba o quería jugar.
Su muerte, producto de sus borracheras y sus excesos de psicofármacos, produjo uno de los dolores más profundos en Irlanda, acostumbrada a los dolores y a las pérdidas.
Por unas horas, su funeral paró una lucha fraticida que tiene casi cien años. Cien mil personas, católicas y protestantes que se odian en una guerra santa sin fin, coparon los cinco kilómetros hasta su eterna morada para decirle adiós a uno de esos personajes novelescos que los hizo feliz, aunque sea por un ratito.
Hace 15 años, se despidió. George Best. Pelo largo y negro, ojos verdes, camiseta afuera y medias bajas, hasta el tobillo. Pudo haber nacido en Fiorito, en las afueras de Paris o en Barracas. Fue en Belfast. Dio igual. Superó las fronteras y los idiomas. Héroe, trágico, sin igual.
Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Luciano De Maio
Nació en un barrio pobre. Muy pobre. En Belfast, la capital de Irlanda del Norte. Ese 16% de porción de la isla que los ingleses le arrebató a los irlandeses y aún no se la entregan.
Apasionado por el fútbol y el rugby se decidió por lo primero. Y a los 17 estaba jugando en la primera del Manchester United. Y se convirtió en ídolo, primero y en ícono pop después.
Con los rojos ganó todo y fue considerado el mejor jugador de las islas de todos los tiempos.
Pintón, mujeriego, irónico, gracioso, talentoso, fanfarrón, extrovertido. Un fuera de serie. Y alcohólico. Fue suspendido una y cien veces. Por indisciplinado y por pedir por una Irlanda libre. Fue perdonado otras tantas. Porque sin él, el United no le ganaba a nadie. Y él lo sabía. Impune.
El crack latinoamericano más parecido a él dijo alguna vez que fue el más loco de todos. De los siete.
Su licenciosa vida lo aguantó hasta los 59 sin poder ir nunca a un mundial, porque su selección siempre fue una murga, hasta que él se retiró.
Sólo le temían cuando él jugaba o quería jugar.
Su muerte, producto de sus borracheras y sus excesos de psicofármacos, produjo uno de los dolores más profundos en Irlanda, acostumbrada a los dolores y a las pérdidas.
Por unas horas, su funeral paró una lucha fraticida que tiene casi cien años. Cien mil personas, católicas y protestantes que se odian en una guerra santa sin fin, coparon los cinco kilómetros hasta su eterna morada para decirle adiós a uno de esos personajes novelescos que los hizo feliz, aunque sea por un ratito.
Hace 15 años, se despidió. George Best. Pelo largo y negro, ojos verdes, camiseta afuera y medias bajas, hasta el tobillo. Pudo haber nacido en Fiorito, en las afueras de Paris o en Barracas. Fue en Belfast. Dio igual. Superó las fronteras y los idiomas. Héroe, trágico, sin igual.