Héroe trágico

05 DIC 2024 - 14:48 | Actualizado 06 DIC 2024 - 19:57

Por: Juan Miguel Bigrevich

Edición: Marcelo Maidana

Podcast: Luciano De Maio


Nació en un barrio pobre. Muy pobre. En Belfast, la capital de Irlanda del Norte. Ese 16% de porción de la isla que los ingleses le arrebató a los irlandeses y aún no se la entregan.

Apasionado por el fútbol y el rugby se decidió por lo primero. Y a los 17 estaba jugando en la primera del Manchester United. Y se convirtió en ídolo, primero y en ícono pop después.

Con los rojos ganó todo y fue considerado el mejor jugador de las islas de todos los tiempos.

Pintón, mujeriego, irónico, gracioso, talentoso, fanfarrón, extrovertido. Un fuera de serie. Y alcohólico. Fue suspendido una y cien veces. Por indisciplinado y por pedir por una Irlanda libre. Fue perdonado otras tantas. Porque sin él, el United no le ganaba a nadie. Y él lo sabía. Impune.

El crack latinoamericano más parecido a él dijo alguna vez que fue el más loco de todos. De los siete.

Su licenciosa vida lo aguantó hasta los 59 sin poder ir nunca a un mundial, porque su selección siempre fue una murga, hasta que él se retiró.

Sólo le temían cuando él jugaba o quería jugar.

Su muerte, producto de sus borracheras y sus excesos de psicofármacos, produjo uno de los dolores más profundos en Irlanda, acostumbrada a los dolores y a las pérdidas.

Por unas horas, su funeral paró una lucha fraticida que tiene casi cien años. Cien mil personas, católicas y protestantes que se odian en una guerra santa sin fin, coparon los cinco kilómetros hasta su eterna morada para decirle adiós a uno de esos personajes novelescos que los hizo feliz, aunque sea por un ratito.

Hace 15 años, se despidió. George Best. Pelo largo y negro, ojos verdes, camiseta afuera y medias bajas, hasta el tobillo. Pudo haber nacido en Fiorito, en las afueras de Paris o en Barracas. Fue en Belfast. Dio igual. Superó las fronteras y los idiomas. Héroe, trágico, sin igual.

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05 DIC 2024 - 14:48

Por: Juan Miguel Bigrevich

Edición: Marcelo Maidana

Podcast: Luciano De Maio


Nació en un barrio pobre. Muy pobre. En Belfast, la capital de Irlanda del Norte. Ese 16% de porción de la isla que los ingleses le arrebató a los irlandeses y aún no se la entregan.

Apasionado por el fútbol y el rugby se decidió por lo primero. Y a los 17 estaba jugando en la primera del Manchester United. Y se convirtió en ídolo, primero y en ícono pop después.

Con los rojos ganó todo y fue considerado el mejor jugador de las islas de todos los tiempos.

Pintón, mujeriego, irónico, gracioso, talentoso, fanfarrón, extrovertido. Un fuera de serie. Y alcohólico. Fue suspendido una y cien veces. Por indisciplinado y por pedir por una Irlanda libre. Fue perdonado otras tantas. Porque sin él, el United no le ganaba a nadie. Y él lo sabía. Impune.

El crack latinoamericano más parecido a él dijo alguna vez que fue el más loco de todos. De los siete.

Su licenciosa vida lo aguantó hasta los 59 sin poder ir nunca a un mundial, porque su selección siempre fue una murga, hasta que él se retiró.

Sólo le temían cuando él jugaba o quería jugar.

Su muerte, producto de sus borracheras y sus excesos de psicofármacos, produjo uno de los dolores más profundos en Irlanda, acostumbrada a los dolores y a las pérdidas.

Por unas horas, su funeral paró una lucha fraticida que tiene casi cien años. Cien mil personas, católicas y protestantes que se odian en una guerra santa sin fin, coparon los cinco kilómetros hasta su eterna morada para decirle adiós a uno de esos personajes novelescos que los hizo feliz, aunque sea por un ratito.

Hace 15 años, se despidió. George Best. Pelo largo y negro, ojos verdes, camiseta afuera y medias bajas, hasta el tobillo. Pudo haber nacido en Fiorito, en las afueras de Paris o en Barracas. Fue en Belfast. Dio igual. Superó las fronteras y los idiomas. Héroe, trágico, sin igual.


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