Cada vez que Javier Milei y su tropa más fiel sienten que las cuestiones económicas se hacen inmanejables se profundiza el discurso violento. Acción y reacción. Tapan el sol con la mano, pero les alcanza para hacer la sombra suficiente y que el rebaño de odiadores seriales que pasta en las redes multiplique la violencia y su justificación.
Volvió a pasar la semana pasada cuando se conocieron los detalles de un informe del banco de inversión JP Morgan, que le pedía a los inversores salirse cuanto antes del “carry trade” (más conocido con el contundente argentinismo “bicicleta financiera”), lo que anticipa serias dificultades para que Milei y “Toto” Caputo puedan mantener el tipo de cambio recontrapisado. La reacción inmediata fue una nueva suba del dólar oficial, lo que volvió a encender las alarmas en el FMI, preocupado porque las reservas del Banco Central no se recuperan.
En medio de esas cuestiones de la macroeconomía que el público en general ignora o, como mucho, balconea, Milei volvió a apretar el acelerador de la violencia a cielo abierto.
La institucionalización de la violencia verbal que han construido los libertarios y los vómitos verbales de Milei que combinan la descalificación y la deshumanización de sus adversarios, representan un serio riesgo para la convivencia cívica.
Sin embargo, cada escalada de violencia de Milei y los suyos es observada por buena parte de la sociedad y, sobre todo, por la prensa reptante, como una “respuesta” a presuntas intenciones de sectores de la oposición (en especial del kirchnerismo, dicen ellos) por “pudrirla toda”. Increíble pero real.
Milei puede atacar a un nene con autismo, al colectivo gay o a las mujeres, sus preferidas; frecuentemente apela a alusiones de violencia sexualizada, amenazando con “romperles el culo” o definiendo a un opositor como “burro eunuco”; tilda de “enano” o “inútil soviético” al principal gobernador de la Argentina, Axel Kicillof; trata a cualquiera de “rata inmunda” o “parásito mental”, dos expresiones muy comunes del nazismo; o se dirige a los periodistas (generalmente a los que lo adulan de manera desenfrenada, a los que él llama “ensobrados”) con apelativos del calibre de “mierda humana”, “sorete”, “imbéciles” y “mandriles”, entre otros.
NO ODIAMOS LO SUFICIENTE A LOS PERIODISTAS BASURAS (90%). Fin. https://t.co/AEhNmFb7aa
— Javier Milei (@JMilei) July 4, 2025
La irracionalidad de Milei se disimuló en sus primeras apariciones mediáticas -no hace tantos años- detrás de esa imagen de desquiciado con poco peine, que ya insinuaba alguna alteración grave de su personalidad pero que hasta sonaba “gracioso” por su extravagancia bizarra.
Pero esa insensatez desenfrenada se convirtió con su llegada al poder en la principal herramienta para gobernar. He aquí el problema que muchos detectan como una anomalía peligrosa pero otra parte numerosa ignora por conveniencia.
Los seguidores a ultranza de Milei, al menos en las redes sociales, parecen estar en un todo de acuerdo con la humillación pública a la que somete el Presidente a sus víctimas de turno. Inclusive, algunos sectores sociales que lo votaron con la nariz tapada en la segunda vuelta de 2023 para evitar otro triunfo del kirchnerismo, toleran estas actitudes con un silencio hipócrita. Cuestionaban hasta los estornudos de Cristina Kirchner, pero se hacen los distraídos con la violencia verbal de Milei o los atropellos de Patricia Bullrich y sus fuerzas de seguridad.
Para aquellos que siguen creyendo que esta violencia institucional termina sólo en palabras, basta con recordarles las detenciones sistemáticas y la represión que sufren muchas personas que se manifiestan cada miércoles en el Congreso en favor de los jubilados. O, más recientemente, la detención en una cárcel de máxima seguridad de dos mujeres por tirar estiércol frente a la casa de unos los principales alfiles de la violencia libertaria, José Luis Espert.
El Gobierno nacional sube la apuesta de la irracionalidad para intentar controlar la agenda pública en medio de las tensiones económicas. De paso, persigue a opositores e instala un clima de miedo, cruzando límites inéditos desde el regreso de la democracia, hace 42 años.
Este fenómeno no es exclusivo de la Argentina: el avance de la ultraderecha ha sido notable -y muy peligroso- en varios países europeos y también con el fortalecimiento del ideal trumpista en Estados Unidos. Es verdad, también, que en la Argentina parece haber todavía un atisbo de institucionalidad que demora el avance desenfrenado de los libertarios. Pero ese freno a las actitudes autoritarias y fascistas que representa La Libertad Avanza parece estar amenazada por la falta de liderazgos en sectores de la oposición.
Hay un dato relativamente novedoso que no habría que soslayar: por primera vez desde que llegó a la Casa Rosada, algunas encuestas empezaron a notar pequeñas grietas entre los votantes de Milei. No tienen que ver con las dificultades económicas evidentes o la violencia verbal contra los opositores. Lo que empieza a hacer ruido es la poca empatía que muestra el líder libertario con los más vulnerables.
El desfinanciamiento del Hospital Garrahan, la eliminación de subsidios a pacientes con enfermedades crónicas, el cierre de comedores comunitarios, ignorar a las víctimas de la reciente inundación en Bahía Blanca o seguir castigando a los jubilados con vetos de aumentos o palos, aparecen hoy como límites que no se pueden cruzar para un sector amplio de la sociedad.
Sin embargo, por ahora, toda esa gente no se termina de sentir contenida ni conducida por la política tradicional. Un problema que alguien deberá resolver. Cuanto antes.
Cada vez que Javier Milei y su tropa más fiel sienten que las cuestiones económicas se hacen inmanejables se profundiza el discurso violento. Acción y reacción. Tapan el sol con la mano, pero les alcanza para hacer la sombra suficiente y que el rebaño de odiadores seriales que pasta en las redes multiplique la violencia y su justificación.
Volvió a pasar la semana pasada cuando se conocieron los detalles de un informe del banco de inversión JP Morgan, que le pedía a los inversores salirse cuanto antes del “carry trade” (más conocido con el contundente argentinismo “bicicleta financiera”), lo que anticipa serias dificultades para que Milei y “Toto” Caputo puedan mantener el tipo de cambio recontrapisado. La reacción inmediata fue una nueva suba del dólar oficial, lo que volvió a encender las alarmas en el FMI, preocupado porque las reservas del Banco Central no se recuperan.
En medio de esas cuestiones de la macroeconomía que el público en general ignora o, como mucho, balconea, Milei volvió a apretar el acelerador de la violencia a cielo abierto.
La institucionalización de la violencia verbal que han construido los libertarios y los vómitos verbales de Milei que combinan la descalificación y la deshumanización de sus adversarios, representan un serio riesgo para la convivencia cívica.
Sin embargo, cada escalada de violencia de Milei y los suyos es observada por buena parte de la sociedad y, sobre todo, por la prensa reptante, como una “respuesta” a presuntas intenciones de sectores de la oposición (en especial del kirchnerismo, dicen ellos) por “pudrirla toda”. Increíble pero real.
Milei puede atacar a un nene con autismo, al colectivo gay o a las mujeres, sus preferidas; frecuentemente apela a alusiones de violencia sexualizada, amenazando con “romperles el culo” o definiendo a un opositor como “burro eunuco”; tilda de “enano” o “inútil soviético” al principal gobernador de la Argentina, Axel Kicillof; trata a cualquiera de “rata inmunda” o “parásito mental”, dos expresiones muy comunes del nazismo; o se dirige a los periodistas (generalmente a los que lo adulan de manera desenfrenada, a los que él llama “ensobrados”) con apelativos del calibre de “mierda humana”, “sorete”, “imbéciles” y “mandriles”, entre otros.
NO ODIAMOS LO SUFICIENTE A LOS PERIODISTAS BASURAS (90%). Fin. https://t.co/AEhNmFb7aa
— Javier Milei (@JMilei) July 4, 2025
La irracionalidad de Milei se disimuló en sus primeras apariciones mediáticas -no hace tantos años- detrás de esa imagen de desquiciado con poco peine, que ya insinuaba alguna alteración grave de su personalidad pero que hasta sonaba “gracioso” por su extravagancia bizarra.
Pero esa insensatez desenfrenada se convirtió con su llegada al poder en la principal herramienta para gobernar. He aquí el problema que muchos detectan como una anomalía peligrosa pero otra parte numerosa ignora por conveniencia.
Los seguidores a ultranza de Milei, al menos en las redes sociales, parecen estar en un todo de acuerdo con la humillación pública a la que somete el Presidente a sus víctimas de turno. Inclusive, algunos sectores sociales que lo votaron con la nariz tapada en la segunda vuelta de 2023 para evitar otro triunfo del kirchnerismo, toleran estas actitudes con un silencio hipócrita. Cuestionaban hasta los estornudos de Cristina Kirchner, pero se hacen los distraídos con la violencia verbal de Milei o los atropellos de Patricia Bullrich y sus fuerzas de seguridad.
Para aquellos que siguen creyendo que esta violencia institucional termina sólo en palabras, basta con recordarles las detenciones sistemáticas y la represión que sufren muchas personas que se manifiestan cada miércoles en el Congreso en favor de los jubilados. O, más recientemente, la detención en una cárcel de máxima seguridad de dos mujeres por tirar estiércol frente a la casa de unos los principales alfiles de la violencia libertaria, José Luis Espert.
El Gobierno nacional sube la apuesta de la irracionalidad para intentar controlar la agenda pública en medio de las tensiones económicas. De paso, persigue a opositores e instala un clima de miedo, cruzando límites inéditos desde el regreso de la democracia, hace 42 años.
Este fenómeno no es exclusivo de la Argentina: el avance de la ultraderecha ha sido notable -y muy peligroso- en varios países europeos y también con el fortalecimiento del ideal trumpista en Estados Unidos. Es verdad, también, que en la Argentina parece haber todavía un atisbo de institucionalidad que demora el avance desenfrenado de los libertarios. Pero ese freno a las actitudes autoritarias y fascistas que representa La Libertad Avanza parece estar amenazada por la falta de liderazgos en sectores de la oposición.
Hay un dato relativamente novedoso que no habría que soslayar: por primera vez desde que llegó a la Casa Rosada, algunas encuestas empezaron a notar pequeñas grietas entre los votantes de Milei. No tienen que ver con las dificultades económicas evidentes o la violencia verbal contra los opositores. Lo que empieza a hacer ruido es la poca empatía que muestra el líder libertario con los más vulnerables.
El desfinanciamiento del Hospital Garrahan, la eliminación de subsidios a pacientes con enfermedades crónicas, el cierre de comedores comunitarios, ignorar a las víctimas de la reciente inundación en Bahía Blanca o seguir castigando a los jubilados con vetos de aumentos o palos, aparecen hoy como límites que no se pueden cruzar para un sector amplio de la sociedad.
Sin embargo, por ahora, toda esa gente no se termina de sentir contenida ni conducida por la política tradicional. Un problema que alguien deberá resolver. Cuanto antes.