Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Nadie celebraba nada. Nadie. El silencio pesaba en el vestuario como una nube baja sobre el valle. La derrota ante Salta había sido un golpe seco, sin consuelo posible, una piña calurosa —muy calurosa— que había dejado la piel enrojecida y el ánimo en pausa. Las tres victorias consecutivas tejían una esperanza frágil, pero el golpe norteño invitaba a la prudencia. Nadie hablaba, nadie se atrevía a imaginar. El aire olía a resignación y a esfuerzo sin recompensa. Hasta que llegó la noticia.
Primero fue un murmullo, una chispa en medio del silencio: “Empataron… empataron…”
El Nordeste y Entre Ríos habían igualado, y ese empate tenía perfume de hazaña. En segundos, el silencio se hizo grito, y el grito, historia. Nadie podía alcanzarlos. Nadie podía superarlos. Ni por puntos, ni por milagro, ni siquiera por definición olímpica. Tehuelches era de primera.
Y entonces el vestuario estalló. Las lágrimas se mezclaron con el sudor, los abrazos con los golpes en la espalda, las risas con los gritos roncos. Las paredes se llenaron de una emoción que no cabía en los cuerpos. Tehuelches —el seleccionado del Valle del Chubut, los que iban de comparsa, los que a priori eran “los nadies”, los que viajaban lejos y dormían poco— eran ahora parte de la elite. Los menos, habían sido más. Los invisibles, habían sido vistos. Los del viento, los del frío, los del fondo del mapa, habían conquistado la cima.
Fue hace 25 años, en un octubre del 2000 que todavía sopla en la memoria. En la edición número 50 del Campeonato Argentino de Rugby, el más federal de todos, el más difícil, el que parecía una montaña imposible de escalar. Y ahí estaban ellos, escribiendo una página que ni las sudestadas pudieron borrar.
Fue una gesta, pero también una parábola. Porque Tehuelches fue la metáfora viva de la resistencia: del que se levanta después del golpe, del que no se rinde aunque el marcador diga otra cosa, del que cree cuando todos dudan. Eran quince hombres acerados y un territorio detrás, una geografía que se hizo músculo y empuje, una comunidad que empujaba desde la tribuna o desde la distancia, con el corazón hecho bandera.
En la derrota más dura encontraron su consagración -porque la cimentaron mucho antes con la razón más importante que tiene el humano: la fe-. Como si el destino quisiera probarlos una vez más antes de entregarse. El rugby, tan noble como cruel, les mostró que a veces la gloria no entra por la puerta grande, sino por una rendija que se abre de golpe cuando uno menos lo espera.
Tehuelches ascendió.
El sur rugió.
Y en aquel vestuario pequeño, que olía a barro, linimento y milagro, la Patagonia entera se abrazó a su historia.
Parece que fue ayer.
Y sin embargo, sigue siendo hoy.
Porque hay gestas que no envejecen: se quedan flotando en el viento, como un try eterno en el cielo del sur.

La gloria
Cuando Tehuelches alcanzó la gloria, la Patagonia entera respiró distinto. Fue como si el viento —ese que nunca deja de soplar— se hubiese detenido un segundo para mirar lo que pasaba en aquella cancha donde quince hombres, más que un equipo, fueron una idea. Porque hubo un momento en que el todo pesó más que las partes, en que el sacrificio se volvió estandarte y el orgullo se transformó en fuego. Fue entonces cuando Tehuelches fue de primera, cuando el rugby del sur, el de los días fríos y las tardes largas, se metió para siempre en el mapa grande del país.
El Negro Crisci, con esa mirada encendida y esa voz que valía un try; con el Tato Silva que no se caía ni con las ráfagas; con el Chacha Chachero, el Sapo García, Pope Greco y Segundo, que se dejaron la piel en cada ruck y cada scrum imaginario. Con Carlos Araujo poniendo lo que había que poner en el afecto y en el compromiso, sabiendo que el sur también existe en ese amigo del alma y con Willy Paats, Pablito Echaide, Ramón Figueroa, Carlos Castro Blanco y Gustavo Caimi, que se hicieron hierro, sudor y lealtad.
Fue hace 25 años. Cuatro victorias en cinco juegos. Una campaña que se volvió leyenda. Cada partido en casa era una misa pagana: las tribunas colmadas, el aire cortado por el aliento de una región que había aprendido a creer. Allí, en la tierra donde el viento moldea el carácter, Tehuelches se hizo invencible. Duros en el tackle, implacables en la defensa, veloces para convertir el golpe en contraataque, el error en oportunidad, la caída en impulso.
Pasaron al Alto Valle al que vencieron 19 a 9 de visitante; a Bahía Blanca, llamada Liga del Sur (21 a 18) y a Entre Ríos (34 a 27) como local. Llegó la caída en el norte del país ante Salta, no tan linda, por 67 a 8 y se cerró también allá arriba ante Nordeste con una victoria por 12 a 5 para acceder a la elite del rugby nacional.
Nada fue casualidad. Hubo objetivos claros, compromiso dentro y fuera de la cancha, y una organización que supo entender que la gloria también se construye con detalles: con una logística precisa, con dirigentes que soñaron en grande y con un cuerpo técnico que no buscó héroes, sino hombres dispuestos a ser parte de una causa.
Porque el secreto de aquel equipo no estaba sólo en cómo jugaban, sino en cómo vivían el juego.
Cada entrenamiento era una ofrenda. En cada tackle había algo más que fuerza: había historia, había raíces, había un grito ancestral que venía desde la tierra misma. El nombre Tehuelches no era casualidad: eran hombres de frontera, herederos de un linaje que supo resistir y avanzar, que aprendió a no rendirse aunque el horizonte se hiciera infinito.

Ganaron con humildad, pero también con una fiereza que asombró al país. Hicieron de la adversidad su bandera. Transformaron el frío en energía, el viento en empuje, la distancia en identidad. Cuando los demás miraban el mapa y veían “lejos”, ellos veían “propio”. Y así construyeron una gesta que todavía hoy resuena como un eco en las canchas del sur.
El rugby fue de primera. Pero más que eso: el espíritu de una comarca, de una provincia, fue de primera. Porque ese logro no se mide en puntos ni en tablas, sino en lo que dejó sembrado: la certeza de que desde el borde del país también se puede escribir historia.
Hernaldo Crisci
Hernaldo Crisci fue un factótum esencial en conseguir el objetivo. Junto a Germán Greco fueron los orientadores tácticos; aunque “El Negro” lo fue también desde el punto anímico y motivador (son legendarias sus arengas antes y post partidos). Al hablar sobre lo logrado, precisó que “fue una gran aventura con un gran final”, para recordar a Chachero, Silva, Fuguera, Castro Blanco, Paats, Caimi y Etchaide, entre otros y puntualmente a Carlos Araujo (ex titular de la UAR), al decir que “más que un familiar es un hermano del alma que me ayudó en todo ese proceso con todo lo imaginable y que también fue una arista importante en el ascenso”.
“Hubo compromiso, sentido de pertenencia y mucho amor y pasión por lo que se hacía” apuntó luego este rosarino originario de Los Duendes y fana “Canalla” y “si. Todo se puede sintetizar que el todo fue más importante que las partes”, porque “se entendió que las patas de una mesa debían ser sólidas para conseguir ese objeto del deseo que era el ascenso y después de pasar por la Zona Estímulo y recorrer miles de kilómetros”.
Asimismo, sostuvo que “nuestra base de estilo de juego fue la fortaleza en defensa y con una gran capacidad de tackle y ahí radicó, si se podría decir, nuestro secreto para el éxito logrado. Potenciamos nuestras fortalezas y minimizamos nuestras debilidades. Y los jugadores estuvieron convencidos de nuestra idea y estructura de juego. Eso, también, fue importantísimo como la solidificación del grupo. Entre los chicos locales y aquellos que estaban jugando en otros lugares.
Fue fundamental el trabajó de mucha gente. De todos los clubes y eso se vio reflejado en el resultado final”, graficó.

Oscar García
Otro de los elementos claves fue Oscar “Sapo” García, hoy radicado en Tandil. Oficiando como manager indicó que “dentro de ese cúmulo de sensaciones satisfactorias, no podemos obviar el aporte de los sponsors que fueron claves. El Grupo Jornada, Antaxus, Hidroeléctrica Ameghino nos dieron una enorme mano para que no tuviéramos inconvenientes en encarar esta empresa que tuvo el mejor final”.
El exTrelew RC señaló que “el éxito del ascenso sirvió para que los clubes crecieran más, para que la Unión creciera más y para que los dirigentes de las diferentes instituciones cambiaran la cabeza en varias cuestiones. Si. Hubo unión de todos y creo que ese espíritu quedó impregnado en los clubes que entienden que hay objetivos mayores y superadores que se puedan estar aprovechando hoy.
Colaboró muchísima gente, algunas de ellas ya no están con nosotros como Ramón (Figueroa) y Osvaldo (Gader) y un hermano de la vida como Juan Carlos (Chachero). Ni hablar de Ricardo (Silva)", resaltó.

Tato
Ricardo "Tato" Silva fue medular en esto de coordinar el trabajo del seleccionado. Si ben su estilo es el anonimato, su prodigiosa memoria y su generosidad sin límites y su empatía no contrasta con su silencio, estuvo en todos los detalles, esos que hacen la diferencia. Su confianza en el proceso, reconocido por propios y extraños, fue la presea adecuada para quién el renacimiento no pasa por las luces; sino por la sonrisa que despierta en los demás cuando se hace presente. Y ello se vio reflejado en el canto que le dedicaron todo el plantel, prácticamente al sellar el ascenso a la máxima categoría del rugby nacional.
Germán Greco
El otro miembro del cuerpo técnico, Germán Greco destacó el notable trabajo en equipo y el objetivo mancomunado de todos los actores que intervinieron en esa campaña. "Fue una extraordinara experiencia. Tenía 28 años y hacía poco había llegado a Puerto Madryn y me convocaron. Me convocaron tres soñadores: Tato (Silva), el Negro (Crisci) y Chacha (Chachero). Tipos que dieron todo que sí, generosos, soportando todo y, como dije, soñando con el ascenso que se dio".
Agregó que "rápidamente se conformó un grupo muy lindo. Con los chicos que estaban jugando afuera y los locales. Tuvieron mucho sacrificio y mucha identificación con el proyecto y la camiseta. Eso hizo que el staff técnico fuera, incluso, mejor. Todos empujamos para el mismo lado y cuando todo se alinea, se logra el objetivo".
No sin emocionarse con el recuerdo de "Chacha, el Foco y Cruz, Germán indicó que "no sólo en resultado fue positivo, sino en afecto. No me puedo olvidar de Oscar García ni de Segundo Mansilla. Dos leones. A todos los clubes apoyando y ni hablar cuando la incertidumbre se convirtió en palpable realidad en el vestuario en Salta al enterarnos del empate entre Nordeste y Entre Ríos y de nuestro ascenso. Eso explotó. Fue inolvidable".
Un hito
Cuando Tehuelches alcanzó la gloria, el viento patagónico se detuvo un instante, como para mirar. Fue entonces cuando el todo pesó más que las partes, cuando quince hombres se fundieron en una sola respiración y el alma colectiva se hizo músculo, corazón y destino. Fue cuando el rugby tuvo acento sureño y la Patagonia gritó presente en la elite nacional.
Aquellos Tehuelches no ganaron sólo partidos. Ganaron respeto. Ganaron identidad. Ganaron eternidad. Fueron, y son, un símbolo. Porque demostraron que cuando la camiseta pesa más que el ego, cuando el viento sopla a favor del que sueña, no hay distancia que quede demasiado lejos.
Fue un hito, sí. Pero también una lección. Que el rugby puede ser mucho más que un deporte: puede ser una forma de decir quiénes somos.
Tehuelches alcanzó la gloria.
Y con ellos, la Patagonia entera se puso de pie.
Porque el motor fue el alma. Aquellos Tehuelches no sólo jugaron rugby: jugaron la historia. En una aventura que los llevó del anonimato al reconocimiento, del esfuerzo a la eternidad.
El rugby fue de primera.
Y Tehuelches, también.
Porque en esa gesta, el viento no sopló contra ellos: los empujó hacia la gloria.

Héroes
El plantel de jugadores estuvo conformado por Aldo Bisconti, Gustavo Dinuchi, Laureano Espíndola, Diego Rodríguez, Santiago Lafosse, Cruz Ribeiz, Martín Montoya, Nicolás D¨Addona, Ignacio Fernández y Germán Krebs. Andrés Velázquez, Guillermo Faimberg, Gerrado larreburu, Claudio Buezas, Alejandro Luppino, Claudio y Sebastián Ramírez y Pablo Etchaide. Sergio Abatte, Matías Cerecedo, Darío Ivanic, Fernando Rabal, Brian Mongolini e Ignacio Prieto. Fernando Rubio, Matías Meijone, Claudio Rocha, Carlos Dimol, Miguel Avila, Héctor Matschke y Emiliano Chialva.

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Nadie celebraba nada. Nadie. El silencio pesaba en el vestuario como una nube baja sobre el valle. La derrota ante Salta había sido un golpe seco, sin consuelo posible, una piña calurosa —muy calurosa— que había dejado la piel enrojecida y el ánimo en pausa. Las tres victorias consecutivas tejían una esperanza frágil, pero el golpe norteño invitaba a la prudencia. Nadie hablaba, nadie se atrevía a imaginar. El aire olía a resignación y a esfuerzo sin recompensa. Hasta que llegó la noticia.
Primero fue un murmullo, una chispa en medio del silencio: “Empataron… empataron…”
El Nordeste y Entre Ríos habían igualado, y ese empate tenía perfume de hazaña. En segundos, el silencio se hizo grito, y el grito, historia. Nadie podía alcanzarlos. Nadie podía superarlos. Ni por puntos, ni por milagro, ni siquiera por definición olímpica. Tehuelches era de primera.
Y entonces el vestuario estalló. Las lágrimas se mezclaron con el sudor, los abrazos con los golpes en la espalda, las risas con los gritos roncos. Las paredes se llenaron de una emoción que no cabía en los cuerpos. Tehuelches —el seleccionado del Valle del Chubut, los que iban de comparsa, los que a priori eran “los nadies”, los que viajaban lejos y dormían poco— eran ahora parte de la elite. Los menos, habían sido más. Los invisibles, habían sido vistos. Los del viento, los del frío, los del fondo del mapa, habían conquistado la cima.
Fue hace 25 años, en un octubre del 2000 que todavía sopla en la memoria. En la edición número 50 del Campeonato Argentino de Rugby, el más federal de todos, el más difícil, el que parecía una montaña imposible de escalar. Y ahí estaban ellos, escribiendo una página que ni las sudestadas pudieron borrar.
Fue una gesta, pero también una parábola. Porque Tehuelches fue la metáfora viva de la resistencia: del que se levanta después del golpe, del que no se rinde aunque el marcador diga otra cosa, del que cree cuando todos dudan. Eran quince hombres acerados y un territorio detrás, una geografía que se hizo músculo y empuje, una comunidad que empujaba desde la tribuna o desde la distancia, con el corazón hecho bandera.
En la derrota más dura encontraron su consagración -porque la cimentaron mucho antes con la razón más importante que tiene el humano: la fe-. Como si el destino quisiera probarlos una vez más antes de entregarse. El rugby, tan noble como cruel, les mostró que a veces la gloria no entra por la puerta grande, sino por una rendija que se abre de golpe cuando uno menos lo espera.
Tehuelches ascendió.
El sur rugió.
Y en aquel vestuario pequeño, que olía a barro, linimento y milagro, la Patagonia entera se abrazó a su historia.
Parece que fue ayer.
Y sin embargo, sigue siendo hoy.
Porque hay gestas que no envejecen: se quedan flotando en el viento, como un try eterno en el cielo del sur.

La gloria
Cuando Tehuelches alcanzó la gloria, la Patagonia entera respiró distinto. Fue como si el viento —ese que nunca deja de soplar— se hubiese detenido un segundo para mirar lo que pasaba en aquella cancha donde quince hombres, más que un equipo, fueron una idea. Porque hubo un momento en que el todo pesó más que las partes, en que el sacrificio se volvió estandarte y el orgullo se transformó en fuego. Fue entonces cuando Tehuelches fue de primera, cuando el rugby del sur, el de los días fríos y las tardes largas, se metió para siempre en el mapa grande del país.
El Negro Crisci, con esa mirada encendida y esa voz que valía un try; con el Tato Silva que no se caía ni con las ráfagas; con el Chacha Chachero, el Sapo García, Pope Greco y Segundo, que se dejaron la piel en cada ruck y cada scrum imaginario. Con Carlos Araujo poniendo lo que había que poner en el afecto y en el compromiso, sabiendo que el sur también existe en ese amigo del alma y con Willy Paats, Pablito Echaide, Ramón Figueroa, Carlos Castro Blanco y Gustavo Caimi, que se hicieron hierro, sudor y lealtad.
Fue hace 25 años. Cuatro victorias en cinco juegos. Una campaña que se volvió leyenda. Cada partido en casa era una misa pagana: las tribunas colmadas, el aire cortado por el aliento de una región que había aprendido a creer. Allí, en la tierra donde el viento moldea el carácter, Tehuelches se hizo invencible. Duros en el tackle, implacables en la defensa, veloces para convertir el golpe en contraataque, el error en oportunidad, la caída en impulso.
Pasaron al Alto Valle al que vencieron 19 a 9 de visitante; a Bahía Blanca, llamada Liga del Sur (21 a 18) y a Entre Ríos (34 a 27) como local. Llegó la caída en el norte del país ante Salta, no tan linda, por 67 a 8 y se cerró también allá arriba ante Nordeste con una victoria por 12 a 5 para acceder a la elite del rugby nacional.
Nada fue casualidad. Hubo objetivos claros, compromiso dentro y fuera de la cancha, y una organización que supo entender que la gloria también se construye con detalles: con una logística precisa, con dirigentes que soñaron en grande y con un cuerpo técnico que no buscó héroes, sino hombres dispuestos a ser parte de una causa.
Porque el secreto de aquel equipo no estaba sólo en cómo jugaban, sino en cómo vivían el juego.
Cada entrenamiento era una ofrenda. En cada tackle había algo más que fuerza: había historia, había raíces, había un grito ancestral que venía desde la tierra misma. El nombre Tehuelches no era casualidad: eran hombres de frontera, herederos de un linaje que supo resistir y avanzar, que aprendió a no rendirse aunque el horizonte se hiciera infinito.

Ganaron con humildad, pero también con una fiereza que asombró al país. Hicieron de la adversidad su bandera. Transformaron el frío en energía, el viento en empuje, la distancia en identidad. Cuando los demás miraban el mapa y veían “lejos”, ellos veían “propio”. Y así construyeron una gesta que todavía hoy resuena como un eco en las canchas del sur.
El rugby fue de primera. Pero más que eso: el espíritu de una comarca, de una provincia, fue de primera. Porque ese logro no se mide en puntos ni en tablas, sino en lo que dejó sembrado: la certeza de que desde el borde del país también se puede escribir historia.
Hernaldo Crisci
Hernaldo Crisci fue un factótum esencial en conseguir el objetivo. Junto a Germán Greco fueron los orientadores tácticos; aunque “El Negro” lo fue también desde el punto anímico y motivador (son legendarias sus arengas antes y post partidos). Al hablar sobre lo logrado, precisó que “fue una gran aventura con un gran final”, para recordar a Chachero, Silva, Fuguera, Castro Blanco, Paats, Caimi y Etchaide, entre otros y puntualmente a Carlos Araujo (ex titular de la UAR), al decir que “más que un familiar es un hermano del alma que me ayudó en todo ese proceso con todo lo imaginable y que también fue una arista importante en el ascenso”.
“Hubo compromiso, sentido de pertenencia y mucho amor y pasión por lo que se hacía” apuntó luego este rosarino originario de Los Duendes y fana “Canalla” y “si. Todo se puede sintetizar que el todo fue más importante que las partes”, porque “se entendió que las patas de una mesa debían ser sólidas para conseguir ese objeto del deseo que era el ascenso y después de pasar por la Zona Estímulo y recorrer miles de kilómetros”.
Asimismo, sostuvo que “nuestra base de estilo de juego fue la fortaleza en defensa y con una gran capacidad de tackle y ahí radicó, si se podría decir, nuestro secreto para el éxito logrado. Potenciamos nuestras fortalezas y minimizamos nuestras debilidades. Y los jugadores estuvieron convencidos de nuestra idea y estructura de juego. Eso, también, fue importantísimo como la solidificación del grupo. Entre los chicos locales y aquellos que estaban jugando en otros lugares.
Fue fundamental el trabajó de mucha gente. De todos los clubes y eso se vio reflejado en el resultado final”, graficó.

Oscar García
Otro de los elementos claves fue Oscar “Sapo” García, hoy radicado en Tandil. Oficiando como manager indicó que “dentro de ese cúmulo de sensaciones satisfactorias, no podemos obviar el aporte de los sponsors que fueron claves. El Grupo Jornada, Antaxus, Hidroeléctrica Ameghino nos dieron una enorme mano para que no tuviéramos inconvenientes en encarar esta empresa que tuvo el mejor final”.
El exTrelew RC señaló que “el éxito del ascenso sirvió para que los clubes crecieran más, para que la Unión creciera más y para que los dirigentes de las diferentes instituciones cambiaran la cabeza en varias cuestiones. Si. Hubo unión de todos y creo que ese espíritu quedó impregnado en los clubes que entienden que hay objetivos mayores y superadores que se puedan estar aprovechando hoy.
Colaboró muchísima gente, algunas de ellas ya no están con nosotros como Ramón (Figueroa) y Osvaldo (Gader) y un hermano de la vida como Juan Carlos (Chachero). Ni hablar de Ricardo (Silva)", resaltó.

Tato
Ricardo "Tato" Silva fue medular en esto de coordinar el trabajo del seleccionado. Si ben su estilo es el anonimato, su prodigiosa memoria y su generosidad sin límites y su empatía no contrasta con su silencio, estuvo en todos los detalles, esos que hacen la diferencia. Su confianza en el proceso, reconocido por propios y extraños, fue la presea adecuada para quién el renacimiento no pasa por las luces; sino por la sonrisa que despierta en los demás cuando se hace presente. Y ello se vio reflejado en el canto que le dedicaron todo el plantel, prácticamente al sellar el ascenso a la máxima categoría del rugby nacional.
Germán Greco
El otro miembro del cuerpo técnico, Germán Greco destacó el notable trabajo en equipo y el objetivo mancomunado de todos los actores que intervinieron en esa campaña. "Fue una extraordinara experiencia. Tenía 28 años y hacía poco había llegado a Puerto Madryn y me convocaron. Me convocaron tres soñadores: Tato (Silva), el Negro (Crisci) y Chacha (Chachero). Tipos que dieron todo que sí, generosos, soportando todo y, como dije, soñando con el ascenso que se dio".
Agregó que "rápidamente se conformó un grupo muy lindo. Con los chicos que estaban jugando afuera y los locales. Tuvieron mucho sacrificio y mucha identificación con el proyecto y la camiseta. Eso hizo que el staff técnico fuera, incluso, mejor. Todos empujamos para el mismo lado y cuando todo se alinea, se logra el objetivo".
No sin emocionarse con el recuerdo de "Chacha, el Foco y Cruz, Germán indicó que "no sólo en resultado fue positivo, sino en afecto. No me puedo olvidar de Oscar García ni de Segundo Mansilla. Dos leones. A todos los clubes apoyando y ni hablar cuando la incertidumbre se convirtió en palpable realidad en el vestuario en Salta al enterarnos del empate entre Nordeste y Entre Ríos y de nuestro ascenso. Eso explotó. Fue inolvidable".
Un hito
Cuando Tehuelches alcanzó la gloria, el viento patagónico se detuvo un instante, como para mirar. Fue entonces cuando el todo pesó más que las partes, cuando quince hombres se fundieron en una sola respiración y el alma colectiva se hizo músculo, corazón y destino. Fue cuando el rugby tuvo acento sureño y la Patagonia gritó presente en la elite nacional.
Aquellos Tehuelches no ganaron sólo partidos. Ganaron respeto. Ganaron identidad. Ganaron eternidad. Fueron, y son, un símbolo. Porque demostraron que cuando la camiseta pesa más que el ego, cuando el viento sopla a favor del que sueña, no hay distancia que quede demasiado lejos.
Fue un hito, sí. Pero también una lección. Que el rugby puede ser mucho más que un deporte: puede ser una forma de decir quiénes somos.
Tehuelches alcanzó la gloria.
Y con ellos, la Patagonia entera se puso de pie.
Porque el motor fue el alma. Aquellos Tehuelches no sólo jugaron rugby: jugaron la historia. En una aventura que los llevó del anonimato al reconocimiento, del esfuerzo a la eternidad.
El rugby fue de primera.
Y Tehuelches, también.
Porque en esa gesta, el viento no sopló contra ellos: los empujó hacia la gloria.

Héroes
El plantel de jugadores estuvo conformado por Aldo Bisconti, Gustavo Dinuchi, Laureano Espíndola, Diego Rodríguez, Santiago Lafosse, Cruz Ribeiz, Martín Montoya, Nicolás D¨Addona, Ignacio Fernández y Germán Krebs. Andrés Velázquez, Guillermo Faimberg, Gerrado larreburu, Claudio Buezas, Alejandro Luppino, Claudio y Sebastián Ramírez y Pablo Etchaide. Sergio Abatte, Matías Cerecedo, Darío Ivanic, Fernando Rabal, Brian Mongolini e Ignacio Prieto. Fernando Rubio, Matías Meijone, Claudio Rocha, Carlos Dimol, Miguel Avila, Héctor Matschke y Emiliano Chialva.