El fútbol no es solo de ellos

Desde que Deportivo Madryn levantó la cabeza del agua, los ataques desde los medios hegemónicos ha sido brutal. Y permanente. Se cuestionan -con una doble moral- resultados, fallos arbitrales y dirigentes. En realidad, lo que enfada, irrita y molesta es que el aurinegro, perteneciente a un interior profundo pelee el ascenso.

El aurinegro sale a la cancha y saluda. Una multitud lo acompañó. Foto: Daniel Feldman.
18 NOV 2025 - 12:24 | Actualizado 18 NOV 2025 - 12:52

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Hay un ataque incesante, desmedido, cruel, parcial. Desinformando. Un ataque repetido como un eco malintencionado que baja de los grandes centros, que nace en oficinas donde el café nunca se entibia por el viento porque allí el viento no entra, nunca entró, nunca entrará. Un ataque orquestado contra Deportivo Madryn, denunciando privilegios desde los mismísimos sillones acolchonados de quienes fueron privilegiados toda la vida. Ellos, los de los aeropuertos gigantes que huelen a perfume importado. Los de los viajes cortos, los de las conexiones rápidas, los que miden distancias en minutos y no en amaneceres. Los que jamás tuvieron que juntar monedas para el colectivo de las 5.15, ese que huele a pan caliente y a sueño interrumpido.

Los que nunca caminaron la Ruta 3 en silencio, con el viento pegándoles en las costillas como una verdad que nadie quiere escuchar. Los que jamás sintieron ese golpe de costado que da el sur, como diciendo “acá se camina distinto”. Los que desconocen lo que es cruzar un país tan largo que uno empieza contando kilómetros con entusiasmo y termina contándolos con resignación, porque la geografía es más testaruda que el cansancio.

A ellos les resulta intolerable “viajar al fondo del mapa”. A ese confín llamado Patagonia, donde la vida se aprende remando incluso cuando el mar se cierra como una puerta en contra. Donde levantarse también es deporte. Donde el frío no es clima: es carácter. Donde cada logro es más valioso porque se consigue con esfuerzo y porque en cada victoria laten miles de kilómetros recorridos, cientos de noches a la intemperie, decenas de sueños que parecían imposibles.

Y sin embargo, desde escritorios distantes, se escriben páginas cargadas de sospechas, sembradas de dudas, construidas sobre conspiraciones de fantasía. ¿Por qué?

Porque el sur dejó de pedir permiso.

Ese sur que nació diciendo que no.

No al “no se puede”.

No al “ustedes allá abajo jueguen al fútbol de salón”.

No al cambio de nombre para ganar simpatías.

No al cambio de juego para agradar a los de siempre.

No a resignarse.

No a bajar la cabeza.

No a aceptar que el destino ya está escrito.

El sur siempre dijo que no a lo injusto para poder decir que sí a lo propio.

El once inicial ante Morón en el Abel Sastre. Foto: Daniel Feldman.

Hoy, Madryn es política, cultural y deportivamente el abanderado de la Patagonia. Como lo fue Huracán de Comodoro, que con su camiseta blanca y roja desafió al viento y a la lógica. Como Independiente de Trelew, que alzó ilusiones en tardes de polvo y gloria. Como Cipolletti, Roca, Atlético Regina o Alianza de Cutral-Co, que encendieron chispazos de grandeza regional, esas epopeyas mínimas que despertaban ternura federal y simpatías distantes, siempre y cuando no interrumpieran el festín de los grandes.

Porque el fútbol argentino, durante décadas, invitó al interior a la fiesta sólo para hacer el asado. Y si sobraba un lugarcito en la mesa, era apenas para servir el vino.

Pero hoy, Deportivo Madryn es una pequeña venganza poética contra esa desmemoria. Una revancha literaria contra el olvido. Un grito de identidad que se abre paso entre la bruma.

Porque la Patagonia, históricamente tratada como un decorado, como un paisaje lindo para la tapa de un libro y útil para medir distancias, nunca dejó de soñar. Soñó con ser de primera. Soñó con romper la cartografía de la desigualdad. Soñó con dejar de ser el patio trasero de los poderosos.

Y soñó lo mismo que soñaba -de alguna manera- Valentín Suárez, aquel dirigente banfileño que proponía un fútbol más equitativo, más puro, más federal. Un fútbol donde los clubes del sur no fueran ciudadanos de segunda, sino parte del mismo país, parados en la misma cancha, bajo el mismo sol.

Madryn es el sur. Pero no un sur postal. Es el sur real.

El que no nació bajo luces encendidas –pagadas por todos– sino entre vientos filosos que a veces cortan la piel pero nunca cortan la esperanza.

El que no creció con padrinos –sostenidos por todos– sino con ganas, con manos que empujan, con socios que ponen lo que no sobra.

El que no busca privilegios –que siempre fueron para pocos– sino justicia deportiva.

El que nació mirando el mar, pero aprendió a pelear adentro, en el barro, en la tierra, donde nada es fácil y nada está regalado.

En el sur todo cuesta más:

la nafta,

el pan,

el sol de invierno,

la atención,

el respeto.

Pero también todo se disfruta más. Porque lo que cuesta, se valora. Porque los goles gritados contra la adversidad suenan como relámpagos. Porque cuando la pelota entra, entra también una revancha, una memoria, un pedazo de dignidad colectiva.

Triunfo, festejo y pase final al Reducido de la Primera Nacional. Foto: Daniel Feldman.

Nadie podrá negar que este sueño viene soplado a sacrificio. Tiene nombre, tiene camiseta, tiene colores, tiene un puerto que lo respalda, tiene un pueblo que lo alienta desde la montaña, desde el valle, desde el mar. Tiene una región entera detrás, extensa como un horizonte sin fin, dura como el frío, noble como el viento.

Una región que por décadas fue tratada como un borde del país… hasta que decidió convertirse en centro de su propia historia.

Si alguna vez el fútbol le debió algo al sur, el aurinegro está cobrando esa deuda con goles, con viajes interminables, con humildad incansable, con fuego interno. Y lo está haciendo para recordarle al país que desde el fondo del mapa también se ve el sol. Y que a veces se ve más claro, porque no hay smog ni humo que lo tape.

Por eso que gane, que incomode, que moleste.

Que siga siendo espina en la soberbia del centro que no tolera que el fútbol sea de ellos. Sólo de ellos. También, es nuestro. Bien nuestro.

Que siga demostrando que el sur no es un final: es un principio.

Porque cuando el sur despierta, el mapa tiembla.

Y cuando el mapa tiembla, tiemblan también las certezas de los que creían que el país terminaba donde empieza el viento.

El sur no se resigna.

El sur no se arrodilla.

El sur avanza.

Y Madryn, hoy, avanza con él.

Se dice que las comparaciones son odiosas; pero estas dejan de serlo cuando se establecen bien las diferencias. Sin ser exageradamente pretencioso ni marcadamente ideologogizante se podría citar la célebre definición de Raúl Scalibrini Ortiz, un tipo inteligente, Forjista, escritor, ensayista, patriota; cuando le preguntaron a quién iba a elegir entre Braden o Perón. Dijo: “Aquí no se trata de elegir entre Perón y el arcángel Miguel. Se trata de elegir entre Perón y Federico Pinedo. Todo lo que sea en contra de Perón fortalece a Pinedo y, por extensión, a la rancia oligarquía de este país”.

Por eso, acá no se trata de pararse en la vereda de Deportivo Madryn o del arcángel Miguel. Se trata de elegir entre la presencia definitiva del interior profundo o el centro universal donde reside Dios en el fútbol nacional. Todo lo que perjudica a Deportivo Madryn beneficia a estos, que con una moral de catequesis pontifica desde 1.500 kilómetros a la AFA, a los árbitros, al aurinegro; ya sea con medios de comunicación afines a esos intereses o con herramientas estructuradas para ellos como redes sociales o payasos mediáticos. ¿O acaso, creen, los jujeños, que fueron defendidos porque creían en su probidad?

No es cuestión de callarse, por prudencia o por estilo. El fútbol no es de ellos, al menos no sólo de ellos. También es de este sur, que aporta, en todo y para todos, como millonario y cobra como mendigo.

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El aurinegro sale a la cancha y saluda. Una multitud lo acompañó. Foto: Daniel Feldman.
18 NOV 2025 - 12:24

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Hay un ataque incesante, desmedido, cruel, parcial. Desinformando. Un ataque repetido como un eco malintencionado que baja de los grandes centros, que nace en oficinas donde el café nunca se entibia por el viento porque allí el viento no entra, nunca entró, nunca entrará. Un ataque orquestado contra Deportivo Madryn, denunciando privilegios desde los mismísimos sillones acolchonados de quienes fueron privilegiados toda la vida. Ellos, los de los aeropuertos gigantes que huelen a perfume importado. Los de los viajes cortos, los de las conexiones rápidas, los que miden distancias en minutos y no en amaneceres. Los que jamás tuvieron que juntar monedas para el colectivo de las 5.15, ese que huele a pan caliente y a sueño interrumpido.

Los que nunca caminaron la Ruta 3 en silencio, con el viento pegándoles en las costillas como una verdad que nadie quiere escuchar. Los que jamás sintieron ese golpe de costado que da el sur, como diciendo “acá se camina distinto”. Los que desconocen lo que es cruzar un país tan largo que uno empieza contando kilómetros con entusiasmo y termina contándolos con resignación, porque la geografía es más testaruda que el cansancio.

A ellos les resulta intolerable “viajar al fondo del mapa”. A ese confín llamado Patagonia, donde la vida se aprende remando incluso cuando el mar se cierra como una puerta en contra. Donde levantarse también es deporte. Donde el frío no es clima: es carácter. Donde cada logro es más valioso porque se consigue con esfuerzo y porque en cada victoria laten miles de kilómetros recorridos, cientos de noches a la intemperie, decenas de sueños que parecían imposibles.

Y sin embargo, desde escritorios distantes, se escriben páginas cargadas de sospechas, sembradas de dudas, construidas sobre conspiraciones de fantasía. ¿Por qué?

Porque el sur dejó de pedir permiso.

Ese sur que nació diciendo que no.

No al “no se puede”.

No al “ustedes allá abajo jueguen al fútbol de salón”.

No al cambio de nombre para ganar simpatías.

No al cambio de juego para agradar a los de siempre.

No a resignarse.

No a bajar la cabeza.

No a aceptar que el destino ya está escrito.

El sur siempre dijo que no a lo injusto para poder decir que sí a lo propio.

El once inicial ante Morón en el Abel Sastre. Foto: Daniel Feldman.

Hoy, Madryn es política, cultural y deportivamente el abanderado de la Patagonia. Como lo fue Huracán de Comodoro, que con su camiseta blanca y roja desafió al viento y a la lógica. Como Independiente de Trelew, que alzó ilusiones en tardes de polvo y gloria. Como Cipolletti, Roca, Atlético Regina o Alianza de Cutral-Co, que encendieron chispazos de grandeza regional, esas epopeyas mínimas que despertaban ternura federal y simpatías distantes, siempre y cuando no interrumpieran el festín de los grandes.

Porque el fútbol argentino, durante décadas, invitó al interior a la fiesta sólo para hacer el asado. Y si sobraba un lugarcito en la mesa, era apenas para servir el vino.

Pero hoy, Deportivo Madryn es una pequeña venganza poética contra esa desmemoria. Una revancha literaria contra el olvido. Un grito de identidad que se abre paso entre la bruma.

Porque la Patagonia, históricamente tratada como un decorado, como un paisaje lindo para la tapa de un libro y útil para medir distancias, nunca dejó de soñar. Soñó con ser de primera. Soñó con romper la cartografía de la desigualdad. Soñó con dejar de ser el patio trasero de los poderosos.

Y soñó lo mismo que soñaba -de alguna manera- Valentín Suárez, aquel dirigente banfileño que proponía un fútbol más equitativo, más puro, más federal. Un fútbol donde los clubes del sur no fueran ciudadanos de segunda, sino parte del mismo país, parados en la misma cancha, bajo el mismo sol.

Madryn es el sur. Pero no un sur postal. Es el sur real.

El que no nació bajo luces encendidas –pagadas por todos– sino entre vientos filosos que a veces cortan la piel pero nunca cortan la esperanza.

El que no creció con padrinos –sostenidos por todos– sino con ganas, con manos que empujan, con socios que ponen lo que no sobra.

El que no busca privilegios –que siempre fueron para pocos– sino justicia deportiva.

El que nació mirando el mar, pero aprendió a pelear adentro, en el barro, en la tierra, donde nada es fácil y nada está regalado.

En el sur todo cuesta más:

la nafta,

el pan,

el sol de invierno,

la atención,

el respeto.

Pero también todo se disfruta más. Porque lo que cuesta, se valora. Porque los goles gritados contra la adversidad suenan como relámpagos. Porque cuando la pelota entra, entra también una revancha, una memoria, un pedazo de dignidad colectiva.

Triunfo, festejo y pase final al Reducido de la Primera Nacional. Foto: Daniel Feldman.

Nadie podrá negar que este sueño viene soplado a sacrificio. Tiene nombre, tiene camiseta, tiene colores, tiene un puerto que lo respalda, tiene un pueblo que lo alienta desde la montaña, desde el valle, desde el mar. Tiene una región entera detrás, extensa como un horizonte sin fin, dura como el frío, noble como el viento.

Una región que por décadas fue tratada como un borde del país… hasta que decidió convertirse en centro de su propia historia.

Si alguna vez el fútbol le debió algo al sur, el aurinegro está cobrando esa deuda con goles, con viajes interminables, con humildad incansable, con fuego interno. Y lo está haciendo para recordarle al país que desde el fondo del mapa también se ve el sol. Y que a veces se ve más claro, porque no hay smog ni humo que lo tape.

Por eso que gane, que incomode, que moleste.

Que siga siendo espina en la soberbia del centro que no tolera que el fútbol sea de ellos. Sólo de ellos. También, es nuestro. Bien nuestro.

Que siga demostrando que el sur no es un final: es un principio.

Porque cuando el sur despierta, el mapa tiembla.

Y cuando el mapa tiembla, tiemblan también las certezas de los que creían que el país terminaba donde empieza el viento.

El sur no se resigna.

El sur no se arrodilla.

El sur avanza.

Y Madryn, hoy, avanza con él.

Se dice que las comparaciones son odiosas; pero estas dejan de serlo cuando se establecen bien las diferencias. Sin ser exageradamente pretencioso ni marcadamente ideologogizante se podría citar la célebre definición de Raúl Scalibrini Ortiz, un tipo inteligente, Forjista, escritor, ensayista, patriota; cuando le preguntaron a quién iba a elegir entre Braden o Perón. Dijo: “Aquí no se trata de elegir entre Perón y el arcángel Miguel. Se trata de elegir entre Perón y Federico Pinedo. Todo lo que sea en contra de Perón fortalece a Pinedo y, por extensión, a la rancia oligarquía de este país”.

Por eso, acá no se trata de pararse en la vereda de Deportivo Madryn o del arcángel Miguel. Se trata de elegir entre la presencia definitiva del interior profundo o el centro universal donde reside Dios en el fútbol nacional. Todo lo que perjudica a Deportivo Madryn beneficia a estos, que con una moral de catequesis pontifica desde 1.500 kilómetros a la AFA, a los árbitros, al aurinegro; ya sea con medios de comunicación afines a esos intereses o con herramientas estructuradas para ellos como redes sociales o payasos mediáticos. ¿O acaso, creen, los jujeños, que fueron defendidos porque creían en su probidad?

No es cuestión de callarse, por prudencia o por estilo. El fútbol no es de ellos, al menos no sólo de ellos. También es de este sur, que aporta, en todo y para todos, como millonario y cobra como mendigo.


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