Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Hay hombres que sueñan el sueño y otros que viven soñando. Unos dibujan el horizonte con la imaginación; otros lo persiguen aun cuando la noche se vuelve fría. De esa dualidad —de soñadores quietos y soñadores en marcha— se alimenta Deportivo Madryn. Porque este club no solo juega: respira quimeras, mastica esperanzas, se abriga con utopías. En él conviven los que inventan el camino y los que lo transitan con el corazón por delante.
Pasó Deportivo Morón, como pasan las tormentas repentinas en la costa: golpean, zarandean, asustan, pero no quiebran. Fue un obstáculo, sí, pero no una sentencia. Ahora viene Estudiantes de Rio Cuarto, ese amor complejo que en el fútbol se parece tanto a la vida: hoy es un juramento inquebrantable y mañana una traición inesperada; hoy promete lealtad y mañana te deja solo frente al viento. Los rivales, en estas alturas del cuento, se parecen más a espejos que a enemigos: en cada uno Madryn ve reflejado lo que le falta y lo que ya logró.
La temporada que vive el aurinegro es mucho más que una campaña deportiva: es una travesía emocional que se volvió inolvidable incluso antes de que apareciera su desenlace. Encendió la ilusión no sólo de Puerto Madryn, esa ciudad que creció mirando al mar como quien mira a un padre y encendió también a toda la Patagonia, que se reconoció en este equipo como en un hijo que escala las cumbres que otros creían imposibles. La región entera sintió que, por un instante, podía colarse en la mesa grande, la de los que se sientan en primera, la de los que escriben las páginas más codiciadas.
Hasta ahora, el aurinegro acumuló más cicatrices que reproches propios. Recibió acusaciones arteras, cargó con escarnios inventados, soportó monsergas que llegaron desde la gran ciudad —esa que a veces mira para el sur como quien observa un mapa y no un territorio vivo—. Le dijeron de todo y un poco más, pero Deportivo Madryn continuó su viaje sin bajar la mirada ni el ritmo. Siguió como siguen los barcos cuando la brújula tiembla: confiando en la memoria del timón y en la terquedad de la tripulación.
Y así avanzó. Sin importarle qué puntos calzaran sus rivales, sin mirar el talle de sus ambiciones, sin especular con el minuto siguiente. A veces, es cierto, los resultados juegan a ser dioses caprichosos: una pelotita que besa el palo y se va en vez de entrar, un roce mínimo, un segundo que se escurre, un gesto apenas torcido… y todo cambia. El fútbol tiene esa brutal elegancia: puede hacer tambalear una historia en un milímetro, puede rescribir un capítulo con un simple parpadeo.

Pero incluso así, con el azar desplegando sus artes, Deportivo Madryn está ahí, firme, resiliente, como quien sube una montaña con los bolsillos llenos de piedras pero sin renunciar al paso. Hoy queda un solo peldaño de esa escalera al cielo que construyó de a poco, sin pedir permiso, con el empeño de los que saben que la altura no se hereda: se conquista. Esa escalera, hecha de madera patagónica y sueños endurecidos por el viento, tiene un último tramo que espera, desafiante, en la punta del horizonte.
Felicitaciones, Deportivo Madryn. De verdad. Porque este viaje no lo hizo una sola persona. Lo hicieron cuatro patas firmes, cuatro columnas que sostienen el mismo templo: su dirigencia, que creyó cuando otros dudaban; sus jugadores, que se jugaron el cuerpo como quien empeña el alma; su cuerpo técnico, que convirtió el mapa en brújula; y su hinchada, ese motor emocional que no entiende de distancias ni de finales tristes. Cuatro patas de una mesa robusta, inmune a la envidia, a las sospechas y a los gritos ajenos.
Sigan subiendo, sigan soñando. La historia no la escriben los que esperan a que el cielo baje: la escriben los que se atreven a construir una escalera para alcanzarlo. Y si algo demostró Deportivo Madryn, es que en esta Patagonia, cuando el viento sopla a favor, hasta los imposibles se inclinan para dejarlo pasar. Porque, el cielo, alguna vez, también fue de los atrevidos.

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Hay hombres que sueñan el sueño y otros que viven soñando. Unos dibujan el horizonte con la imaginación; otros lo persiguen aun cuando la noche se vuelve fría. De esa dualidad —de soñadores quietos y soñadores en marcha— se alimenta Deportivo Madryn. Porque este club no solo juega: respira quimeras, mastica esperanzas, se abriga con utopías. En él conviven los que inventan el camino y los que lo transitan con el corazón por delante.
Pasó Deportivo Morón, como pasan las tormentas repentinas en la costa: golpean, zarandean, asustan, pero no quiebran. Fue un obstáculo, sí, pero no una sentencia. Ahora viene Estudiantes de Rio Cuarto, ese amor complejo que en el fútbol se parece tanto a la vida: hoy es un juramento inquebrantable y mañana una traición inesperada; hoy promete lealtad y mañana te deja solo frente al viento. Los rivales, en estas alturas del cuento, se parecen más a espejos que a enemigos: en cada uno Madryn ve reflejado lo que le falta y lo que ya logró.
La temporada que vive el aurinegro es mucho más que una campaña deportiva: es una travesía emocional que se volvió inolvidable incluso antes de que apareciera su desenlace. Encendió la ilusión no sólo de Puerto Madryn, esa ciudad que creció mirando al mar como quien mira a un padre y encendió también a toda la Patagonia, que se reconoció en este equipo como en un hijo que escala las cumbres que otros creían imposibles. La región entera sintió que, por un instante, podía colarse en la mesa grande, la de los que se sientan en primera, la de los que escriben las páginas más codiciadas.
Hasta ahora, el aurinegro acumuló más cicatrices que reproches propios. Recibió acusaciones arteras, cargó con escarnios inventados, soportó monsergas que llegaron desde la gran ciudad —esa que a veces mira para el sur como quien observa un mapa y no un territorio vivo—. Le dijeron de todo y un poco más, pero Deportivo Madryn continuó su viaje sin bajar la mirada ni el ritmo. Siguió como siguen los barcos cuando la brújula tiembla: confiando en la memoria del timón y en la terquedad de la tripulación.
Y así avanzó. Sin importarle qué puntos calzaran sus rivales, sin mirar el talle de sus ambiciones, sin especular con el minuto siguiente. A veces, es cierto, los resultados juegan a ser dioses caprichosos: una pelotita que besa el palo y se va en vez de entrar, un roce mínimo, un segundo que se escurre, un gesto apenas torcido… y todo cambia. El fútbol tiene esa brutal elegancia: puede hacer tambalear una historia en un milímetro, puede rescribir un capítulo con un simple parpadeo.

Pero incluso así, con el azar desplegando sus artes, Deportivo Madryn está ahí, firme, resiliente, como quien sube una montaña con los bolsillos llenos de piedras pero sin renunciar al paso. Hoy queda un solo peldaño de esa escalera al cielo que construyó de a poco, sin pedir permiso, con el empeño de los que saben que la altura no se hereda: se conquista. Esa escalera, hecha de madera patagónica y sueños endurecidos por el viento, tiene un último tramo que espera, desafiante, en la punta del horizonte.
Felicitaciones, Deportivo Madryn. De verdad. Porque este viaje no lo hizo una sola persona. Lo hicieron cuatro patas firmes, cuatro columnas que sostienen el mismo templo: su dirigencia, que creyó cuando otros dudaban; sus jugadores, que se jugaron el cuerpo como quien empeña el alma; su cuerpo técnico, que convirtió el mapa en brújula; y su hinchada, ese motor emocional que no entiende de distancias ni de finales tristes. Cuatro patas de una mesa robusta, inmune a la envidia, a las sospechas y a los gritos ajenos.
Sigan subiendo, sigan soñando. La historia no la escriben los que esperan a que el cielo baje: la escriben los que se atreven a construir una escalera para alcanzarlo. Y si algo demostró Deportivo Madryn, es que en esta Patagonia, cuando el viento sopla a favor, hasta los imposibles se inclinan para dejarlo pasar. Porque, el cielo, alguna vez, también fue de los atrevidos.