Bullying: “No es problema de chicos, es de adultos también”

La mirada de Moira Biedma. Ella es psicóloga; especialista en psicodiagnósticos, en Bullying, acoso escolar en niños/as, adolescentes y TEA (Trastorno Espectro Autista) habló con Jornada sobre las agresiones que se potencian en silencio y cómo trabajar para que víctimas y victimarios sean advertidos en forma inmediata.

22 NOV 2025 - 9:16 | Actualizado 22 NOV 2025 - 11:24

Licenciada en Psicología, especialista en psicodiagnósticos, en bullying, acoso escolar en niños/as, adolescentes y TEA (Trastorno Espectro Autista), Moira Biedma sostiene que el acoso escolar es un fenómeno que se potencia en silencio y que solo puede prevenirse con intervención inmediata, compromiso social y trabajo conjunto entre familias, escuelas y profesionales. Miembro de diversas asociaciones psicológicas del país, advierte sobre la falta de aplicación efectiva de los protocolos vigentes y sobre el creciente impacto de las redes sociales en la vida de niños, niñas y adolescentes.


Para Moira Biedma, hablar de bullying o acoso escolar hoy es una urgencia social. No se trata - insiste - de un problema entre chicos, sino de una situación que interpela directamente a los adultos: familias, escuelas, instituciones, profesionales, comunicadores y a la comunidad en su conjunto. Su trabajo cotidiano en el ámbito clínico le permite ver, una y otra vez, cómo las situaciones de violencia se gestan en silencio, avanzan sin ser detectadas y llegan a la consulta cuando la víctima ya muestra un nivel profundo de afectación emocional.

Dispositivos

La profesional destacó la importancia de que “en las escuelas se creen dispositivos y planes de trabajo para intervenir en casos de bullying y acoso escolar, que haya un espacio psicológico, integrado por psicólogos especializados en la materia para poder trabajar en la materia y en distintos problemas. Me pasó hace unos dos años que estuve en el servicio de un colegio y una alumna acercó cuestiones delicadas de abuso que había sufrido. Le mostré el camino para poder denunciar y dónde debía ir. Es importante tener un servicio permanente en horario escolar”, reiteró.

Los primeros indicios – asegura - suelen repetirse: adolescentes que dejan de querer ir a la escuela, cambios bruscos en la alimentación, aislamiento, uso excesivo o secreto del celular, conductas de evitación o episodios de angustia sostenida. Son señales que, cuando las familias logran verlas, suelen llevar a buscar una evaluación profesional. Allí, en un encuadre confidencial y especializado, Biedma detecta las marcas del acoso sistemático. Pero subraya que ninguna intervención puede limitarse al consultorio: el trabajo debe incluir a la familia, a la institución escolar y a los agresores, siempre dentro de un dispositivo formal y un protocolo claro.


“No” al aislamiento

Moira es categórica al señalar los errores más frecuentes. El primero, dejar a la víctima en el mismo espacio que sus agresores, como si la simple supervisión alcanzara para revertir el daño. “El aislamiento nunca es un recurso - aclara -, pero tampoco lo es exponer a la víctima al mismo entorno que ya la lesionó”. Para ella, la intervención inmediata implica separar, contener, diagnosticar y trabajar desde un plan sistemático que incluya al curso completo, a los victimarios y a las familias.

Otro fenómeno que identifica como alarmante es la forma en que el bullying se ha trasladado al terreno digital. El bloqueo, el silencio, la exclusión de grupos, la difusión de mensajes crueles y el hostigamiento virtual conforman hoy una de las variantes más frecuentes entre adolescentes. Para Biedma, las redes sociales requieren un uso responsable y supervisado: “No hay que ser amigos de los hijos, pero sí estar cerca, acompañar, conversar, conocer su mundo. El control no es prohibir: es estar presente”.

En ese sentido, advierte que muchos episodios graves - incluyendo ideaciones suicidas - se originan en situaciones de acoso sostenido, invisibilizadas tanto en el hogar como en la escuela. Los protocolos provinciales existen, las leyes también, pero la aplicación es desigual. Biedma cuenta que más de una vez debió presentarse personalmente en instituciones para exigir que se activaran los dispositivos correspondientes. Y aunque reconoce que las escuelas se capacitan, cuestiona la falta de alcance real y la falta de dominio técnico en la detección temprana. “Conocer la ley no es suficiente – sostiene -. Hay que saber aplicarla.”

Estudiantes con TEA

El desafío se vuelve aún mayor cuando se trata de estudiantes con TEA. Su sensibilidad, su mayor exposición al estrés sensorial y su vulnerabilidad los convierten en blanco frecuente de agresiones. En estos casos, explica Biedma, el protocolo es el mismo, pero la intervención necesita una mirada mucho más cuidadosa: respeto por los tiempos, por los espacios, por el ruido, por las interacciones. Situaciones de bullying en chicos con TEA pueden desencadenar crisis severas e incluso requerir hospitalización.


La especialista resalta también el rol docente. Una palabra despectiva, una etiqueta repetida, un comentario aparentemente menor puede transformarse, si se sostiene en el tiempo, en un acto de humillación. Por eso, insiste, que las herramientas deben ser pedagógicas y emocionales: saber qué hacer, cómo intervenir y cómo sostener un aula sin estigmatizaciones.

Varones, los más agredidos

A nivel estadístico, confirma que los varones siguen siendo las principales víctimas de acoso entre pares masculinos, aunque también señala que la diversidad sexual, la apariencia o cualquier rasgo percibido como “diferente” puede convertir a un niño o adolescente en blanco de agresión. La fragilidad del entorno social actual, sumada al impacto de lo digital, hace que la prevención no sea una opción, sino una obligación.

Mensaje

Al final de la entrevista, Biedma deja un mensaje claro para la comunidad: hablar siempre, intervenir siempre, no minimizar nunca. Nadie es espectador inocente. Familias, docentes, vecinos, instituciones y profesionales comparten la responsabilidad de proteger, acompañar y garantizar que cada niño o adolescente pueda transitar la escuela como un espacio seguro y libre de violencia. La prevención, concluye, es una tarea colectiva.

22 NOV 2025 - 9:16

Licenciada en Psicología, especialista en psicodiagnósticos, en bullying, acoso escolar en niños/as, adolescentes y TEA (Trastorno Espectro Autista), Moira Biedma sostiene que el acoso escolar es un fenómeno que se potencia en silencio y que solo puede prevenirse con intervención inmediata, compromiso social y trabajo conjunto entre familias, escuelas y profesionales. Miembro de diversas asociaciones psicológicas del país, advierte sobre la falta de aplicación efectiva de los protocolos vigentes y sobre el creciente impacto de las redes sociales en la vida de niños, niñas y adolescentes.


Para Moira Biedma, hablar de bullying o acoso escolar hoy es una urgencia social. No se trata - insiste - de un problema entre chicos, sino de una situación que interpela directamente a los adultos: familias, escuelas, instituciones, profesionales, comunicadores y a la comunidad en su conjunto. Su trabajo cotidiano en el ámbito clínico le permite ver, una y otra vez, cómo las situaciones de violencia se gestan en silencio, avanzan sin ser detectadas y llegan a la consulta cuando la víctima ya muestra un nivel profundo de afectación emocional.

Dispositivos

La profesional destacó la importancia de que “en las escuelas se creen dispositivos y planes de trabajo para intervenir en casos de bullying y acoso escolar, que haya un espacio psicológico, integrado por psicólogos especializados en la materia para poder trabajar en la materia y en distintos problemas. Me pasó hace unos dos años que estuve en el servicio de un colegio y una alumna acercó cuestiones delicadas de abuso que había sufrido. Le mostré el camino para poder denunciar y dónde debía ir. Es importante tener un servicio permanente en horario escolar”, reiteró.

Los primeros indicios – asegura - suelen repetirse: adolescentes que dejan de querer ir a la escuela, cambios bruscos en la alimentación, aislamiento, uso excesivo o secreto del celular, conductas de evitación o episodios de angustia sostenida. Son señales que, cuando las familias logran verlas, suelen llevar a buscar una evaluación profesional. Allí, en un encuadre confidencial y especializado, Biedma detecta las marcas del acoso sistemático. Pero subraya que ninguna intervención puede limitarse al consultorio: el trabajo debe incluir a la familia, a la institución escolar y a los agresores, siempre dentro de un dispositivo formal y un protocolo claro.


“No” al aislamiento

Moira es categórica al señalar los errores más frecuentes. El primero, dejar a la víctima en el mismo espacio que sus agresores, como si la simple supervisión alcanzara para revertir el daño. “El aislamiento nunca es un recurso - aclara -, pero tampoco lo es exponer a la víctima al mismo entorno que ya la lesionó”. Para ella, la intervención inmediata implica separar, contener, diagnosticar y trabajar desde un plan sistemático que incluya al curso completo, a los victimarios y a las familias.

Otro fenómeno que identifica como alarmante es la forma en que el bullying se ha trasladado al terreno digital. El bloqueo, el silencio, la exclusión de grupos, la difusión de mensajes crueles y el hostigamiento virtual conforman hoy una de las variantes más frecuentes entre adolescentes. Para Biedma, las redes sociales requieren un uso responsable y supervisado: “No hay que ser amigos de los hijos, pero sí estar cerca, acompañar, conversar, conocer su mundo. El control no es prohibir: es estar presente”.

En ese sentido, advierte que muchos episodios graves - incluyendo ideaciones suicidas - se originan en situaciones de acoso sostenido, invisibilizadas tanto en el hogar como en la escuela. Los protocolos provinciales existen, las leyes también, pero la aplicación es desigual. Biedma cuenta que más de una vez debió presentarse personalmente en instituciones para exigir que se activaran los dispositivos correspondientes. Y aunque reconoce que las escuelas se capacitan, cuestiona la falta de alcance real y la falta de dominio técnico en la detección temprana. “Conocer la ley no es suficiente – sostiene -. Hay que saber aplicarla.”

Estudiantes con TEA

El desafío se vuelve aún mayor cuando se trata de estudiantes con TEA. Su sensibilidad, su mayor exposición al estrés sensorial y su vulnerabilidad los convierten en blanco frecuente de agresiones. En estos casos, explica Biedma, el protocolo es el mismo, pero la intervención necesita una mirada mucho más cuidadosa: respeto por los tiempos, por los espacios, por el ruido, por las interacciones. Situaciones de bullying en chicos con TEA pueden desencadenar crisis severas e incluso requerir hospitalización.


La especialista resalta también el rol docente. Una palabra despectiva, una etiqueta repetida, un comentario aparentemente menor puede transformarse, si se sostiene en el tiempo, en un acto de humillación. Por eso, insiste, que las herramientas deben ser pedagógicas y emocionales: saber qué hacer, cómo intervenir y cómo sostener un aula sin estigmatizaciones.

Varones, los más agredidos

A nivel estadístico, confirma que los varones siguen siendo las principales víctimas de acoso entre pares masculinos, aunque también señala que la diversidad sexual, la apariencia o cualquier rasgo percibido como “diferente” puede convertir a un niño o adolescente en blanco de agresión. La fragilidad del entorno social actual, sumada al impacto de lo digital, hace que la prevención no sea una opción, sino una obligación.

Mensaje

Al final de la entrevista, Biedma deja un mensaje claro para la comunidad: hablar siempre, intervenir siempre, no minimizar nunca. Nadie es espectador inocente. Familias, docentes, vecinos, instituciones y profesionales comparten la responsabilidad de proteger, acompañar y garantizar que cada niño o adolescente pueda transitar la escuela como un espacio seguro y libre de violencia. La prevención, concluye, es una tarea colectiva.