Una antorcha y un rayo: los guardianes del fuego

Un día como hoy, el Congreso de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza (FATLyF) creaba la Comisión Permanente de Jubilados. Vale el recuerdo y el homenaje. A los que están y a los que nos iluminan desde otro lugar.

La vieja usina municipal de Rawson. Algunos están, otros no. El recuerdo. Imborrable.
24 NOV 2025 - 14:44 | Actualizado 24 NOV 2025 - 15:00

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Hay fechas que no se escriben, se graban en el acero de la memoria.

Un día como hoy, en el 24° Congreso de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza, la organización decidió algo que no fue un acto administrativo, sino un acto de justicia histórica: la creación de la Comisión Permanente de Jubilados.

Fue el momento en que los constructores del pulso eléctrico del país, los que hicieron vibrar de energía a cada pueblo, cada faro, cada barrio, pasaron a ser reconocidos como lo que siempre fueron: la columna vertebral moral del gremio.

No son jubilados. Son los guardianes del fuego.

Son quienes encendieron la primera chispa en las noches frías del país, quienes mantuvieron la dignidad iluminada cuando la tormenta quiso apagarla.

Y como dijo el secretario general del Sindicato Patagonia, el compañero Héctor González: “Son ejemplo de vida y compañerismo, historia viva, conciencia que se transmite de generación en generación, lucha incansable en defensa de los derechos obtenidos. Son entrega pura a la causa sindical”.

Y también que “con su trayectoria marcan el rumbo que soñaron los pioneros y se erigen en ejemplo para los nuevos dirigentes y los jóvenes que deben mantener en alto la grandeza de Luz y Fuerza y la construcción de una sociedad más justa”.

A ellos les debemos más que un saludo. Les debemos la continuidad de la antorcha.

Porque la clase pasiva lucifuercista —ese ejército silencioso que aún late debajo de cada transformador— mantiene encendida la reserva moral de la organización.

Son los que caminaron antes, los que sostuvieron, los que resistieron. Son los que saben que ningún derecho es eterno si no hay manos capaces de renovarlo.

A los que ya cruzaron el umbral del tiempo, y a los que algún día lo cruzarán, honor y reconocimiento.

Y a vos, viejo, Reginaldo, donde estés…sé que seguís alumbrando con la luz de tu antorcha que no se apaga.

Es esa antorcha que atraviesa la noche y un rayo que parte el cielo en dos.

Así camina el Sindicato de Luz y Fuerza, con la claridad de los que no retroceden.

Cada conquista, cada derecho, es un relámpago en la historia obrera. Marca el territorio, deja la huella, demuestra que el pueblo electrificado es imposible de derrotar.

Porque Luz y Fuerza no es un nombre; es una fortaleza con alma, un hogar que abriga al trabajador y un escudo que enfrenta las tormentas.

En esa casa se aprende que el respeto no se pide, sino que se impone. Que la dignidad no se negocia; se defiende, y que quien porta la antorcha tiene el deber de elevarla más alto que ayer.

Hay mandatos que no necesitan firma porque vienen escritos en el sudor de los talleres, en las guardias nocturnas bajo el viento patagónico, en los cables que zumban como venas del país.

Y uno de esos mandatos es sagrado: defender a Luz y Fuerza hasta el último latido.

Con la luz de la antorcha guiando el camino y la furia del rayo marcando el paso, sabiendo que ninguna oligarquía puede resistir el avance de un pueblo en unidad.

Luz y Fuerza es un segundo hogar y primera bandera.

Casa que no se abandona.

Bandera que no se entrega.

Historia que no termina.

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La vieja usina municipal de Rawson. Algunos están, otros no. El recuerdo. Imborrable.
24 NOV 2025 - 14:44

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Hay fechas que no se escriben, se graban en el acero de la memoria.

Un día como hoy, en el 24° Congreso de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza, la organización decidió algo que no fue un acto administrativo, sino un acto de justicia histórica: la creación de la Comisión Permanente de Jubilados.

Fue el momento en que los constructores del pulso eléctrico del país, los que hicieron vibrar de energía a cada pueblo, cada faro, cada barrio, pasaron a ser reconocidos como lo que siempre fueron: la columna vertebral moral del gremio.

No son jubilados. Son los guardianes del fuego.

Son quienes encendieron la primera chispa en las noches frías del país, quienes mantuvieron la dignidad iluminada cuando la tormenta quiso apagarla.

Y como dijo el secretario general del Sindicato Patagonia, el compañero Héctor González: “Son ejemplo de vida y compañerismo, historia viva, conciencia que se transmite de generación en generación, lucha incansable en defensa de los derechos obtenidos. Son entrega pura a la causa sindical”.

Y también que “con su trayectoria marcan el rumbo que soñaron los pioneros y se erigen en ejemplo para los nuevos dirigentes y los jóvenes que deben mantener en alto la grandeza de Luz y Fuerza y la construcción de una sociedad más justa”.

A ellos les debemos más que un saludo. Les debemos la continuidad de la antorcha.

Porque la clase pasiva lucifuercista —ese ejército silencioso que aún late debajo de cada transformador— mantiene encendida la reserva moral de la organización.

Son los que caminaron antes, los que sostuvieron, los que resistieron. Son los que saben que ningún derecho es eterno si no hay manos capaces de renovarlo.

A los que ya cruzaron el umbral del tiempo, y a los que algún día lo cruzarán, honor y reconocimiento.

Y a vos, viejo, Reginaldo, donde estés…sé que seguís alumbrando con la luz de tu antorcha que no se apaga.

Es esa antorcha que atraviesa la noche y un rayo que parte el cielo en dos.

Así camina el Sindicato de Luz y Fuerza, con la claridad de los que no retroceden.

Cada conquista, cada derecho, es un relámpago en la historia obrera. Marca el territorio, deja la huella, demuestra que el pueblo electrificado es imposible de derrotar.

Porque Luz y Fuerza no es un nombre; es una fortaleza con alma, un hogar que abriga al trabajador y un escudo que enfrenta las tormentas.

En esa casa se aprende que el respeto no se pide, sino que se impone. Que la dignidad no se negocia; se defiende, y que quien porta la antorcha tiene el deber de elevarla más alto que ayer.

Hay mandatos que no necesitan firma porque vienen escritos en el sudor de los talleres, en las guardias nocturnas bajo el viento patagónico, en los cables que zumban como venas del país.

Y uno de esos mandatos es sagrado: defender a Luz y Fuerza hasta el último latido.

Con la luz de la antorcha guiando el camino y la furia del rayo marcando el paso, sabiendo que ninguna oligarquía puede resistir el avance de un pueblo en unidad.

Luz y Fuerza es un segundo hogar y primera bandera.

Casa que no se abandona.

Bandera que no se entrega.

Historia que no termina.