Fue encontrada sola, vagando por las calles, con las costillas marcadas bajo su piel y la cabeza siempre baja. Y sus tetas que amamantaban. Cada noche dormía en un rincón distinto de la ciudad, con el lomo encogido por el frío y la barriga vacía. Lo único que nunca perdió fue esa costumbre suya tan particular de acercarse tímidamente a la gente y, apenas le daban una oportunidad, se apoyaba con ternura en sus piernas.
Una mestiza rota por fuera y por dentro. Marmolada. A la que nadie la buscaba, nadie se detenía hasta que alguien lo hizo.
Es una perra a la que llaman Shakira. Que no ladra a gritos, sino que susurra calma. Con sus partes y con la gente (sobre todos los niños). Como si supiera que su historia no debe terminar así. Abandonada!
Es que, en algún momento, alguien la abandonó, como si hubiera querido borrar de ella toda dignidad y falló. Porque Sakhira aún tiene algo que no se puede extinguir; ganas de vivir la vida. Y una gran virtud: el perdón. Esa que los humanos lo vamos perdiendo.
Sakhira no es una perra cualquiera. Es la prueba de que incluso en lo más profundo del abandono aun puede florecer la esperanza. No sólo del que la rescató de la fría calle; sino de aquel que la pueda adoptar.
Es demasiado difícil mirar a los ojos a aquellos que fueron traicionados. Y ella lo fue. Y uno se da cuenta cuando siente que cada célula de su cuerpo parecía estar disculpándose por su existencia.
A Shakira hay que salvarla. Y salvarse. Porque nos recordará que el amor es cálido, sin palabras, fiel. Y no se da por pasaporte ni se quita en la frontera.
Fue encontrada sola, vagando por las calles, con las costillas marcadas bajo su piel y la cabeza siempre baja. Y sus tetas que amamantaban. Cada noche dormía en un rincón distinto de la ciudad, con el lomo encogido por el frío y la barriga vacía. Lo único que nunca perdió fue esa costumbre suya tan particular de acercarse tímidamente a la gente y, apenas le daban una oportunidad, se apoyaba con ternura en sus piernas.
Una mestiza rota por fuera y por dentro. Marmolada. A la que nadie la buscaba, nadie se detenía hasta que alguien lo hizo.
Es una perra a la que llaman Shakira. Que no ladra a gritos, sino que susurra calma. Con sus partes y con la gente (sobre todos los niños). Como si supiera que su historia no debe terminar así. Abandonada!
Es que, en algún momento, alguien la abandonó, como si hubiera querido borrar de ella toda dignidad y falló. Porque Sakhira aún tiene algo que no se puede extinguir; ganas de vivir la vida. Y una gran virtud: el perdón. Esa que los humanos lo vamos perdiendo.
Sakhira no es una perra cualquiera. Es la prueba de que incluso en lo más profundo del abandono aun puede florecer la esperanza. No sólo del que la rescató de la fría calle; sino de aquel que la pueda adoptar.
Es demasiado difícil mirar a los ojos a aquellos que fueron traicionados. Y ella lo fue. Y uno se da cuenta cuando siente que cada célula de su cuerpo parecía estar disculpándose por su existencia.
A Shakira hay que salvarla. Y salvarse. Porque nos recordará que el amor es cálido, sin palabras, fiel. Y no se da por pasaporte ni se quita en la frontera.